El
chico maleducado en el cine era el típico cretino creído; riendo y
eruptando como un cerdo al que nadie podía decirle algo porque era
un duro como capitán del equipo de lucha. Uno que debe ir al
sanitario y escucha un sonido, como de chupadas, de “cómetelo
todo”, de “quieres leche”, sintiéndose alegremente intrigado,
casi caliente imaginando a un chico mamando a otro, ¡qué sucio y
erótico! Y es cuando esa pieza aparece, así, tiesa, dura, como
esperando una mano, una boca golosa... o un culo curioso. Dios, la
sorpresa, las dudas, el miedo a ser visto viendo aquello, o pillado
tocando. Pero estaba allí, ofrecida. Y tocarla fue su perdición.
Mierda, ¡qué bien se sentía un güevo ajeno en la mano! ¿Y
chuparlo, sentirlo pulsando sobre la lengua y mojándosela? Eso era
relamerse. Gozarlo. Tanto que ya no razona que está en el baño de
una cine mientras le llenan el culo de verga. Pero, en fin, nadie le
conocía por ahí, ¿verdad? No era como si ese tipo... pero mientras
chilla subiendo y bajando entusiasta, se pregunta quién será. La
idea de que sea otro pana del equipo, algún rival dentro de los
vestuarios, u otro cualquiera porque todos sabían que su novia era
la más bella del campus y ya nada más que por ello le odiaban, tal
vez le tendía una trampa. ¿Y si fuera el nerd con el cual comparte
cuarto? Pero esas posibilidades no se le ocurre sino casi hasta el
final, y chilla soltando leche a litros de lo caliente que eso le
pone...
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