
De
K.
A veces un chico tan sólo aspira a divertirse un poco...
...
-¿Qué haces, maricón? ¡Suéltame! –grita alarmado, atrapándole la muñeca con mano de hierro, no iba a caer en eso otra veza, se dice dispuesto a alejársela, pero el otro, desagradable, sonríe más todavía, agitando los dedos una y otra vez, sutil pero con rapidez, contra sus bolas, los dedos alcanzando la raja conde la tela se pierde.- ¡Ahhh! –no puede evitar el jadeo.- ¿Qué mierda de tela…?
-Es tecnología de Fuckuyama, señor cliente, siempre pensando en brindar emociones intensas. –le recita el tipo, sonriéndole casi al rostro, bañándole con un aliento que le apesta ligeramente.- ¿No es esta una nueva y grata experiencia? –le reta burlón, apretándole las bolas con suavidad, un dedo, el medio, arando sobre la tira que va a la raja y a su culo.
Aunque intenta resistirse, alejarse, Jacinto sabe que está en problemas, en muchos problemas, no sólo cuando separa las piernas para que ese hombre lo toque con más facilidad allí, así, apretándole, rascándole las bolas sobre la tanga, sino cuando esta parece calentarse y estimular de alguna manera su verga y culo. Es como si realmente una mano se hubiera metido entre sus nalgas y unos dedos que no puede ver estuvieran ya no sólo tocándole y sobándole, sino rascándole sobre el ojete con ganas de meterse. Es una sensación eléctrica que le debilita las piernas y hace pulsar su erecto tolete bajo la suave y elástica tela que lo contiene sin que nada escape. Era como si fuera pintura sobre su miembro, detallando la cabezota en forma de nabo y cada vena y rugosidad.
-Fuckuyama, querido cliente, tiene una vasta gama de productos que pueden hacer más excitante su vida. Más… satisfactoria. –le dice ese sujeto a la cara, sonriendo torvo, controlándole con aquella mano. Con la otra…
Jacinto, incapaz de moverse o presentar algún tipo de resistencia, como no sea únicamente jadear y abrir y cerras espasmódicamente su culo por las poderosas sensaciones que lo recorren, mira horrorizado, sin embargo, como el tipo abre su ajustada camisa de cuadros, mostrando un pecho blanco, de tetas algo caídas, visibles a pesar del vello negro que lo cubre, que brilla con… oh, Dios, sudor. La panza, redonda, está igual. ¿Por qué hacía esa vaina?, se pregunta alarmado y con asco, uno visible en su bonito rostro masculino de machito fortachón. El sujeto parece adivinarle.
Y ocurre, ese tipo mete la mano aún más entre sus piernas, rozándole las bolas sobre la tanga con la muñeca, haciendo que ambas se contraigan en su saco, que su tolete escupa unas pocas gotas contra la tanga. La mano baja más, y un dedo acaricia lentamente, muy lentamente, la raja de su culo, su ojete sobre esa tela calentita. Todo gira alrededor del hermoso adonis cuando la caricia despierta ecos en todo su cuerpo, tiene la piel erizada, los vellos de la nuca parados, sus tetillas marrones imposiblemente duras. Su culo tiembla apreciablemente, lo siente como si frunciera su propia boca frente a un espejo, bajo la tela y ese dedo que va y viene. Un calor intenso estalla en sus entrañas, algo pulsa internamente contra su próstata, y siente que se le moja. Es algo que baja, desconcertándole.
-Ahhh… -casi llora, cerrando los ojos, boca muy abierta cuando ese sujeto horrible y burlón, bordeando la tira del hilo dental mete media falange en su culo que se abre y lo deja entrar con facilidad, cerrándose violentamente sobre él, sufriendo espasmos como… halándolo.- Ahhh… -no puede decir o hacer nada más. Todo su cuerpo es una dura masa de lujuria, su mente se apaga y tan sólo se activan los centros de placer.
Es tanto que, aunque intenta impedirlo, le hace temblar las piernas y cae contra ese tipo, que lo sostiene con su otro brazo fofo. A Jacinto le parece horrible pegar de ese cuerpo blando y peludo, contra esa barriga prominente que parece latir con su propio ritmo cuando el otro toma aire y sus vísceras trabajan. Y el sudor, el que estaba sobre su piel, el que brillaba entre los pelos, y el aroma viejo que le llega de frente y le marea todavía más. No, no, debe separarse, apoya sus fuertes manos en esos hombros de blanda musculatura, notando indefenso la sonrisa burlona del otro, que comienza a sacarle y meterle esa media falange del culo. Aquello provoca un nuevo estallido de lujuria, también de debilidad. Controlándole.
-Vamos a tu cuarto para que hablemos de un bono para los mejores clientes. –le dice.
Los miedos de Jacinto se intensifican, pero nada puede hacer, no sintiéndose tan debilitado, su piel mojándose con el pegajoso sudor del otro, ese dedo que no abandonaba su culo. Si se sentía así con media falange… Entran y el tipo, después de mirarlo todo, cae sentado en la cama, de frente al espejo, arrastrándole con él.
-Te ves increíble con ese hilo dental puesto. –le dice mirándole al espejo, obligándole a verse. Joven, fornido, casi desnudo con un hilo.- Eres afortunado, muchos desean llevarlos y pocos los lucen como tú. –esas palabras, de alguna manera halagan al fortachón, si tan sólo fuera una tía y no es tipo desagradable que…
-¡Hummm! –aprieta los labios y contiene un jadeo de sorpresa, ese dedo entra por completo en su culo, quedándose quieto pero desatando una vorágine en sus entrañas que se cierran sobre él y lo halan, y cada apretada era pura lujuria y placer.
-Puedo ayudarte con eso que sientes, para que puedas controlarlo. Es un regalito a los clientes especiales, pero tienes que merecerlo. –le dice el otro, abriéndose la bragueta y sacando un güevo medio tieso.- Gánatelo.
-¿Qué…? ¡No! ¡No voy a mamarte el güevo! –ladra asustado, rojo de cara, mirando el corto y gordo miembro del otro emergiendo de su bragueta, de donde sale también un fuerte olor a cuero, a bolas sudadas. Ese tipo era asqueroso.
Pero, y aquí debe aclararse, el bonito y joven fortachón no estaba en posición de resistir mucho, ya que sentado a la cama, el sujeto le tenía atrapado a su lado, acostado boca abajo sobre el colchón, las piernas fuera de la cama, con los hombros, cuello y cabeza casi sobre su regazo. Le mantenía ahí con el recurso de tenerle metido un dedo bien clavado por el culo, flexionándolo lentamente, una y otra vez, haciéndole temblar y jadear, sin desear escapar.
-Claro que no quiero que me mames el güevo. –le responde con voz ronca y agitada.- No soy un maricón… -aclara mientras rota su dedo dentro de esas entrañas, de derecha a izquierda y a la inversa, con la suave tira del hilo dental presionándose contra su puño.- Tú no lo eres, ¿verdad? Sólo quiero una paja. Hazme la paja y te doy ese regalo del que te hablé.
La mente de Jacinto es un caos, sus ojos brillan, sus cachetes están muy rojos y su culo parece ir calentándose más y más, y algo untuoso parece descenderle, bañándole, haciendo más sensibles las paredes de su recto. Está meciendo el culo contra ese dedo, lo sabe, pero…
-¡Ahhh! –grita, casi ronroneando, cuando un segundo dedo, tan grueso como el otro, se introduce también en sus entrañas.- Hummm… -la poderosa sensación que lo recorre cuando esos dedos van y vienen, le hace tensarse y apretar su agujero para sentirlos mejor. Algo le pasaba, se dice, porque mientras los gruesos dedos recorren sus entrañas, le parece escuchar un plop, plop, plop húmedo. Nota como su verga palpita, se estremece y gotea copiosamente. Estaba cerca de un orgasmo.- ¡Oh, Dios! –grita, porque un tercer dedo, de alguna manera, se pierde en sus entrañas, en su redondo anillo que se abre para aceptarlos, en fila, abriéndole bastante.- Ohhh… -jadea mareado, alzando el rostro, tomando aire por boca y nariz, llenándose del olor a sudor del desagradable tipo, pero aún eso dejaba de tener importancia ahora. Le ocurría algo más, le parecía que la punta de esos dedos golpeaban algo en sus entrañas, que salía disparado como bola de billar golpeándole la próstata, y bajando otra vez, siempre frotando y estimulándole a su paso. Y eso se repite y repite. Babea por boca y güevo, su culo es un caldo caliente que únicamente parecía necesitar un buen pedazo de carne dura.
-Dame una mano y te doy la mía. –oye a lo lejos la voz del gordo, que se burla… sacándole los dedos del culo.
El frío que siente es desolador, la caída de esas cumbres de lujuria y pasión que experimentaba es tan terrible como si hubiera caído, de culo, de una escalera de una azotea. Se miran, el chico alto y obeso sonriendo, Jacinto rojo de vergüenza, rabia y necesidad.
No lo piensa más, con la mano atrapa ese pito chico que queda cubierto con su palma, apretándolo, sintiendo asco cuando se agita bajo su toque. Al tomarlo, queda más cerca de su vientre, siendo totalmente consciente de su olor desagradable, de su piel transpirada y caliente. Y allí estaba, tocándole el güevo no sólo a otro hombre, sino a ese hombre. Pero la mano del otro, volviendo a sus nalgas, el dedo frotándole sobre el hilo de la tanga, estimulándole, le convence. Jadea mientras comienza a subir y bajar su puño, haciéndole la paja. Maúlla, tensando los hombros, cuando el dedo aparta la tirita y regresa a su culo, hundiéndose lentamente.
Su mente es un caos, su cuerpo está tan tenso como cuerda de guitarra, y ese tipo, metiéndole ahora dos dedos, le sacaba música. Quiere más, e intuyendo qué necesita hacer para conseguirlo, se la agita con más fuerza y rapidez, conteniendo un jadeo cuando los dedos salen y regresan, tres de ellos unidos, frotándole, abriéndole, penetrándole. Esos dedos entrelazados van y vienen, cogiéndole profundamente, rozándole las paredes del recto, estimulándole, golpeando, otra vez, sea lo que fuera esa pepa que tiene ahí, lanzándola contra su próstata. Jadea, quiere eso, su esfínter se abre y se cierra, menea el trasero, pero la posición es forzada y cae sobre el transpirado sujeto, erizándose de asco, pero sin dejar de masturbarle, y menos cuando siente los tres dedos, muy clavados en su interior, agitarse.
Oye la respiración pesada del tipo, que gruñe cerrando los ojos y tragando, transpirando todavía más, los pelos de su torso brillando con gotas calientes, mientras le masturba el corto pito. Pero es su culo… Los dedos van y vienen alzándole a cumbres de excitación que le parecían imposibles. Todo su cuerpo arde de ganas. Dentro de la tanga, su verga pulsa feamente, soltando espesos goterones de líquidos que mojan la cama, llenándolo todo con un olorcillo fuerte, masculino y excitante. Por otro lado, Dios, odia el olor de ese sujeto, quiere los dedos en su culo, le masturbará si hace falta, pero quiere separarse de él. Aunque el otro no le deja, así le atrapa el suave cabello, transpirado también (aunque el suyo huele a coco por el champú), y con lentitud pero firmeza parece empujarle contra su redonda panza que vibra y se agita cuando respira. Quiere luchar contra el agarre, pero teniéndole los dedos bien metidos en el culo, el sujeto empuja más y más, como si deseara enterrarle el grueso puño. Y las sensaciones producen ecos en todo su ser, mareándole.
Tan mal está que repara, tardíamente, en que ese tipo sigue empujándole sobre su cuerpo, hacia abajo, teniéndole el bonito rostro muy cerca ya de la corta verga que masturba. ¡Pretendía que se la mamara!
Lucha por alejarse, meneando el rostro, frotándose del desagradable vientre ahora más mojado de sudor. El tipo ríe, ronco, agudo, y le empuja hacia su tolete, cosa a la que Jacinto se resiste por mucho que esos dedos en su culo lo tengan delirando en el séptimo cielo. Dios, ¡estaba tan cerca de correrse!, piensa jadeando, luchando contra el agarre del tío obeso. Este lanza otra carcajada y luego grita.
-Ahhh, si, tómala toda, chico bonito, ¡toma mi leche! –ruge y se corre, de su corto pene salta un chorro de esperma… que impacta a Jacinto en una mejilla, muy cerca de su boca. Cuando siente el trallazo tibio, baboso y oloroso (algo que le resultaba peor que el aroma a sudor viejo), grita y casi traga algo de ese semen.
-¡Hijo de puta! –le ruge, saltando de la cama, limpiándose con el dorso de la mano la mejilla, abriendo mucho los ojos al reparar en lo que hizo, mirándose la mano, con asco y chasco. La risa del otro es tremebunda.
-Casi te la tragas, ¿eh? ¿Tu papá no te enseñó que lo mejor era anda por la vida con la boca cerrada? –se burla ese sujeto, jadeando, el pene todavía goteando… en su piso alfombrado.
-Eres un cerdo. –le reprocha con rabia, ¿qué otra cosa podía hacer? Se había dejado meter no uno o dos dedos por el culo, sino tres. Y casi había rogado por ello. Aunque todo finaliza así, con asco y unos deseos locos de lavarse con lejía, de la industrial, no puede dejar de pensar que no se corrió.- Bien, yo…
-Si, si, hiciste lo acordado. –el tío obeso toma aire para recuperarse, dulcemente agotado y ahíto. Que le hiciera la paja ese tipo bonito y fortachón, que olía bien y llevaba aquella tanga putona fue una locura.- Te lo ganaste. Necesitas algo para calmar esos ardores en tu culo o puedes verte en verdaderos problemas en la calle, deseando pelarlo para que algún hombre… Bueno, te meta algo más que sus dedos.
-¡Eso jamás! ¡Soy un macho! –ruge rojo de furor, abriendo los musculosos brazos, su verga goteando sus jugos fuera de la prenda azul eléctrica.
-Y de los más machos. –se burla el otro, saliendo de la habitación.
Después de dudarlo un segundo, Jacinto le sigue y le ve tomar su morral, sacando algo, una cajita sospechosamente cuadrada. Se la arroja, y al tomarla, el fortachón siente aprensión.
-¿Qué diablos me pasa? Esto jamás… -le ve con rabia.- Es esa mierda de calmante, el supositorio.
-Muchos lo usan y no ha pasado nada. Tal vez… ¿una reacción extraña de uno en cien millones? –parece intrigado.- Como sea, espero, igual que la empresa, que esté satisfecho con la atención. –sonriendo torvo finge un saludo orientan, juntando las manos y todo.- Fuckuyama le desea felicidades.
Casi mordiéndose la lengua para no decir algo, conveniente o no, como que se lavara al menos las manos. Y las bolas (joder, a dónde llegara lo haría aún más apestoso). Jacinto asegura la puerta cuando sale y abre la caja, parpadeando.
-¿Qué coño? –reconoce bien aquel aparato sexual, en forma de pera, con una punta corta, ensanchándose al bajar y reduciéndose nuevamente en un cuello delgado, terminando en una base en semi arco, anatómico. Era un tapón anal. La ira arde en sus entrañas cuando lo arroja lanzando una maldición pavorosa.
Toma una ducha larga, muy larga, sin tocarse mucho la verga semi morcillona, la cual a la menor provocación se alzaba. Y de vaina tocó sus nalgas. Entra un muy ajustado bóxer y una camiseta que le encanta, apenas parches de tela blanca y gris que dejan al descubierto sus poderosos hombros y brazos, sus pectorales redondo, sus tetillas erguidas, cortándose muy por encima del borde del bóxer. Come copiosamente, mucho, comunicándose luego con la señora que le prepara los alimentos para la semana, ordenando más; en tres días había devorado todo. Asombrada, la mujer accede. Sabe que la madura doñita gusta de él. Intenta ver televisión, evitando como diablo a la cruz, la computadora. Va a su cuarto, saliendo de la camiseta, y cae en la cama.
Da vueltas y vueltas, terriblemente incómodo, sintiéndose apretado y ahogado. Sale del bóxer, y dudando un mundo, toma otro de los hilos dentales, uno amarillo chillón, y entrar en él. Ajustar sus genitales y sentir la tira posterior presionando su raja interglútea, le causa algo de paz. Grande, musculoso y guapo cae sobre las sábanas, viéndose increíble con la diminuta tanga. Pero no puede dormir, un calor intenso le abraza. Su verga se pone dura. El culo le pica, más y más por segundos. Con un bramido, semi boca abajo, lleva una mano y se rasca la entrada con un dedo, deseando meterlo. No lo hace. La ansiedad aumenta. Lanzando un gemido ahogado, frustrado y algo asustado se sienta sobre el colchón, sintiéndolo bien contra su trasero, se llega a la sala y busca.
Allí estaba el tapón anal. El maldito tapón anal, ante cuya visión nota como el culo le pulsa y pica. Con rabia lo toma, el corazón palpitándole con fuerza. Algo le pasa, algo le hicieron. Debía buscar ayuda, se dice mientras regresa a su dormitorio, el cual apesta ligeramente a semen, su alfombra había sido ensuciada por ese carajo apestoso a sudor.
Todavía dudando, se echa de panza en la cama, su enorme y musculoso cuerpo armónico se ve del carajo, la recia espalda que se agita bajo la piel mientras se mueve, sus nalgas redondas y firmes, la tirita triangular que se une en su baja espalda y se pierde entre ellas. Separa las piernas sintiéndose muy mortificado, la tirita amarilla le cubre la raja, pero el culo parece hinchado, tanto que sus pliegues resaltan de lado y lado. La aparta con una mano, mirándose al espejo para controlar la situación, llevando el tapón anal con la otra. Y parpadea casi horrorizado, su culo titila salvajemente cuando acerca la punta, casi se abre en boquita. Tal vez debería usar algún aceite, un lubricante o… En cuanto el material hace contacto con su agujero, los pliegues se cierran sobre él. Lo introduce, la punta, cuando comienza con lo gordo de la pera, esta roza de los labios de su entrada y Jacinto parpadea otra vez, sintiéndolo delicioso y erótico. Se tensa y flexiona los dedos de los pies. Empuja y empuja, como si costara, pero fuera del intenso roce de la estimulada y sensible piel contra el objeto, no hay mayor problema. Cuando entra lo grueso de la perita (el calibre debía tener el grosor de cuatro dedos unidos), los labios se su culo se cierran golosamente sobre el delgado cuello… halándolo.
-Ahhh… -un gemido ahogado de intenso placer escapa de sus labios.
Lo siente, sus entrañas amasan, soban y chupan ese juguete. Y al hacerlo hay roce, refregadas, y las sensaciones lo dominan intensamente. Cierra los ojos perdiendo en ellas, llevándose un pulgar cerca de los labios, rozándolo con ellos. La tira del hilo regresa a su lugar, curiosamente sobre la base acanalada y anatómica, fijando y empujando el juguete, y eso le provoca nuevos ronroneos mientras atrapa el pulgar con sus labios, lo acaricia con la punta de la lengua, lo cubre y, dentro de su boca, inconsciente lo succiona. Algo parecido a lo que su culo hacía con el tapón anal.
Despierta en la misma posición, notando el clarear de la mañana con la mente despejada, tan contrario a antes cuando le costaba abandonar el mundo del sueño. Durmió de corrido y se siente descansado y lleno de energías. Abandona la cama de un salto, dejando el asunto del tapón anal para después del café, pero se detiene frente al espejo. Su mirada brilla agradada. Se veía más musculoso y fuerte. Casi como un culturista, pero sin el problema de enseñar la instalación por fuera; nada de venas y vasos destacados, su piel es lisa, casi suave. Su enorme corpachón cubierto escasamente por la tanga amarilla casi le provoca una erección. Flexiona los brazos, sus bíceps son esferas. Ceñudo nota algo, alza un brazo, bajo su axila hay como menos pelos, más suaves y castaños. Aunque se los recortaba no se los quitaba, era parte de su “masculinidad”. Recorre su torso, totalmente liso aunque siempre presentó algunas pelusas cerca de tetillas, ombligo o bajando de allí a su pubis. Nada.
Otra cosa de la cual preocuparse, se dice tomando la camiseta que le dejaba casi todo afuera; vuelve a sonreír, le gusta mucho lo que ve. No se revisa el trasero, imagina que también está más redondo. De seguir así terminará teniendo uno como Jennifer López. Monta el café, saca muchos envases de alimentos de la nevera, se ejercita unos minutos sin esfuerzo, tan sólo gime en el aparato cuando sube y baja, por el tapón anal rozándole, sus entrañas presionándose contra él cuando se esfuerza. Dios, se sentía tan… Sube y baja su cuerpo, la tirita fijando y empujando; va y viene entre jadeos. Su estampa es una maravilla joven y fuerte, su trasero se destaca cuando baja, su raja muy abierta, la base del tapón anal cubriéndole bajo la tira de la tanga. Se detiene, ojos cerrados, gimiendo. Corriéndose abundantemente dentro de la chica prenda.
En el baño se lo saca, lo arroja a un tobo con jabón y anti bacteriales, se ducha sin tocarse mucho. Se seca, seca el tapón y regresa al cuarto. Debe vestirse, entra en un bóxer, muy ajustados, le presiona incómodamente. No le agrada. Duda y duda pero finalmente toma la última tanga limpia, una masculina pero de un intenso color rosa. ¡Justo la última, coño! Si alguien se deba cuenta sería su fin, piensa… caliente al imaginar que alguien lo notara y le mirara más y más. Se viste sintiéndose bien con ella debajo.
Con conciencia culpable baja de su apartamento y toma la moto sin mirar a nadie. Sin querer pensar en lo mucho que le gusta sentir bajo sus ropas el vibrante asiento de sus dos ruedas. En la quinta, la señora le mira largo rato diciéndole que cada vez se pone más guapo. Eso le agrada, no tanto, aunque no le disgusta mucho tampoco (cosa que le irrita), que los compañeros de trabajo al pasar, o parar a decirle algo, le soben el culo. No era la típica palmada, montaban la mano y acariciaban, todos bajando hacia su raja. Incluso el novio de la señorita y el niño de la casa, ese mocetón de dieciséis que no hablaba con nadie. Fue tan mortificante que finalmente llamó a su cuñado, pidiéndole el nombre de un especialista en cuestiones masculinas. Rechaza verse con él, el otro no lo dice pero se lo agradece internamente, no se quieren. Dándole un nombre, promete hacer una llamada.
-¿No estás enfermo, verdad? –le preguntó a última hora, como si acabara de ocurrírsele.
Dentro del centro médico, una secretaria le dice que el doctor aún no llega, no tenía consultas ese día pero iba como un favor especial, que espera en el consultorio. Así lo hace, sentado en una camilla, sintiéndose tonto. Pensando qué le diría que no sonara tan raro.
-Siento la demora. –una voz grave le hace volver al presente, mirando hacia la entrada del consultorio, sorprendiéndose.
Bajo sus ropas, su culo sufre un violento tirón ante el magnífico hombre que le sonríe.
CONTINÚA ... 5
NOTA: Con el apagón de ayer perdí el Internet, con el de esta tarde regresó, pero tarde. Veremos qué pasa con el de mañana...
Ohhhh yo crei q seria con el repartidor... Sera el medico quien desvirgue a Jacinto?
ResponderBorrarNo, será con uno de los preferidos del público... Y eso es sólo el comienzo.
BorrarSe acerca una de mis partes favoritas de la historia...
ResponderBorrarJajaja, debieron deejarlo sólo en pasión y dejar afuera el amor, ¿no?
ResponderBorrarPara mí, tal como lo llevabas tú es perfecto. Je, je Con dosis de todo... empezando por ese humor que yo siempre encontré en la historia.
BorrarÉpale, amigo, pero si voy a cambiar algo, uno de los acentos, el japonés, ¿lo recuerdas? Era confuso.
ResponderBorrarPara mí, estaba bastante bien, pero acepto el cambio. ¿Pero la marca seguirá siendo japonesa, verdad? Je
Borrar¿Te parece que estaba bien? Fuera del problema que era con el corrector hubo comentarios quejándose; a los gringos si no pienso cambiarlo, me gusta como suena el perra en inglés, jejeje.
BorrarQuienes se quejaban pecaban de sensibles. Je, je Yo no le veo el problema porque buscaba reflejar asiáticos típicos.
BorrarJusto eso decía K, que quería que los imaginaran hablando, igual que con los gringos. Y te confieso que me encanta cuando estos dicen "Bitch", jajaja
BorrarJa, ja, Ja A mí también me gusta la interacción de los extranjeros con Jacinto. Me pregunto cómo sigue, ya que aún falta para llegar a eso. Je
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