CAMBIO
Era
tan odioso...
Los gemidos le erizaron e hicieron temer lo que encontraría cuando entrara al cuarto del viejo; y, en efecto, allí estaba, dándole machete, duro y parejo, al muchacho. Carajo, cómo se estremece este, cómo lloriquea y suplica por más mientras lo culea. Ay, carajo, le pilló mirando. Con la respiración agitada comprende. El hijo de perra ese le mira y sonríe porque sabe que allí, viéndole follar a su más nuevo yerno, él deseaba que aquellas fueran sus piernas en aquellos hombros llenos de pelos.
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