EL CONSOLADOR DE PLATA
En
todo tiempo el hombre busca lo que quiere...
......
Separándose,
mirando en todas direcciones, el chico negro toma la blanca mano
entre la suya y casi le hala, el rubio riendo bajito, de manera
tonta, y medio trotan hacia el establo sin techo, apenas cubierto por
unos tablones a los lados.
Ryan
parpadea asombrado, puede verlos todavía, sonrientes, frenéticos,
uno de pie frente al otro, ambos dándoles un costado entre los
animales. Y jadea cuando el joven de piel negra, sin más, baja la
parte delantera de su pantalón y de una especie de guayuco banco que
también lleva, algo gris por el uso y las malas lavadas, dejando ver
lo que cree una de las vergas más largas y gruesas que ha visto
nunca, y tiesa. Al chico también parece que le sorprende porque
gime, sus ojos brillantes, cuando la mano blanca va y la aferra, casi
reverente, masturbándola de adelante atrás. Y el joven nubio
suspira, como tiene que ser, admite aún para sí, Ryan; cuando uno
la tenía tan dura y llena de ganas, tocarse era una locura, que otra
mano lo hiciera (en su caso alguna damita), era infinitamente mejor.
Y Jean Luc parecía estarle dando una buena sobada, porque, a pesar
de la distancia, los animales que cruzan el campo visual y la luz de
la luna, le parece notar que la tranca gotea un poco.
Con
el estómago revuelto va a apartarse, molesto, ahora si asqueado del
joven francés, cuando oye...
-Se
desperdicia toda esa agua en el desierto, sahib, ¿no la quiere
beber? -pregunta el joven nubio, algo más íntimo, conjurando
imágenes que erizan al americano.
No
quiere mirar, pero la curiosidad del hombre por el sexo es más
fuerte que sus convicciones en esos momentos. Le encanta que le
practiquen el sexo oral, aunque pocas damas... ¡Joder!
El
chico francés, sonriendo con ojos brillantes y enormes, eleva el
rostro mientras cae de rodillas, atrapando esa tranca oscura con la
pálida mano otra vez, apretando y sobando, y el hombre mayor imagina
lo que debía estar experimentando el joven negro, que lanza un
jadeo, sonriente, aprobador. Jean Luc acerca el rostro al otro, la
tranca contrastando con su piel, los labios posándose en el glande
que descubre, llenándolo de besos. ¡Estaba besándole allí!, se
eriza el hombre, escandalizado y fascinado de una manera extraña. Y
aún más cuando el nubio jadea ya que los labios del chico blanco
van cubriéndole la barra, reptando por ella, aplastándose contra
ella. ¿Qué parecía demasiado chica aquella boca, e incluso el
joven al lado del apuesto coloso de color?, en cuanto está de
rodillas, sentado sobre sus talones, alcanza la altura justa para
mamar güevos, y lo hace. Los labios van y vienen mientras el bonito
rostro masculino se ladea en un sentido y el otro, adelantándose y
retrocediendo sobre esa dura carne de joder. Chupando, dejándola
brillante de saliva, disfrutándola con ojos entrecerrados donde las
pupilas parecen casi blanquear.
Y
debía estar dándola bien, se eriza nuevamente Ryan, porque el nubio
echa la cabeza hacia atrás mientras gime, y alzando una negra mano
enreda los dedos en el suave cabello rubio, atrapándole en un puño,
más como control que por presión, y desde donde mira, casi
atragantado, con la garganta muy seca, jadea imaginando el placer que
debía estar experimentando. Jean Luc, de rodillas, ronronea mientras
sus labios van y vienen sobre la barra, apretándola con labios y
mejillas, agitando la lengua en la cara posterior. Succionando de
manera escandalosa, dejando la tranca cada vez más brillante de
saliva y jugos bajo la clara luz de la luna y la llama del quinqué.
Con un sonido obsceno esa tranca sale de aquella boquita, quedando
erguida y tiesa en la nada, goteando saliva, misma que corre por la
barbilla del galo, quien mirando al otro le atrapa la punta de la
verga, alzándola, pegandosela del bajo vientre, y lame la cara
inferior, agitando la lengua como brocha de pintor desde la base,
subiendo, y el chico negro gime.
-Oh,
sahib, siiiii...
El
indiscreto mirón quiere alejarse, en serio, pero sigue observando,
volviendo los ojos a los costados para asegurarse de que no eran
vistos, especialmente él en tales menesteres. Su ojo brilla cuando
cuela la mirada entre los animales, los tablones y la noche,
enfocando a la pareja. Hombres jóvenes que buscaban un lugar donde
tener un momento de sucia pasión contranatural, resultando que el
más menudo de ellos, el hombre blanco, era tremendo chupa vergas,
alguien que se notaba debía haber logrado terminar muchas veces con
la cara cubierta de espesos y abundantes disparos de semen en el
pasado (seguramente en su colegio internado); goterones que
chorrearían en la bonita cara, lentamente, enfriándose, secándose,
quedándole como una mascarilla de cosméticos. Imaginarlo le hace
temblar un poco, casi odiandose por no alejarse...
Con
la negra mano, los largos dedos enredados en su brillante cabello
amarillo, el joven galo, ojos cerrados y expresión nirvánica (tener
una verga en su boca parecía llevarle allí), va y viene sobre la
oscura barra nuevamente, atrapándola con la delgada mano por la
base, masturbándole. El nubio se le encima, con una mano le retiene
por la nuca contra su verga, ahogándole seguramente, mientras baja
la otra por la espalda del joven, metiéndola dentro del pantalón,
erizando al hombre que mira fascinado y asqueado. Algo le hacía, tal
vez le metía un dedo por el culo, porque Jean Luc se tensa y
comienza a gemir todavía más, de una manera ahogada al tener la
boca completamente llena de verga.
-Para,
para, sahib, quiero más... -el chico, todo transpirado, le detiene,
sacándole la enorme tranca de la boca, amoratada, brillante con la
saliva que escurre, como la que chorrea por la mandíbula de Jean
Luc, a quien levanta, siempre brindandoles un perfil de ambos.
Ryan
tiene que reconocer la la tranca de ese joven oscuro era realmente
grande. Y se tensa más, agitado, lleno de una curiosa fascinación
que a él mismo le molesta, cuando ve cómo el chico, obligando al
francés a darle la espalda, mete la negra mano dentro de la cintura
del pantalón del otro, y lo baja, con todo y ropa interior,
revelando unas nalgas redondas, blancas, casi nacaradas a la luz de
la luna y el quinqué sobre sus cabezas.
¡Oh,
por Dios!, contiene un jadeo cuando el joven negro se medio agacha,
su propio culo carnoso destacándose más, y mete la cara entre esas
nalgas blancas, produciendo un sonido de lamidas y chupadas
escandalosas, al tiempo que Jean Luc gime, con la boca muy abierta,
sonriendo beatíficamente, aferrándose con las pálidas manos a un
barril de aceitunas como para no caer.
-Ahhh...
ahhh... -gimotea medio estremeciéndose, más ruidoso cada vez
mientras el otro joven le clava los dedos en la blanca piel e
intensifica lo que sea que le hace con la boca.
¿Le
estaría metiendo la lengua por el culo, abriéndoselo, cogiéndolo
con ella?, Ryan se siente ahogado. Y molesto. ¡Pero no puede
apartarse!
Cuando
el oscuro rostro, que ve de lado, parece hundirse más entre aquellas
nalgas, los labios de Jean Luc se abren otro tanto, al tiempo que
jadea y sonríe, cerrando nuevamente los ojos y alzando el rostro,
con la barbilla manchada de saliva y jugos de macho. La luz de la
luna les hacía verse bien, le parece. Oh, Dios… El francés
comienza a agitar su culo de adelante atrás, casi sentándose en la
cara del nubio, que algo hace y le obliga a gritar medio riendo.
Fuera lo que fuera que el nubio le hacía con la lengua, lamiéndole,
chupándole o penetrándole con ella, la carita del joven indicaba lo
increíble que se sentía. Tanto placer que el rostro desciende un
poco, como sin fuerzas. El hombre nota que el joven nubio cierra
también los ojos, disfrutando aquello, saboreando el momento,
retirándose un tanto, mirando el enrojecido culo (Ryan no nota esos
detalles desde la distancia, claro), los rubios pelos brillantes con
su saliva, ese ojete temblando espamódicamente. Urgido. Muy
necesitado. Por lo que se pone de pie, la tranca temblando, golpeando
y frotándose del blanco trasero...
Oh,
por Dios, ¡iba a penetrarle con su enorme verga joven y dura! Se la
iba a meter toda, hasta los pelos y a cogerlo como a una perra...
CONTINÚA ...3
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