domingo, 14 de julio de 2019

EL CONSOLADOR DE PLATA... 13

EL CONSOLADOR DE PLATA                         ... 12
   Los chicos del bazar...
......
   -¿Qué...? -de entrada le cuesta procesar todo aquello, comprenderlo, y sentado sobre la arena tan sólo mira al chico rubio algo despeinado y alarmado, semi inclinado sobre él.
   -Que su asistente y el chico egipcio salieron de aquí, desnudos, meneando los traseros de manera procaz, y les exigieron a todos los hombres en el campamento que les dieran duro por sus culos. -Jean Luc puntualiza algo exasperado.
   Con todo y escucharlo, comprenderlo finalmente, a Ryan le cuesta encontrar qué responder. Si todavía intentaba entender lo ocurrido la noche anterior, el cambio sexual de los muchachos... y su propia lujuria. Es que, aún medio recordar todo, a pesar de cierta vergüenza y rabia, también le provoca calor en la piel. Todavía mira al joven, moviendo los labios sin emitir sonidos. Pasea la mirada y… Parpadea y vuelve a pasarla por todo el lugar, sintiendo un frío horrible en las entrañas. ¿Y la pieza maldita, el consolador de plata?
   -¡Houston! -el bramido del chico le regresa al presente, a este.- Debe... hacer algo. Los chicos subieron buscando sexo... y lo consiguieron.
   -¿Qué? -croa.
   -Tiene que subir y verlo para creerlo. -jadea este, alzando las manos como si quisiera abarcar el mundo.- Y la patrulla egipcia enviada por el sargento ese...
   -Por Dios, ¿llegaron?
   -Hace rato. De hecho andaba preocupado porque pensé que bajaríamos al templo antes de que llegaran... pero usted no apareció para convocarnos. Por cierto, ¿qué hacía aquí, como desmayado, en ropa interior y con su miembro afuera?
   -No es de tú incumbencia. -jadea feroz y cortante, rojo de cara. El rodar de los ojos del otro le irrita, pero entiende que ya no puede impresionarle. No cuando le viera dormido con la verga afuera, o desmayado.- Cuando... Cuando salieron Andy y Hasani ¿no notaste si llevaban algo en las manos? -el corazón se le cae a los pies, y de ahí a la arena, cuando el rubio enrojece.
   -Sí, y parecían amar esa cosa. Asim me la arrojó, era tan extraño. -se ve confuso y Ryan se tensa cuando ya se ponía de pie.
   -¿No te... afectó?
   -¿Afectar, cómo? -parece confuso, luego molesto.- Oiga, no imaginarás que ando fijándome en cada pieza que...
   -No, no es por eso. -vaya, a Jean Luc pareció no inducirle al frenesí sexual. Si es que fue el aparato ese el causante de todo, se dice mientras se viste a toda prisa, ahora si consiente de cierta mirada curiosa y de interés del muchacho. Pero, como estaban las cosas, ya no podía decirle nada.
   -La patrulla llamó al sargento ese. El de ayer. -informa Jean Luc, de pasada.
   El americano lanza un profundo gemido, ¿qué otra cosa podía salir mal?
......
   Sube a toda prisa, seguido por Jean Luc, el cielo casi le cegó al salir del templo bordeando la pequeña loma de arena de la entrada. Joder, parecían las nueve o diez de la mañana. ¿Cómo pudo dormir tanto? Bien, esos dos le habían agotado. Literalmente. Acercándose al lugar donde reposan las carpas, y un jeep que no es del grupo, que imagina de la patrulla egipcia, escucha los gruñidos y gemidos. Erizándose. Un alarmado Tarik sale a su encuentro.
   -Sahib, han enloquecido. -exclama, casi morado.- Quisieron... quisieron...
   -Montársele en el regazo. -interviene Jean Luc, como mortificado, torciéndole los ojos al chico nubio, el cual parece entristecerse. Aparentemente algún tipo de discusión había ocurrido entre ellos.
   Pero Ryan no tiene tiempo para eso. Corre hacia el interior del círculo alrededor de la fogata extinta que forman las carpas y los rústicos detenidos. Frenando en seco.
   Eso está lleno de hombres de piel cobriza y fieros cabellos negros, de barbas y bigotes, trabajadores y uniformados, en diferentes grados de desnudez, acariciando eso sí, todos ellos, sus voluminosos toletes tiesos que gotean de ansiedad, unos con pantalones, otros con camisas y los culos afueras, en botas militares o sandalias. Todos rodeando una toalla tendida en la arena y una enorme cava para alimentos. Sobre la manta, en cuatro patas, Hasani Asim ronronea y ríe a pesar de tener la boca ocupada por dos gruesas trancas, de dos carajos que cadera con cadera, hombro con hombro, luchan por enterrarles sus güevos tiesos en la golosa cavidad que se abre e intenta atraparlos. A pesar de la temprana hora (no tan temprana la verdad sea dicha le recuerda una voz al americano), el chico brilla con una fina capa de humedad que descubre no es toda sudor. Son líquidos preseminales que han goteado sobre él, de los tipos que se soban casi sobre él, así como corridas de esperma.
   Mientras su boca va de una tranca a la otra, pegando los labios y chupando, salivando de ganas, su culo es macheteado una y otra vez, duro, por uno de los uniformados que seguramente enviara el sargento Musim Proyas, de fiero bigote, rostro cuadrado, cuarentón, quien saca y mete la verga de aquel culo que lo traga con unos escandalosos plop plop, impresionantes, mientras gotea esperma de previas enculadas. Y ese hombre, mientras lo folla, rodeándóle la delgada cintura con sus manos grandes, echa la cabeza hacia atrás, el sombrero no cayéndosele, y se ve que goza, que ese culo estaba dándole placer, uno indescriptible, y que quería más. Sus caderas velludas van y vienen con fuerza, azotando al muchacho, y cada empujada de aquella mole por el anillo del culo parecía calentarles aún más y más. Y si Hasani era un espectáculo de erotismo y cachondez, Andrew Stoner no le iba a la zaga.
   -¿Te gusta, pequeña zorra americana? -le rugía un hombresote casi negro, de culo sobre la cava, los brazos echados hacia atrás sobre la arena, mientras el chico, dándole la espalda, sonreía completamente ensartado sobre su barra.
   -Si, si, si... -chilla este, riendo de manera totalmente maricona, con cara de gozo absoluto, también completamente desnudo, sus mejillas y torso bañados de esperma, de culo sobre ese regazo peludo, medio echado para atrás, porque otro sujeto, de frente a él, metido entre las piernas de ambos, le clavaba también su tolete, otra tranca color canela clara, casi tan grande y gruesa como la del moro. Este es un cuarentón de los trabajadores que vinieron con la expedición, el cual le tenía atrapadas las rodillas para sostenerle allí, mientra ellos dos mecían sus caderas, metiéndole sus güevos, rozándole, llenándole, dilatándole al máximo con sus duras, nervudas y ardientes piezas masculinas que frotaban una de la otra.
   Y mientras lo cogen a dúo, sincronizados, los dos toletes empujándosele hondo, casi alzándole en peso, Andy chilla tanto que alguien, seguramente molesto de tanta putez, se coloca al lado del trío y atrapándole la suave, húmeda y brillante cabellera le guía hacia su tranca, que traga con gula, saboreándola con unos “hummm”, que los erizan todavía más.
   Esos dos culos palpitan llenos de toletes, de hombres, de duras virilidades, pero parecen querer más. Parecen capaces de secar todas las bolas del mundo, de convertir a cada hombre en adicto a sus agujeros como ellos eran esclavos del apetito despertado por el sagrado consolador de plata, fundido en las llamas de Eitione, diosa del pueblo olvidado que todos llamaban Sherai. Fuego que era el aliento de la  deidad maligna y traviesa que perdía a los hombres.
   Pero no es todo, todavía fascinado, sintiendo su verga dura, palpitando, deseando sacarla y enterrarla en una de esas bocas, mejor, en uno de esos culos sedosos rodeado de pelos, sacándoles todas esas leches mezcladas de hombres apasionados, Ryan repara en la capota de otro jeep, donde un joven y fornido guardia de Proyas, de espaldas, desnudo de la cintura para abajo, era enculado por un cincuentón, uno de los empleados. El cual le daba tan fuerte que el mismo jeep parecía mecerse mientras el joven y fornido uniformado chillaba largamente... y otros dos hombres esperaban turnos.
   -¿Que...? ¿Qué le ocurrió a ese? -le pregunta a Jean Luc, quien parece mortificado por todo lo que ve.
   -No lo sé...
   -Vino con los otros soldados, sahib. -aclara Tarik.- Fue quien le quitó esa cosa de plata de las manos a sahib Stoner. Dándosela al sargento Proyas. -Ryan siente un frío de temor.
   -¿Lo tomó? ¿El sargento lo agarró? -joder, a estas horas el recio egipcio...
   -No, sahib, ordenó lo dejaran en el asiento de su jeep. Y ahí se lo llevó... creo que al fuerte de los ingleses. Hace unos diez minutos.
   Ryan, por un segundo no entiende, luego la terrible verdad se abre paso en su mente.
   -¡Ese maldito hijo de puta! -ruge con alarma y temor, corriendo hacia uno de los rústicos. ¡Tenía que detenerle!
CONTINÚA ... 14

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