PIERWSZY
El
entrenador mira y sonríe, como hace más de un padre en las gradas
viendo las competencias de sus hijos. Un chico no necesitaba forzar a
otro si quería frotarle la verga del cuerpo; generalmente bajo las
duchas probaban. Pero siempre ayudaba. Oh, si, jadeos, rozones de
piel y de trancas jóvenes y duras siempre eran buenas razones para
que los chicos se inscribieran en la lucha y participaran tan
entusiastas; a veces hasta invitando a sus mejores amigos a unirse a
la diversión en las prácticas.
Aquella
exigencia para usar el disfraz, al menos esa parte, en los vestuarios
antes de los encuentros para inspirar a los muchachos, después para
premiarles o confortarlos por el esfuerzo, y durante las prácticas
para motivarlos, no le habían molestado en lo más mínimo. Si, era
bueno en la cancha, pero como “refuerzo y apoyo emotivo” para el
equipo era todavía mejor. Aún se estremece viendo a los chicos
cuando entra al caluroso vestuario apestoso a testosteronas, sólo
con la “cabeza”; nunca puede apartar los ojos de esas jóvenes
virilidades tiesas que se agitan en su presencia. “Chicos, ya
saben... la fila”, gruñe como sensual bestia.
Que
tontos, se dice desnudo sobre el henos viéndoles discutir. Se
equivocó y citó a los tres por error. Cada uno dice que tiene más
derecho, y sacándoselas, cada uno le tenta sabiendo que no puede
resistir todo ese encanto expuesto y tieso. “Señores, no hay que
discutir”, les dice con su suave y mórbida voz aniñada, una que
los excita, “puedo con los tres”. Y vuelve su cuerpo delgado y
casi adolescente de panza, exponiendo su afeitado agujero,
haciéndoles temblar con una nueva emoción. Vaya con el putito hijo
de predicador, tan amante en verdad de los uniformes y los hombres de
autoridad...
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