Los
chicos del bazar...
......
-¿Qué...?
-de entrada le cuesta procesar todo aquello, comprenderlo, y sentado
sobre la arena tan sólo mira al chico rubio algo despeinado y
alarmado, semi inclinado sobre él.
-Que
su asistente y el chico egipcio salieron de aquí, desnudos, meneando
los traseros de manera procaz, y les exigieron a todos los hombres en
el campamento que les dieran duro por sus culos. -Jean Luc puntualiza
algo exasperado.
Con
todo y escucharlo, comprenderlo finalmente, a Ryan le cuesta
encontrar qué responder. Si todavía intentaba entender lo ocurrido
la noche anterior, el cambio sexual de los muchachos... y su propia
lujuria. Es que, aún medio recordar todo, a pesar de cierta
vergüenza y rabia, también le provoca calor en la piel. Todavía
mira al joven, moviendo los labios sin emitir sonidos. Pasea la
mirada y… Parpadea y vuelve a pasarla por todo el lugar, sintiendo
un frío horrible en las entrañas. ¿Y la pieza maldita, el
consolador de plata?
-¡Houston!
-el bramido del chico le regresa al presente, a este.- Debe... hacer
algo. Los chicos subieron buscando sexo... y lo consiguieron.
-¿Qué?
-croa.
-Tiene
que subir y verlo para creerlo. -jadea este, alzando las manos como
si quisiera abarcar el mundo.- Y la patrulla egipcia enviada por el
sargento ese...
-Por
Dios, ¿llegaron?
-Hace
rato. De hecho andaba preocupado porque pensé que bajaríamos al
templo antes de que llegaran... pero usted no apareció para
convocarnos. Por cierto, ¿qué hacía aquí, como desmayado, en ropa
interior y con su miembro afuera?
-No
es de tú incumbencia. -jadea feroz y cortante, rojo de cara. El
rodar de los ojos del otro le irrita, pero entiende que ya no puede
impresionarle. No cuando le viera dormido con la verga afuera, o
desmayado.- Cuando... Cuando salieron Andy y Hasani ¿no notaste si
llevaban algo en las manos? -el corazón se le cae a los pies, y de
ahí a la arena, cuando el rubio enrojece.
-Sí,
y parecían amar esa cosa. Asim me la arrojó, era tan extraño. -se
ve confuso y Ryan se tensa cuando ya se ponía de pie.
-¿No
te... afectó?
-¿Afectar,
cómo? -parece confuso, luego molesto.- Oiga, no imaginarás que ando
fijándome en cada pieza que...
-No,
no es por eso. -vaya, a Jean Luc pareció no inducirle al frenesí
sexual. Si es que fue el aparato ese el causante de todo, se dice
mientras se viste a toda prisa, ahora si consiente de cierta mirada
curiosa y de interés del muchacho. Pero, como estaban las cosas, ya
no podía decirle nada.
-La
patrulla llamó al sargento ese. El de ayer. -informa Jean Luc, de
pasada.
El
americano lanza un profundo gemido, ¿qué otra cosa podía salir
mal?
......
Sube
a toda prisa, seguido por Jean Luc, el cielo casi le cegó al salir
del templo bordeando la pequeña loma de arena de la entrada. Joder,
parecían las nueve o diez de la mañana. ¿Cómo pudo dormir tanto?
Bien, esos dos le habían agotado. Literalmente. Acercándose al
lugar donde reposan las carpas, y un jeep que no es del grupo, que
imagina de la patrulla egipcia, escucha los gruñidos y gemidos.
Erizándose. Un alarmado Tarik sale a su encuentro.
-Sahib,
han enloquecido. -exclama, casi morado.- Quisieron... quisieron...
-Montársele
en el regazo. -interviene Jean Luc, como mortificado, torciéndole
los ojos al chico nubio, el cual parece entristecerse. Aparentemente
algún tipo de discusión había ocurrido entre ellos.
Pero
Ryan no tiene tiempo para eso. Corre hacia el interior del círculo
alrededor de la fogata extinta que forman las carpas y los rústicos
detenidos. Frenando en seco.
Eso
está lleno de hombres de piel cobriza y fieros cabellos negros, de
barbas y bigotes, trabajadores y uniformados, en diferentes grados de
desnudez, acariciando eso sí, todos ellos, sus voluminosos toletes
tiesos que gotean de ansiedad, unos con pantalones, otros con camisas
y los culos afueras, en botas militares o sandalias. Todos rodeando
una toalla tendida en la arena y una enorme cava para alimentos.
Sobre la manta, en cuatro patas, Hasani Asim ronronea y ríe a pesar
de tener la boca ocupada por dos gruesas trancas, de dos carajos que
cadera con cadera, hombro con hombro, luchan por enterrarles sus
güevos tiesos en la golosa cavidad que se abre e intenta atraparlos.
A pesar de la temprana hora (no tan temprana la verdad sea dicha le
recuerda una voz al americano), el chico brilla con una fina capa de
humedad que descubre no es toda sudor. Son líquidos preseminales que
han goteado sobre él, de los tipos que se soban casi sobre él, así
como corridas de esperma.
Mientras
su boca va de una tranca a la otra, pegando los labios y chupando,
salivando de ganas, su culo es macheteado una y otra vez, duro, por
uno de los uniformados que seguramente enviara el sargento Musim
Proyas, de fiero bigote, rostro cuadrado, cuarentón, quien saca y
mete la verga de aquel culo que lo traga con unos escandalosos plop
plop, impresionantes, mientras gotea esperma de previas enculadas. Y
ese hombre, mientras lo folla, rodeándóle la delgada cintura con
sus manos grandes, echa la cabeza hacia atrás, el sombrero no
cayéndosele, y se ve que goza, que ese culo estaba dándole placer,
uno indescriptible, y que quería más. Sus caderas velludas van y
vienen con fuerza, azotando al muchacho, y cada empujada de aquella
mole por el anillo del culo parecía calentarles aún más y más. Y
si Hasani era un espectáculo de erotismo y cachondez, Andrew Stoner
no le iba a la zaga.
-¿Te
gusta, pequeña zorra americana? -le rugía un hombresote casi negro,
de culo sobre la cava, los brazos echados hacia atrás sobre la
arena, mientras el chico, dándole la espalda, sonreía completamente
ensartado sobre su barra.
-Si,
si, si... -chilla este, riendo de manera totalmente maricona, con
cara de gozo absoluto, también completamente desnudo, sus mejillas y
torso bañados de esperma, de culo sobre ese regazo peludo, medio
echado para atrás, porque otro sujeto, de frente a él, metido entre
las piernas de ambos, le clavaba también su tolete, otra tranca
color canela clara, casi tan grande y gruesa como la del moro. Este
es un cuarentón de los trabajadores que vinieron con la expedición,
el cual le tenía atrapadas las rodillas para sostenerle allí,
mientra ellos dos mecían sus caderas, metiéndole sus güevos,
rozándole, llenándole, dilatándole al máximo con sus duras,
nervudas y ardientes piezas masculinas que frotaban una de la otra.
Y
mientras lo cogen a dúo, sincronizados, los dos toletes
empujándosele hondo, casi alzándole en peso, Andy chilla tanto que
alguien, seguramente molesto de tanta putez, se coloca al lado del
trío y atrapándole la suave, húmeda y brillante cabellera le guía
hacia su tranca, que traga con gula, saboreándola con unos “hummm”,
que los erizan todavía más.
Esos
dos culos palpitan llenos de toletes, de hombres, de duras
virilidades, pero parecen querer más. Parecen capaces de secar todas
las bolas del mundo, de convertir a cada hombre en adicto a sus
agujeros como ellos eran esclavos del apetito despertado por el
sagrado consolador de plata, fundido en las llamas de Eitione, diosa
del pueblo olvidado que todos llamaban Sherai. Fuego que era el
aliento de la deidad maligna y traviesa que perdía a los
hombres.
Pero
no es todo, todavía fascinado, sintiendo su verga dura, palpitando,
deseando sacarla y enterrarla en una de esas bocas, mejor, en uno de
esos culos sedosos rodeado de pelos, sacándoles todas esas leches
mezcladas de hombres apasionados, Ryan repara en la capota de otro
jeep, donde un joven y fornido guardia de Proyas, de espaldas,
desnudo de la cintura para abajo, era enculado por un cincuentón,
uno de los empleados. El cual le daba tan fuerte que el mismo jeep
parecía mecerse mientras el joven y fornido uniformado chillaba
largamente... y otros dos hombres esperaban turnos.
-¿Que...?
¿Qué le ocurrió a ese? -le pregunta a Jean Luc, quien parece
mortificado por todo lo que ve.
-No
lo sé...
-Vino
con los otros soldados, sahib. -aclara Tarik.- Fue quien le quitó
esa cosa de plata de las manos a sahib Stoner. Dándosela al sargento
Proyas. -Ryan siente un frío de temor.
-¿Lo
tomó? ¿El sargento lo agarró? -joder, a estas horas el recio
egipcio...
-No,
sahib, ordenó lo dejaran en el asiento de su jeep. Y ahí se lo
llevó... creo que al fuerte de los ingleses. Hace unos diez minutos.
Ryan,
por un segundo no entiende, luego la terrible verdad se abre paso en
su mente.
-¡Ese
maldito hijo de puta! -ruge con alarma y temor, corriendo hacia uno
de los rústicos. ¡Tenía que detenerle!
CONTINÚA ... 14
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