Pago
en especias...
...
La idea le estremece, preguntándose exactamente ¿qué vaina era aquella, cómo Mateo había llegado a conocer de su existencia y de dónde las sacaba? El químico... así le decían desde hace tiempo. Siempre pensó que se debía a las pequeñas cantidades de éxtasis, perico aliñado y otras cosas que preparaba y vendía a los chicos en los liceos caraqueños, enviciándolos como un degenerado cualquiera, buscándose clientela entre esos niñatos idiotas que probaban la mercancía “gratuita” (bien, también él cayó una vez en esos engaños); pero ahora...
Le eriza ver como Rubén arruga la frente como si estuviera pasando por el peor momento de su vida, farfullando que le soltara, que no lo tocara, pero arqueándose sobre la cama, con las manos retenidas por una de las del Ruso, quien sigue “cogiéndole” el ombligo; hasta que, extendiéndola, esa mano baja más, lentamente, acariciándole el caminito de amarillentos pelos que llevaban dentro del pantalón. Esos dedos recorren el borde, ahí donde las mujeres lograban que a uno le dieran escalofríos, piensa en sujeto en el sillón, todo tenso, asqueado y fascinado, sin poder apartar los ojos del sonriente Ruso, cuyos labios rojizos algo pálidos, era abultados.
-Estás tan caliente. -le sonríe al mareado catire.
-¡Suéltame, hijo de perra! -le gruñe este, molesto, pero igualmente asustado. ¿De lo que ese hombre podría hacerle contra su voluntad, violándole? ¿O por las sensaciones que le recorrían? Eso se pregunta Marcos, mirando con fijeza al bonito y detestable hombre. No puede evitar una sonrisa de satisfacción a pesar de todo. Si, que la pasara mal, joder.
-Qué boquita tan grosera. -el Ruso, excitado, le sonríe mientras se miran a los ojos.- Pronto la tendrás llena con mi güevo y ya no serás tan insolente. Tan sólo te relamerás de gusto.
-¡No! No, suéltame, marica desgraciado. -Rubén se agita, sus brazos se tensa intentando romper el agarre de esa mano.- Ahhh, nooooo... -chilla de rabia pero también con un gemido cuando esa mano logra meterse entre su piel y el pantalón, tocando, sobando, la tela áspera elevándose con sus movimientos.
Y Marcos traga saliva, preguntándose qué estaría tocando el Ruso. Le parece que cierra la mano allí y que Rubén casi despega la espalda del colchón, echando la cabeza muy hacia atrás, su cara rojiza, su torso subiendo y bajando pesadamente. Y mientras le retiene con una mano y con la otra le soba, el mafioso alza por un segundo la mirada y Marcos queda atrapado en esas pupilas gozosas, riente, crueles enfocadas en él. Unas que parecen decirle “fíjate bien en esto”.
El rostro baja, lentamente, boca abierta, y cubre una de aquellas rosadas tetillas, con aureola y todo, y hay unos ruidos feos como de niño jugando con saliva y Marcos imagina que azota ese pezón con su lengua.
-¡Ahhh! -chilla Rubén, con rabia, pero elevando el torso como tendiéndose hacia el otro.
Quien
ahora succiona con mejillas huecas, chupando de aquella tetilla como
su fuera la de una mujer. Y Marcos se ahoga un poco, de calor y
repulsa fascinada al ver aquello. Al Ruso chuparle una teta. Este
succiona y succiona, los gruesos labios se agitan, como presionando y
halando. Y elevando nuevamente la mirada, hacia él (Marcos lo sabe),
esos labios se van apartando y ve los blancos dientes medio mordiendo
aquella sonrosada extensión de carne brillante de saliva. Es un
pezón muy erecto. La mano sale del pantalón y los dedos índice y
pulgar lo atrapan y lo rotan, frotándolo y halándolo al tiempo que
con la boca le cubre el otro, y comienza a mamárselo también.
-No, no... -gimotea Rubén, luchando contra el asco de tener a ese tipo haciéndole eso, pero también contra las sensaciones que no entiende y que lo recorren mientras el aliento de ese carajo le quema el pecho y aquella boca succiona y succiona, dándole lengüetazos, como si su pezón fuera de caramelo. Consciente de los dedos que apretaban y halaba con fuerza el otro, provocándole toda aquella calentura a él que nunca le impactó especialmente su torso en la cama.- Suéltame, por favor... -casi lloriquea.
¡Santa mierda!, gruñe para sí Marcos, notando la casi totalmente afuera verga del Ruso, cuando afinca con una pierna entre las de Rubén, su agarre... Pero también nota que el otro está duro bajo el jeans, diga lo que diga. Pero no es eso lo que... ¡Dios!, el Ruso dejó de manosearle las tetas, de chuparle una, y mientras el catire todavía se quejaba le cubrió nuevamente la boca con la suya, sonriendo, llevando de una vez la lengua medio afuera, metiéndose.
-¡Uggg! -escucha que escapa de la boca ocupada de Rubén, mientras arruga la frente e intensa apartar el rostro.
Pero no puede, y el Ruso juega. Le besa unas veces, excitado de meterle la lengua (y Marcos no quiere pensar en eso, en la lengua de otro carajo en su boca, tanteándole, bañándole de saliva caliente y de aliento), otras le lame el cuello mientras le clava los dedos sobre la barra que destaca contra la tela del pantalón, apretando, sobando, haciéndole gritar de indignada y culpable excitación. Desatándole la correa, abriendo el botón, bajándole la cremallera...
Marcos traga en seco. Arrodillándose en la cama, los musculosos muslos tensos, del bikini amarillo el tolete escapando prácticamente, reteniendo a Rubén aún por las muñecas, el Ruso le da la vuelta sobre la cama, arrojándole de panza, subiéndosele a hojarascas sobre el culo, riendo cuando el otro chilla que lo suelte, que se baje. Y así, el hombre casi le arranca la chaqueta, tomando luego la fina franela azul, sacándosela. Y la verdad es que toda esa violencia sexual, cuando esta va saliendo del cuello del catire, de sus hombros, es intensa. Pero la franela no sale. Riendo aún más, el mafioso le ata las muñecas a las espaldas con ella, maniatándole. Rubén, cara roja, ojos muy abiertos, grita que lo suelte, alzando el rostro, todo tenso. Especialmente porque el Ruso baja un poco sobre sus muslos, gozando de verle agitado, atado, de oírle gritar inútilmente. Y comienza a bajarle el jeans exponiendo ese redondo y alzado trasero.
El hombre joven en la silla se tensa mucho porque... ¡toda aquella vaina estaba poniéndole duro el güevo!
......
La habitación era amplia, masculina, y está desocupada cuando la puerta se abre y aquella mujer, con ganzúas en manos, penetra después de mirar sobre los hombros a derecha e izquierda. Sonriendo, su rostro notándose como más cachapón. Entra y cierra con todo cuidado. Le pareció escuchar, unas puertas más allá, un grito ronco de rabia. Imagina que el Ruso estaba divirtiéndose. Recorriendo la elegante pieza con la mirada se pregunta qué papel estaría desempeñando su amigo del bar en todo aquello. Al joven mafioso le gustaba exhibirse... y también era perverso. Pero no tiene tiempo para eso.
Con cuidado revisa las gavetas de una cómoda de madera rojiza brillante, también el amplio closet donde, si se metía una mesa con dos silla y un camastro, cualquiera podría vivir. Revisa entre los sacos sobrios, los zapatos, los anaqueles. Nada. Chasqueada revisa los cuadros. Hay madonnas y mujeres hermosas en blanco y negro. Demasiado elegante para un sujeto tan ruin, piensa con desdén. Pero ningún escondite o caja. Mira la cama, y sin ninguna esperanza de encontrar algo, mete las manos bajo el pesado colchón y revisa. Encuentra revistas porno, también algo de drogas. Coca, muy blanca, imagina. Y se la guarda en la cartera de mano de un azul oscuro brillante que carga. También unos cuantos dólares que encuentra. Nota, sonriendo, que hay una gaveta disimulada en uno de los lados del jergón de madera. Aparecen nuevamente las pinzas y le lleva muy poco tiempo violar la cerradura. Lanza un gritito y ejecuta unos saltitos de alegría. Una glock, negra, lustrosa, ocupa casi todo el espacio. De la cartera saca un pañuelo largo y la cubre, tomándola, cuidándose de no tocarla. Y se la guarda también. Con el corazón retumbándole de dicha mientras cierra, se endereza... y la sonrisa muere en su rostro.
-¿Qué haces, puta? Esta habitación es de don Salvattore. Y no puedes estar aquí, ni siquiera en este piso. -en la puerta, que no escuchara que se abriera, estaba el gorila que más temprano cuidara el ascensor, el que se llevara al amigo del bar por llamados del Ruso (y que un sujeto tan grande y pesado se moviera con sigilo era alarmante por muchos motivos). Este mira de la cama a ella, y de su rostro a la cartera.- ¿Qué guardaste allí? ¿Qué tomaste? -pregunta alzándose en todo su tamaño, como hinchándose más. Todo peligroso.
Y la mujer traga saliva, viéndose roja y toda ojos. Nada bonita.
......
-¡No,
no! -gimotea indignado, rojo de cara, el maniatado Rubén, el cuerpo
tenso, de panza en la cama, intentando sacudirse a ese hombre de sus
muslos, mientras este le nalguea suavemente sobre el redondo trasero
bajo el bóxer. A Marcos el tolete sigue endureciéndosele aunque
desesperadamente quiere alejarse mentalmente de allí, no pensar en
eso. Mierda, no podía excitarle ver a dos hombres...
-¿Lo tienes caliente? ¿Tu gatito travieso? -le pregunta el Ruso al catire, como jugando, azotándole más.
-No, no lo hagas... -chilla el joven con voz pastosa.
Pero ya el Ruso mete una mano por el borde superior de ese bóxer, bajándola sin descubrirle de la tela. Marcos la nota. La mano de ese carajo acariciando esa piel tersa, masculina, firme.
-¡No! -chilla más Rubén. Y Marcos lo sabe. El otro estaba recorriéndole la raja entre las nalgas.- No, por favor, no...
-Será solo el pulgar, “milyy rebenok”. -juega a justificarse el otro, mirando a Marco y tendiendo la mano hacia adelante.
¡Le estaba clavando el pulgar por el culo virgen!, se estremece el hombre en el sillón; notando como el catire se tensa y casi arquea.
-No, no... -le oye gemir y Marcos es perfectamente consciente de que el Ruso empuja y retrocede su mano, mientras le mira a él. Y no puede apartar los ojos. No hasta que el mafioso, sonriendo torvo, baja la parte superior del bóxer exponiendo esas nalgas que ya conoce y que son... mierda, sí, soberbia. Y allí estaba apoyada la mano masculina cerrada en puño sobre la raja, mientras el pulgar extendido entraba y salía de aquel culo algo peludo que...
¡De aquel culo que iba y venía! Marcos siente un vacío en el pecho y teme desmayarse por alguna extraña impresión, su corazón parece no poder dejar de latir y latir. Rubén tiene la cara muy roja, grita que lo suelten, pide que alguien le ayude... pero sus gemidos son roncos, oscuros, extrañamente lujuriosos, al tiempo que tensa y afloja sus nalgas, unas que medio baila de adelante atrás.
Buscando ese dedo que entra en su anillo... ¡En su culo tratado por aquellas gotas que Marcos le aplicara!
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