Se
cruzan los universos. Este blog con el otro, el que me cerraron. Esta
historia con otra que llevo fuera de Relatos Malditos bajo la
etiqueta de sortilegio. Debo agradecer a dos amigos de la casa por su
recuperación, Alex y Sergio Javier, quien ha demostrado tener pasta
para la escritura. Lo daba por perdido, el cuento. Primero por el
cierre del blog, segundo porque cuando sufrí un daño grave en la
computadora, a principio de año, perdí todo lo que estaba allí.
Desde claves bancarias a correos y redes sociales (que no era mucho,
la verdad sea dicha). Incluido este relato. Uno que no es mío.
Originalmente el autor, que es autora, pensaba escribir las
peripecias de un sujeto que sufre un percance, anal, y eso le trae
divertidas consecuencias (para el lector, no para él al principio),
pero le vi potencial y le sugerí que lo continuara como un relato
más largo aunque escrito en pocas páginas. Ah, pues, al tiempo la
damita dejó de escribir, avisándome que continuaría pero sin
hacerlo, diciéndome qué pensaba hacer al final (algo también
sugerido; todo fue mi culpa, un cuento debe saber cuándo terminar),
y que lo siguiera mientras tanto, que ella volvería. Como
Terminator. Este ha regresado, varias veces, ella no. Voy a ver si lo
finalizo, aunque, obviamente, no quedará como fue originalmente
esquematizado. Parecerá uno mío. Lo siento.
......
De
K.
La
vida de un muchacho cualquiera...
...
Gruñendo
de manera oscura y casi sexual, Jacinto Contreras flexiona y extiende
sus brazos, presionando sobre las barras que intentan mantenerse
abiertas y que cierra para forzar el trabajo sobre sus redondos y
duros bíceps, bañado en transpiración, una que moja la camiseta
azul, y la adhiere a su cuerpo joven y musculoso, bien labrado en
gimnasios y en su apartamento. Abre los brazos con un jadeo de placer
y con un gruñido cierra las pesas frente a sus ojos, sentado sobre
el aparato de ejercicio de la fastuosa quinta donde trabaja como
guardaespaldas y chofer ocasional. Lleva el pantalón oscuro de tela
suave del traje y unos zapatos negros lustrosos.
-¿Contreras?
–ladra una voz, su supervisor; el gilipollas de Requena, entra
acompañado de la esposa del jefe.- La señora Irma lleva rato
esperándote para salir. –acusa.
-Lo
siento. -el joven lo mira con altanería, sin sentirlo en absoluto,
sabiéndose protegido de la señora (nada sexual… aún), soltando
las pesas y poniéndose de pie. Mentalmente sonríe. Nota la envidia
de Requena en su mirada, y la admiración (todavía platónica) de la
señora, una cuarentona bonita. Toma la camisa y parece que va a
ponérsela.
-No
puedes ir así. –regaña Requena, preguntándose hasta cuando
consentirían a ese hijo de puta; un vago total que molestaba a los
compañeros.
-Llevo
prisa. –intercala la señora, complaciente como siempre, y cuando
Jacinto se le acerca, colocándose la camisa, ríe y gime.- Ay,
muchacho, apestas, necesitas un desodorante más fuerte. Mejor
quédate y come algo. –le dice sonriendo divertida.
-Gracias,
señora. –total, no quería ir de todas maneras, así seguiría con
su rutina. Sueña con un cuerpo espectacular, forrado de músculos,
sin caer en lo de los culturistas.
-Eres
un inútil. –le gruñe Requena, realmente molesto, cuando la señora
se aleja. Pega un salto cuando el joven, sonriendo, abre un brazo
casi exponiéndole la axila de pelos recortados y empapados en
sudor.- ¡Maldito cerdo! –ruge, alejándose oyéndole burlarse con
unos “oing, oing”, sabiendo que se había salido otra vez con la
suya.
Esa
era la vida de Jacinto Contreras, un hombre joven y guapo que se
acercaba a los veinticinco años, padre, divorciado de una mujer a la
que decepcionó, con una hermana que no le hablaba porque nunca se
ocupaba de los padres, y cuya vida social apestaba en lo general.
Tenía cita, montones de ellas, con mujeres que se encandilaban con
su apariencia antes de notar que era un vago funcional, sin
ambiciones más allá de verse bien, que gastaba más en ropas,
artículos deportivos y juegos propios que en una chica.
Esa
tarde, al regresar a su apartamento, diminuto, masculino y lleno de
implementos de ejercicios, Jacinto iba rotando el hombro izquierdo,
sintiendo un ramalazo de dolor. Llevaba dos días padeciéndolos al
hacer flexiones. Quitándose las ropas en la sala, queda en un
ajustado bóxer gris, corto, que le gusta porque lo hace sentirse
sexy. Es un hombre atractivo de piel clara, ligeramente cobriza,
cabellos castaños y ojos almendrados que brillaban verdosos al sol,
haciendo perder a muchas chicas el buen camino. Sus facciones son
armoniosas, una frente despejada bajo el espeso y fino cabello, una
nariz corta, unos labios carnosos que sabían engañar en muchos
sentidos, y un mentón cuadrado. Sus hombros anchos y cintura
estrecha eran un logro de la rutina física sobre la inercia que
mostraba en todo lo demás. Brazos y piernas son musculosos. Y está
orgulloso del paquete entre sus piernas. Le gusta usarlo, aunque a
veces las mujeres se quejaran de lo “breve” de sus batallas,
terminando feliz y desahogado mientras ellas parecían molestas.
Todavía
rotando el brazo va a la nevera y saca un cartón de jugo de naranja,
que bebe directamente del envase, cayendo en la silla de su
computadora. Cree recordar algo. Busca y lee: “¿Dolores después
de la rutina diaria?, Livet le produce el relajamiento que necesita,
un producto natural que favorece el alivio, el sueño y la
recuperación de fuerzas”. Sonaba increíble, pero la página le
gustaba, a pesar de lo extraño del nombre, Fuckuyama. Alguna mierda
japonesa. Si, no sonaba nada mal, era caro, pero necesitaba algo para
el dolor, y que no fuera un opiáceo. Suspirando con un dolor
diferente saca la tarjeta de crédito, se conecta a Ventas, donde lo
saludan, se interesan en lo que necesita, toman sus datos y le dan
las gracias por la compra.
Si,
una mierda japonesa.
Al
otro día, al regresar de la quinta, nuevamente con dolor, encuentra
en paquete pequeño y cuadrado en su buzón. Sonriendo sube, toma una
ducha, cena y lo desempaca. Hay una nota en letras góticas.
Fuckuyama le felicitaba por tomar el control de su existencia en la
búsqueda de un cambio para mejor. Frunce un tanto el ceño y sigue
leyendo. “Livet iniciará el cambio hacia esa nueva y placentera
vida que merece, una de satisfacciones intensas”. Ah, cuántas
bobadas, se dice apartando la nota y tomando el contenido.
-¿Qué
coño? –gruñe, desconcertado y molesto. Dentro hay una pequeña
cánula envuelta en papel sedoso, más pequeño que un dedal para un
meñique. Y se lee en dicho papel: Supositorio.
¿Tenía
que meterse eso en el culo?
La
cara le enrojece de furor, ¿un supositorio? ¿Un maldito
supositorio? Se siente engañado, estafado. Así como la cabeza se le
llena de sangre, que no de ideas, el dolor en el hombro se le
intensifica, como en burla al remedio encontrado. Arroja la caja con
el fulano dedal calmante en la mesa y cae sobre la silla de la
computadora, sintiéndola de pronto fría bajo su cuerpo, lleva tan
sólo un bóxer corto, como le gusta en la intimidad de su
apartamento. Se siente lindo así. Ceñudo mueve el cursor sobre la
pantalla y cae en aquel ícono que ha guardado por lo interesante de
la página hasta ahora. Le engañosa y traicionera Fuckuyama.
Parpadea, desconcertado, algo alarmado y más molesto. La página no
aparece. Lo intenta e intenta, nada. Gruñendo entre dientes lo busca
con Google. Nada de nada.
-¡Malditos
estafadores! –grita poniéndose de pie, le habían robado su
dinero.
No
le quedan dudas de que el dinero ya fue debitado de su cuenta, y tan
magra como ya andaba. ¡Los denunciará!, piensa, aunque él mismo
sabe de lo poco probable que sería que algo así prosperara.
Venezuela era un caos. Le da una patada a la silla cegado de rabia y
buscando desahogo, la cual gira y cae estrepitosamente. Lastimándose
el pie en el proceso. Ahora tenía un doble dolor, el hombro,
palpitante, y uno en el pie, en el empeine, frío y desagradable.
Va
hacia su cuarto, por alguna crema o una pastilla, cosa que odia, pero
se detiene. Casi trinando de rabia toma la caja y sigue su camino. El
dormitorio se encuentra determinado por la gran cama donde cree
realizar sus proezas sexuales, un closet lleno de vainas informales
que destacan su cuerpo (fuera del espejo de cuerpo entero de una de
sus puertas), y algunas otras cosas; hay mucha ropa y zapatos
amontonados de cualquier manera. Fotos de nenas bellas, enmarcadas,
adornan las paredes. Le gustan así cuando está solo y se masturba,
y porque puede retirarlas cuando lleva a alguna damita. Así de
exquisito era Jacinto Contreras. Entra y arroja la caja en la cama.
Joder, ¡cómo le dolía el hombro y el pie!
No
encuentra nada qué aplicarse, y cayendo de culo sobre su cómodo
colchón, mira la caja, considerando por un segundo lo intolerable:
colocarse el maldito supositorio. Seguro que era un fraude pero lo
vendían como relajante. La cara le enrojece, aunque sabe que,
técnicamente, es una tontería. Algunos medicamentos eran recetados
en tal presentación, por no hablar de aquel médico maricón que una
vez quiso tomarle la temperatura con un termómetro rectal. Ah, ¡las
cosas que le dijo!, aunque lo comprendía, viendo a un caramelote
como él…
Vuelve
a tragar al tomar la caja y sacar el dedal, encontrado que venía
firmemente unido a un delgado hilo tipo nylon, de unos quince
centímetros de longitud. Imagina que para halarlo en caso de
emergencias. La cara le enrojece otra vez, y la rabia le aumenta
igual. Botando aire se tiende de panza; sintiéndose increíblemente
idiota, bajando un tanto el ajustado bóxer, deja al descubierto unas
nalgas redondas y musculosas, duras y velludas. Tomando aire
nuevamente lleva el pequeño objeto a la entrada de su culo peludo,
tanteando, sintiéndose padecer el colmo de la iniquidad. Duda, lo
tiene allí, a tiro de pichón, pero no se anima aún. A la mierda,
se dice, era un hombre, tenía un dolor, no había nada más y nadie
lo sabría jamás. Lo empuja, sintiendo la incomodidad,
subconscientemente apretaba el esfínter y se obliga a relajarlo
(como seguro le dicen los maricas a los más maricas en un montarral,
piensa mortificado). Lo mete, empujándolo reacio, y parpadea. ¿Qué
diablos?, ¿qué mierda era esa?, se pregunta con ojos muy abiertos,
como la boca. Siente un alivio instantáneo; su hombro deja de
protestar, su pie también.
-Ahhh…
-se le escapa un profundo gemido de alivio. Nada sexual, tan sólo
por la cesación del dolor.
Deja
caer el rostro sobre la cama, casi sonriendo. Bueno, si, era una
mierda, un supositorio, pero mira que funcionaba. Queda así, de
panza, pies fuera del colchón, el bóxer algo bajo, su peludo culo
dejando ver el hilo blanco de aquella vaina que tiene metida. Como
sea, por su cama, el alivio o la reciente rabia padecida, el joven va
adormilándose, sintiendo un calor benéfico, relajante. Claro, no le
gusta pensar en ello, pero…
-¿Qué
coño…? –brama alarmado, alzando el rostro y los hombros de la
cama, sorprendido.
¡Esa
mierdita estaba deslizándosele por el recto! Se le estaba metiendo
más y más adentro, halando del cordel en el proceso. Alarmado lo
toma, decidido a detenerlo y sacarlo, viendo ante él la horrible
imagen de llegar a un hospital teniendo que explicar que tenía algo
metido allí. Lo hala para sacarlo… y el cordel queda en su mano.
-Pero,
¿qué coño’e la madre…? –grita con furor, viéndolo todo
rojo.
Lo
siente metiéndosele, calentando por donde pasa. No lo duda,
realmente no piensa en ello, ni con asco o como algo extraño a su
hombría, tan sólo lleva uno de sus dedos a la peluda y cerrada
entrada, metiéndolo, reptando con él, buscando aquella maldita
cánula, frotándose en el proceso. Ceño fruncido, respiración
pesada de rabia y preocupación (¿cómo todo se había jodido así?),
hurga en su culo. Y lo siente, la cánula, calentita, al alcance;
intenta afincar el dedo sobre ella y extraerla, pero se desliza, se
mueve. Rugiendo de rabia saca el dedo, el índice, y lo regresa con
el dedo medio. No sabe cómo le entran, cómo su agujero se abre así,
seguramente era por la necesidad, pero lo hace, siente la presión
del esfínter sobre ellos, pero los desliza. Busca y la siente, casi
la tiene. Pero se desplaza, se mueve otra vez. Y mientras la caza,
subiendo y bajando las nalgas para ayudarse, cae en cuenta de algo.
Mira
su reflejo en el espejo, mejillas rojas, su culo agitándose arriba y
abajo, los dos dedos metidos en su culo, hurgando…
Se
congela de la impresión, boca abierta, los dos dedos bien metidos en
su trasero, consciente de ello por primera vez. ¿Pero qué coño
hacía? Debía sacarse esa vaina con un lavado o yendo al baño y…
Traga, desconcertado. Dios, ¿qué era esa mierda? Siente, porque lo
siente, podría jurarlo sobre una pila de biblias, como ese dedal,
supositorio o lo que fuera, parece alcanzar un punto dentro de sus
entrañas que le eriza la piel, calentando, latiendo… ¿acaso
agitándose, rozándole?
-Ahhh…
-lanza un gemido de sorpresa.
Esa
vaina era tibia, masajeante, casi parecía lanzar oleadas de…
¡Tenía que sacárselo! Y olvidando su imagen en el espejo, comienza
a empujar nuevamente el puño contra sus nalgas, los dedos dentro de
su recto, buscando, cazando. No quiere ver pero… sus ojos vuelven
al cristal, enrojeciendo de vergüenza. Quien le mirara no creería
que intentaba sacarse algo que se le había ido por accidente por el
culo, mancillando su hombría, aunque no tanto como los dos dedos que
tiene clavados y que cuesta moverlos dado las apretadas de su
esfínter. Quien le viera creería que sumerge esos dedos en su
agujero buscando darse placer, que por eso no se detiene, que es la
razón de que suba y baje sus nalgas.
-Oh,
Dios… -exclama en voz alta, frustrado, doblando los dedos hacia
abajo, contra su pelvis al estar boca abajo. Y a sus propios oídos,
él que lo padecía, casi le parece creer que era un jadeo de placer.
Que no lo era.
Ni
era buscando gozar que bajaba más el bóxer, saliendo de él a
patadas y separando más las piernas para facilitar el acceso a su
culo. Ni empujaba sus dedos hacía abajo, tocando la cánula, ni
respiraba pesadamente porque al hacerlo esta parecía latir y
frotarse del punto P de los hombres, la maldita próstata de la que
tanto había escuchado cuando otros amigos hablaban de algunas
fantasías que practicaban con sus chicas, y a las que respondía con
un invariable y lapidario “maricas”.
Tiene
que atrapar eso, sacarlo, se dice mientras su culo sube y baja, los
dedos van y vienen, hurgando con ellos, tijereando, atrapando una y
otra vez su próstata, frotándola al agitar las puntas de los
mismos; gritando, se dice que de frustración y furor. No se detiene,
más y más rápido intenta cazarla, atraparla.
-¡Ahhh…!
-grita casi mareado, sintiéndose alzado a las nubes, experimentando
una oleada cálida y poderosa de placer que parece durar y durar,
mientras los dedos salen con abandono de su culo y cae completamente
sobre el colchón. Durmiéndose. Así tal cual.
……
Despierta
perdido, ojos legañosos, con la barbilla algo babeada, así como la
cama, al estar boca abajo. Rueda y se sienta, ¿se había quedado
dormido así? Sorprendido nota que amanece. Durmió toda la noche de
un tirón, en esa incómoda posición… y no le dolía nada. Al
contrario, se sentía descansado, despejado ahora. Hambriento y lleno
de energías. Cosa rara, pues amanecía con pereza. Se tensa al mirar
la cama, pasando una mano.
-Joder.
–jadea, no había sido un sueño. Se había corrido, poderosamente,
la noche anterior mientras…
Alarmado,
recogiendo las sábanas, se pone de pie, se sube el bóxer y recuerda
aquello. El supositorio calmante que se le había ido por el culo. Se
toca la panza y no siente nada, ninguna molestia. Va a la cocina y
enciende la cafetera eléctrica, que haga su trabajo mientras se
encierra en el baño y evacúa, bastante, sin dolor ni dificultad. A
pesar del desagrado busca y no ve nada, pero debió salir, ¿cierto?
Algo inquieto, aunque no mucho dado lo bien que se siente,
físicamente, sale del bóxer y se coloca un shorts corto, ajustado,
que casi parecía otro bóxer. Era el de los ejercicios mañaneros.
Toma café y pone a tostar mucho pan, se detiene viendo su equipo de
trabajo, y contra toda costumbre sale con él al balcón. Se sentía
tan bien que creía un pecado ejercitarse en la sala. Es temprano
aún, y se sube a su Five Min Shaper Maquina, empujando su joven,
armonioso y musculoso cuerpo arriba y abajo, tensando los músculos
de su espalda, contrayendo el abdomen, endureciendo sus bíceps,
muslos y trasero. Arriba y abajo, jadeando leve. Sube y baja,
bañándose de transpiración, viéndose caliente y sexy.
De
alguna manera sabe que lo miran, desde otros apartamentos… Jóvenes
casadas y muchachas, chicos en edad escolar. Algunos tíos. Siempre
le miran, pero más ahora al hacer aquello con el ajustado y corto
shorts en el balcón. Cinco minutos más tarde baja, jadeando,
sonriendo, mirando a la nada con las manos en las caderas,
abarcándolo todo. Debía ducharse, desayunar e irse. Sonriendo
socarrón después del espectáculo dado, toma la máquina y la mete,
entrando. Toma más café, mordisquea algo de pan tostado y va al
cuarto. Mirar la cama le incomoda. Le recordaba el maldito
suspensorio que se le había ido… y los dedos en su culo.
Quiere
alejarlo todo de su mente, y meneando la cabeza se despoja del
shorts, debía… Había dado un paso y regresa, congelándose,
mirándose al espejo de lado. ¿Qué diablos? ¿Acaso le había
crecido un poco el trasero? Lateralizado se estudia, notando que no
son únicamente sus glúteos, pero son estos los que más llaman su
atención. Medio ladeándose se los estudia al espejo, tocando uno
con una mano. Coño, si, lo tenía como más duro, más firme. Hala,
separándolos un poco… y frunce el ceño aún más. Los pliegues de
su culo… ¿siempre se habían destacado tanto hacia afuera?
Ante
esa duda, su corazón late con fuerza, de temor. Pero ¿temor a qué?
Va a tocarse y… La mano vacila y la aparta. Jadeando con cierta
preocupación se mira al espejo, parpadeando otra vez. Nota la hora
en el reloj de la mesita y corre a la ducha. El agua templada le
gusta, le aligera los pensamientos; toma el champú y enjuaga su
cabello ya sin pensar, con el gel de baño, que hidrata la piel,
recorre su cuerpo. Cuesta apartarse de la sensación untuosa pero le
gusta el resultado. Es cuando, de manera automática, mete la mano
cubierta de gel entre sus nalgas, frotándose a conciencia. Le gusta
eso, culo y bolas muy limpios. Las mujeres podían decir que era un
patán que se preocupaba más por su orgasmo, por rápido que sea,
que por el de ellas, pero no que apestaba.
Aunque
esta vez hay una diferencia. Se estremece cuando los dedos rozan su
culo. Si, coño, lo siente un tanto más protuberante, y tembloroso
cuando lo frota desde afuera. Se congela y traga, el agua cayendo en
su cabeza y mojándole la cara. ¿Qué pasaría? ¿Estaría así por…
haberse metido un dedo? Rota los ojos, bien, se metió dos, pero…
Nunca lo hace, se enjabonaba bien, a veces pellizcaba un poco, el
culo soltaba mierda y había que asearse bien, ¿no?, pero lo de
anoche…
Mandándolo
todo al carajo, decidido a olvidarlo, se enjabona, la mano entre sus
nalgas duras, porque si, parecían más duras, y frota sobre la raja.
Una y otra vez, casi mecánicamente. La punta de dos dedos van y
vienen sobre el ojete peludo, reparando en lo sensible que está, en
lo… mierda, si, lo extrañamente inquietante que era tocárselo.
Con un miedo sorpresivo, y nuevo, nota que el güevo se le para un
poco y lo deja así. Sale secándose, frotándose con fuerza y rabia
con la toalla, ¿qué le pasaba? Es cuando se ve al espejo,
extrañándose otra vez. Joder, parecía… más recio, más
musculoso. En su abdomen se marcan sutilmente los cuadros, sus
pectorales, que toca, parecen más redondos, las tetillas se ven como
más pronunciadas. Flexiona un brazo y no lo entiende. Si, parecía
que el globo de carne dura era un poco mayor. Tragando se mira
mientras se seca, medio ladea el cuerpo y… No, no se engaña, su
trasero parece más alzado, más firme. Y eso le gusta. Sonríe, a
pesar de todas las dudas y cosas curiosas. Deja caer la toalla y
flexiona ambos brazos… Oh, sí, le gusta mucho lo que ve.
Sabiendo
que era tarde, y que el cabrón de Requena le reclamaría, así como
se quejarían los cabrones que tenía por compañeros, sale a la
carrera y toma un bóxer nuevo, de los cortos, gris. Su talla de
siempre. Pero le cuesta subirlo por sus muslos, y aún más que cubra
sus nalgas. Le ajusta mucho, de una manera cálida y confortable
sobre sus bolas. Se vuelve y el trasero le parece increíble. Dios,
¿acaso todo ese cambio tendría algo que ver con…?
……
-Joder,
Contreras, al fin llegas. –le gruñe en los estacionamientos de la
quinta, uno de sus compañeros, Raúl Bravo, un treintón cobrizo,
escandaloso, agresivo, de bigotillo tipo lagartijo, ex guardia
nacional.
-Si,
se me hizo tarde. –se defiende bajando de la motocicleta,
acomodándose el traje y la corbata, traje que le ajustaba como un
guante, por cierto; el pantalón muy abrazado a su culo, hecho del
que fue muy consciente durante todo el viaje.
-¿Acomodándote
para verte bonito? –se burla el otro, quien sin el saco, y con una
pequeña aspiradora, parece asear una de las camionetas, Rigoberto
Linares, un negro de piel clara, alto como él sólo, había
practicado básquet antes de irse por la vigilancia privada. Le mira
y su sonrisa parece un poco confusa.- Y lo logras, te ves muy bonito
hoy.
-Deja
de joder. –gruñe el joven, sabe cuánto odian los otros que sea
guapo y que las damitas no tengan ojos sino para él, al principio.
Se sobresalta cuando Bravo replica casi a su lado.
-No,
en serio, hoy te ves como más… bonito. Debe ser por esa linda
camisa color lila. – acota con chanza, mirando al hombre negro, que
ríe. Aunque lo reglamentario eran las camisas blancas, no era una
norma fija, aunque sólo a él parecían no ponerle pegas por llevar
otros colores. Claro, era el consentido.
-Deja
de joder tú también. –le replica el joven, sin sentirse
intimidado por su cercanía o las palabras. Sabe torear a los tíos
que se molestaban un tanto por su presencia. Se alza sobre un
gabinete para tomar una de las tazas para el café.
-¿Pantalón
nuevo? –le pregunta Linares.- Te ajusta bastante en el culo, ¿no?
– sorprendido, recordando lo de esa mañana, Jacinto se vuelve a
mirarles, y encuentra que los dos, confusos, le observan el trasero
sobre el pantalón. Ajustado, enmarcando esos glúteos firmes, la
tela algo hundida entre las piernas.
-No,
es el culo, parece que le creció. –se burla Bravo, alargando una
mano y acariciándoselo, y riendo al hacerlo, una broma pesada entre
ellos.
-Si,
es eso, y está como más duro también. –se suma Linares, que
llega al otro lado del joven fortachón, metiéndole mano también.
Jacinto,
con la boca muy abierta, mira de uno al otro, mientras estos siguen
recorriendo con las enormes manos abiertas sus nalgas, apretando un
poco, como si palparan melones.
CONTINÚA ... 2
¡Te agradezco mucho por resucitar este relato, amigo! Ya desde hacía tiempo, te habías vuelto coautor de este relato y creo que eso, lejos de afectar, lo enriqueció. Je, je Estoy seguro que a los antiguos y nuevos seguidores disfrutarán esta historia.
ResponderBorrarEso espero, gracias por todo, especialmente el apoyo en los días malos.
BorrarEs siempre un placer, amigo. Por cierto, revisa tu correo.
BorrarMe agrado que lo hayas vuelto a subir, y ahora a estar al alba cuando llegues hasta donde nos quedamos la vez anterior.. jajaja
ResponderBorrarSabes, como te comente en email, siempre entra la nostalgia de leer los otros relatos, cuando gustes y puedas aquí estamos.
Un abrazo.
Gracias a ti, publiqué los cuatro primeros casi sin leer, aunque ahora si lo haré. Debo corregir algo que la autora y yo dejamos pasar la primera vez, como ella no pensaba hacerlo largo sino que se acostara por turnos con esos tipos y ya, no cuidamos el detalles de los nombres y apellidos y después me costó.
BorrarHaciendo cálculos según la manera que lo está retomando Julio, ese momento llegaría en el capítulo 31. Espero que el tiempo pase rápido y lleguemos pronto. Je, je, je
BorrarQue bueno que planees seguir con alguno de los relatos del otro blog... Aun duele recordar que fue de todo aquello... :(
ResponderBorrarDímelo a mí, jajaja, especialmente los cuentos que si terminé, como tres hombres, Jared hace caer a Jensen y la mascota del equipo.
BorrarMi favorito era el deespertar de joe... Lo tenia guarddado en mi compu... Pero desafortunadamente la tarjeta madre se quemo :(...
ResponderBorrarOye, si, había olvidado ese, y eso me trae al recuerdo otro, el suegro lo envicia. Me divertí escribiéndolo, adaptándolo más bien, ese cuento.
BorrarCreo que yo sé cómo encontrar algunos de esos cuentos. No prometo nada.
BorrarEres grande, Sergio Javier, ojalá lo consigas. Mi problema es que después de que escribo no quiero releer o todo me parece mal, por eso casi lo olvido. Pasé por el correo, amigo.
Borrarhttps://www.google.com/search?client=firefox-b-d&q=site%3Axtudr.com+%22de+macho+a+esclavo%22
BorrarQue le paso a tu blog?
ResponderBorrarHola, muchas gracias por los relatos, mi favorito era de macho a esclavo
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