sábado, 14 de septiembre de 2019

EL PEPAZO... 6

EL PEPAZO                         ... 5
   A veces un chico tan sólo aspira a divertirse un poco...
... 

   Enrojeciendo aún más de cara por aquellas palabras que salen de su boca, de panza sobre esa camilla, bajo el médico que buscó por ayuda para su “problema”, uno que ahora se le clavaba en el alma... y el culo, Jacinto sabe que no puede aguantar más. Siente como sus entrañas amasan y halan con fuerza de ese tolete, deseándolo, necesitándolo. Su culo lo quería y se abría con ganas, endulzándole con poderosas oleadas de una lujuria tal que nunca antes había sentido. Y aún antes de que Gabriel cayera definitivamente sobre su espalda, cerrándose sobre ella, metiéndole el güevo casi hasta los pelos, quemándole con sus bolas, ya sabía que deliraba y le pedía que lo cogiera, una y otra vez, mientras echaba sus nalgas hacia arriba buscando todavía un poco más del largo,grueso, duro y pulsante miembro que lo llenaba.
 
   Los dos gruñen, el macho cabrío arriba, sintiendo las apretadas de su vida que le daban esas entrañas; el joven forzudo, abajo, boca muy abierta y mirada casi ida, experimentando tales cargas de endorfinas que creía estar drogado con cocaína... la cual, en una que otra fiesta ha probado. Su piel es especialmente sensible, sus pezones arden de una manera deliciosa, y cuando uno es rozado por los dedos del otro, grita contenido. Su propio güevo, pisado bajo el peso de ambos, se frotaba sabroso de la camilla, la tela de la tanga excitándole de manera intensa, era como el refregar de una suave y acariciante manos. Pero su culo... era su culo el que...
 
   Cuando Gabriel sube sus nalgas, sacándole lentamente el tolete, refregándole las paredes del recto con su nervuda superficie caliente, otro bramido se le escapa, algo agónico, el chillido que lanzaría una actriz porno, de la bien putas de los años ochenta. Así se sentía Jacinto. El güevo entra, otra vez, y las sensaciones se intensifican tanto que ya no puede pensar. Sube y baja sus nalgas, abriendo y cerrando el culo sobre el grueso miembros, necesitado de más y más.
 
   -Hummm, hummm, cógeme, cógeme duro, por favor. –se oye gritar, muerto de vergüenza y excitación,casi lloriqueando cuando el otro obedece, atrapándole con las manotas los hombros, apoyándose, y comenzando un rítmico y frenético sube y baja, sacándole y metiendo del culo su cilíndrico tolete, adentro y afuera, golpeándole con la pelvis, azotándole con las bolas. Y Jacinto grita cada vez más y más, ojos cerrados, una viciosa sonrisa en su rostro bonito; nadie que le viera dudaría que fuera una puta, un viejo adorador de los güevos, no chillando como lo hace, ronco, como si le doliera, pero era de gusto. Algo de baba escapa de sus labios mientras su agujero era abierto una y otra vez con las duras enculadas.
 
   ¡La pepa de su culo era cepillada!, la idea le trastorna y marea. No sólo era intenso, maravilloso y glorioso sentir como el nudoso tolete refregaba en el vaivén los labios de su esfínter, produciéndole placer, o el recorrido en sus entrañas, que le tenía ardiendo, preguntándose cómo era posible tanto goce por el culo, pero sentir el glande golpeándole contra la próstata, encontrándola facilito y estimulándola era lo mejor. Cada frote, cada roce le sumergía en una intoxicación casi psicotrópica. Delira prácticamente mientras aquel joven y fuerte hombre se lo coge, admite aferrándose con las manos a la camilla que chilla, cruje y se mece toda por los hombres que sobre ella follan. Y su mente...
 
   No, no desea pensar, tan sólo sentir. Le avergüenza lo mucho que le excita el abrir y cerrar su culo alrededor del poderoso falo masculino, subirlo y bajarlo, buscándolo lo poco que le permite el peso de su hombre. Uno que le gruñe cositas sucias al oído, mientras le mete la lengua por el conducto auditivo, atrapándole un hombro para apoyarse, y con la otra mano le acaricia y aprieta las tetillas que parecen a punto de soltar leche de lo hinchadas y sensibles que están.
 
   Desde que ese sujeto le tocó en los hombros con sus manos estuvo caliente, cuando le rozó con la verga, la mente dejó de funcionarle con claridad, desde que le rozara con el pulsante y cálido tolete al desnudo no sólo la mente se desconecto, su culo se hizo sopa. Para cuando se la metió, aunque asustado, sabía que ardía como una zorra que gustara mucho del sexo en una fiesta de universitarios borrachos. Verla fue desear que esa verga le penetrara, que se le metiera como se le metía, con fuerza, al fondo, con dureza. Por ello, aunque apenado, no puede sentirse muy mal por los gritos de placer que lanza mientras siguen y siguen follándole contra la mesa de examen médico. Lo hace tanto, imagina, que Gabriel le cubre los labios con una mano, el pulgar...
 
   -Ahhh... -jadea ahora Gabriel, asombrado, no sólo ese culo estaba derritiéndole el güevo con aquellas haladas, apretadas y ordeñadas, sino que el sucio carajo le cubre el pulgar con sus labios. Ahuecando las mejillas y alzando la cálida lengua se lo chupa con una fuerza y sincronía que... si, era igual a las de su agujero vicioso. Culo y boca se sincronizaban maravillosamente. Si allí estuviera otro hombre, seguro que Jacinto le mamaría la vida por el pito.
 
   Y justo en ese momento el móvil timbra en su mono, sorprendiéndole, paralizándose al encontrándose de pronto haciendo aquello. Jacinto también está muy quieto. Toma el aparato del bolsillo y responde sin ver.
 
   -¿Si? –las voz le sale estrangulada.
 
   -Épale, Gabriel. –escucha una voz que le paraliza aún más, al igual que a Jacinto, quien oye por el volumen del aparato.- ¿Fue a verte el vago de mi cuñado? Voy a pasar cerca de tu consultorio, ¿estás allí? –era Renato, su amigo, el marido de la hermana del tipo este.
 
   ¡Y él le tenía el güevo totalmente clavado por el culo mientras el otro parecía querer mamarse uno!
 
   Por supuesto que la idea se le ocurre… y le eriza de pies a cabeza. Aunque no obsesivo con el sexo, a pesar de encantarle, y de ser respetuoso con las amistades, conoce al desgraciado de Renato Ocando desde hace muchos años, un guapo amigo con quien ha bebido y bromeado, y mentiría si dijera que a veces no sintió un cosquilleo en las pelotas viéndole inclinarse a tomar algo, mostrándole aquel trasero dentro de sus ropas, o en bóxer cuando van al gimnasio juntos. La idea de que llegara, los encontrara, se le pusiera dura y se la sacara dándosela a comer a su cuñado, al marido de su mujer, con él ahí, viéndole, le excita de una manera perversa. Pero es que caliente, perverso y decidido se sentía metiéndole el güevo adentro y afuera a ese bonito carajo fornido; cada golpe que le dio le hizo temblar la verga como si se le llenara de una corriente nueva. Aún ahora, quietos como están mientras sostiene el teléfono contra su oreja, respirando agitadamente, su pecho subiendo y bajando sobre la recia espalda de Jacinto, ese agujero parecía continuar amasándosela.
 
   -Sí, estoy aquí… -se le escapa, ronco, no sabiendo ni el mismo qué espera que ocurra.
 
   Por su parte, echado de panza contra esa camilla, respirando también agitado, sonriendo plenamente como un gato feliz, el cabello cayéndole en la frente y sobre un ojo, Jacinto se siente en la gloria. La dura, gruesa, nervuda y pulsante verga clavada en su culo le brindaba todo lo que quería o necesitaba… aunque podía ser más. Y mientras su culo, sin hacer un sólo movimiento, parece adherirse totalmente a ese tronco, agitándolo, frotándolo, succionándolo con hambre, provocándole un gemidito al otro, de sorpresa y gusto, también siente deseos de chupar con su boca. Babea, salivaba, deja escapar gemidos mientras le succiona el dedo que tiene entre sus labios, acompasándolos con las chupadas que daba su agujero vicioso. Y cierra los ojos, estremeciéndose más… pensando en Renato, su cuñado, con una mezcla de disgusto, alarma y excitación. Odiaba a ese carajo que se creía moralmente superior a él; pero tenía un cuerpo que…
 
   Y se imagina también, allí, desparramado sobre esa camilla, Gabriel llenándole el culo con su güevo grande, uno que le producía sensaciones increíbles que llegaban a cada rincón de su joven y musculoso cuerpo, dándole sin detenerse, mientras se comía el güevo de su cuñado, cubriéndolo con sus labios como hace con ese dedo, pegándole la lengua de la gran vena en la cara posterior, haciéndole gemir, oyéndole decir que mama un güevo mejor que su hermana. Tal idea, tan alejada de lo que generalmente es, de lo que siente y piensa ordinariamente, le provoca escalofríos, y su culo parece conectarse decididamente de aquel tolete clavado y lo ordeña. No es imaginación de ninguno de los dos, lo conecta y lo hala, lo chupa. Eso provoca otro gemido de Gabriel, todavía teléfono al oído.
 
   -¿Ocurre algo? –escucha este, a Renato, junto a su oído.
 
   -Nada, yo… -jadea pesadamente, casi como un maniático, lo sabe, mientras ese culo sigue ordeñándoselo, y ahora Jacinto comenzaba otra vez un vicioso sube y baja de sus nalgas plenas, refregándose de su pelvis.- Ahhh… Hummm…
 
   -¡Hijo de puta! –oye una risita del otro lado.- Estás follándote a uno de tus maricones mientras hablamos, ¿verdad? –se oye a Renato de los más divertido, y Jacinto se estremece al escucharle; si, se cogía a uno de sus maricones, se dice, apretando y soltando el agarre de su esfínter.
 
   -Así es, el mariconcito con el cuerpo más bello y el mejor culo que he probado en mucho tiempo. –exclama maligno, Gabriel, recuperando su dedo y levantándose, apoyando una de sus manotas sobre la joven espalda, casi quedando arrodillado, culo sobre las piernas, con el güevo bien metido en ese culo (joder, cogerle viéndole las nalgas y la tirita del hilo dental a un lado era mejor).- Tendrías que verlo. –y con un inconfundible chillido de la camilla comienza un salvaje saca y mete, mirando fijamente su cilíndrico tolete saliendo y entrando del deliciosos agujero que lo apretaba; unas cogidas que le ocasionan un alarido agónico de placer a Jacinto, quien maúlla, se revuelve, su espalda se agita, y sonríe de manera encantada. Oyen la risa de Renato.
 
   -¡Bolas! Sabes que esas vainas… -se niega, aclara… pero no cuelga.
 
   Gabriel no sabe qué tiene, qué se había apoderado de él; debía ser Jacinto, ese carajote tan rico y culón que se decía heterosexual pero que gemía con el roce de una bragueta contra su culo. Debía ser, porque rompió uno de sus tabúes, sexo con un paciente, y ahora le hablaba así a un amigo, con claras connotaciones sexuales, límite que se había jurado no cruzar jamás; pero la manera en que ese agujero le chupaba era…
 
   -Este culito apretado chupa como nunca nada me lo había hecho. Y tiene hambre este muchachón, quiere mamarse un buen güevo caliente y pulsante. –le dice ronco, provocador, intensificando el saca y mete dentro del agujero de Jacinto, quien responde con alaridos que llenan la sala, y que Renato, del otro lado del teléfono, debía escuchar muy claramente.
 
   Sonido que afecta al galeno también, quien afincando sus rodillas sobre la camilla, aún con el mono cubriéndole el culo y los muslos, se echa hacia adelante, sosteniéndose con una mano de la camilla, y comienza a embestirle con todo, su grueso güevo joven, nervudo, sale casi hasta la punta, momento cuando siente que ese esfínter lo retiene (¡no quiere que se lo saque!), y cae otra vez, con todo su peso, aplastándole nuevamente contra el mesón, encantándole de una manera dominante el sentirle tensarse y arquearse bajo él, escuchar sus gemidos ahogados mientras el culo chupaba con fuerza los jugos que del ojete del glande salían.
 
   -Deja, pana… -advierte Renato, ¿con voz algo ronca?- Oye, esa voz me parece conocida…
 
   Jacinto nunca podría negar que al escuchar esa pregunta, y presintiendo la respuesta de Gabriel, que era a él a quien enculaba con esos fuertes y maravillosos golpes que le metían el güevo hasta el estómago, desde el culo, casi se corrió de pura calentura. Una idea poderosa, que le hacía jadear más, respirar más pesado, su piel brillar con un sudor sexy, le dominó: quería más güevo. Otro, al menos otro para comerlo. Desea ese enterrado en su culo y que con el glande le daba en esa cosita que subía y bajaba, haciéndole arder totalmente las paredes del recto, que le tenía sobre estimulada la próstata, despertándole esas curiosas ganas de tragar y saborear uno, rodearlo con su boca y chuparlo con fuerza. Dios, las ganas eran tantas que no puede evitar gemir más y más, meciendo su cabeza, ronroneando, mientras su agujero era una verdadera ventosa sobre ese tolete que ordeñaba despiadadamente.
 
   Y si, Gabriel va a decirle a Renato a quien se coge, al cuñadito, al hermano de Omaira, su mujer. Abre la boca, entre jadeos, su respiración también afectada, cuando escucha.
 
   -No, mejor no me digas, coñe’e madre. –suena alarmado y amistoso del otro lado, como si le avergonzara agregar.- Me la tienen dura y eso no me gusta. –le cuelga, dejándole desazonados.
 
   Pero… ¡se le había puesto dura!, piensan ambos, como compartiendo un cerebro, o tal vez era esa profunda conexión güevo-en-un-culo que los dominaba en esos momentos.
 
   El joven de rostro picado como de sarampión, enrojecido también por un tardío acné, llevando la braga que le acreditaba como miembro del equipo de Mantenimiento del grupo clínico, entra en la recepción de la oficina del urólogo, congelándose en el acto. De la puerta cerrada que lleva al consultorio del galeno parten unos sonidos inconfundibles, una mesa agitándose violentamente, una voz masculina gimiendo, gritando y lloriqueando como si estuviera gozando una bola y parte de la otra, y la gruesa y ronca voz del médico.
 
   -Tómala, tómala toda, puto; es lo que querías, ¿verdad? Tu culo goloso estaba necesitado de esto. –casi grita.
 
   El joven queda con la boca muy abierta, parpadeando, acercándose y escuchando contra la puerta. ¿El doctor estaba cogiéndose a un paciente en su consultorio?, qué vaina. Le conocía, era un sucio, pero nunca había hecho aquello. El galeno tenía cierta fama en las instalaciones… como que, reconoce enrojeciendo, se lo había follado a él en el depósito… y eso que ni gay era. Muy quieto, boca abierta en un gesto normal de toda su vida, se queda y escucha…
 
   -Ahhh… -grita totalmente entregado, sonriendo dichoso y caliente, Jacinto, de espaldas sobre la camilla, su cabeza colgando un poco, cerrando los ojos, agrandando su sonrisa, sus axilas muy visibles al tener los musculosos brazos hacia atrás, su increíble cuerpo desnudo, sólo sus genitales cubiertos por una rosa tanga masculina, la cual demarca como si fuera pintura su verga totalmente dura, que pulsa y gotea, así como sus bolas. Todo él agitándose por las embestidas que le da aquel hombre, desnudo totalmente, sólido, bronceado, con los tatuajes que suben de los antebrazos y cubren parte de sus hombros, y el costado derecho del torso, dientes apretados, atrapándole por las nalgas, teniéndole los tobillos en sus recios hombros mientras agita sus caderas, follándole con fuerza. Pero, de alguna manera, aquellas entrañas ardientes, adheridas a esa pulsante barra, la halan, masajean y succionan de una manera tal que tienen rugiendo al urólogo.
 
   -Oh, Dios, eres tan puto. –le grita, ya no pensando en si quedaba todavía alguien por ahí, la camilla quejándose más por los renovados bríos de las cogidas.- No, puta; eres una puta caliente. –parece acusarle, notando como eso le hace ronronear sobre el mesón. Le azota un glúteo duro, y se siente tan bien como escuchar el gemido del otro, que sonríe viciosito y abre los ojos, brillantes de lujuria, pero también como mareado, seguramente por todo el placer de sentir su culo incansablemente cepillado por la verga de un hombre. Si, esa puta necesitaba más…
 
   Una nueva nalgada, leve, obliga al fornido joven a caer otra vez, boca muy abierta de donde escapa un grito totalmente sexual; ese hombre le trataba con posesión, con autoridad sobre su cuerpo, casi reduciéndole a una sumisa posición de ordeñador de su verga, y la idea, saber que se la ordeña con el culo, le tiene delirando de placer. Y esa cara, esos gemidos, esa sonrisa excitan y ponen más mal a Gabriel, quién, sin embargo, nota algo, ceñudo de confusión. Cuando Jacinto se desnudó, le llamaron la atención los pezones del joven, pero ahora… eran como más visibles, largos y algo llenos. Con la mano libre pellizca uno, ¡estaba tan durito!, y nota cómo el joven arquea la espalda sobre la mesa, como si le hubiera tocado otro botón imposiblemente erógeno.
 
   Como médico eso le intriga, era un cambio notable en poco tiempo, ¿alimentado por la verga en su culo? ¿Y qué tenía ese culo que al metérselo parecía golpear una fuente de poder sexual? Como sea, se siente algo culpable, como médico debió ayudarle cuando se presentó con su “problema”… Pero, tal vez, estaba haciendo lo mejor por él. Aunque Jacinto decía una cosa, parecía anhelar otra. Tan joven y guapo, un cuerpo de infarto y un trasero de pecado, debía guiarle a encontrar lo que en verdad quería y para ello no había mejor método que aquel, que experimentara con un güevo clavado su culo y entendiera que todo ese placer que ahora le tenía delirando en la mesa podía tenerlo siempre, si aprendía a complacer a los hombres. No sólo con su buena figura o su cara bonita, sino con su culo; no, con su coño hambriento, mojado y caliente. Soltándole las nalgas, metiéndosela hasta el fondo, se tiende sobre él, apretándole las dos tetillas. Ambos mirándose.
 
   -¡Puta! –le grita casi al rostro.
 
   Y cerrando los ojos con una mueca viciosa de gozoso, sin tocarse, Jacinto Contreras tiene el primer gran orgasmo de su nueva vida. Siente que cada célula de su cuerpo tiembla y se eriza, que su culo aprieta fuerte y su propio tolete es una barra recorrida por mil sensaciones. Grita, tiene que hacerlo mientras los trallazos salen del ojete de su glande, bañando la tanga, carga que casi traspasa chorreándole el abdomen con el ardiente líquido espeso. Cada disparo le eleve a alturas de placer indescriptibles mientras cientos de luces blancas estallan frente a sus ojos, aunque los cierra. Se corrió con todo lo que tenía, arqueando la espalda y echando la cabeza hacia atrás, casi fuera de la camilla, su recio torso elevándose y bajando con la pesada respiración.
 
   Por su parte, mirándole fascinado, Gabriel siente la presión de ese esfínter y recto sobre su barra, apretándola salvajemente, succionándola de manera intensa. Es tanta que aunque pretendía aguantar, no lo consigue y…
 
   -¡Toma toda mi leche, puta! –le grita sintiéndose sucio, sacándosela casi toda, hasta el glande, y metiéndosela nuevamente, de golpe, con fuerza, y tensa su cuello, aprieta los dientes y tiembla de lujuria y placer mientras se corre. Lo hace abundantemente, su ojete vomita su buena carga de semen y aquel culo parece activarse para succionarlo de una manera desconcertante pero increíble, lo aferraba como si fuera prácticamente una mano que lo masturbaba y una garganta que lo ordeñara.
 
   La boca de Jacinto se abre nuevamente, un grito agudo escapa de ella cuando lo siente, el temblor del tieso güevo clavado, ese algo caliente como fuego líquido que lo recorre mientras late contra las sensibles y hambrientas paredes de su recto, y finalmente el disparo de aquello. Lo percibe perfectamente, el golpe de semen, que lo llena, que parece arrojar como una bolita de billar algo dentro de sí, que sube y baja golpeándole la próstata una y otra vez, y tiene que gritar más fuerte mientras alza su ombligo al doblarse tanto sobre esa mesa. El semen mana y mana porque sigue ordeñándolo, y cuando Gabriel se tiende sobre él, susurrándole puta, puta, puta, grita perdiendo el control, rodeándole el cuello con sus fuertes brazos, atrayéndolo y besándole.
 
   Su hambriento culo succiona lo que necesita, su esfínter se relaja y tensa sobre el cilíndrico tolete que lo penetra, ¡quiere más leche!, mientras perdida toda la cordura mete la lengua en la boca del galeno, encontrando la suya, atrapándola y chupando de ella, halándola, bebiéndose su saliva. Nunca había besado a un hombre, ni esperaba hacerlo jamás, pero en esos momentos todo gira a su alrededor de manera vertiginosa, nadando en endorfinas como está. Siguen y siguen, dándose lengua, chupadas y lamidas, el güevo todavía latiéndole en el culo tomado.
 
   Las bocas se separan, jadeantes. Gabriel totalmente erizado, llega a una conclusión: ¡necesitaba conocer a ese chico! Entablar una amistad, una…
 
   -Jacinto, yo…
 
   -¡Suéltame! –ruge el joven de repente, apartando sus brazos y casi cayendo de culo de la mesa al echarse hacia atrás, estremeciéndose cuando el grueso y largo tolete abandona su agujero, el semen manando de él.- ¡Oh, Dios! –ruge saltando de la mesa, tomando sus pantalones.
 
   -Espera, yo… -el médico se siente ahora afectado; rechazado cuando intentaba otro acercamiento, y frustrado por sentir que tal vez sí violó sus votos como galeno.
 
   -Yo… yo… debo irme. –no le mira mientras se viste, subiéndose el pantalón, arrugando la cara al sentir el semen chorreándole culo afuera por sus muslos.- No… No creo que… que vuelva porque…
 
   -Lamento que sientas que me extralimité, yo… -alza las manos después de cubrir su tolete todavía erecto. ¡Parecía querer más de ese increíble culo!
 
   -No, no… doctor, no quiero hablar… -rojo como un tomate, hirviendo de humillación y vergüenza, cierra sus ropas, sintiendo como el pantalón se le moja de esperma, por delante y por detrás. Traga en seco, casi con un puchero de llanto, ¿cómo iba a salir de ahí así?
 
   -Espera, puedo traerte algo… Tengo ropas en mi casillero. –insiste, acercándosele, solícito, comprendiendo que realmente aquel chico era virgen y que ahora atravesaba el pasillo de la vergüenza.- No debes sentirte mal por lo que pasó, fue…
 
   -¡No quiero hablar de eso! –estalla, parpadeando con fuerza, el puchero más pronunciado. Se coloca el saco, y tantea que la parte trasera cubra su redondo culo. Se veía tan patético que…
 
   -Por favor, espera, en serio. Nunca hago esto con un paciente, pero tú…
 
   -¿Fue mi culpa? ¿Es eso? –ladra, rojo ladrillo, tragando todavía más, mirándole.- No, no digas nada, no quiero saber. –se dirige hacia la puerta, notando su culo enlechado, su verga también, así como está secándose sobre su abdomen.
 
   -Por favor, Jacinto… -brama el hombre, con el mismo tono aprensivo de cuando una chica no desea escuchar una disculpa, una explicación o un ruego.- No te vayas así, en serio. ¿Puedo… puedo invitarte a que vayamos a tomar un café? –pide, con frente fruncida y mirada de cachorro grande, mientras desea, en serio, que diga que sí.- ¿Por favor?
 
CONTINÚA ... 7

4 comentarios:

  1. No imaginás lo que te extrañé. Soy Víctor, siempre he estado pendiente de tu blog.

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  2. ESPERANDO LAS PROXIMAS ENTREGAS SOY SEGUIDOR DE TUS HISTORIAS

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