jueves, 20 de junio de 2019

LOS HEREDEROS... 6

LOS HEREDEROS                         ... 5
   Tenerlo todo... ¿se puede? ¿Hace feliz?
......
   Escucharlo gemir le excita, porque le gusta saber que hace delirar a sus “perras”, aunque no lo pensara de manera despectiva. Para él una perra era un chico tan caliente que era capaz de todo por experimentar ese momento de sensualidad y sexualidad. Y él sabía cómo guiarles hasta allí. Era un faculto para tales menesteres, para hacer gozar con un güevo bien metido por el culo, se dice sonriendo. Disfrutando de oirle lloriquear perdida toda cordura y control. Se pregunta cuántos carajos habrían disfrutado de su “concha” en la escuela, por ejemplo. ¿La exhibiría consciente o inconscientemente en los vestuarios a la hora de la gimnasia? Culoncito, de mirada huidiza y tímida, de quien oculta tantas cosas, tal vez su cosita se le ponía dura en esos vestuarios a la vista de todos esos jóvenes garañones llenos de hormonas que se exhibían confiadamente. Todos notádole, mirando su trasero. Un culito que seguramente pedía ser tomado y follado duramente sobre una colchoneta mientras el agresivo mancebo, confuso por disfrutar y desear tanto aquello, un culo masculino, le insultaba llamándole maricón y otras linduras propias de la edad y la confusión sexual de la adolescencia en la escuela.
   Tan caliente está que le mete los dos dedos hasta el puño y comienza a tijerear con ellos, apuntando hacia abajo, rozándole la próstata una y otra vez. Si, seguramente mientras era un adolescente confuso andaba pidiéndolo sin saberlo, ser tomado dura y rápidamente por uno de ellos, esos chicos que miraba en las canchas y cuyos recuerdos seguramente le acompañaban en su cama de noche, donde se permitía soñar con ellos, con sus cuerpos, con que no le rechazaban sino que le tocaban, que le dejaban tocarles, que lo ponían de panza en su propia cama y...
   -Oh, si, tu coño se siente tan bien, preciosa, seguramente has hecho la delicia de los hombres que se han enamorado de ti. -comenta suave, sonriéndole, mirándole al retirar los dedos y metérselos otra vez. Intuyendo que no era el caso. El chico actuaba como si deseara algo más en su vida, desde antes, ¿acaso una relación?, encontrando sólo rechazo. O ser “usado” tan sólo por un rato.- Cualquier hombre podría amarte en verdad.
   Y sabe que va bien porque a los cachetes rojo del chico le siguen unas violentas haladas de ese culo sobre sus dedos. El chico buscaba un marido... Bien, ¿por qué no? La mejor estrategia era tratarle como a una dama, una dulce chica merecedora de atenciones, de un hombre. De un amor. Entiende que el chico (Eddie), busca eso. Lo necesita en su interior, allí donde más que una joven gay existía una confusa mezcla de chico-chica. Si, tratarla como un galán de sueños mientras le follaba como a una perra, exacerbando sus sentidos, llevandole al límite, era el camino. Por eso, sonríe cuando prácticamente repta sobre él, golpeándole las nalgas una y otra vez con la verga gruesa, misma que enfila hacia su agujero, todo en un sólo movimiento.
   Eddie se tensa y le mira, cara muy roja, ojos casi desenfocados, y chilla cuando le mete la cabeza del tolete por el culo, el cual responde como espera, agitándose ansiosamente contra su barra. Se la entierra, arrodillado en esa cama, cubriendo con piernas y muslos el cuerpo del chico, disfrutando de ver como su tolete, centímetro a centímetro desaparece dentro de las ardientes entrañas.
   Se la clava y se la saca, adentro y afuera, con rapidez, con fuerza, cogiéndole a fondo, haciendo chillar los muelles de la cama al tiempo que le clava los dedos en la cintura. Aprovechando el rebote del colchón lo coge con bríos, con rapidez. Y escucharle gritar de lujuria, realmente estimulado por la rugosa pieza recorriéndole las sensibles paredes del recto, así como golpeadas a la pepa del culo, la próstata, era la dicha. Que el joven marica arqueara la espalda, elevara y bajara las nalgas lo poco que podía, buscando más güevo por ese culo, uno goloso en esos momentos, era lo que buscaba. Le gustaba el sexo, usar la barra, pero también controlar sensorialmente a su pareja.
   -¿Te gusta, ¿te gusta sentir mi güevo llenándote la vagina, amor? ¿Te gusta sentirla así, estirada mientras se te moja toda, bebé? -le pregunta sonriendo, sintiéndose sucio y caliente al notar que las palabras parecían estimularle a límites casi de descontrol.- Oh, sí, seguro que esta pequeña, apretada y suave concha hacía la delicia de los chicos en tu escuela, ¿verdad? Seguro que no podías pasearte por esos vestuarios despues de Educación Física sin que te notaran, sin que se sintieran calientes, pensando que lo exhibías, tu sexo necesitado de machos. -agrega prácticamente rebotando contras sus firmes nalgas.
   -Oh, Dios... -Eddie chilla largamente, bajando el rostro contra el colchón, alzando los hombros, su espalda caída, su trasero subiendo y bajando, efectivamente necesitado de ese macho. Aunque sabía que su vida escolar no había sido todo la glamorosa que ese sujeto lo hacía sonar.
   -Eres hermosa, una nena bella, pero también sé que eres una putita, desde niña, porque se nota que te gusta demasiado lo que te hacemos los hombres para que sea algo de ahora. -le dice casi obligándole a mirarle sobre un hombro, ese contacto visual casi tan estimulante como la tranca en su ir y venir, saliendo dos tercios de aquel agujero para luego volver; golpeándole con todo su peso, así como con las bolas. El redondo anillo abriéndose a todo lo que puede.- Seguramente pasaba eso, te paseabas como al descuido, no buscando nada, pero exhibiéndote. -se tiende sobre él, el velludo vientre y torso cayendo sobre la ardiente y lisa espalda, casi aplastándole contra el colchón de una manera totalmente erótica. Ese vientre ardía, ese corazón retumbaba en ese torso fornido.- Dime, ¿ibas con tanguitas licras rojas y blancas esperando que te notaran? ¿Te agachabas con ellas para que vieran tu raja y adivinaran la silueta de tu coño caliente bajo la tela? Cuéntame, en una de esas tardes en el colegio, cerca de tu casa, en una cancha, o con un compañerito de estudios en tu cuarto ¿no te dieron así, así, así...? -y atrapándole los hombros para apoyarse, incrementa sus cogidas dándolas con furia.- ¿Te dieron bastante de lo que tanto buscabas y necesitabas?
   -Ahhh... Ahhh... -el chico no puede pensar, tan sólo siente, y lo que siente le gusta demasiado.
   Es lo que buscaba, darle con fuerza, duro y sin piedad, enterrándole el güevo a fondo para que se lo apretara y masajeara mejor, pero también para ponerle así, todo gritón y llorón. Con las velludas piernas separa las del chico, sin dejar de penetrarle una y otra vez, su culo peludo subiendo y bajando mientras le empuja el tolete dentro del agujero, luego atando las suyas a las de este, y afincando el agarra sobre sus hombros, Eliseo Cabrera se gira sobre sí, cae de lado y luego de espaldas, con el chico sobre él. Quién queda todo ensartado sobre su barra.
   -Ohhh... -el chico chilla.
   -Hazlo, fóllate. -le ordena al oído rudo, ronco, confiado, separando las piernas, liberando las del chico, dejando las suyas extendidas.
   Eddie afinca los talones sobre la cama y comienza un sube y baja lento al principio, mientras chilla al sentirla rozarle, adentro y afuera, estando sobre esa macho peludo que quema, cuyas manotas lo acarician y soban por todos lados, unos dedos atrapando sus pezones, otra mano recorriéndole el abdomen, erizándole, bajando y bajando, metiéndose dentro de la medio baja pantaletica y atrapándole el tolete, dándole unos apretones.- ¡Hummm! -al sentirlo se arquea sobre él. Y sigue empalandose, ahora con más rapidez y fuerza.
   Eliseo ríe por lo bajo, sobándole mientras el otro le masajea con fuerza el güevo al tiempo que usa y llena su culo. Le sabe trastornado, actuando por instinto, olvidado hasta su negocio de puto o la cita que tiene y que momentos antes le parecía tan importante. Y lo entiende, al chico realmente le gustaba el sexo, las vergas. Los hombres. Y ahora que estaba tomando su hombría dura, caliente, pulsante y babeante, una que llenaba totalmente su sexo, estaba en la gloria. Como lo estaba todo hombre joven que amara ser enculado. Las y los putos siempre deberían sentirse así, obtener lo que deseaban. Había algo maravilloso en ver a un chico completamente trastornado cuando una verga, o varias, le trabajaban. Sonríe y tensa los muslos, agitando el tolete, lo que provoca chillidos en Eddie, quien tiene las piernas flexionadas, apoyando las plantas en el colchón, impulsándose arriba y abajo.
   Escucharle todo jadeante le hace sonreír, si un mariconcito no estaba llorando de dicha mientras le llenaban el culo de verga era porque ese hombre no estaba haciéndolo bien; y en aquellos momentos era evidente que él sí estaba haciendo un buen trabajo. Un gran trabajo a decir verdad. La pequeña zorra estaba literalmente sollozando con los ojos cerrados, echando la nuca hacia atrás en su hombro mientras subía y bajaba con ansiedad la ardiente concha que por error la naturaleza le dio por culo.
   El placer que experimentaba era intenso, el suyo, pero también el saber que el chico igualmente lo disfrutaba (alza un poco la nuca y ve sus reflejos en el espejo, sus piernas velludas abiertas, sus bolas, el tolete que se destacaba cuando aquellas caderas subían y bajaban, con rapidez y fuerza, cayendo con todo su peso, apretando a cada paso y todavía refregándose de la pelvis peluda), todo era incluso mejor. Mierda, ese culito, el chocho de ese muchacho era tan apretado, tan caliente y sedoso, tan adaptable a las dimensiones de su verga que estaba disfrutandolo todavía más. Culos así no eran tan abundantes, se dice, mordiéndole eróticamente un hombro al tiempo que lleva las dos manos a los pezones y los hala (siendo recompensado por nuevas apretadas de aquel culo, y chillidos del joven); podría pasarse horas y horas enculándole. Y era lo que tenía en mente. Deseaba conocerle, “contratarle” como amante. Por un tiempo.
   Y así como tiene claro que hará dinero con el secreto de su clienta, la hermosa Sofía Nazario, y su detestable familia, se jura que logrará que el muchacho sea su “novia”.
   -¿Quieres mi leche llenando tus entrañas, putita? -le croa al oído, mordisqueándoselo.- Estás a punto de tenerla, sigue así, sigue apretando, pequeña zorra caliente...
......
   -Esta leche está fría. -la seca voz de la mujer, la mirada cargada de frío disgusto reprobador, pero con un deje de no sé por qué tengo que soportar esto, altera a la joven que enrojeciendo se acerca a la mesa para ocho personas donde tres hermanos esperan desayunar, rodeados de cafeteras, teteras, jugos y arepas bajo un bol.
   -Lo siento, señora. -la joven jadea, toma la jarrita y va a salir.
   -No me interesa que lo sientas, no quiero que esto se repita. Y no la recalienten, no me importa qué diga Ramona. Que sea recién hecha. -ordena sin alzar la voz, sin mirarla, perdida en sus pensamientos (y no todos versaban sobre el tormento que era una servidumbre incompetente que todavía no sabía a qué temperatura debían servir la leche para el desayuno). Pero termina notando sobre sí las miradas. Alza el rostro y encuentra la de los dos hombres.- ¿Qué?
   Gabriela Requena de Simanca era una real belleza venezolana, alta para ser mujer en un país donde sólo las misses parecían caballas; era delgada y esbelta, de buenos senos, nalgas y muslos. Su rostro ovalado era terso, muy blanco, otro detalle algo inusual para no ser una descendiente en línea directa de extranjero, aún así mostrando un cabello castaño claro que tiraba a catira. Sus ojos verdosos la hacían tan llamativa como sus labios gorditos. Tal vez cierto deje de fastidio, de impaciencia y un tanto de intolerante para con los demás, le restaban gracia. A su derecha se encuentra Arturo, su hermano mayor, un sujeto bien parecido, de sonrisa un tanto cínica, a quien todo parece divertir y fastidiar al mismo tiempo. Una inteligencia viva, despierta, atrapada en un cuerpo perezoso al que tenía que arrerase como el ganado para que se moviera. Primero sus padres, luego fue trabajo de su esposa. Padre de tres niñas, ocupaba un cargo importante que llenaba sus expectativas económicas sobradamente, aunque creyera que merecía más. A la izquierda estaba el benjamín de la familia, Anthony, un chico... bonito. Pero bonito de una manera masculina y hasta viril. Pero si, bonito. Muy parecido a su hermana (casi de su tamaño), fornido, cuerpo tonificado allí donde Arturo ya dejaba ver cierta blandura, usaba un traje que parecía siempre quedarle como prestado porque era muy joven, veintitrés años de edad, para todo lo que deseaba que representara.
   -¿Quién eres, Maléfica molestando a las doncellas del castillo embrujado? Te comportas como una reina bruja. -acota Arturo, preguntándose dónde estaba Oswaldo que no aparecía; tenía hambre, carajo. Toma una rodaja de pan tostado y lo unta de mantequilla.
   -Tan sólo quiero que hagan las cosas bien dos días seguidos. ¿Es mucho pedir? Pareciera que sí. -gruñe ella, tomando su taza de café con aquella leche, rechazándola en el último momento.- Debería salir de todos ellos.
   -¿No lo hiciste ya? -pregunta Antony.- Creo que esa chica y la cocinera son nuevas, de tu administración, de cuando tomaste la casa por asalto, ¿no?
   -No salí de todos los que quise; y al quedar empleados viejos con vicios, todo se pierde. -es fría.- Y esa muchachita tiene algo que me altera los nervios. No me gusta.
   -Es muy bonita. -comenta Arturo y Gabriela le mira.
   -Si, y creo que es eso lo que me molesta. -toma aire.- Imagino que saben para qué los llamé: -agrega después de una pausa.
   -¿No fue para disfrutar de la compañía de tus hermanos? Vaya. -bromea Arturo, comiendo con apetito de aquella tostada.
   -Supongo que es lo mismo que te tiene con ese genio de perros, la fulana fiesta a la que quieres obligar a asistir a todos. Comenzando con el más reacio a la idea, tu marido. ¿Por qué es tan importante esto para ti que provocas todo este malestar entre Oswaldo y tú? Si él no quiere celebrar su cumpleaños, ¿a quién le importa? Celébralo tú con los gemelos.
   -Porque me obligan a dar la fiesta. Y si no lo hago... quién sabe de qué maneras van a cobrármelas. Ellos me acercaron a Oswaldo, ¿y si me alejan y lo pierdo todo? No se pueden hacer pactos con el Diablo y luego desconocerlos.
CONTINÚA ... 7

6 comentarios:

  1. Hola Julio, una pregunta, ¿Estas volviendo a subir los capítulos de los relatos que estabán en la otra web?

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  2. Épale amigo, no, sólo recomienzo trabajos que son míos y recuerdo. Todo lo que tenía de Jacinto, Brandon, Daniel y los otros lo perdí. En muchos casos tendría que comenzar de nuevo, con los relatos que encontrara. Lo siento.

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  3. No puedo, hay relatos como el Dilema que podría comenzarlo de nuevo porque está publicado en otra parte, el original, no el cambiado que subí, pero de la continuación que le daba ya ni me acuerdo. De la nena de papá y el pepazo ni siquiera recuerdo lo que pasaba en las primeras entradas. Cuando la computadora falló finalmente en enero lo perdí todo. Hasta la versión “mejorada” que usé de luchas internas que si era un trabajo mío. Es que perdí hasta mis claves.

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  4. Entonces, si los tuvieras.., los continuarías?
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    1. Ay, no, me atrapaste, jajajaja. La verdad es que de lo único que me alegré del cierre del blog fue que podía dejar eso así. Porque esas historias no eran mías, me las dejaron a medio camino para que las terminara y terminaron pareciéndose a algo mío. Pero está bien, envíame por ahora una, la que prefieras, y la incluyo. Luego veremos otra. Y gracias, pana, por guardarlas. Significa que te gustaron. Si te es fácil envíamelo a juliocr32@hotmail.com

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