domingo, 27 de octubre de 2019

SUCIOS

LOS CACHAS                         EL PEPAZO
   No hay más lealtad que la del propio culo en peligro...
...
   -¡Ya va, coño! -ruge Gabriel Manzo mientras baja la escalera que da de los cuartos a la sala en la quinta de sus padres, a donde acude cuando necesita dinero, que le laven la ropa sucia o esconderse... de cualquier vaina.
 
   Estaba recostado en su vieja habitación cuando escuchó los insistente llamados a la puerta. Se resistió a despertar porque soñaba que estaba desnudo, y duro, su tranca muy erecta (y como era un sueño parecía más grande y gruesa), y dos chicas rientes, de tintes extranjeras por lo catiras, muy jóvenes y tetonas, desnudas, arrodilladas en la cama le lamían el tolete como su fuera un caramelo, disputándoselo, sus boquitas atrapando y besando, y él mirándoles el trasero en un espejo, sus vaginas abiertas. Un gran sueño. Y la jodida puerta... Quien llamaba, primero con el timbre (parecía que el dedo se le había pegado al botón, seguramente con mierda), ahora la aporreaba a puñetazos dispuestos a echarla abajo. Era de suponer que la vivienda estaba solas ya que nadie acudía ante el escándalo, ni sus padres (jubilados de culos apretados), su hermana (una tonta que le gustaba darse mala vida) o su hermano menor, el pequeño e insoportable nerd que se creía mejor que el hermano “vago” y la hermana “estúpida” (y ahí sí que le daba la razón). Pero la casa no estaba sola, lo sabía. La verdadera encarnación de la vagancia estaba dormitando a la orilla de la piscina de la modesta pero bien hechecita vivienda.

   -Bastante que he trabajado para darles todo esto. ¡Honradamente, además! -solía aburrirles su padre contando cuando se sentaban a la mesa, y debían escucharle porque todavía comían de lo que ponía en la mesa.

   -¡Coña, ya! -ruge otra vez, abriendo los brazos y cruzando los últimos metros desde las escaleras hacia el recibidor, algo estrecho, con el gran espejo de pared para quién salía (o entrara), el esquinero con fotos bonitas de la familia, donde parecían gente, y un florero. Abre y se sorprende desagradablemente al encontrar a dos de sus amigos. El que estén allí, a esa hora, en ese lugar, indicaba que le habían estado buscando. Y que no podía ser por nada bueno.- Marcos, Mateo... ¿por qué coño aporrean la puerta?

   Siendo más bajito, aunque fornido, jadea cuando Marcos Escalona, alto, recio, con cara de malo (una atractiva, las mujeres ovulaban al verla, a pesar del gesto de grandísimo hijo de puta que se le notaba), le aplasta con una mano por el pecho y le empuja casi golpeándole contra el espejo. Y si lo rompían si que se meterían en un peo, piensa de manera oblicua.

   -¿Qué carajo hiciste? -ruge este, bañándole de saliva, bastante (algo que siempre negaba, que silbaba como perro), rojo de rabia, pero con algo de miedo brillando en los ojos almendrados.

   -¿De qué hablas? -jadea, no asustado, se conocen, tan sólo desconcertado. Y más cuando Mateo Jiménez, un negro casi tan alto como Marcos, de crinejas que le llegan a la espalda baja, alzándose en ondas sobre su nuca, le enmarca por el lado derecho.

   -¡Desaparecieron diez mil dólares del sobre del Ruso! -estalla este, tan alarmado como el primero, tan maloso como este también.

   -¡¿Qué?!

   -Qué falta dinero del Ruso y este nos anda buscando. ¡Y ya imaginarás que no es para que nos echemos unos palos y hablemos de putas! -ruge Marcos.

   -Baja la voz, coño, te oye el vecindario. -jadea con la mente nublada, de desconcierto y alarma, Gabriel, abriendo mucho los ojos finalmente.- ¿Crees que los tomé yo? ¿Estás loco? Sé lo que el Ruso me haría si... si...

   -Falta la plata y tú depositaste el sobre. -sintetiza Mateo, medio inclinándose sobre él también.

   -¡No tomé...! -y boquea, parpadeando.- ¡Mierda! ¡Fue Rubén! -croa. Si, el marido vago, necio e idiota de su hermana, un bueno para nada que nos servía sino para comer, dormir, ejercitarse, verse bonito, conquistar mujeres y paseárselas por la cara a la muy estúpida, fuera de gritarle frente a todos, negarle lo más indispensables (vivían allí o se morirían de hambre), y cree que la golpeaba a veces. Él le había visto dejar el abultado sobre en el vieja cama del viejo cuarto un momento antes de salir. Así lo dice.

   Marcos parpadea, asombrado. Conoce al tipo, habían estudiado juntos en la secundaria Negra Matea; un vago que vivía de su apariencia, siempre buscando quien le hiciera las cosas. Pero no era eso lo que le tiene en esos momentos con la boca muy abierta...

   -¿Estás diciéndome que te disponías a ir a depositar la plata del Ruso, más de cincuenta mil dólares de las ventas que hacemos de drogas, y lo dejaste por allí, fuera del alcance de tu vista, estando tu hermanito aquí, tus padre, la tonta de Stephanie y el güevón de tu cuñado? ¿Y saliste sin contar que estuviera completo? ¿Qué clase de imbécil...? -va alzando la voz mientras lo pregunta. Lanzando un bufido a su lado, Mateo se lleva las manos a la cabeza para expresar exasperación.

   -No pensé...

   -Es obvio que no, idiota. -croa el negro de cara alargada y piel lustrosa, ojos marrones claros y labios extrañamente sensuales (las mujeres soñaban con besarlos).

   -¿Dónde está ese maricón? -ruge Marcos. Joder, ¿habría tiempo de resolver este desastre? Cuando pensaba en el Ruso visualizaba manos aplastadas con martillos, uñas arrancadas, dedos apuntados. Pero también veía piel despellejada, familias asesinadas. No tenía el otro un simple apodo, el Ruso; no, era el título de la institución que tenía detrás: la mafia rusa.

   -Creo que le vi en la piscina. -Gabriel arruga la cara molesto, el negro cabello de su nuca uniéndose un tanto a su bigote y barba no muy poblados. Sabía que estaba allí y fue incapaz de mover el culo para abrir la puerta.

   Los hombres cruzan la casa y salen al patio, bien conservado, las flores hermoseando el espacio, dos acacias agitándose al fondo, los pájaros trinando. Nada de eso impresiona al trío de sujetos que va hacia la alberca de aguas azules, a cuya orilla, sobre una tumbona, descansa un tipo alto como dos de ellos, de piel blanco marfileña, algo extraña en estas latitudes, como su cabello castaño claro, pegado a su nuca al haber estado nadando, mostrando un torso artísticamente trabajado, semi cubierto por una camiseta de anchas aberturas, mostrando unos buenos pectorales y brazos, así como unas piernas largas y musculosas al llevar un corto traje de baño que no llega más allá de las bolas.

   -¡Ruben! -estalla Gabriel. El catire abre un ojo castaño verdoso, desdeñoso, recorriendo a los otros dos, a quienes también conoce.

   -Me tapan el sol.

   -¿Tomaste una plata de un sobre en mi cuarto? ¿Diez mil dólares? -demanda saber. El otro sonríe leve.

   -¿De dónde sacarías tú diez mil dólares? ¿De tu papá? -y tan pancho se lleva las manos tras la nuca, flexionando indolente ese cuerpo que usa para abrir puertas.- Y no, no sé de qué coño hablas. -sonríe como retándoles a contradecirlo.

   -¡Maldito mentiroso! -ruge Marcos, agresivo, cerrando los puños, odiándolo mucho, tendiéndose hacia él.- ¡Vas a regresar esa plata y...!

   -No sé de qué hablas. Pero si hay algún problema llama a la policía, ¿no?

   Los desconciertas.

   -Hijo de puta, no sabes en el peo que podemos meternos todo. Esa plata es de...

   -¡Cállate, Gabriel! -estalla Mateo, tan molesto como Marcos, quien se tiende hacia el catire acostado.

   -¿Voy a... -le va a golpear, lo va a machucar a coñazos, va a borrarle la sonrisa indolente y burlona de...

   -¡No! -le sostienen a un tiempo Gabriel y Mateo, revolviéndose entre ambos, que le alejan del catire indolente y sonriente que les despide con un gesto de la mano.

   -¡Tengo que joder a ese güevón! -ruge Marcos, rojo de rabia, todavía debatiéndose entre los brazos de los amigos que apenas pueden contenerle.

   -No. No. ¡Coño, no puedes! -le ruge Mateo, unico físicamente capaz de enfrentarle en una pelea real.- Sabes quién en su papá, ¿quieres a ese desgraciado detrás de ti?

   -Pero si no devolvemos esa plata... -Marcos se estremece casi con náusea, de rabia pero también de miedo. El Ruso iba a matarlos, y de una forma horrible. La idea les alcanza a los tres mientras dos de ellos, con disimulo, alejan al tercero del catire en la piscina.

   -¿No tenemos... nada por ahí? -lloriquea Gabriel.

   -¿Diez mil dólares? ¿De dónde los sacaríamos si todo lo gastamos como idiotas? -gruñe frustrado pero más cerebral, Mateo, cuando regresan a la sala.- ¡Mierda! -brama mirando por uno de los ventanales. Una enorme camioneta cuatro puertas entra en la propiedad. Se detiene y ven aterrados al hombre alto, recio, treintón y de rostro pétreo que sale del asiento trasero. Un tipo de cabello corto, amarillento, cortado en cepillo, con unos ojos azules como desvaídos, como si hubieran perdido color, y una piel bronceada pero que más que blanca parecía pálida. Causaba una impresión extraña mirarle, como las manos llenas de tatuajes que se veían fuera de las mangas de un saco deportivo, o los que rodeaban su cuello emergiendo del borde de la camisa blanca.- ¡El Ruso!

   Decir que nuestros héroes vende drogas tiemblan de miedo, es poco, mientras le ven acercarse a la casa.

   -Dios, Dios, nos va a matar aquí mismo. Mis padres van a regresar y encontrarán mi cadáver atrancando la puerta... -jadea pálido, Gabriel.- Me desangraré sobre la alfombra y mamá se molestará.

CONTINÚA...

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