miércoles, 23 de octubre de 2019

EL PEPAZO... 9

EL PEPAZO                         ... 8
   Pero bueno, ¿y qué pasó?
... 
 
   Rojo de cara, farfulla sin emitir sonidos, los labios enrojecidos por el roce contra la dura verga, la barbilla algo húmeda de saliva y de jugos del macho.
 
   -Doctor, yo… -el otro no quiere escucharle, ni puede contenerse, le había encantado la boca del chico, la manera mórbida y hambrienta de su lengua, así que le silencia metiéndole la suya, recorriéndole todo, labios, dientes, encías, encontrando el sabor de su propio güevo, lo que hizo que este pulsara feo, botando más de esos jugos.
 
   -Vamos, bebé, enséñamelo… -le susurra, caliente, contra los labios, poniéndose de piel, la bata abierta, el velludo torso y abdomen expuesto, la verga mojada de saliva tiesa como una lanza de carne, alzando al forzudo joven.
 
   Confundido por todo lo ocurrido (mintiéndose, el culo, ese ardor, aquellas ganas que sentía, habían tomado el control), el joven comienza a aflojarse la corbata, mientras el otro le desata la correa y le abre los botones de la camisa, halándosela y sacándosela del pantalón, algo que, por alguna razón, le parece muy erótico. Apartada la corbata, Jacinto comienza a sacarse el saco, mientras el abogado maldice esa camiseta que cubre, a duras penas, ese poderoso y joven cuerpo hecho para ser tocado, lamido, adorado. Poseído. Le ayuda a salir del saco, con dificultad porque casi se le atasca en los hombros. La camisa parece a punto de estallar en sus bíceps, cuando la aparta, quedando el enrojecido chico, en camiseta, una muy abierta por los costados, apenas conteniendo aquel recio corpachón. El abogado casi se corre de pura emoción. Le quiere ya desnudo, pero no puede evitar alzar las manos y recorrer esos melones que tiene por pectorales, aquellas tetillas que levantaban la tela blanca, acariciándole, provocándole gemidos.
 
   -Dios, eres… perfecto. –brama el hombre realmente impresionado, él, que sabe disfrutar del momento pero sólo mira en otros un cuerpo para un rato, y una vez saciado “chao, amigo”, y a continuar con lo que llegara. Pero ese joven…
 
   Jacinto, rojo como un tomate, casi sonriendo tímido como una virgen debutante, deja que el hombre le saque la camiseta, alzando los poderosos brazos, exponiendo sus axilas grandes, tan escasamente velludas que parece depilado. Como el torso dorado, liso y musculoso que queda a la vista del abogado.
 
   Aunque lo que más quiere es tomar ya ese joven cuerpo de dios, el hombre extiende sus manos grandes y recorre los recios hombros, bajando por los brazos, palpando los duros bíceps, subiendo y atrapando esos pectorales redondos, duros como piedras, acariciando los pezones con sus pulgares, moviéndolos como limpia parabrisas sobre las erectas y sensibles tetillas, cosa que hace gemir al muchacho de una manera que le eriza. Y si, Jacinto siente que todo su cuerpo es una masa de lujuriosas y apasionadas sensaciones. Aunque no esperó aquello, tal vez porque ni el mismo Andrades era amante de ello. El hombre se inclina y le atrapa uno de los pezones, con aureola y toda, entre sus labios, cubriéndolo, mojándolo de saliva y aliento, azotándole con la lengua reptante, y succionando de una manera intensa.
 
   -Ahhh… -Jacinto echa la cabeza hacia atrás, no entendiendo como aquello, que no era la primera vez que se lo hacían (claro, chicas), podía resultar tan eróticamente estimulante. Tal vez era por los calambres en su culo, que parecían acompasados. Y el gemido se repite cuando su otro pezón recibe idéntica atención. Casi siente las piernas débiles.
 
   Apartándose a duras penas, labios húmedos de su propia saliva, casi sorprendido de lo rico que era chupar de esos jóvenes pezones masculinos, los cuales, con un aro, seguramente resultarían aún más sensibles, Andrades le mira, febril y ansioso.
 
   -Vamos, enséñame más, chico guapo. Quiero ver lo que ocultas. –le abre el botón del pantalón, bajando el cierre y dando dos pasos atrás dispuesto a disfrutar del espectáculo.
 
   -Doctor…
 
   -No, no seas tímido; con ese cuerpo no debes… -le urge.
 
   Rojo de vergüenza, sin poder apartar los ojos de la mirada de ese hombre, como no fuera para lanzar ojeadas inquietas sobre ese güevo que parecía más tieso y goteante ahora, el joven fortachón sale de sus zapatos, dudando un último segundo y dejando caer el pantalón. La vergüenza y excitación que siente ante su propio exhibicionismo, se ve recompensada por la mirada de absoluta lujuria del otro, quien con la boca y ojos muy abiertos, recorre su cuerpo una y otra vez, desde el rostro al cuello, el torso, los brazos, el abdomen, las piernas recias… la pelvis cubierta por la tanguita, de corte masculino a pesar de todo, color rosa. Está es mínima, putona, sensual, deformada por la erección tras ella, una que, aunque escandalosamente visible, es totalmente cubierta por esa tela que parece una capa de pintura sobre su piel. Una muy erótica.
 
   -Joder, tu cuerpo… Y esa mierdita rica que llevas… -le clava los ojos en la pelvis, y Jacinto traga, de pronto sediento, cuando el tolete del abogado sufre un temblor y una espesa gota de líquido cae sobre la alfombra.- Vuélvete… Enséñamelo todo, por favor…
 
   Con la respiración entrecortada, Jacinto patea y sale del pantalón, estaba allí, con medias (azules claras), la tanga rosa y nada más, mostrándose a un carajo que le había dicho que quería enterrarle aquel tolete grueso y nervudo por el culo. Más rojo de cachetes se vuelve…
 
   -Oh, mierda santa, muchacho… -le oye contener el aliento.- Voy a cogerte tanto, tanto, tanto que voy a preñarte…
 
   La voz, el tono, las palabras erizan al muchacho, ¡tanto así le gustaba a ese carajo!, aunque nada le prepara, y gimen cuando ocurre, a lo que le recorre cuando las manos grandes del sujeto caen sobre sus hombros, recorriéndole, acariciándole… y la punta de aquel tolete duro y caliente, le roza y moja la curva de las nalgas.
 
   -Tan hermoso… -jadea el abogado, voz cargada de lujuria contra su oído, bañándole con su aliento, cerrando la distancia, quemándole con su velludo cuerpo.
 
   -Doctor… -no sabe qué quiere, pide o espera. Tan sólo que respira pesadamente, su poderoso torso subiendo y bajando con esfuerzo, la verga latiéndole dentro de la rosa tanga… su culo hecho una sopa caliente. Pero aún esa palabra pierde sentido cuando esas manos, metiéndose bajo sus brazos, recorren su torso una, el abdomen la otra. Las palmas erizando su piel, estimulándole, sus tetillas imposiblemente duras, los dedos de aquella mano atrapándolas dulcemente, pellizcando y halando. Halconcitos leves que hacen gemir al forzudo muchacho, mientras la otra baja, lentamente, recorriéndole y excitándole, un dedo jugando con su ombligo, demarcando sus bordes redondos (como un culo, piensa desmayadamente), entrando y empujando, para finalmente bajar más y más, esos dedos sobre su bajo abdomen, allí donde generalmente hay vellos, unos que ahora no tiene, no sabiendo por qué.
 
   -Tan hermoso… -el hombre repite susurrando, sabiendo lo que provoca en el joven, pero también el arrebatado de lujuria que le recorre a él. Sacando la lengua y pegándola de ese cuello liso, los dos se estremecen por el íntimo y erótico roce, mientras los dedos se meten, las uñas, dentro de los bordes de la tanga.
 
   -Hummm… -el muchacho se estremece, y más cuando esa verga dura y pulsante, horizontalizada, se refriega de sus nalgas, de adelante atrás, como si le cogiera, percibiendo perfectamente toda la longitud de ese poderoso miembro.- Ahhh… -grita, mejillas rojas y ojos cerrados cuando los dedo del hombre pellizcan sobre su pezón izquierdo algo más fuerte, y recorre la enorme silueta de su verga, sobre la suave tela de la tanga, la cual parece intensificar la sensación. El tolete responde latiendo y manando sus jugos.
 
   -Posa para mí. –pide, con voz entrecortada, como si le costara, soltándole. Cosa que si le cuesta.
 
   No sabiendo por qué lo hace, el por qué siente que debe complacerle, el fornido joven, muy rojo, separa sus piernas, las tersas nalgas abriéndose un poco, dejando ver la delirante tirita rosa del hilo. Doblándose, expone más, y sobre un hombro mira a ese carajo, un tipo casado que estaba haciendo aquello, en la sala del apartamento que comparte con su mujer.
 
   -Mierda, mira eso, eres tan… -el abogado no parece encontrar palabras mientras recorre con la vista la nuca, los anchos hombros, la estrecha cintura, las recias nalgas, redondas y duras, que se abren, rodeadas por una tirita de color que se pierde entre ellas, semi cubriendo, no del todo, un orificio que parece algo hinchado, de labios abultados (un culo sabroso), y atrapando en el saco rosa, más abajo, las bolas. El joven le ve llevar una mano a su tolete, apretándolo como para impedir una corrida ante la sola vista.- Sube un pie al mueble, por favor.
 
   Sintiéndose todo caliente, y tonto, Jacinto obedece, equilibrándose sobre un pie en la alfombra, el otro en el mueble, su recio y joven cuerpo algo ladeado. Sus nalgas bien abiertas. Se estremece y aguanta la respiración al oírle aspirar ruidosamente, como sorprendido, mientras se le acerca. Las manos, abiertas, caen en sus hombros, acariciándole con adoración.
 
   -Tan hermoso… -le oye repetir nuevamente, en trance, mientras le acaricia la espalda, bajando.
 
   Casi jadea cuando le siente el aliento bañándole la piel, porque mientras le soba, ese carajo comienza a besarle los hombros, la columna. Besa y chupa su piel, a veces lengüeteando sobre ella. Y esas caricias le tienen al borde. Más cuando se vuelve sobre el hombros y le ve el rostro enrojecido, los ojos cerrados, la verga goteándole copiosamente al caer sentado, esos labios y manos cayendo sobre sus nalgas, clavando dedos, intentado clavar dientes (son muy tersas y no se dejan). El aliento bañándole la raja. Tiene que afincar los dedos de los pies cuando la tanguita es apartada de su raja.
 
   -Ahhh… -se le escapa, labios muy abiertos, ojos llenos de sorpresa, erizado.
 
   ¡Ese hombre ha metido la cara entre sus nalgas!, raspándole con el rastrojo rasurado de la barba, el aliento bañándole el culo, que tiembla, ansioso, lleno de ganas.
 
   Aunque no acostumbra hacer esas vainas (coger si, dejarse mamar igual, eso no), el abogado no puede detenerse, con los pulgares le aparta un poco más la tanga y separa los labios del esfínter, aleteando la punta de su lengua sobre ese capullo tan levemente velludo que casi parece lampiño. Y le enloquece notar como esa entrada se agita y titila bajo sus caricias. Era un culo, pero… Cerrando los ojos le mete la lengua, cálida, babosa, reptante, y ese agujero se abre en flor, dejándole penetrar, el anillo medio masajeándole, sintiéndose un olor levemente almizclado, sabiéndole curiosamente dulce. ¡Y comienza a comerle el culo!, chupando, lengüeteando, salivándole, y Jacinto se estremece, gime, se revuelve, casi le atrapa el afilado rostro con las nalgas. Los gritos de agónico placer suben en intensidad cuando la lengua le coge, literalmente, adentro y afuera de su culo, una sensación nunca antes experimentada.
 
   -Hummm… hummm… -es todo lo que puede gemir en un momento dado, sintiendo que se quema, subiendo y bajando el culo sobre esa boca.- Oh, por Dios, doctor, cógeme… ¡Cógeme ya! –le grita.
 
   Casi cree sentir que el tipo ríe, contra su culo, pero este no se detiene, sigue enrollando la lengua y empujándosela, muy adentro en su tembloroso agujero, que se abre, los labios del esfínter parecen masajeársela mientras la siente. Y una lengua en el culo era algo que, le avergüenza, de haber sabido que se sentía así hace rato habría querido experimentarlo. El abogado, aferrándole con los dedos, bucea entre sus nalgas, su rostro sube y baja ahora, frotándole el sensible anillo con nariz, labios y barbilla. Sopla suavemente y le maravilla ver ese culo titilar.
 
   -Ahhh… -es todo lo que parece poder exclamar, o hacer, Jacinto. Si alguien le estuviera viendo desde el techo, como una cámara oculta puesta allí por una esposa que desconfía de las niñeras junto a su apuesto, masculino y recio marido, habrían visto su cabello cayéndole en la frente y los ojos, su frente fruncida sabroso, sus mejillas rojas, los labios húmedos levemente abiertos en una sonrisa, gimiendo; la viva cara del placer y la urgencia. Su culo necesita más, y mientras sigue azotándole con la lengua, el hombre le mete un dedo con insoportable lentitud.- Ohhh… -goza cada centímetro que le penetra, pero… Baja su culo, tomándolo todo.
 
   -Estás muy caliente, ¿verdad, pequeño? –la voz burlona, ronca y viril le eriza. Y cruzan una mirada.- Muéstrame cuánto lo quieres. –le pide, metiéndole un segundo dedo dentro del redondo agujero, cuyos labios parecen abrazarlos con fuerza, cerrándose de una manera hambrienta y erótica sobre ellos. El joven culo de un musculoso tipo que no sólo acepta que lo penetren dedos masculinos, sino que los abraza de una manera decididamente urgida, quemándolos, apretándolos.
 
   Y si esa cámara estuviera allí, se habría visto al joven volver el rostro al frente, más rojo de vergüenza, lanzando un casi frustrado gemido. Su cuerpo sólido y musculoso se agita, va y viene; su culo sube y baja, apretando siempre, sobre esos dedos masculinos que penetran su entrada hasta hace poco secreta. Y grita, porque sus entrañas estallan en candela. Los atrapa y suelta con más rapidez, los labios de su culo bajando cuando sale de los dedos, entrando cuando los cubre otra vez, bajo la fascinada mirada de Andrades, cuya verga estaba creando un pozo de líquidos espesos sobre la alfombra. Y los agita en el interior del joven, tijerea en esas entrañas, los flexiona y le roza, goteándole más el tolete, que se estremece, al oírle gemir roncamente, de puro placer, mientras arquea la espalda, que enrojece también.
 
   Un tercer dedo se mete, y Jacinto así lanza una risotada, ahora si se sentía mejor. Y su joven cuerpo brilla de transpiración, dorado, liso, mientras sube y baja con mayor rapidez sobre esos tres dedos largos, velludos y gruesos. Jadea, se calienta más y más mientras se empala. Su culo es una ventosa caliente y húmeda. Cree escuchar un pop, cuando el otro los saca, soltando la tirita.
 
   -¿Realmente quieres esto? –pregunta el hombre.
 
   Con su culo abandonado, Jacinto baja el pie, volviéndose a mirar al hombre, casi parece una virgen ruborosa; el carajo, de pie y sin quitarle los ojos de encima sale de la bata. Es delgado pero fuerte, correoso, velludo. Los ojos del joven bajan a ese tolete tieso, goteante.
 
   -Si…
 
   Ese hombre va junto a él, alzando las manos y atrapándole el rostro, besándole, mientras se dirigen vivienda adentro; cruzan un alfombrado pasillo, con las paredes cubiertas de retratos familiares. Se besan cuando el abogado empuja una puerta y entran en un dormitorio amplio, con toda una pared ocupada por el cabezal labrado de una cama inmensa, que atornilla con gabinetes a los lados. Al frente hay equipos de sonido y video. El ambiente está algo frío. El piso, cubierto por una gruesa alfombra marrón, combina un tanto con el cubrecama.
 
   Pero ninguno de esos detalles le importa a la pareja mientras se besan, lengüeteados y chupados, metiéndose manos por todos lados. El abogado le arroja de espaldas sobre la cama, cayéndole encima, sus pieles rozándose, sus torsos, las manos, las lenguas. El tolete del hombre choca y se frota del que está cubierto por la tanga. La calentura es tal que ese sujeto va a cogérselo en su cama matrimonial. La que comparte con su mujer. Y la idea es tan perversa que no puede contener las ganas. Se pone de piel, quitándole las medias, Jacinto sonriendo y jadeando, sintiéndolo casi como una caricia. Luego le obliga a volverse. El joven, mentón en el colchón, parpadea al sentir las recias manos atrapar las tiritas de su hilo dental por las caderas, halando del mismo, el hombre disfrutando como va apartándose y levantándose de entre sus nalgas, enrollándose en sus muslos. Esta caricia, le parece al forzudo joven, era aún más intensa que la de las medias.
 
   Temblando de lujuria, totalmente perdida toda cordura, Andrades le saca la prenda de los pies, alzándola, mirándola fascinado, tan pequeña, ¿cómo cubría tanto? La lleva a su rostro, olfateándola, y la verga le tiembla, mojándolo todo. Cierra los ojos, aspirando más, llenándose los pulmones con aquel olor a sexualidad masculina joven.
 
   -Ábrete para mí, bebezote. –le ordena, ronco, preguntándose cómo haría para robarle esa tanga y guardarla como trofeo.
 
   Y mirándole sobre un hombro, respirando pesadamente, Jacinto separa sus recias piernas, sus nalgas se abren, y ese culito rojizo titila salvajemente. Cuando Andrades se acerca, montando una rodilla en el colchón, entre sus piernas abiertas… ese agujero se abre como una boquita hambrienta de güevo. De macho.
 
   Ojos muy abiertos, preguntándose todavía qué coño hace abriéndose así de culo a otro carajo, él que no es gay (y lo piensa en serio), sabiendo que su agujero sufre espasmos de anticipación, Jacinto espera, conteniendo la respiración, cachetes rojos, hombros tensos, los músculos marcados en su espalda, sus nalgas son masas duras. Traga en seco, con dificultad, cuando la cabeza de aquel güevo se roza de su entrada, frotándose, dándole leves caricias y embestidas sin penetrar.
 
   El abogado apenas se puede contener ante la visión de ese hermoso y joven tío, fornido y caliente, esperando a que se la entierre hasta los pelos en aquel culo casi lampiño, tembloroso, abierto y deseoso. Esos temblores del esfínter masculino, la visión toda del chico tenso sobre la cama, aguardándole, le roba la poca cordura, esa que todavía le advertía que era mala idea, una muy mala idea, cogerse a ese muchacho en su propio apartamento sobre la cama que comparte con su mujer, la cual le mira desde una fotografía, sonriente, sobre la mesita de noche. Pero no puede contenerse, no con aquel dulce manjar así ofrecido, ¿qué hombre podría dejar pasar semejante oportunidad? Algo salvaje parece despertar en él, mientras recorre con la amoratada punta de su verga esa raja, esos labios hinchados y temblorosos.
 
   -Quiero cogerte duro, muchacho; lo quiero tanto que me duele. –le dice ronco, sus miradas encontrándose sobre un hombro, Jacinto temblando ante su lujuria.- Quiero que seas mi putito, llenarte con mi verga y convertirte en una nena caliente. –apoya con más fuerza el glande de esos labios que se abren, casi abrazándole.- Si, estás cachondo, ¿verdad? Un güevo es lo que quieres. Un hombre… -empuja suavemente, maravillado de cómo su grueso tolete va penetrando en aquel pequeño agujero redondo, que se las ingenia para dejarle pasar mientras le aprieta.
 
   -Ahhh… -Jacinto tiene una expresión que casi podría parecer dolor, frente fruncida, boca abierta, los gemidos escapando, pero no era nada de eso. El muchacho estaba sintiéndola, la dura y pulsante verga caliente enterrándosele, el glande rozándole, las venas latiendo contra las paredes de su recto, despertando nuevas oleadas de lujuria, de deseos que parecen ahogarle. Cierra su esfínter, sus entrañas, deseando sentirla mejor, atraparla. Chuparla para terminar de enterrársela.- Ahhh… -grita otra vez, roncamente, de ganas, cuando las manos del hombre caen a los lados de sus hombros, recostándose de él, metiéndosela toda, poquito a poquito, abriéndole, llenándole. Su culo tenía al fin lo que tanto quería: un güevo llenándolo.
 
   La punta golpea de su próstata, así de fácil, es como si esta se moviera para buscarle, para facilitarle todo, y sus entrañas estallan en llamas, apretando y sorbiendo prácticamente, provocando un doble gemido a los hombres. Jacinto, casi barbeando, dejando salir jadeos, siente como las paredes de su recto ordeñan ese tolete. El abogado se ve asombrado, ese culo alrededor de su tranca parecía una mano, una boca, ¡un ansioso chupón!
 
   -Dios, qué culo tan vicioso y caliente; tan apretado… -gruñe el hombre, retirándose lentamente, refregándole, halándole los labios del esfínter; metiéndosele otra vez, con un golpe seco, dejándose caer. Tensándole, viéndole arquearse y oyéndole gemir. Lo saca y mete, alzando su culo peludo, retirándole el grueso tolete nervudo, amoratado de ganas, del redondo anillo, abriéndoselo, trabajándoselo, golpeándole con las bolas. El tolete, venoso, amoratado, sale y entra con ganas, nutriéndose de esas entrañas que lo reciben y halan, chupándolo.
 
   ¿Qué pensaba aquel chico heterosexual, musculoso y guapo mientras su culo era cepillado por la nudosa verga de aquel hombre que tenía edad para ser su padre, uno joven y guapo, pero mayor?, era difícil saberlo viéndole rojo de cachetes, frente fruncida y boca muy abierta de donde salen gemidos nada masculinos o de dolor, sus nalgas subiendo y bajando con rapidez para acercar su ardiente y hambriento culo a ese tolete. Los paff, paff, paff, de las bolas y pelvis del otro sobre su persona, completan el cuadro.
 
   -¿Te gusta, bebezote?, ¿te gusta sentir mi verga arando tu joven culo caliente? –le pregunta, mórbido, emocionado, ese sujeto casi sobre un oído, mirándole sonreír extraviadamente.
 
   -Ohhh, si, si, papi, cógeme así. –escapa de sus labios; independientemente de cualquier cosa que pensara, su mente había dejado de funcionar, momentáneamente dominado por el calor, las ganas, la lujuria desatada de sus entrañas, con la punta de esa verga caliente y pulsante contra su próstata mientras le refriega las sensibles paredes del recto en ese indetenible saca y mete, controlándole, dominándole, reduciéndole al estado de un cuerpo que desea, no, que necesita ser poseído, tomado. Cogido.- Sigue, sigue, duro, por favor… - casi lloriquea gritando cuando siente esos labios tersos, rodeados de una sombra de bigote y barba rozarse de su orejita roja, le lengua lamiéndole, los dientes atrapándole, la saliva mojándole cuando la punta rojiza parece querer penetrar también su canal auditivo. Tan sólo puede tensarse y estremecerse bajo el cuerpo masculino, demostrando lo fuerte que es a pesar de estar abierto de culo.- Cógeme, cógeme; lléname el culo de leche. -lloriquea, alzando y bajando sus nalgas blanco rojizas contras esas caderas bronceadas y velludas, exprimiéndole con el agujero la venosa lanza de carne.
 
   Tragando en seco, perdido de lujuria, nunca antes tan caliente como ahora (ese culo parecía derretirle la verga de una manera que sencillamente no le dejaba razonar), el abogado sonríe y gruñe dominante, el macho poderoso… al tiempo que se siente vagamente inconforme. Hay algo que le molesta y no sabe… Se la clava toda por ese culo, centímetro a centímetro su nervuda tranca desaparece dentro del redondo anillo, quedándose allí, meneando sus caderas de manera circular para escucharle gemir, totalmente sobre su cuerpo cálido, que sube y baja por la anhelante respiración. No entiende qué tiene, qué le pasa… hasta que comprende: desea ese culo, a ese chico, para sí. Quiere que Jacinto sea suyo, sólo suyo. Y no lo era. No le pertenecía… todavía.
 
CONTINÚA ... 10

3 comentarios:

  1. Tus escenas de sexo son atrapantes.... Me imagino como si fuera una película jejeje

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    Respuestas
    1. Sí, eso es algo que me atrapó a mí también: poder imaginar cada escena. Por ejemplo, yo imagino la habitación de color blanco y las fotografías familiares, posando Corina, Andrades y sus hijos. Ja, ja, ja

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