Todo
el equipaje que algunos parecen necesitar cargar...
......
-Papá... -comienza Logan.
-Déjalo, está agonizando. -Yabor le detiene, acercándose al hombre en la cama, sereno.- Vengo a despedirme, papá. No creo que volvamos a vernos. Parte en paz. Que sea indoloro. Si hay algo del otro lado... Bien, todos necesitamos perdón. -y sin más, a paso rígido, conteniéndose, va hacia la puerta. Era todo lo que esperaba.
-¿Ya lo alteraste? ¿Estás contento? -su madre le recibe afuera, dura. Pero no se detiene, aunque le cuesta todavía más respirar.
Cruza entre los familiares sin despedirse, sin mirarles, desoyendo a Logan que le llama. Ya eso estaba resuelto, se dice, aunque le cuesta contenerse para no salir corriendo, escapando de todos, sintiendo un extraño dolor en un costado. ¿Pena? ¿Un cáncer también formándosele? No lo sabe, no le importa. Ahora podía concentrarse en su tarea... Sí lograba quitarse todo eso de la cabeza. Así no podría funcionar. El masaje había ayudado a prepararle, pero ahora...
Dentro de la habitación, con el sonido de los monitores, el anciano sonríe con amargura. ¡Perdón! Cómo si deseara el perdón del pequeño monstruo. Tal vez si debía pedirlo por permitirle crecer. Debió... Tose, tose mucho, todos se acercan a la carrera, igual una enfermera. Todos derraman vacías palabras alentadoras, suaves, casi como si susurraran ya sobre su cadáver, piensa con rabia. Les odia también, aunque no tanto como al chiquillo marica. Así que le alegra escuchar a Tania decir que sabía que la visita de Yabor le alteraría. Si, quiere que sigan odiándole más allá de él, piensa con rencor terrible.
Y, con el tiempo, alguien encontraría lo que dejó por escrito. Esa Pequeña basura, ese monstruo al que un día llamó “hijo” tendría, al final, el castigo que merecía. Ya no podrían protegerle, piensa mirando al afectado Logan. No de él. Casi sonríe tras la máscara.
......
Aún atrapado por una mano por el joven, guapo y sexy ex marine, Alan Benedettis tiembla de emoción mientras cruzan el pasillo de referencias de literatura rusa, con sus muchas y apretadas hileras de libros... no tan populares. Un lugar donde los chicos y chicas se perdían unos momentos para... Su corazón palpita con emoción, mucha. Nada más sentir el agarre de Chad Hammon contra su piel ya se siente caliente, pero... duda. Y se atormenta.
Llegan casi al final de la estancia, el olor a libros rodeándoles, la mala iluminación mostrándoles, y sin soltarle, Chad se recuesta de una fila a sus espaldas, mirándole. Y tiembla, porque no sabe qué hacer. ¿Bajar, abrirle la bragueta y...? Casi pega un bote cuando, soltándole la mano, el ex marine la lleva a su rostro, ahuecándola contra su costado.
-¿Nervioso?
-Mucho. -¿para qué mentir?, confiesa sonriendo, rojo de cara, sus ojos muy abierto tras los cristales. Aquello era como un sueño, estar cerca del sensual hombre, y sin embargo tiene miedo. De no estar a la altura. Esperaba que las ganas suplieran la falta de experiencia.
-¿No deseas... continuar? -la pregunta le toma por sorpresa.
-No. ¡Digo si! Claro que quiero, pero...
-Estás nervioso, lo sé. ¿Primera vez?
Casi responde que no, que ya ha estado nervioso antes, pero no quiere jugar al tonto. Apenado asiente. Joder, si, a pesar de su edad era virgen. Fuera de unos cuantos besos emocionantes con chicas no había llegado más allá, y el miedo a que sus padres, los conocidos o en la iglesia supieran algo de sus verdaderas inclinaciones sexuales le impidió buscar a otros chicos; no soñar con ellos, claro, pero los deseos no preñaban ni enseñaban el qué hacer en el momento exacto. Cómo ahora.
-¿Sabías que yo...? -duda y se humedece los labios con la lengua, sintiendo estremecimientos cuando Chad sigue su movimiento.
-He notado como me miras. -se encoge de hombros.- Oye, no, no te alteres. No creo que nadie más lo hiciera. Me di cuenta porque... te veía. Eres lindo.
-¿Qué? -la sorpresa no le deja pensar. Más de una chica le ha dicho que es mono, guapillo, pero siempre le pareció que lo decían por amistad y amabilidad. Para que no se sintiera mal.
-Eso. Eres lindo. Amable, sonriente, tímido y hasta inteligente. Tus ojos se ven anhelantes tras esos lentes, eso habla de pasión, pero estás tan temerosos de dar un paso que exasperas. Te gustan los hombres, ¿verdad? Entonces, ¿qué esperas? ¿A qué le temes? ¿A delatarte y que te rechacen luego? ¿O a que te rechace esa persona que te gusta? Para lo primero no hay manera, tendrás que correr el riesgo si quieres vivir y sentir, no puedes pasarte la vida ocultándote de ti mismo. Para lo segundo... lo que será para ti, llegará.
-¿Y tu caso? -le reta, sintiéndose mortificado, joder, ¿qué pasaba? Quería tocarlo y ahora le parecía que estaban alejándose del tema. Por su estúpida cobardía.
-Me gusta el sexo- confiesa el otro, todo pancho y riendo.- Preferentemente con chicas, pero si un chico guapo me mira con adoración, pensando que soy lo mejor de este mundo, deseando complacerme... -sonriendo aún más se encoge de hombros.
-Guao, qué modesto eres. No sé si...
No sabe cómo proceder. ¿Deseaba Chad que alargara un mano y le atrapara el tolete todavía tieso bajo las ropas? No lo sabe, tan sólo ve que el otro despega la espalda del estante, afinca el agarre en su rostro y le besa. Le roza suavemente los labios con los suyos y siente que el piso se mueve, que todo da vueltas, que un calor nuevo lo recorrer, que se eriza de una manera diferente. La caricia se profundiza y separa los labios, anhelante, esa lengua tocándoselos suavemente, acariciándole. Y de manera automática eleva los brazos rodeándole el cuello mientras este le atrapa por la cintura. Se abrazan y se besan de manera apasionada, sus lenguas encontrándose, sus alientos mezclándose.
Alan sueña en esos momentos con pasar la noche en brazos de Chad, despertar jugando y riendo, besándole. En salir con él tomados de la mano. Toda una fantasía romántica que le hace gemir cuando el otro le recorre el techo de la boca con su lengua, los chasquidos de saliva escuchándose. Quiere un novio, quiere una relación, quiere...
Siente la palpitante verga contra su bajo abdomen, al ser más bajo; dura, pulsante. Y ya no piensa en besos y flores. Con un brazo le retiene por el cuello, el otro baja y con la mano le atrapa el tolete sobre el jeans, apretándoselo. Quiere eso. Quiere sexo, coño. Todo eso que ha leído mil veces, corriendose miles de veces más. Desea...
Aprieta y soba sin darse cuenta, tan sólo consiente de lo rico que es besarse con el chico mayor mientras esa mole le pulsa contra la mano, sintiendo el leve movimiento de caderas del otro. Rojos de caras se separan, jadeantes. Sus ojos brillando tras los cristales. Le suelta el cuello y la tranca, y monta las manos en su torso, acariciando, apretando y bajando, las manos y el cuerpo al ir inclinándose, mirándole a los ojos, una osadía nueva brillando en los suyos.
-Oh, sí, bebé, es lo que quiero. -ríe complacido Chad, viéndose feliz como se está siempre en momentos así, cuando todo está perfecto.
Con la sangre dejándole sordo de lo fuerte que late en sus oídos, Alan se agacha quedando su rostro agitado a la altura de esa voluminosa, gruesa y desafiante dureza, tocándola de manera febril, apretándola, sobándola a lo largo de la tela, como quien no termina de creerse un sueño largamente anhelado. Mirándole, los lentes casi empañados, le abre la bragueta, lentamente, como pidiéndole permiso todavía. Así de tímido y primerizo era.
-Amo cuando un chico se hace cargo de lo que desea. -le responde el ex marine, animándole, haciéndole sonreír de manera entregada.
Joder, allí, agachado frente a él, sabe que ahora le desea más. Y... tal vez no sólo para darle una mamada. Qué es lo que hará. Con esfuerzo manipula con su mano dentro de esa bragueta, atrapando sobre una tela interior aquella pieza dura y caliente, sacándola del largo y holgado boxer de cuadritos. Es una tranca blanco rojiza surcada de venas hinchadas por las ganas. Tiembla visiblemente, no de temor sino por la intensidad del deseo que toma el control de su joven vida de negaciones. Hunde la cara bajo aquella barra, mirando al ex marine, pegando su lengua casi reverente de la gran vena que recorre la cara posterior, casi desde el nacimiento entre las bolas, que también saca. Siente que se quema cuando hacen contacto, y la recorre de base a punta sintiendo que todo le da vueltas, notando como la pieza se contrae, como Chad jadea sin voz, con la boca muy abierta.
Llegando a la punta con la rojiza y húmeda lengua, recorre el ojete, presionándolo, luego lamiéndola por todos lados, pegándole los labios y dándole besitos chupetones como ha leído en mil historias, estremeciéndose por lo bien que la lisa y suave piel se sentía contra sus labios. Atrapando esos pocos centímetros de virilidad con su boca y sorbiendo, no pensando en orina ni nada cuando esas gotas caen en su lengua y comienza la fiesta.
-Oh, sí, traga más... Traga más, por favor...
Lo hace, temblando de emoción. No era sólo la excitación de por sí grande de estar con el guapo hombre, en un lugar donde podrían pillarles, sino que... Joder, sentir ese tolete deslizándose sobre su lengua estaba llenando toda su cabeza, su mundo; la idea, la sensación era abrumadoramente intensa. Como si... como si eso fuera lo correcto: mamar güevo. Lo cubre, poco más de la mitad, con avidez de principiante, pero no puede seguir, siente que se ahoga, que su boca se cierra, que no puede respirar.
-Relaja la garganta. -oye, como si le llegara de lejos.
Lo hace, jadeando, rojo de cara, mirándole ahogado, deseando complacerle. Quiere cubrir toda la pieza y darle la mamada de su vida, que le quiera por la manera de darlas. La idea es tonta, pero poderosa, así que alza un poco más su cuerpo y endereza el ángulo de su cabeza, relajándose todo lo que puede (es un hombre, carajo, ¡claro que puede tragarse una verga!), y va ganando más y más terreno en ella cada vez, dejando aquella piel suave y dura, nervuda, cubierta de brillante saliva, dando chupadas y... En un momento dado, teniéndole presionado con labios, lengua y mejillas retrocede y le oye gemir, al masajeársele así la traca, y lo repite en su ir y venir, sorbiendo siempre que se retira, ahuecando la lengua bajo la cara inferior cuando va cubriéndole.
Va y viene ganando en alcance, decidido a tragarse esa verga, apretándola en todo momento, teniendo mucho cuidado con los dientes; y se eriza de pies a cabeza con una emoción poderosa, una que han compartido miles de millones de otros hombres a lo largo de la historia de la humanidad mientras maman a un tercero: Chad, llevando una mano en su nuca, medio atrapa su sedoso cabello y le guía de adelante atrás, “obligándole” a cubrir más y más. La sensación del control es intensa y gime con la boca llena. Va y viene, medio ladeando el rostro cuando por pura coincidencia descubre que eso le gusta, y sigue chupando, la saliva escapando de las comisuras de sus labios cuando olvida succionar y tragarla, una saliva que le sabe a hombre.
Se desata, ladea el rostro, rodeándole y apretándole con los tersos labios, la lengua totalmente pegada a la ardiente mole, brindándole placer; se retira apretando fuerte y regresa ladeándose en sentido contrario, cubriendo más de ella, tomando y tomando, ahuecando la garganta, decidido a tragarla, a darle ese placer a Chad, y que tanto le calienta a él mismo. Va y viene chupando, perdiéndose en sensaciones increíbles, su propio tolete late dolorosamente duro, necesitado de atenciones bajo las ropas, y medio tocarse casi le hace gritar. Toma más; joder, tampoco era una verga monstruosa (cosa que nunca le diría al otro hombre), y casi la tiene cubierta, salivando copiosamente, la frente fruncida. Escucharle gemir, afincar el agarre, nada doloroso, tan sólo le estimula más y más. Y teme correrse, literalmente, cuando Chad comienza un suave vaivén, cogiéndole la boca, metiéndosela y sacándola un poco, acompañando sus propios entusiastas movimientos.
La traga, joder, sí, y todavía rebusca más con sus labios cuando los roza de aquel pubis, dentro de la bragueta abierta, su nariz perdida y metida en esos pelos púbicos, donde olfatea y cree que va a desmayarse (se corre un poco, sabe que si, siente cómo algo le chorrea bajo el bóxer y el pantalón), deseando ordeñarla así, seguir succionándola, pero le cuesta. Es la primera vez y tiene que retirarse, mientras Chad ríe bajito, complacido, comenzando nuevamente el vaivén detenido mientras le tenía tragado.
El joven ex marine ríe suave, ronronea echando la cabeza hacia atrás, su cabeza cayendo a un lado, con una beatífica sonrisa de gozo mientras mece indolentemente sus caderas de adelante atrás, empujándole la verga en la garganta, sintiéndola tan apretada y chupada. Es cuando abre los ojos y se congela.
-Pero ¿qué coño es eso? -grazna, muy alerta de repente. Hay formas y siluetas que reconoce y da medio paso.- Ay, coño... -chilla cuando el chico le medio muerde. Soltándole.
-¿Te lastime? Lo siento, lo siento, no quise hacerlo, pero te moviste y... -Alan está rojo llamas.
-Ouch... -frente fruncida, más conmocionado que adolorido, se toca la tranca mojada de saliva y jugos.- Me moví por eso... -señala con la cabeza. Muy serio.- Parece un cuerpo. Y dicen que hubo un “incidente” en otra ala del edificio. -aclara.
Balbuceando, no pudiendo creérselo (¿estaría bromeando en un momento así?), Alan vuelve la mirada, chilla y cae de culo al ver el cuerpo en el piso, cuan largo es, notando sus zapatos, pierna y trasero. Boca abajo. Muy quieto.
......
-Seguridad Nacional es Seguridad Nacional, detective, hasta usted debe entender eso. -grazna, rojo remolacha, el joven agente Morgan Casal, estirando el cuello para parecer más alto y encarar a los dos policías que discuten su autoridad para investigar aquel incidente.
-¿Qué tiene que ver con la seguridad nacional el asesinato en la universidad de una bibliotecaria que...? -comienza Joseph Trenton, pero es interrumpido por una voz dura a sus espaldas.
-No es por ella, que con todo lo dramático y lamentable que es su deceso, especialmente de la forma en la que ocurrió, es un vulgar asesinato como miles al día en este mundo, el drama es por lo robado. Es lo que intento explicarles hace rato pero no parece capaces de entender. -interviene Henry Lestrade. Trenton, ojos brillante de furia, le mira.
-Aquí lo grave es la muerte de esa mujer, y aún eso palidece ante el secuestro. No me interesa que hayan robado Las Leyes de Moisés en piedra. -grazna. Lestrade tan sólo le mira, con cierto desdén.
-Por eso le apartan de la investigación.
El agente Casal cierra los ojos un segundo, presintiendo la tormenta entre los dos hombres, pero es el otro policía quien interviene.
-Una californiana está muerta y se investigará. -agrega este, intentando calmar a todos.
-Y se hará, detective Monroe. -asegura el joven, sonriendo ante la mirada de este.- Sí, ya sé sus nombres. Así de bueno soy. Aunque no lo parezca. -agrega y luego parece reflexionar en lo dicho, frunciendo un tanto la frente.
-Entonces, agente especial Casal, explíquenos qué robaron y por qué es tan importante. -este contraataca, viéndole enrojecer.
-Joder, no lo sabe. -casi grazna Trenton, mirando al más bajito, quien parece todo apurado.
-No hace falta para que haga su trabajo. -tercia Lestrade y el detective rubio tiene que meter las manos en los bolsillos de su pantalón, cerrándolas, para no borrarle el gesto petulante de la cara a ese sujeto por el reconocido y efectivo método de arrancarle la cabeza de un puñetazo.
-Okay, lo tengo. Cambio. -oyen la voz de un uniformado que se acerca mirando al detective blanco, quien en esos momentos se ve rojo rabia.- Señor, encontraron un cuerpo en...
......
Un compungido Alan Benedettis y un sereno Chad Hammon encaran a dos detectives, varios uniformados, un agente especial de Seguridad Nacional, quien les advierte que no deben contar nada de lo que han visto (como si fuéramos a hacerlo para ver si alguien pregunta qué hacíamos aquí, piensa con amargura el chico de anteojos, pasándose distraídamente la lengua por los labios), y un sujeto de porte impresionante que les miraba como a un par de curiosos animalejos de los cuales no está seguro. Contaron sobre el hombre que encontraron tirado en el piso de ese departamento, contestando evasivamente el qué hacían allí. Ambos tienen la molesta impresión de que todos adivinan más o menos el asunto. Finalmente les dejan ir, pero advirtiéndoles que quedan sujetos a nuevos interrogatorios de parte de la policía de Los Ángeles.
La pareja se aleja a paso vivo, Alan todo cabizbajo.
-Qué aventura, ¿eh? -la voz de Chad le hace reaccionar.
-Si. -joder, todo se había echado a perder. La mejor experiencia de su vida y no había terminado bien. Ahora Chad volvería a su vida, a sus chicas y...
-Oye, ¿no quieres ir por un café y una hamburguesa? -le pregunta este, amigable, riendo de su cara de sorpresa, montándole un brazo sobre los hombros.- Creo que hay negocios inconclusos entre nosotros, ¿no? Interruptus, creo que le dicen... Si te interesa. -vacila un poco.
Y la sonrisa de Alan, que aparece un sol, lo dice todo.
......
-Bien, profesor, ¿puede contarnos qué pasó? -el agente Casal, con modales serenos y calmosos, interroga a un adolorido Jeremiah Hayes, quien tiene la cabeza vendada, viéndose algo más obeso que meses antes.
-La doctora Duval y yo revisábamos unos documentos... -mira fugazmente a Lestrade, quien nada hace pero todos sienten que le indica que no hable de más.- ...Cuando el asistente de la mujer sacó algo de su manga, hiriéndola en el cuello. Era una navaja larga y afilada. -el hombre, horrorizado, se estremece.- Quería... quería el documento que estudiábamos. -jadea mirando nuevamente a Lestrade, como pidiéndole que le entendiera.- Y saber qué decía.
-¿Y se lo dijo? -el hombre se ve furioso.
-Tuve qué. Debió ver la facilidad con la que mató a esa buena mujer. -grazna el académico.- Se notó que se ganaba la vida haciendo daño. Y que lo disfrutaba.
-Debió...
-No podía hacer más, señor Lestrade. -tercia el agente Casal, muy serio, mirando fijamente al obeso intelectual.- ¿Puede decirnos algo sobre ese hombre?
-Es un sujeto delgado, joven, de mirada huidiza, de voz algo lenta y... -arruga la cara.- La verdad es que no me fijé mucho en él. Era la primera vez que le veía. Su nombre debe aparecer...
-¿Le dijo la doctora Duval que era su asistente?
-Eh... no, pero lo supuse. Creo que él me lo dijo... -suena vago.
-No, no lo era. Nadie le conoce. Se presentó como un mensajero de su estudio, que traía unos documentos. A usted le hizo imaginar que pertenecía a este ambiente. Vino, robó, secuestró y asesinó, largándose luego con sus objetivos alcanzados. Notable. Y no tenemos la menor idea de quién fue.
-Joder. -gruñe Trenton, pensando, por primera vez, que algo muy extraño estaba ocurriendo allí y que no tenía nada que ver con la víctima. Va a decir algo más pero la mirada del hombre bajito al académico le silencia.
-Parece perseguirle la mala suerte, ¿no es así, profesor? -suspira.- Bien, debo presentar un reporte. -se vuelve hacia los detectives.- Todo suyo, señores. Encuentren al asesino, nosotros buscaremos los documentos.
-¡No puede dejar en manos de estos hombres...! -airado, Lestrade comienza a protestar y Joseph Trenton nuevamente cierra los puños.
¡Ese hombre se lo estaba buscando!
......
Ignorando que encontraría más de lo que busca, muchísimo más, Denton Wilson estudia el local desde su sedán clásico, viejo y feo, pero con un motor potente. Estacionado bajo una farola de bombilla dañada (por él), en el callejón, esperando. El restaurante de comida china de Charlie Kuan (tracalero hasta el final el coreano ese), trabajaba toda la noche, recibiendo dinero, y por la sala de apuestas más que por la comida en sí, que era praticamente basura, aunque Kuan solía bromear diciendo que no era su comida la que sabía a basura, que era la comida china en general. Enfundado en sus ropas oscuras, sus botas de suelas antirresbalantes, su chaqueta negra y sus armas, el hombre espera. Mira en todas direcciones y sale. Kuan solía irse cerca de las doce de la noche, quiere encontrarle cuando crea que el día había terminado y todo estaba bien.
Mirando en todas direcciones cruza a buen paso hacia una entrada lateral en aquella esquina, por el callejón posterior.
-Joder, no van a creer esto. Tenemos visita.- dice el hombre enfocando al otro cruzar la calle con sus binoculares de gran resolución.- Y todo en ese carajo huele a problemas. Prepárense para actuar. Este tío se ve peligroso.
.......
Sabe que no debería estar bebiendo, no antes de partir para una misión, pero Yabor Stanton no puede controlarse. La rabia y el dolor que siente desde el encuentro con la familia necesita ser drenados. Dejar el asunto atrás como siempre lo hace, convenciéndose de que está solo, de que nadie está allí para él, que a nadie importa su suerte. Y que eso estaba bien porque no le debía nada a nadie. Baila frenéticamente en medio de esa pista, entre chicos y hombres guapetones que buscan aliviar el exceso de energías, también para ver y dejarse ver, con la esperanza de un encuentro más íntimo luego. Algo rápido y anónimo, puramente carnal. Bebe y baila de manera abierta, frenética, dejando salir todas sus frustraciones, brillando de sudor, viéndose bonito con su cabello alzado bajo el coqueto sombrerito que lleva, con un pañuelo alrededor de su cuello y una camisa corta hawaiana, una franela rosa y un pantalón de talle bajo muy ajustado. Era, obviamente, un anuncio andante de su sexualidad.
Danza para sí, bebiendo y fumando, aceptando uno que otro porro de los tíos que giran a su lado. De pronto siente unas manos fuertes que caen en su cintura, acompañándole en los pasos; nota que le halan y que su respingón trasero choca de una pelvis, una que muestra un tolete erecto bajo las ropas. El roce es eléctrico, mágico. Sonríe animándose un poco, sin volverse, cerrando los ojos y bailando con más abandono, frotándose abiertamente de esas caderas, refregando aquella verga de manera lenta y deliberada en medio del salón y los otros sujetos. Gime y se muerde los labios cuando una mano abandona su cintura y sube, metiéndose debajo de la franelita y acariciándole todo, subiendo y atrapándole un pezón que roza, estimula y luego pellizca suavemente. Ese tío quería sexo y se movía bien. Perfecto.
Casi derriban la puerta del baño oscuro e inmundo cuando entran, besándose, él y un tipo joven más alto y fornido, quien lo recorre con las manos, el cual parece fascinado con su trasero, uno que toca y soba con fuerza, con ganas. Eso le pone mal, tanto que cuando sus bocas se separan le susurra.
-Lo quiero sucio, rápido y duro. -casi ronronea.
El tipo ríe, mostrando muchos dientes, volviéndole, casi aplastándole de cara contra un lavamanos abajo y un frío espejo arriba, pegándole el cuerpo y frotándose como perro de la pata de una mesa, de arriba abajo. Yabor ronronea todavía más, sintiéndose bien, aunque supiera que era sólo por un rato, contento, olvidando todo. Ese tipo le abre el cinturón tachonado, y el pantalón, bajándoselo un poco y riendo.
-¿Una tanga? ¿En serio? -le oye susurrar a su oído, respirándole pesadamente, el eco de la música llegando hasta ellos.
-Y una de las bien putas. -responde, sonriendo, mirándole en el espejo. Eso hace que el otro le presione más.
-¿Eso eres? ¿Una puta callejera necesitada de vergas?
-Una bien barata y sucia y necesitada.
El chico parece estallar, le baja un poco el pantalón y esa tanga, azotándole las redondas nalgas con su dura verga color canela. Sentirla hace que Yabor gima con los ojos cerrados, sonriendo, sin recordar nada más. Quiere que le folle, allí, frente a ese lavamanos, mirándose al espejo mientras el otro se lo saca y mete del culo, dándole donde la gusta, en ese punto de placer que hacía que todo fuera menos horrible por ratos.
Y lo haría, le tomaría... lo que llevaría al desastre poco después. Porque eso era su vida: una mierda.
CONTINÚA … 7
No hay comentarios.:
Publicar un comentario