De
K.
A
veces un chico tan sólo aspira a divertirse un poco...
...
Se
queda sin aliento, sin entender qué le pasa, el por qué de ese
calor que parece iniciarse en su interior, en ese lugarcito donde
cree que tiene la próstata y de la cual pega algo, una bolita que le
sube y le baja. Enrojece. En la puerta, sonriendo amistoso y
explicando que iba al gimnasio, un hombre alto, treintón y recio,
penetra dejando caer una bolsa en un rincón. Sus hombros son anchos,
sus brazos son musculosos, los bíceps casi se atascan en las mangas
del mono azul claro que lleva. Aunque acuerpado, Jacinto entiende que
ese tipo lo es más y que debía llevar tiempo levantando pesas. Su
culo se agita nuevamente bajo las ropas, sobre la camilla donde
esperaba, al verle los dedos largos, las manos grandes, las venas
marcándosele, como el vello negro, y corto, en sus brazos. Los
tatuajes que salen de las mangas, rodeando los bíceps, le parecen
fascinantes.
-Soy
el doctor Jiménez. –se presenta sonriendo y mirándole fijamente,
acercándosele y dándole la mano.
Jacinto
traga al sentir la fuerza masculina del apretón, algo que jamás le
había ocurrido. El hombre tiene una piel cobriza clara, algo
bronceada, una nariz corta con unas cuantas pecas, frente alta,
rasgos viriles y armónicos, labios carnosos que se distienden en una
sonrisa amistosa. El cabello es negro, suave. Y espera a que
responda. Tragando en seco, nuevamente, se agita.
-Hey,
soy Jacinto. Jacinto Contreras, no sé si le llamó mi cuñado,
doctor Jiménez, pero…
-Sí,
me llamó. –le estudia, mirando sus manos aún estrechadas. Jacinto
no le soltaba. Hala y el otro enrojece, dejándole ir.- Y llámame
Gabriel. Renato no me dijo mucho, sólo que querías verte con un
médico. –le dice mientras se vuelve hacia un gabinete, tomando una
carpeta preparada y lista a ser llenada. Y a Jacinto se le van los
ojos tras esa espalda musculosa y ancha, fuerte bajo la tela. A ese
trasero que se adivina bajo el pantalón del mono algo suelto,
notándose porque la parte superior es corta.- No dijo mucho.
–informa buscando, mirando sobre el gabinete, alzando mucho una
mano para tomar algo y al otro se le escapa el aire. La parte
superior del mono sube dejando ver una franja bronceada de espalda y
el borde de un bóxer rojo, como se le vería a cualquiera, como lo
usaba cualquiera, pero que en este caso le estremece intensamente,
casi provocándole espasmos en el culo. Tal vez era por el tatuaje de
una cruz que se le ve y cuya parte inferior queda cubierta por el
bóxer y el pantalón.- ¿Estás bien? ¿Me escuchaste? –las
preguntas le regresan violentamente a la realidad, haciéndole
enrojecer violentamente.
-Eh,
sí, doctor, estaba… estaba… -se acalora. Y más por la mirada de
extrañeza en el varonil rostro, con su sombra de barba rasurada, que
se transforma en sonrisa leve.
-No
hay problema, Jacinto. –el tono es más confiado, la voz más
oscura.
Y
el guardaespaldas tiene que luchar contra las ganas de tragar otra
vez, su culo estaba pulsando violentamente sobre la mesa. Por suerte
no se había erectado. ¿Eh?, ¿erectarse por un hombre? Si, estaba
mal. Aunque no duro. Al menos.
-Bien…
-dice Gabriel, extendiendo un brazo poderoso y tomando una silla con
rueditas, colocándola frente al chico en la camilla y sentándose de
golpe, con las piernas muy abiertas, los muslos llenando y empujando
hacia afuera la tela sobre ellos. Jacinto no quiere reparar en esos
detalles, pero lo hace. Sospechando, muerto de vergüenza, que el
otro también lo nota.- Cuéntame qué atormenta a un chico joven y
guapo como tú. –las palabras, ese tono varonil de voz, le tienen
confuso. Y el culo muy agitado.
-Yo…
-enrojece violentamente.- Me están pasando cosas, doc… Gabriel.
Cosas que antes no me ocurrían.
-Bien,
¿por qué no comienzas por el principio? Cuéntamelo todo.
-Bien,
yo… -se ahoga.- Bueno, practico ejercicios, me gusta verme bien.
–sonríe algo tonto, sabiendo que el otro entendería.
-Y
lo consigues. –vuelve la sonrisa amistosa, ¿o es algo más?
¡Estaba tan confundido!
-Eh,
si, bien, vi este anuncio sobre un relajante muscular que era una
maravilla, las molestias que me provocaba el ejercicio me tenían
arrecho, hice un pedido y… enrojece feo.- Resultó ser un
supositorio. –le irrita ver que el otro abre los ojos divertido y
contiene una sonrisa.- No iba a usarlo, no me gustan esas vainas,
nada debe tocarme el culo, pero… Había pagado bastante, me dolía
y… -oh, Dios, qué difícil era.- La mierda esa se me fue.
-¿Qué?
-Se
me fue culo adentro, y fue tan horrible como suena. Y creo que me
está afectando de alguna manera… sexualmente hablando. –dice al
fin.- No pude estar con una chica y…
-Guao,
eso suena increíble. –parece genuinamente extrañado.- ¿No lo
botaste?
-No.
–baja la mirada. Temiendo.
-Debo
asegurarme. Con una revisión completa. Quítate la ropa. –le
indica.
Oh,
Dios, ¡llevaba la maldita tanga hilo dental color rosa! Las orejas
le enrojecen alarmantemente. Y aún más porque el otro, levantando
la vista de la carpeta donde anotaba algo, le mira levemente ceñudo.
-¿Ocurre
algo malo?
-No,
yo… yo… -balbucea cada vez más avergonzado. La cara se le
congestiona, de molestia y mayormente de vergüenza cuando el otro
sonríe, aligerando ese rostro guapo y varonil que quiere dejar de
mirar. Aunque sabiéndose guapetón y siendo levemente vanidoso
(mucho, pero no lo ve así), le precopa (asusta como diablo a la
cruz) que otros le crean marica. Verse bonito, si. Guapo, también.
Maricón, no.
-¿Qué?
¿Andas sin calzoncillos?
-No…
-casi rueda los ojos, y le molesta la sonrisa más amplia del galeno.
-¿Alguna
jaula de castidad o algo por el estilo? –le mira la bragueta.
-¡No!
–estalla, pero estremeciéndose, el culo latiéndole ante esa
mirada. Es cuando Gabriel estalla en carcajadas.- Oye… -se altera,
con agresividad.
-Lo
siento. Lo siento. –ríe y su rostro se colorea, viéndose más
guapo.- Imagino que no llevas una pantaleta bajo el pantalón, así
que debe ser ropa interior masculina… ¿atrevida?
-Yo…
yo…
-Oh,
vamos, comienza a desvestirte. Soy urólogo, he visto de todo. –le
guiña un ojo.- Tengo amigos, casados y muy machos, que adoran las
tangas y bikinis… También que sus otros amigos se las miren. La
gente es como es y no debe avergonzarse de sus gustos.
-No
era… -comienza, poniéndose de pie y recorriendo el consultorio, no
hay un biombo, tal vez por ser hombres no se esperaban falsos
pudores, sale del saco, el ancho y esbelto pecho perfilándose contra
la camisa, la mirada de Gabriel atraída a sus pezones, que se
perfilan a pesar de la prenda manga largas.- Necesitaba ropa interior
nueva, vi un anuncio de bóxeres, los pedí y me mandaron esto.
–confiesa saliendo de la camisa, quedando con la corta camiseta que
dejaba bastante de su joven y musculosa anatomía afuera. Y si, sus
pezones destacan erguidos en sus tetillas marrones. Sale de la
camiseta, de los zapatos y finalmente se congela.- No fue mi idea. Ni
el modelo o el color.
Cuando
el pantalón se abre, y cae, la compacta, sólida y musculosa
anatomía queda expuesta en la diminuta tanga rosa, y sintiendo la
piel erizada, caliente y enrojecida, Jacinto se pregunta si imaginó
el brillo oscuro en los ojos del otro, al recorrerle de pies a
cabeza.
-Es
bonita. –concede ronco, doblando las piernas. Cosa que hace latir
el culo de Jacinto. Lo siente, bajo la tirita rosa.- Vamos a pesarte.
–le indica una pared, y el joven va, sus nalgas duras mordiendo la
tela… sintiendo dos puntos calientes fijados en ellas. Sube a la
báscula y el otro, a su lado, algo a sus espaldas, controla los
valores… tocándole como al descuido en la baja espalda con la
mano. Muy cerca de donde se unen las tiras que entran en su culo.
Quema sobre la piel de Jacinto.- Bien, ahora sube a la mesa. –le
ordena, y comienza a recabar los datos completos, nombre, edad,
antecedentes de enfermedades, especialmente sexuales.
Le
toma la presión arterial, y a Jacinto le parece que lo hace
lentamente, con el recio corpachón tras la bata azul del mono
subiendo y bajando mucho. Las manos, al tocarle, le inquietan. Le
revisa los ojos. Usa el estetoscopio, le hace toser, hablándole muy
de cerca, casi bañándole con su aliento, una voz baja, rica en
tonos masculinos que provocan cosquillas en su piel. El estetoscopio
sobre su tetilla izquierda le tiene afectado, su corazón late con
fuerza, mientras se miran de cerca. El joven fortachón no sabe qué
hacer, cómo reaccionar. Luego vienen los toques, en el cuello, las
clavículas, las axilas de rala pelambre, los costados. Le ordena
acostarse y toca muy cerca del borde de la tanga, buscando hernias, y
Jacinto respira con dificultad, controlándose.
-Siento
nudos de tensión en tu nuca. Se nota que esto está volviéndote
loco. Vuélvete. –le ordena con voz que le parece ronca. O sólo lo
imagina.
Sintiéndose
mortificado al exponer así el trasero, obedece, mirándole de reojo.
Capta la mirada del sujeto sobre sus nalgas y cierra los ojos,
dejándose llevar por la presencia del médico a su lado, cerca,
sólido, caliente, con un aroma varonil intoxicante. Y las manos en
su baja nuca… cuando los dedos se hunden siente un dolor intenso,
extrañamente excitante, que se intensifica un poco mientras le
amasa, al tiempo que le dice que debería tratar con masajes
terapéuticos porque… No le oye. Tan sólo es consciente de que
parece tenerle más encima, que las manos acarician y soban sin
producir dolor, tan sólo alivio… y placer. La respiración se le
espesa, trata de dosificar las inspiraciones, también tensa el
trasero aunque lo que más desea es relajarse, porque sabe que el
culo le titila abiertamente bajo la tira de la tanga.
-Relájate,
estás muy tenso… -le oye, cerca y lejos, una mano de palma y dedos
abiertas cae sobre su nalga derecha, presionando, y se le escapa un
gemido de sorpresa al tiempo que alza la mirada, enfocándole, este
correspondiéndole, sin apartar esa mano grande y fuerte… al
contrario, moviéndola, acariciándole la curvatura, llevando los
dedos a su raja.
-Doc…
doctor… -grazna rojo de cara, aterrorizado por las poderosas
sensaciones que le recorren… arrancando de su culo, uno que casi es
tocado por aquellos dedos masculinos.
-Eh,
sí, lo siento. –Gabriel parece despertar del encanto que sufre,
mirando ese trasero que sube y baja, correspondiendo al tacto. Le
cuesta un mundo apartar la mano. La siente vacía.- Pero debes
relajarte. –regresa a sus hombros, y dice algunas otra cosas con
voz ronca, algo inconexo, pero ya Jacinto no le escucha.
Su
culo late y palpita con fuerza, y por más que lo intenta no puede
tensar ni cerrar sus nalgas. Era perfectamente visible la tira rosa
de aquella tanga cubriéndole la raja, y apenas la entrada de su
agujero, el cual parece abrirse y cerrarse desesperado. Y eso, que el
médico lo notara, le tensaba los hombros y el cuello todavía más.
-Tranquilo…
-la voz de Gabriel casi sobre su oído, le sobresalta y marea. El
calor del fornido cuerpo le llega en sensuales ráfagas.- Es
perfectamente normal que este contacto produzca una intensa erección.
-¿Cómo?
No… no estoy empalmado. –se le escapa sin abrir los ojos.
-Hablaba
de mí. –le oye, voz ronca, pegándole la pelvis del trasero de
manera sutil, sin dejar de masajearle… Teniendo el güevo bien duro
bajo el mono azul.
Joder,
piensa Jacinto abriendo los ojos, sin mirarle, alzando las caderas y
empujando el culo de manera instintiva hacia ese miembro poderoso,
refregándose de manera intensa. Dios, ¿qué hace?, se pregunta pero
no puede detenerse; la circunferencia de su trasero va y viene,
buscando esa pelvis, esa mole dura de carne que se adivina caliente.
Y Gabriel queda momentáneamente paralizado, sus manos en los hombros
del paciente, quieto. Ese culo agitándose contra su güevo.
-Jacinto,
¿hay algo que me quieras decir… o pedir? –pregunta con voz
pesada, su recio tórax subiendo y bajando con esfuerzo, dejándose
caer un poco, pegando inequívocamente su pelvis contra ese culo,
presionándole contra la camilla, erizándose cuando el otro gimotea.
-No,
por Dios; le juro que no soy gay. –casi grita, rojo de cara, la
respiración afectada, estremeciéndose al experimentar la mejor
sensación de su vida, el peso de ese hombre contra su cuerpo, la
forma de un güevo tieso contra sus nalgas.
-¿Seguro?
–pregunta Gabriel, juguetón, comenzando un sube y baja de sus
caderas, refregándole la dura verga del trasero.- Porque yo si soy
gay, muy activo y amante de los culos apretaditos. Los chupo y los
llenó de güevo. ¿No te lo dijo tu cuñado? Lo de que soy gay, no
lo otro. Eso no lo sabe.
-¡Ahhh…!
Si, no, deja, no hagas eso. –casi suplica, aterrorizado y caliente,
alzando con esfuerzo su culo, exponiéndolo para sentir un mayor
contacto. Erizándose por la confesión.- Esto no me gusta. –le
mira sobre un hombro, mejillas rojas, ojos brillantes, desamparado y
caliente.
-A
mí sí. –le responde, apoyado las fuertes manos a los lados de la
camilla es intensificando el vaivén de sus caderas, extrañándose
porque… parecía que, de alguna manera, esas nalgas se separaban y
dejaban que la mole erecta que era su verga bajo el mono,
verticalizada hacia arriba, hacia su ombligo, cupiera perfecta,
rozándose contra esa raja apenas cubierta y que ardía.- Dios, esa
tanga hace que se te vea un culo enorme, excitante y enloquecedor.
Creo que esto te gusta. –le sonríe, creído de sí, guapo y
masculino, dejándose caer totalmente sobre la recia y desnuda
espalda del muchacho, quien lanza un bufido por el peso y queda
presionado contra la camilla.
-Gabriel…
-quiere defenderse, escapar, pero todo su ser es recorrido por
oleadas de intensa lujuria; sentir al macho sobre sí era… era como
lo lógico, lo esperado. Casi grita cuando los labios del otro van a
su cuello, rozándole, susurrándole, ronco y erótico.
-Si
quieres dime señor doctor. –juega y le mordisquea una oreja,
incapaz de contenerse ante el joven y expuesto machito confuso,
llevando las manos a su torso, que está despegado de la camilla, y
cubriendo con las palmas abiertas sus pectorales, apretándolos,
haciéndole gemir. Pero también él lo hace, esas nalgas parecían
la perfecta vaina para su verga erecta y verticalizada entre ellas,
el más leve movimiento producía un roce y unas apretadas
increíble.- Oh, Dios, tu culo es… -y frota restregando la pelvis
de él, arriba y abajo, casi mordiéndole el cuello.
Y
al escucharlo, sin que actúe su voluntad, Jacinto arquea la baja
espalda, alzando su trasero, atrapando mejor aquella verga que se
estremecía en aquella cárcel de joven carne dura. Casi ronronea
cuando Gabriel se medio alza un poco, acomoda mejor su verga y
apuntando con el glande bajo sus ropas, empuja y golpea contra su
entrada. Y lo siente, que su culo se abre a lo que quiere el macho.
Se le abre caliente, vicioso, hambriento.
-Doc…
hummm… Doctor, siento su güevo sobre mí, ¿no podría… no
podría retirarlo? –pide, pero su culo, subiendo y refregándose
del macho parecía desmentirle.
-¿Por
qué no hacemos esto?, lo saco y te lo enseño… Y si te gusta te lo
quedas y lo usas. –le susurra al oído, presionándole más,
Jacinto nota que mete nuevamente las manos entre los dos, y manipula
algo.
¡Se
estaba sacando el güevo!
-No,
no, detente… -jadea suplicante en verdad, temeroso de lo que pueda
ocurrirle si mira, en esos momentos, el tieso güevo que le es
ofrecido. Cómo pesa ese joven y atlético carajo sobre su cuerpo,
tan cálido, su pecho subiendo y bajando, bañándole con su aliento.
El peso de un hombre.
-Te
va a gustar. –le asegura, más caliente que para vanagloriarse.
Algo le pasaba, no recordaba haber estado tan caliente en mucho
tiempo, y menos con un paciente. Joder, si, era gay, y a mucha honra,
muy activo y fogoso, pero lo que sentía ahora le sobrepasaba, casi…
se sentía obligado a tomarlo. Si ese chico no respondiera como
responde, negándose de plano, no sabe si aún así le dejaría ir.
Había en él un olor a caramelo de coco, algo en su piel que… Se
saca el tolete al fin, el maldito mono se había puesto difícil con
el cordón. Y en cuanto pega el largo, cilíndrico y nervudo tronco
de la tersa piel de aquellas nalgas, ambos gritan. El contacto es
como fuego, las pieles hormiguean, arden.
-No,
no, doctor… -gimotea Jacinto, apoyando el rojo rostro contra la
camilla, subiendo y bajando sus nalgas, temblando, necesitado de
sentir aquella mole de carne dura frotándose de su piel. Pulsaba,
palpitaba, como sabe que hacen los güevos cuando están calientes y
a punto de comerse un caramelito, aunque nunca había estado en el
otro extremo de ese negocio.
Conteniendo
sus propios jadeos cuando esas nalgas van y vienen, abriéndose
gloriosamente, aferrándole, cubriéndole y apretándole el tolete
cruzado sobre la raja cubierta con el hilo dental rosa, Gabriel
contribuye frotándose de arriba abajo sobre ese carajote joven,
forzudo y bonito. Un machito como le gustaban… calientes y a tipo
de pichón. En el orden natural le volvería, le besaría esa boca
sexy, chuparía de su lengua, bajaría lamiéndole las tetillas, esas
que aprieta con sus índices y pulgares mientras se frota de su
espalda, haciéndole chillar. Le daría una mamadita al güevo, luego
le haría mamar, bastante, seguramente encontrándole bonito de
rodillas, mirándole desde arriba mientras le llenaba la boca con su
carne dura. Le chuparía el culo, eso le encantaba, luego le cogería,
duro, con ganas, agotados los preliminares. Pero en esos momentos le
domina una urgencia que casi no entiende. Mientras mece su güevo
dentro de esas nalgas, siente la imperiosa necesidad de enterrársela
ya por el culo, sin esperar nada más.
Se
siente como cuando adolescente, caliente todo el tiempo viendo a los
muchachos en el liceo sin camisas, con el tolete tieso bajo el
ajustado jeans, el que pegaba, riendo, como si jugara, de las nalgas
de más de uno, alejándose a la carrera cuando le gritaban,
quedándose cuando se quejaban pero hacían lo que este tipo, se
quedaban y refregaban el trasero de su barra, “como si jugaran
también”. Ahora se sentía exactamente igual. Mientras le lame el
cuello, haciéndole ronronear de manera aguda, con un tono de voz que
le hace gotear el güevo, y le pellizca las cada vez más duras
tetillas, sabe que tiene que cogerle, obligatoriamente. Está tan
caliente como en aquellos días de colegio, cosa que le encanta.
-Oh,
Dios, me tienes tan excitado… -le susurra, mordiéndole el lóbulo
de la oreja, subiendo y bajando su trasero cubierto por el mono,
meciendo la gruesa barra entre las duras nalgas.
Tenía
que ponerle fin a todo aquello, se dice Jacinto, rojo de cara, no de
vergüenza, frustración o ira, sabe que arde, que de su culo se alza
una llamarada que lo cubre, que lo consume. Y aunque intenta auto
controlarse, recordarse que es un macho, sabe que su agujero tiene
otras ideas. De alguna manera, por razones que desconoce, aún qué
es, siente que algo cálido y untuoso le baja, o sube desde su
próstata, o de la vaina esa que tenía metida ahí, casi notándola
en su esfínter, al tiempo que este parece abrirse, mucho. ¡Era esa
maldita verga que le afectaba!, se dice, jadeando. La siente dura y
caliente pulsando entre sus nalgas, sobre su raja.
Se
tensa y asusta cuando Gabriel se medio ladea. Le mira sobre un
hombro, este le corresponde, como esperando que diga algo. Baja los
ojos y ve el güevo blanco cobrizo, nervudo, recorrido de venas y
sangre. Y su culo sufre un visible espasmo de anticipación…
totalmente hambriento. Y parece que es todo lo que Gabriel necesita,
se podría decir por su sonrisa de caimán mientras lleva los ojos a
esas nalgas redondas, turgentes y paradas.
Relamiéndose
ya, con el güevo babeándole un río, el médico aparta la suave
tira rosada, despejando ese culo casi lampiño, curiosamente
protuberante, que titila. La tela de la tanga se le escapa del dedo…
y queda a un lado, como frenada más allá, cosa curiosa porque
debería volver a la raja. En fin, debía tomar la vaselina y…
Frunce el ceño, ¿acaso ese culo titilante le hace señas? Lo toca
con la punta de un dedo y lo encuentra suavecito, sedoso. Se lo mete,
fácil, y le oye gemir, le ve tensarse; pero curioso lo saca y eleva
a nivel de sus ojos. ¿Qué coño…? ¿Un aceite natural?
Estremeciéndose,
imaginando un caso médico único, un tipo que secretaba un
lubricante por su culo, se agarra el güevo, acercando la cálida
cabecita a ese agujero, que le presiente y se abre. Pega el glande,
suave, sutil, y nuevamente rugen a dúo. La sensación es poderosa,
eléctrica. Sabe que debería ir con cuidado, el chico decía ser
virgen y…
Empuja
un tanto, hay resistencia pero no mucha, lo saca, su glande brillaba
con ese algo que emana de ese culo. Loco de calenturas le mete un
tercio del güevo, de golpe, sintiéndose poderoso, conquistador, el
macho alfa al hacerlo, oyéndole gritar, tensarse todo, arquear la
espalda… Y echar su culo hacia atrás, tomando por sí mismo más
de su tranca.
-¡Ahhh!
–ruge Jacinto mirando al frente, ojos muy abiertos, así como la
boca, mejillas muy rojas, sintiendo la gruesa barra atravesando su
anillo virgen.- Métemelo todo, cabrón, ¡méteme todo tu güevo!
–le grita y exige.
CONTINÚA ... 6
Guao! El momento que estabamos esperando! Al final si fue con el doctor! jejeje
ResponderBorrarAquí comienzan en realidad las aventuras de Jacinto, ya verás...
Borrar