viernes, 1 de noviembre de 2019

CZWARTA

PIERWSZY

   El entrenador mira y sonríe, como hace más de un padre en las gradas viendo las competencias de sus hijos. Un chico no necesitaba forzar a otro si quería frotarle la verga del cuerpo; generalmente bajo las duchas probaban. Pero siempre ayudaba. Oh, si, jadeos, rozones de piel y de trancas jóvenes y duras siempre eran buenas razones para que los chicos se inscribieran en la lucha y participaran tan entusiastas; a veces hasta invitando a sus mejores amigos a unirse a la diversión en las prácticas.
   Aquella exigencia para usar el disfraz, al menos esa parte, en los vestuarios antes de los encuentros para inspirar a los muchachos, después para premiarles o confortarlos por el esfuerzo, y durante las prácticas para motivarlos, no le habían molestado en lo más mínimo. Si, era bueno en la cancha, pero como “refuerzo y apoyo emotivo” para el equipo era todavía mejor. Aún se estremece viendo a los chicos cuando entra al caluroso vestuario apestoso a testosteronas, sólo con la “cabeza”; nunca puede apartar los ojos de esas jóvenes virilidades tiesas que se agitan en su presencia. “Chicos, ya saben... la fila”, gruñe como sensual bestia.
   Que tontos, se dice desnudo sobre el henos viéndoles discutir. Se equivocó y citó a los tres por error. Cada uno dice que tiene más derecho, y sacándoselas, cada uno le tenta sabiendo que no puede resistir todo ese encanto expuesto y tieso. “Señores, no hay que discutir”, les dice con su suave y mórbida voz aniñada, una que los excita, “puedo con los tres”. Y vuelve su cuerpo delgado y casi adolescente de panza, exponiendo su afeitado agujero, haciéndoles temblar con una nueva emoción. Vaya con el putito hijo de predicador, tan amante en verdad de los uniformes y los hombres de autoridad...

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