Lo
insólito es que pasa...
Bien,
tal vez no tan descaradamente, aunque siendo totalmente honestos,
¿piensan que no habrán personas, sujetos, que lo hagan a propósito?
Los fetiches son difíciles de apartar de la mente, hay que
reconocerlo. Claro, que de allí a pegarle la pelvis a otra persona
en el trasero, en medio de un transporte público media una distancia
muy grande... Aunque no se puede dejar de reconocer que a un nivel de
fantasía sexual (y dicen que los hombres pensamos muchos en eso),
suena excitante. Repito, como fantasía.
Es
notable la cantidad de relatos calientes que hay al respecto,
heterosexuales y gay, sobre personas “atacadas” (a la que se le
mete mano) en el Metro o un autobús, en medio de otras personas. El
porno mexicano escrito tiene buenos ejemplos de esto; filmados, los
japones tienen cintas que son increíbles. Casi casi delictivas. Por
no hablar de las caricaturas, mangas o animes. Incluso yo, en otro
blog que llevaba, tenía un relato al respecto, De Amos y Esclavos, y
pienso reproducir la escena a la primera oportunidad. Relato y blog
que, lamentablemente, perecieron en el estallido de un volcán de
nueva conciencia. Como fantasía, esto es bueno, sólo a ese nivel,
imaginar qué se sentiría si uno lo hiciera, para probar. O que se
lo hagan a uno, si ese es el gusto. Pero de allí a abusar de damas o
muchachitos, dista nuevamente una distancia grande.
Personalmente
odio estar muy cerca de muchas personas rodeándome. No me gusta
viajar en el Metro por eso. Es incómodo estar de pie, tieso,
sabiendo que al menor vaivén uno va a chocar de otra persona. U
otras, porque eso es multitud. O que se le tiene que ver a la cara,
se quiera o no, todo el mundo intentando evadir las miradas. Una vez
me pasó que, debiendo viajar de Guatire a Caracas durante varias
mañana, me tocara irme por los autobuses de Petare a falta de carro
directo, y allí tomar el Metro hasta el Centro. Ese perol iba lleno
hasta el techo, y para colmo ese día cargaba una bolsa en una mano,
cuando generalmente viajo sin llevar nada, ni un koala. Bien, iba
agarrado con una mano del tubo que cruza el vagón, tieso porque
estaba completamente rodeado de personas, una cartera se me metía en
un costado, y una joven bajita, de anteojos, veía sus mensajes
totalmente recostada de mí, prácticamente llevaba la nuca apoyada
en mi axila, así, tan pancha. Y la mano en la cual cargaba la bolsa,
la mantenía tan rígida como el brazo porque justo justo estaba
prácticamente metida en el trasero de un muchacho, que también veía
el celular y se dejaba ir con el vagón y a cada rato le rozaba sin
querer (juro que era sin querer). Hacía tantos esfuerzo por no
moverme que, fuera de un dolor en el hombro, era como mas consiente
de cada tocada que le daba en las nalgas. No respiré tranquilo hasta
que salí de allí en una estación popular, La Hoyada, así que
pensé que me sería fácil. No, nada que ver, todavía me tocó
fregar pelvis de muchas otras personas para escapar. Todo un
infierno. ¡Y hay gente que viaja así todos los días!
Esto
me recuerda el cuento que echara una vez una prima mía, una de las
personas más escandalosas y alegre que puedan imaginar, sobre un
viaje que hizo de El Rodeo al pueblo, en Guatire. Iba sentada en uno
de los puestos del pasillo, eso estaba lleno y un carajo, de pie, se
le recostó del hombro. Con aspavientos ella nos decía que lo
sentía, el miembro del sujeto que se apoyaba como si nada, y que en
cuanto el autobús arrancó el tipo se frotaba como al descuido. Ella
gritó que qué le pasaba, si es que iba a hacérselo allí mismo. El
tipo, todo rojo, se apartó. Pero, riendo, nos juraba que si, que ya
se veía medio maluco, y que hasta ella misma ya sentía un calorcito
por dentro. Dios, cómo me reí...
¿Imaginan
que algo así les pase? ¿Sería cosa de echar para atrás para
verificar? ¿No se estaría enviando un mensaje confuso?
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