jueves, 7 de noviembre de 2019

EL PEPAZO... 10

EL PEPAZO                         ... 9
   ¿Algo que te guste y quieras llevar?
... 
 
   Jacinto se estremece ruidosamente sobre esa cama, sus nalgas tensándose, subiendo y bajando, su culo buscando aquella verga que se clava rudamente, adentro y afuera, golpeándole con las bolas, el macho casi aplastándole contra la cama con su cuerpo. Lo tenía bien penetrado mientras le hablaba suciamente, con autoridad y posesividad.
 
   -Mierda, tu culo es todo lo que imaginé que era desde que te vi con ese hilo dental clavado. Tan estrecho, tan caliente… -le ruge al oído, alzando y bajando su peludo trasero sin descanso.- ¿Te gusta, chico bonito? ¿Te gusta cómo te estoy cogiendo? ¿Eres mi chico bonito, bebezote? –la pregunta le era extrañamente importante, porque, por alguna razón, sentía celos. De los otros hombres que forzosamente debían haber pasado por la vida del fornido y bello joven. Le oye jadear en respuesta a sus palabras, le ve los cachetes rojos, le ve sonreír y hace algo que no acostumbra, refriega la nariz de su nuca, de su cabello, enterrándola allí, llenándose con su olor a machito joven. Lo coge, rudamente, celoso de las personas que seguramente le han tenido ya así, y comienza a depositar besitos ruidosos en su cuello, tras sus orejas.
 
   El joven guardaespaldas no responde, no puede, dominado por todas aquellas sensaciones y emociones que le dominan. Si ese tolete clavado en sus entrañas, trabajándole el agujero y la pepa que allí tenía, le hacía delirar, los besos y pequeños mordiscos en su cuello le tenían atrapado. Ese aliento le quemaba, las manos de ese sujeto, que se meten entre el colchón y su cuerpo, atrapándole los poderosos pectorales y acariciándole las muy erectas tetillas, le tienen babeando por la boca y el tolete sobre la cama. El miembro del abogado sube lentamente ahora, casi saliendo, dejándole sólo la punta enterrada, y el joven siente que se muere.
 
   -Cógeme, cógeme duro, por favor. –le pide, incapaz de controlarse, mirándole sobre un hombro.
 
   -¿Te gusta mi verga? –el hombre le mira, quieto, el tolete pulsándole de ganas por enterrarse otra vez en el estrecho y sedoso túnel de amor, pero torturándole.
 
   -Si, si, me gusta. La quiero. –Jacinto ya no piensa, está desparramado de panza en esa cama, sus tetillas atrapadas, sus muslos musculosos muy abiertos, su culo medio penetrado.
 
   Cuando el hombre afinca la presión sobre sus tetillas, y arremete con mayor velocidad y fuerza contra su culo, el chico estalla en un largo gemido de gozo, todo su cuerpo arde, se eriza. Y todavía sube y baja su trasero firme, porque su culo lo quiere. Es plenamente consciente de la nervuda verga que sale y penetra, que lo refriega, latiendo y quemando en su interior, y sus entrañas quieren más. Su mente es una masa confusa de lujuria. Cada roce de la verga le provoca escalofríos, los dedos de sus pies se agitan y contraen, al igual que sus nalgas mientras la barra sale y entra.
 
   -¿Te gustas esto, chico maricón? –entre jadeos se le escapa al abogado, y Jacinto se paraliza, frío, impactado.
 
   -¡No soy marica! –jadea, indignado, mirándole sobre un hombro, desconcertándole.
 
   -¿Qué? –Andrades frunce el ceño, ¿de qué coño hablaba ese chico que gemía con su verga clavada en el culo?
 
   -No soy marica, esto es… -el fornido joven traga saliva, asustado, medio aplastado por el peso del hombre, quien, también parece confuso y molesto.
 
   -¿Estás jodiendo conmigo? ¿No eres marica? ¡Pero si estabas gritando por mi güevo!
 
   -No, yo… Es que, usted no sabe. Compré un analgésico, que vino en forma de supositorio y…
 
   Cuenta, pero el hombre ya no le oye. Molesto. ¿Cómo que no era marica? ¡Claro que lo era!, se dice con disgusto. Porque necesita que lo sea para tenerle como su amante regular, porque, oh si, ha decidido que le quiere (no de esa manera, se aclara a sí mismo); pero eso pasaba porque fuera… Bien, que le gustaran las vergas. ¡Y le gustaban! ¿Cómo era eso de que no era marica? Si, seguramente se avergonzaba, era nuevo en aquello, y la idea le hace feliz. Obviamente no había tenido decenas, o centenas de amantes, de hombres vigorosos y calientes que le habrían tocado, lamido, besado. Eso calma sus celos, pero… quedaba el punto.
 
   -¡Claro que eres marica! –le gruñe, atrapándole el cabello en un puño, no con violencia, alzándole el rostro, obligándole a mirarse en el espejo del closet, de frente; joven, guapo, fornido, con un hombre sobre su espalda, una verga llenando su culo.
 
   -No, señor, yo… -comienza a aclarar otra vez, agitándose como dispuesto a quitárselo de encima, a sacarse esa vaina del culo, aunque este se cierra salvajemente alrededor del cilíndrico falo, negándose a colaborar en defensa de su masculinidad.
 
   Molesto, Andrades retira su güevo, centímetro a centímetro, deliberadamente lento, haciéndole gemir cuando le roza. El glande casi sale, no del todo, y los hinchados labios luchan por retenerlo a pesar de lo que dice el joven.
 
   -Hummm… -un largo, agónico y erizante gemido del placer más puto escapa de los labios del muchacho cuando el glande se forza, entra y el tolete se entierra.
 
   -¿No eres marica? ¡Ja! Ya verás. –e incrementa las embestidas. Adentro y afuera, con fuerza, casi sacándosela del redondo y rojizo culo para luego volver a enterrársela, gozando de las apretadas dadas por los hinchados labios de ese agujero ávido de más y más.
 
   -Hummm… -arqueando la espalda, totalmente enrojecido de lujuria y vergüenza al intentar sostener el punto de que no es gay, Jacinto aprieta aún más sus entrañas contra la ardiente barra que pulsa, le llena y refriega las paredes del recto.
 
   -Si, así, eso es… ¿Lo ves?, eres una buena nena grande y musculosa. Un buen marica. –le gruñe Andrades, sonriendo un tanto burlón, enterrándosela muy hondo en su interior, meciendo sus caderas, refregándosela todavía más, notando como esas entrañas lo chupan y ordeñan.
 
   ¡Era tan vergonzoso, carajo!, piensa el joven, ojos muy abiertos, igual que la boca, de donde escapan gemidos involuntarios, notando como su culo se abre y se cierra hambrientamente sobre ese tolete, deseándolo, usándolo para darse el placer que necesita. Debía odiar esa vaina, ser tratado así, llamado de esa manera, ¡era un macho, joder!, pero era tan difícil cuando subía y bajaba sus nalgas, cuando empujaba su agujero pulsante contra esa barra dura y babeante, casi corriéndose ya de pura emoción, sin tocarse, simplemente al ser cogido y estimulado analmente. Mirándose a un espejo. Quiere resistir, demostrarle que no era un marica…
 
   -Ahhh… -se le escapa ruidosamente cuando el hombre, atrapándole otra vez por los pectorales, le obliga a girar sobre la cama, quedando él debajo, con la amoratada y bronceada verga bien clavada en su blanco y casi lampiño culo, y dejándole arriba, grande, fornido, musculoso, piel suave y dorada, su verga mojándole, sus tetillas duras, su culo prácticamente succionando el cilíndrico tolete que lo penetra.
 
   -¿Lo ves?, ¿lo ves? –le gruñe el abogado, voz ronca, totalmente excitado, enloquecido a su vez por las cosas que ese agujero le hace a su verga, excitado por tenerle así, por el peso de aquel joven forrado de músculos que gemía, se arqueaba y tensaba sobre su cuerpo cuando se las ingenia para asentar los pies sobre la alfombra y comienza a subir y bajar su tranca, cogiéndole en esa posición.- Marica, eres un hermoso, enorme y sexy marica… -los labios rodeados de vello facial casi le rozan una de las rojizas orejitas al aclarárselo.
 
   -No, no… -ojos nublados de gozo, labios temblorosos de donde escapan gemidos y algo de saliva, Jacinto se resiste, pero tiene que afincar también los pies en la alfombra, doblando sus dedos, para resistir las enloquecedoras acometidas de ese güevo poderoso que le domina y controla.- ¡Hummm! –su gemido putón de gozo llena la habitación, aunque todavía se resiste a aceptar que es un marica… porque no lo era, ¿verdad?
……
 
   Como todo el mundo en su situación, Corina de Andrades odia el tener que regresar a su casa porque olvidó algo, en este caso su móvil. Ni siquiera entiende cómo lo dejó. A pesar de estar con sus padres no pudo contenerse. Emprendiendo el regreso. De improviso. Sonriendo levemente al imaginar la sorpresa que le dará a su marido, quien seguramente se había echado a dormir en cuanto salió. Para verle la cara cuando saltara sobre él, “espantándole”, bien valía el viaje.
 
   Y vaya que sería una sorpresa.
……
 
   -Vamos, marica bonito, hazlo… -grazna ronco, Andrades, de espaldas sobre la cama, la cabeza entre las almohadas, viendo al enrojecido muchacho montado a hojarascas sobre sus caderas, las piernas atrapándole los costados, subiendo y bajando el goloso culo sobre su verga erecta, apretándole y halándola de manera salvaje, al tiempo que tu tolete tieso salta frente a él.
 
   Y mirándole la sonrisita odiosa en el rostro virilmente atractivo, Jacinto desea insultarle, decirle algo, pero no puede. Como no puede detener el sube y baja, su fornido corpachón elevándose halando aquella verga, bajando y apretándola con su agujero ávido de más. Estaba a punto de correrse, de hecho ya debería haberlo hecho por lo tan excitado que está; pero aunque no quería darle esa satisfacción a ese hombre, no creía poder contenerse. Aquella era una batalla que su masculinidad tenía perdida; sentir la dura y pulsante verga entrándole y saliéndole, golpeándole cada vez sobre la próstata (y le aterra imaginarla como “el clítoris de su culo”), refregándole las paredes del recto, le había derrotado. Alza el rostro, su cuerpo estremeciéndose, al subir y bajar se siente embargado de un calor nuevo, de vicio y exuberancia, exprimiéndola, experimentándola.
 
   -¿Te gusta, bebé? –el hombre, sonriendo, jadeando, lleva las manos tras la nuca, disfrutando del increíblemente bello espectáculo del apuesto y fornido joven saltando sobre sus caderas, cogiéndose a sí mismo, con aquel culo ansioso que chupaba de una manera que nunca antes había sentido.- Vamos, bebé, no seas malito, no te resistas; dile a papi cuánto te gusta sentir tu culo lleno con mi verga.
 
   Jacinto quiere resistirse, asirse a los últimos vestigios de su masculinidad, pero…
 
   -Hummm… Ohhh… Ohhh, por Dios… -escapan los lamentos de su boca, temblando aún más, retorciéndose sobre esa pelvis donde se sienta, cerrando los ojos presa de una mórbida lujuria, acariciándose el rostro, los dedos recorriendo sus labios rojos y llenos, la otra mano bajando por su torso, tocándose. La viva imagen de la putica excitada que goza de su sensualidad.
 
   -Vamos, bebesote, di cuánto te gusta ser mi hembrita…
 
   Es todo un espectáculo, el hermoso y fornido joven, enrojecido de calenturas y lujuria, subiendo y bajando sus enormes y musculosas nalgas, atrapando con su ávido agujero aquella mole dura de carne masculina, pulsante y babeante, que le da una y otra vez sobre la próstata, o (la idea vuelve), su clítoris del culo. O sobre esa pepa que tiene allí y que se le fue cuando lo usó como calmante. Pero cada frotada de las paredes de su recto, cada pulsada de ese tolete, cada toque de las venas hinchadas de sangre, cada golpe contra su glándula sexual, su clítoris de por allí, le tienen mal. Y su torso sube y baja, sus tetillas arden mientras las soba con sensualidad, un dedo recorriendo sus labios rojos y húmedos, consciente de lo rico que se siente, finalmente entra en su boca, cubriéndolo, retirándolo y metiéndolo fácilmente, chupándolo, gimiendo levemente ahogado. Sus ojos empañados de goce se abren y encuentran la mirada divertida, y excitada, de ese sujeto. ¡Que le creía maricón! Y se congela.
 
   Eso altera al otro, y molesta aunque también le excita cuando el chico se resiste, cerrando fuertemente los ojos, frente fruncida, resistiéndose heroicamente a gritar cuándo le gusta estar montado sobre su verga, subir y bajar su culo travieso sobre la gruesa barra nervuda que tanto placer le daba. Qué tonto muchacho, pensó el abogado, moviendo las manos, atrapándole una tetilla, y con la otra medio acariciándole el enrojecido y muy erecto tolete, que babea, puesto así por la indescriptible sensación que vive mientras un güevo llena su culo. Le acaricia mientras afinca los talones sobre la cama y comienza también a subir y bajar las caderas, cogiéndole.
 
   Aunque quiere resistir y no ceder otra vez, no a ser cogido porque es plenamente consciente de que prácticamente estaba saltando sobre las caderas de ese sujeto, atrapando con los labios de su culo el grueso tolete cilíndrico al salir y entrar de sus entrañas, sino a gemir como puta; pero en cuanto el hombre une sus embestidas a los brincos que da, comienza a gemir otra vez, de una manera ronca, profunda. Cachonda. Su torso subiendo y bajando pesadamente, la tetilla apretada provocándole temblores, casi temiendo que le saque leche por la manera que responde. Aunque es la mano sobre su verga tiesa la que gana. Sube y baja otra vez, empalándose totalmente de aquel güevo, refregándose sobre la pelvis del macho, mientras este también se la empuja.
 
   Y, como hombre de experiencia, aunque él mismo debe reconocer que jamás conoció a un chico tan caliente como este, ni su tolete había sido amasado, apretado y halado por un culo como ese, Andrades quiere más, le desea totalmente desatado. La mano que le aferra el tolete se cierra con fuerza, apretándole; los movimientos del otro, combinado con las embestidas que le da, hacen el resto.
 
   -¡OHHH! –grita el joven, de sorpresa y calenturas cuando ese apretón se intensifica, lanzando olas de voluptuosidad caliente que se dirigen totalmente a su trasero, a su clítoris de culo, haciéndole responder contra la vara que lo penetra, lo que retroalimenta su lujuria. Un güevo latiendo en un culo excitado no tenía comparación. Apretándole un poco más, moviendo el puño, el hombre sonríe al verle tensarse, con rostro de dulce agonía.- Oh, por Dios…
 
   -Eso está mejor. –le sonríe.- Así debe verse, y escucharse, una dulce, musculosa y sensual mariquita… Uno necesito de un hombre de verdad, de un macho que le dé lo que quiere. – le gruñe ronco, lujurioso, rodando sobre sí, derribando al bello y fornido joven, que parece algo mareado y confuso, al estar en la cima del goce y de repente era desalojado.
……
 
   ¡Qué mierda!, piensa el hombre joven, despertando tarde y entrando en la cocina por un café, su mujer (la perra que tanto va pareciéndose a su madre, como comenzaba a pensar y temer) había salido sin sacar la basura, donde los restos del pollo preparado la tarde anterior ya apestaba, ¡y no había lavado los platos sucios! ¡Le había dejado el trabajo a él! Al menos había café, se dijo, lleno de amargura. No iban bien las cosas entre su mujer y él ahora que había perdido otra vez el trabajo, manteniéndose ambos con lo que ella gana y que ya no cubre los gastos. Aparentemente la mujer estaba cansándose de él, a pesar de su buena pinta, como se ve en esos momentos, vistiendo únicamente un short bermuda a media pierna, floreado de rojo y blanco, sobre un cuerpo trabajado que hacía volver todas las miradas femeninas. Eso le gustaba, saberse buenote, pero ni eso le producía placer ahora.
 
   Piensa en dejarlo todo como está, bañarse y salir, que la perra viera qué hacía con la basura y los corotos sucios. Pero, respirando frustrado, termina su segunda taza de café y atrapa la boca de la bolsa. Sacaría primero esa mierda y luego asearía un poco… saliendo y regresando al otro día. Se iría de parranda.
 
   Y mientras emprende la sacada de la basura, no puede ni imaginar el cuadro que encontrará en pocos momentos.
……
 
   En cuatro patas sobre esa cama matrimonial, mirándose al espejo mientras es enculado salvajemente por un hombre arrodillado entre sus piernas, Jacinto Contreras grita y tiembla de puro placer, todo su cuerpo estremecido por las embestidas. Aquel sujeto parecía decidido a hacerle perder el control, que admitiera que era un marica (qué locura, piensa entre gemidos) a fuerza de cogidas. El tolete, bronceado cobrizo, sale y entra rápido del blanco agujero.
 
   -HUMMM… HUMMM…. HUMMM… -jadea a gritos, en agonía; reconoce que con cara de… marica, viéndose al espejo.
 
   -Si, mírate cómo gozas teniendo tu culo arado por la verga de un hombre…
 
   -OHHH… Hummm… -Jacinto jadea sin poder contenerse, ganándose una risita satisfecha de Andrades, después de todo ese era el punto, demostrarle qué tan marica era, qué tanto disfrutaba de una verga latiéndole en las entrañas sedosas y mojadas.
 
   Sin embargo, a cierto nivel de su mente, una que Jacinto no puede usar en esos momentos porque así como gime, sube y baja su rostro, sonríe y babea (en la gloria de su propio cielo en esos momentos), el abogado se pregunta si no estaría actuando mal, casi “obligando” al chico a experimentar eso, a vivirlo, cuando, obviamente, aún mantenía reparos a su condición sexual. Pero apretando los dientes en una sonrisa mueca, mirándose a sí mismo en el espejo, casi sobre la imagen del chico al que coge una y otra vez, sacándole y metiéndole de las entrañas el venoso tolete tieso, se dice que no importaba que el chico dijera esto o aquello. Su cuerpo lo aclaraba todo. La manera hambrienta en la cual ese culo atrapaba su verga, halándola, chupándola, era toda la respuesta necesaria. Por un segundo, mientras cierra los ojos, y sonríe, acariciando esas nalgas turgentes y duras en cuyo centro ese chico tenía su agujerito mágico, se pregunta si un muchacho cualquiera, al que se la metieran por el culo, encontrándose de repente con que le gustaba, mucho, se convertiría en marica o no. A fuerza de güevazos. Y, sonriendo aún más, lentamente le retira el tolete notando los hinchados labios de ese culo abrazarlo, para luego volverá enterrárselo con una caída, de golpe.
 
   -AHHH… -y ocurre, otra vez, aunque no era como si Jacinto pudiera saberlo. Afirma sus muslos, con las rodillas sobre la cama, sus nalgas se alzan, su espalda baja, así como la línea de su cara. La posición sumisa de los puticos amantes de los güevos. Y desde ese punto, con el agujero casi derritiéndole la verga, comienza a echar nuevamente su hambriento culo de adelante atrás. Y a cada embestida del hombre, del macho dominante, el joven se adapta más y más a la postura de sumisión.
 
   -Oh, Dios, eres tan… -Andrades casi gimotea de emoción, acariciándole aún más las duras nalgas, la cintura estrecha, la muy ancha espalda, tendiéndose sobre él. Sus ojos encontrándose en el espejo, Jacinto sonriendo extraviado, con la mueca de un gozo sin igual, totalmente entregado al macho que lo coge duro sobre esa cama. Sus bíceps hinchados cuando dobla los codos sobre el colchón, para adoptar mejor la posición del marica. Sus pectorales impresionantes que pedían ser tomados.- ¿Te gusta, bebé grande? ¿Te gusta lo que papi te hace? –le ruge, lleno de una lujuria tal que no puede contenerse, montándosele en la recia espalda, quemándose ambos ante el contacto, sus manos buscando ya esos pectorales, sus dedos atrapando esas tetillas, apretándolas y halándolas.
 
   -Ahhh… -escapa el grito de lujuria de boca del joven, totalmente erizado, subiendo y bajando su culo, sonriendo de manera abierta, total, todo su cuerpo envuelto en una voluptuosidad que le ahoga.- Si, si, papi, si…
 
   Cualquier pensamiento que le atajara momentos antes, sobre si debía “obligar” al chico a responder, muere en la cabeza del macho cuando le escucha, el tono de lujuria, de placer incontrolable (de mariquita) que sube. Los conoce porque, modestia aparte, era bueno en la cama, se tomaba su tiempo para imponerse, para buscar lo que le gustaba, pero también para que sus parejas, generalmente mujeres, gozaran del sexo con él, que quedaran añorándole, tal vez deseando regresar. Y los gemidos que escapaban de la boca de Jacinto eran parecidos, los de una hembra en llamas mientras su coño era hábilmente penetrado, su clítoris estimulado. Igual gemía ese forzudo y guapo muchacho ahora que (e ignora que el otro también ha tenido ese pensamiento, ¿coincidencia o algo los unía a niveles profundos, más allá de la verga en el culo?) el clítoris que era su ano era tan espoleado. Era cuestión de tiempo para que estallara en leche. Y cada gemido de este, cada blanqueada de ojos, cada gota de baba que escapa de su boca, el mar que chorrea de su verga erecta, todo eso le excita de manera salvaje. Dios, quiere morderle uno de los recios hombros, clavarle los dientes, marcarlo. Para que todos sepan que era suyo.
 
   Por su parte, sonriendo más torva y voluptuosamente, alzando el apuesto rostro, mirándose al espejo, Jacinto lo disfruta aún más que ese hombre. Su culo es una sola masa de ganas, de excitación, cada roce de esa verga caliente y nervuda, cada frote, cada golpe a la pepa en su culo, era una poderosa oleada de placer que le recorría. Si, en su mente puede verlo, un ejército de toletes erectos, todos con ganas de su culo, uno que sufre violentos espasmos que hacen gemir al abogado. Oh, sí, en esos momentos su culo era su principal órgano sexual. ¡Y le gustaba tanto!
 
   -Oh, sí, bebé, dilo… -le gruñe al oído, respirando pesadamente.
 
   -Soy tu maricona… -escapa de los tersos y jóvenes labios, mientras sonríe y se estremece, totalmente erizado por una emoción nueva al encararlo. Y gime, tensándose violentamente, corriéndose sobre la cama matrimonial, de manera abundante, escandalosa, cerrando su culo con fuerza sobre ese tolete.
 
   -Oh, por Dios… -grazna el abogado, casi bizqueando, su tolete increíblemente duro, recorrido por algo caliente.- Tómalo, princesa, tómalo todo… -le ruge, corriéndose. Una, dos, tres, cuatro veces, provocándole sonrisas y gemidos, casi maullidos a Jacinto. Son disparos profundos, abundantes, el semen llenando e inundando aquel joven culo goloso que sigue chupando.
 
   -¡Alejandro, ¿PERO QUÉ HACES?! –ruge, desde la puerta del cuarto, una horrorizada Corina de Andrades.
 
CONTINÚA...

2 comentarios:

  1. Wow! Vaya cuadro! Que final tan fuerte!

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  2. Dios!!! Sentí que me corrí junto con Jacinto. Que nivel de detalle. Solo alguien que ha sentido esa fiesta en su culo, podría explicar de esta manera lo que se siente un orgasmo así.

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