Si,
nunca parecía tener suficiente, carajo. Se metía todo lo que podía,
cualquier cosa alargada y gruesa que separara los labios de su coño,
que se lo dilatara y abriera. ¿Lo hacía simplemente por zorro?
Aunque a muchos ha intrigado ese asunto en aquel equipo profesional
de lucha, nadie se lo ha preguntado a él directamente. El carajo era
bueno en sus encuentros y aún mejor para practicar, pero todos
sabían que cuando se metía en los vestuarios con aquel olor a
zapatos, axilas, sudor y suspensorios mojados, le encontrarían en
esas. Y que si se ofrecía a practicar, llevando el culo afuera, era
porque no había terminado y necesitaba de quien se lo llenara.
Aunque todos se dijeran “no lo haré; no con este sucio marica; si
mi novia supiera...” después de un rato tan sólo quieren los
labios de ese rostro rodeándoles el tolete, y los de ese culo
exprimiéndoselos buscando la leche. ¿Calentorro? ¿Sólo era eso,
su naturaleza? No, es por el deporte en sí. Todo esos machos
atrapándose, revolcándose, jadeando uno contra el otro; todos
pensando, conscientemente o no, “voy a dominar a esta perra”,
sometiéndoles sobre una colchoneta bajo efecto de sus virilidades
terminaba afectando a estos atletas... llevando a uno que otro a
probarlo.
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