Preparado
para el trabajo...
......
-Lo siento, no te será fácil como a tus amigos. Pero tú querías divertirte conmigo, ¿no es así? Vamos a divertirnos entonces... -le dice al rostro, mirándole de los ojos a la boca como si fuera a besarle.
-Por favor... -lloriqueó ya sin ningun disimulo, totalmente entregado a su miedo ante ese desconcertante joven de rostro aniñado y bonito, extravagantemente marica, de apariencia toda frágil. Tan horrorosamente mortal.
-Eras quien me espiabas en ese baño. -le sonríe con ojos mortecinos.- Seguramente todo caliente y erecto, doliéndote la verga de lo dura bajo ese jeans apretadito y rico que llevas. Odiándome tanto por excitarte. Seguro que jadeabas tragando aire, feliz, pensando en todo el daño que me provocarías.
-No, no, era un juego...
-Hey, hey, calma. Lo entiendo. También yo disfruto causando dolor. No es bonito de contar, pero es verdad. Somos muy parecidos. -y cierra un poco más su agarre sobre ese rostro.
-No, no, por favor, no... -llora abiertamente.
Sabiendo que se queda sin tiempo, Yabor le hala hacia adelante y le proyecta ferozmente hacia atrás. La nuca golpea el metal de la portezuela, produciendo un sonido aterrador y una herida atroz a ese sujeto, abollándola. Y lo repite y repite. El hombre grita cuando la mente se le llena con una roja luz de dolor y agonía.
-No, no... -gimotea sintiendo que algo chorrea por su cuello. La sangre proveniente de la herida. Ese joven estaba machacándole el cráneo contra el metal y era una agonía terrible. Con el quinto golpe, todo oscureciéndosele, escupiendo sangre, el rostro del chico, flotando, parece acercarse cuando le hala nuevamente.
-Dile al Diablo que Caín le envía saludos.
-No, por favor... -farfulla sin fuerza, sintiendo esos dedos afincando su agarre y nota el bonito rostro cubierto con gotas de su sangre. El cual le hala hacia sí un poco más, luego sale disparado hacia atrás. Le parece que tarda una eternidad en ese movimiento, cayendo y cayendo contra el abollado vehículo. Le llega un sonido feo, amortiguado. Su cuerpo tiembla sin control, pero no lo siente. Y queda con los ojos abiertos, cubiertos de llanto y algo de sangre, sentado en el piso contra la camioneta mientras el chico extravagante le suelta y se pone de pie.
Yabor respira agitado, sus ojos son los de un animal en trance. Un sonido le llega de lejos, un bocinazo de alguna calle cercana, y lentamente parece ir despertando. Justo cuando un silbido le llega de su bolisllo posterior. Limpia una de sus manos del pantalón y toma el teléfono. Casi sonríe. Claro, le llamaba ahora. La sincronía era siempre perfecta. Ni un segundo antes.
-Habla. -dice, sin saludos, sin cortesías. La voz femenina que le llega es alegremente desdeñosa.
-Será en Los Ángeles. Todos irán para allá. Él también. Búscalo y mátalo una vez que recuperemos lo que nos robaron.
......
Nadie que pasara a las afueras de aquel sector industrial imaginaría que aquellos almacenes cerrados eran en realidad el frente de la Unidad de Operaciones Tácticas de Defensa en la ciudad. Lo cual era la idea. El trabajo que se hacía era delicado, en cuanto al alcance de los peligros y lo mucho que muchas personas se molestarían de saber qué criterios se utilizaban para decidir lo que era lícito o no, lo que los ciudadanos podían saber o no, en muchos asuntos. La odiosa idea de un pequeño grupo que tomaba aquella “responsabilidad” sobre sí.
Dentro de una oficina pequeña de puerta abierta, con tres de las paredes que eran mitad cristal, bajo una intensa luz blanca que dejaba mal parado a todo el mundo, especialmente a aquel hombre de aire cansado, molesto y frustrado, con líneas marcadas alrededor de boca y ojos, ceño fruncido y rostro medio sombreado con una negra pelambre donde reluce una que otra hebra gris. Denton Wilson se siente tan agotado como se ve, echado hacia atrás en ese sofá sorpresivamente cómodo, ojos cerrados, la nuca apoyada de la pared, una pierna extendida en cierta rígida postura.
¡Lo había tenido al alcance de sus manos! Al asesino de Mitchell y le había dejado escapar. Por segunda vez. La primera fue cuando no pudo reaccionar, cuando experimentó algo que jamás le había ocurrido, que su mundo todo colapsaba, que estallaba y se quedaba sin nada a la vista del soldado asesinado. Aún ahora dolía recordar al chico muerto, su cuello sangrando. Y esta noche... Arruga más la frente. El Camaleón, un asesino que podría camuflarse de tal manera que...
¡Le encontraría, coño! Ahora sabía que existía, aún más allá del Sindicato. Aunque no conociera su rostro sabía de su existencia, ya no podría simplemente desaparecer. Estaba metido en alguna ratonera inmunda, le buscaría y le encontraría. Lo haría y entonces...
Recuerda esa mañana en la Costa Brava, España, en la villa cercana a la blanca arena y el azul mar donde esperaban instrucciones... Precisamente de Neil Tormes, arruga el ceño un poco más. Era el agente de Operaciones Negras en el Mediterráneo. Amanecía un día agradablemente cálido, y estando desnudo sentía bajo sí un cómodo colchón, una almohada que se adaptaba como aire a la curva de su cuello, una manta suave como una caricia cubriéndole las piernas y las caderas, lujos que casi nunca se permitía en su trabajo. Con Mitchell a su lado, compartiendo cama y cuarto, tan desnudo como él. Tan cálido, pesado y firme contra su costado, tendiéndose para despertarle. Él fingiéndose el dormido para sentir esa mano acariciándole el abdomen. Era una mano firme, juguetona en su ombligo, tejiendo, al bajar, sus pelos púbicos mientras reía diciéndole que sabía que no dormía. Esos primeros besos del día, entre sonrisas tontas...
Se tensa.
-¿Si? -pregunta sin abrir los ojos.
-Yo... -hay duda en aquella voz, lo que le obliga a abrir los ojos. No creía que ese joven agresivo y seguro de sí dudara mucho. Más bien nunca. Tenía cara de creído de sí. Este, Sean Caldwell, sin el chaleco, en franela negra, negros pantalones de carga, le mira desde la puerta. Joven y guapo. Y algo le indica al otro que este era muy consciente de eso, de su atractivo.- Quería disculparme por la embestida cuando...
-No es necesaria tu disculpa. Me salvaste la vida. Estaba tan furioso que no vi el peligro. -le corta como si mordiera las palabras, casi como si le costara admitir un error (o deberle un favor, piensa el más joven, ceñudo). Le mira, no se iba.- ¿Quieres un gracias? Gracias, pues. -nota que el otro se tensa, como resintiendo sus modales.
-Sólo quería saber si estabas bien. -se azora un poco al decirlo, no entendiendo ni él mismo por quí desea “cambiar” cualquier mala impresión que diera al principio. Se azora más cuando él parpadea.- Si necesitas algo...
-Si, un café. Muy negro y dulce.
-¡Vetea la mierda! -el joven se molesta al ver rechazado así su generosa oferta. Y casi le molesta más ver la leve mueca de sonrisa irónica del otro. Se aleja a paso vivo, entrando en el gran estacionamiento que esa esa planta baja, desde donde es posible ver muchas oficinas como esa donde el cretino aquel...
-¡Qué cara! -Aimara Texeira aparece a su lado, sonriéndole levemente, sin su chaleco también y el cabello suelto a diferencia de cuando salía en misiones.
-Es tu amigo. ¡Qué idiota es!
-¿El capitán? -se sorprende ella, del tono.- Es un gran oficial.
-¿Uno que abandona a sus hombres?
-Cariño, de la misa sólo conoces la mitad. -le ataja ella, sin alterarse.
-Y seguro no me la contarás. -sonríe él, conociéndola, cruzando los brazos sobre el pecho. Viéndose guapo, piensa ella. También que esa era la idea. El joven utilizaba su físico como sus manos... dentro y fuera de las misiones.- ¿Crees algo de todo esto? ¿Sobre un asesino que...?
-Si ese asiático era el mismo asesino de Anderson, entonces si. -responde resuelta. Era simple para ella, si Denton lo decía debía ser verdad. No lo expresa, pero Sean lo entiende.
-¿Qué mierda es todo eso del Sindicato? Todo el mundo habla de eso, pero...
-No encontrarás referencias en ninguna base de datos de inteligencia del mundo, como no sean rumores y pistas que comienzan bien, llevan a ciertas personas y luego todo estalla siendo o una teoría de conspiración o un intento para perjudicar a este o aquel. -suspirando se lleva las manos a los bolsillos posteriores del pantalón, regalando una buena toma de sus senos redondos.- Algunos dudan que exista, muchos más están seguro de que es real. Y se le teme, porque se sabe muy poco. Es una organización puramente criminal con tentáculos en todo delito y vicio, con la única regla de hacer dinero. No se mueven por ideologías o ambiciones personales de prestigio o poder. Tan sólo amasan fortuna. Se cree que sus dirigentes son extranjeros. -agrega algo ceñuda mirando por encima de su hombro.
Sean se vuelve y ve a Denton, renqueando, saliendo de la oficina rumbo a la máquina del café. El joven siente un desagradable vacío en el estómago cuando este les mira. ¡Le pidió la bebida porque le costaba moverse!
-Quiero un café. -anuncia este lo evidente.
-Debió pedirlo, capitán. -reprende ella.
-Te sorprendería saber lo poco colaborador que es el mundo con un pobre minusválido, bonita. -remacha este, sirviéndose un vaso, sonriendo con una mueca. Y la cara de Sean arde, de disgusto con ese hombre insoportable.- ¿Tendré que esperar mucho antes de que me dejen ir? -prueba el infame café, mirando a la joven, bonita y agresiva pareja de soldados, ¿habría algo entre ellos? La idea le agrada por ella, pero... no del todo.
-No me han dicho. Pero si tiene que esperarnos a nosotros. -le advierte ella. Algo más helada. Este se detiene en el saboreo del brebaje, la mira y asiente.
-Entiendo.
......
En otra oficina, parecida a esa donde Denton esperaba, pero más amplia y en el segundo piso, Neil Tormes y Amanda Craig también toman café. La mujer mira, hacia abajo, al ex jefe de una de sus mejores unidades ir a la máquina.
-¿Crees que sea conveniente tenerle aquí? -pregunta sin mirar al hombre a sus espaldas.
-Nos puso sobre una pista rápidamente. Hemos perdido mucho tiempo en estos últimos meses. Ahora sabemos que el Sindicato puede operar con personajes que no pertenecen a él. -ella asiente, viéndose de pronto más envejecida.
-El Camaleón, el Chacal... -se vuelve hacia el hombre calvo.- Esos alias no me dicen nada. A quien busco es al Analista. -la voz le tiembla con odio.
-Lo sé, Amanda... -a solas la tutea.- Por eso se armó toda esta operación. Pero el asunto se ha complicado. ¿Quiénes son estos personajes?, ¿por qué andan tras un erudito en culturas antiguas? ¿Que buscan el Sindicato y este... Camaleón?
-¿El puente hacia las estrellas? -sonríe burlona, amarga, pero preocupada.
-Creo que en Los Ángeles podemos encontrar respuestas. Con ese profesor dos veces secuestrado. -el hombre mira al marine tomándose el café y arrugando la cara. Ese brebaje era infame en todas las expendedoras.- Él puede obtener información, y tiene la imaginación.
-Por eso le arrastramos a todo esto desde el inicio, ¿no? -la mujer comienza y se tensa cuando ve, por las escaleras que llevan a ese piso, subir a la carrera a Arthur Colton, uno de sus asistentes. Traía cara de espanto, la que siempre ponía cuando debía decirle algo que no le gustaría. Joder. A su lado, Tormes también lo nota. Intercambian una mirada, callan y esperan.
-Señora Directora... -jadea este nada más aparecer en la puerta, pálido, mirando al oficial y no sabiendo si continuar.
-Habla, Arthur. -la mujer es fría. Espera mala noticias del Subcomité de Inteligencia.
-Acaban de reportar que la unidad que transportaba a los detenidos, los Brownsky, fue atacada. Los motorizados escaparon.
-¿Qué? -eso impacta a ambos agentes, la mujer se pone roja.
-La furgoneta fue interceptada, en plena calle cayó dentro de un hueco el cual estuvo disimulado y... -balbucea el hombre.- Allí fueron atacados con lanzallamas. ¡En plena calle! Los agentes...
-Entiendo.
-...Los liberaron y...
-Les mataron, a pesar de todo. Si, así proceden. -termina por él, dura, alzando un tanto la voz.- ¿Cómo pudo pasar esto, Tormes? ¿Cómo supieron...? -se detiene y sus hombros caen.- Claro, enviaron algún tipo de señal, allí, en plena fonda de Kuan, mientras eran detenidos. ¡Joder! ¿Acaso el Sindicato nos está declarando la guerra?
-Al menos la gente de Gallup, por lo que parece. -ceñudo, el jefe de Operaciones Negras medita. Luego suspira.- Ah, ¡ya imagino la cara de Wilson cuando lo sepa!
......
La propiedad, rodeada de una alta cerca en medio de aquella nada era basta, de dos sólidas plantas pero extendida sobre varias hectáreas, y un sótano que pocos conocían. Era una construcción clásica, fuerte, de gruesos muros grises y un techado en declive, con palmeras alrededor, unas que no se agitan a pesar de sus largas hojas. Hacía calor a pesar de la hora de la noche. Todo el que cruzara por la cercana carretera, al mirarla a la distancia tras su cerca, bajo las palmeras, pensaría que era hermosa. Igualmente, en otros, inquietaba por alguna razón, tal vez por lo solitario de paraje. Sólo estaba ella. Desafiante. O necesitada de distancia. Algunos podrían sentirse desasosegado por toda esa nada con el desierto alrededor.
Esa soledad era una de las virtudes del lugar que el dueño de ella más apreciaba, un hombre maduro, apuesto, de rostro cuadrado, cabello negro con algunas hembras grises, elegantes. Un hombre de un genio terrible, Henry Lestrade.
En su despacho, con la frente vuelta un tornillo de tantas arrugas, lee (porque puede), unos viejos documentos en trazos semíticos pre arameo. Sabe de eso, ha dedicado toda una vida a ciertas historias y leyendas. Viste una elegante bata de casa, roja, un un cómodo pantalón pijama negro... de bragueta abierta. Y bajo su enorme y pesada mesa de caoba oscura, un hombre joven, rubio, atildado, alto y esbeltamente fornido, con la frente más arrugada todavía, mirando al otro con resentimiento y odio, al tiempo que le mama la verga con las manos cruzadas a la espalda, sobre su saco azul, de un traje bueno, de los caro.
Chupa y chupa odiándose por hacer aquello, odiando horriblemente a ese hombre que le humilla a tal extremo que ya no le dirige palabras, tan sólo le mira llegar (para decirle que había terminado con unas cartas y que se iba, como su asistente que es), y separa las piernas tras su escritorio, indicándole qué quiere. Y sin embargo, aunque la tenga dura (sospecha que se le pone así sólo por la idea de humillarle), ni siquiera le mira, o pareciera que disfruta de sus labios color rosa pálido mientras va y viene sobre la pieza masculina.
Lestrade lanza un ronco y pesado gemido, que tan bien puede ser por encontrar algo que le agrada en aquella carta extraña en pergamino, o por aquella boca que atrapa su tranca y la masajea de adelante atrás. Si, el hombre joven odia tener que obedecerle, humillarse de aquella manera ante un sujeto que le desprecia y le trata como basura, pero no puede hacer nada para evitarlo. Se retira, apretando con labios y mejillas esa pulsante carne, dejándola colgar en la nada; jadeando, mirando aquella barra gruesa y blanco rojiza que emerge de la bragueta abierta.
-Vamos, puto, sigue mamando tu caramelo. -gruñe el hombre, leyendo algo más, lanzándole una mirada bajo la mesa, entre sus piernas. Sonríe cruel.- Joder, si tu padre te viera allí, con esos labios rojos e hinchados, con toda esa baba en tus mejillas y barbilla... chupando verga. -casi ríe. Humillar, sólo en esos momentos parecía contento. O sonreía, piensa el joven.
-Señor, debo irme... Mi esposa...
-¡Callate y chupa! -le ruge, no realmente molesto, tan sólo por el placer de estremecerlo, de reducirlo a su condición de sumiso mamagüevo.
Le mira, estudiándole; en los azules ojos aún hay rebeldía, los labios le tiemblan como si deseara decirle algo, pero finalmente se tiende hacia adelante y con la lengua tantea el rojizo glande brillante de saliva y jugos preeyaculares, cerrando los labios sobre el ojete y chupando un poco. Sometiéndose a lo inevitable.
El hombre mayor sonríe con desdén, dándole a entender que sabe que el no tomarla toda de un bocado, cuidándose de comenzar poco a poco, con cara de asco, era un vano intento de engañarle. Y engañarse. Sus miradas están atadas. Y el hombre joven se sonroja porque parece entenderlo.
-No te mientas, Grant, te gusta chupar mi verga. -le aclara, abandonando la carta, dejándose caer contra el cómodo sillón, separando más las piernas.- En realidad te gusta estar allí, entre mis piernas, arrodillado bajo mi escritorio, lamiendo mi verga, dándole besitos y tragándola. Te gusta sentir mi pulsante tolete en la garganta. Admítelo, pequeña basura.
-Señor... -jadea con calor en los ojos. Queriendo negarlo, enfrentarlo, pero allí estaba, arrodillado a sus pies, tragándole la verga, habiéndose tomado ya, más temprano, una buena carga de esperma caliente y espesa, una que el hombre mayor parecía producir en grandes cantidades (admite estremeciéndose ante el recuerdo del semen caliente sobre su lengua, cuando impacta toda sus papilas gustativas y resbala sobre ella cuando la traga).
-¿Qué? ¿En serio no estás duro bajo tus ropas, muchacho? ¿Es eso lo que quieres que crea? ¿Qué no te excita ser tratado como una basurita barata y sin valor que muere por una verga? -le reta burlándose. En verdad era increíblemente satisfactorio el tener a sus pies al hijo mayor de un viejo rival de negocios, un sujeto al que odiaba terriblemente. Y humillarle así era la dicha. Claro, no tanto como sería el momento cuando expusiera al muchacho frente a su padre y los amigos y socios de este, en la reunión social que pronto llegaría ahora que el viejo Grant buscaba llegar al senado por California.
-Pero mi esposa... -insiste, más rojo todavía, los labios temblándole. Callando al notar el brillo diabólico en los ojos del otro.
-¿Ocurre algo, muchacho? ¿Acaso vivir chupándome la verga te está creando problemas en tu casa? ¿En la cama con tu mujer? ¿Sientes culpa de besarla con esos labios y lengua después de tenerlos cubierto con mi esperma? ¿Temes que ella lo sienta en tu aliento, el olor del hombre al que chupas? -es cruel y se tiende un tanto hacia adelante, cerrando las piernas alrededor de los recios hombros del joven.- ¿O es que ya comienza a gustarte tanto esto que piensas en ello cuando no estás conmigo? ¡Eso no me gusta! -le grita, sonriendo.- Te contraté para chuparme la verga, no para que lo disfrutaras, sucio puto.
-¡No! -jadea más rojo todavía; pero Lestrade ríe lento, bajito, profundo. Malvado.
-¡Mentiroso! Creo entender... Ya no te... excita tanto estar con ella, ¿verdad? La conozco, es hermosa, de buenas curvas, de senos firmes y grandes. Imagino que bajo alguna pequeña y sensual pantaleta de seda, su coño bien afeitado debe oler a hembra sana, ardiente, vehemente. Necesitada de hombre... pero ya no te interesa tanto. O no puedes atenderla. La boca se te hace agua es... -con una mano le retira de su verga, la cual ya había tragado, otra vez, hasta la mitad. El tolete emerge, pulsando, mojado de saliva y jugos, una poca de baba cayendo lentamente.
-¡Ahhh! -jadea con algo de pesar, uno que le eriza cuando el otro se tiende más, atrapándole el suave cabello dorado, dándole un templón.
-Escúchame bien, pequeña basura blanca, cuando en aquella fiesta te propuse ser mi asistente con aquel sueldo que te hizo agua la boca y te llevó a desoír el consejo de tu padre de mantenerte lejos de mí, y con dos copitas de más me tocaste la verga en aquel desafío, me masturbaste y la probaste, sellaste tu destino. -le aclara.- Eres en verdad un chupa vergas, un traga pollas, un mamagüevos. Y aquí estás para contestar el teléfono, escribir alguna carta sin importancia... y para tragarte toda la esperma que produzcan mis bolas, ¿lo entiendes? Que ahora te guste es cosa aparte. -es demandante, duro.
Y el joven Albert Grant se agita bajo su mirada, agarre y tono.
-Señor, esto no es lo que esperaba cuando...
-Pero es lo que necesitabas, ¿aún no lo entiendes, rubio estúpido? No, claro que no lo entiende porque eres un estúpido marica chupa pollas, por eso necesitas que te lo expliquen. -es burlón, y aferrándole más, inclinándose él mismo más hacia adelante, los rostros se acercan, pero el joven nota que la goteante punta de aquella verga se acerca todavía más.- Eres un marica, muchacho, no importa lo que hayas creído toda tu vida de niño mimado hijito de su papi. Su protección te protegió de notarlo antes; de haber sido un simple pendejo hace años que un macho de verdad habría notado tu debilidad y te habría convertido en la putona que estabas destinado a ser cuando naciste. -es cruel, pero casi hipnótico al mirarle a los ojos.- Siéntete orgulloso de lo que eres. Y esto es lo que en verdad quieres. -con el puño en el cabello le medio guía a su verga, para que la vea.- Tocarla, olerla, lamerla, chuparla es lo más importante en tu vida. Ser hijo del futuro senador Grant, un esposo, un padre... nada de eso es importante. Lo que para ti cuenta es sentir mi tranca en tu garganta, notando cada vena latiendo. Lo único en lo que debes pensar es en cómo conseguir tener más y más de esto.
-Señor Lestrade.. -los labios le tiemblan casi lloroso. No entendiéndolo, ¿cómo le hacia eso? ¿Por qué no le enviaba al carajo y se iba cortando con todo aquello? La risa del otro le eriza.
-No, ya no puedes irte. -le asusta la manera en la cual parece leerle la mente, temiendo esa mano que se abre en su cabello y le acaricia ahora.- No, ahora no puedes imaginar cómo sería tu vida si no te dejara lamer esta tranca. No has pensado en cómo te sentirías si no llenara cada día tu estómago con mi carga. Créeme, sería un cataclismo para ti.
-Yo... Nunca antes...
-Nunca antes viviste, pero a mis pies estás aprendiendo tu lugar, lo que eres. -le sonríe cruel.- ¿No temblaste de repulsa cuando disparaste tu carga de semen en mis zapatos y luego, a gatas, lo lamiste? ¿No temblaste al probar tu propia esperma mientras te miraba y reía? ¿Acaso no eras tú quien lamía y lamía lo ya limpio en esos zapatos como buscando más? -le reta a responder.
Pero Albert no puede, los ojos se le llenan de lágrimas, de furia y humillación porque sabe que es cierto. Esa mano tras su nuca, abierta, le guía hacia ese entrepiernas.
-¿No has soñado en ir y mamar a otro hombre? ¿A otros?
-¡No! -jadea agitado.
-Es por miedo que no lo haces, ¿verdad? Miedo a ti mismo. A descubrir que eres una puta perdida capaz de entregarse a todo un batallón. -rie, acercándole más a aquella tranca mojada, dura, que pulsa y huele.- No lo sé, muchacho, ¿acaso te hago daño guardandote sólo para mí? ¿No necesitará tu culo una buena verga, o dos, o tres, o diez, que te abran, llenen, estimulen y te lo conviertan en un sensible coño hambriento?
-¡No! -casi llora, horrorizado por las imágenes conjuradas. Nota como con la mano libre el hombre se toma la base de la verga, azotándole levemente la mejilla izquierda. Tan dura y mojada, tan caliente y llena de sangre.
-Oh, sí, creo que sí, que lo necesitas. Creo que se acerca la hora de que nazcas como una puta total. -se burla cruel, imaginando nuevas manera de degradarlo, de tenerlo listo para cuando lo expusiera antes de las elecciones de noviembre para humillar y arruinar la carrera de su padre.- Piensas que no, pero casi creo que desnudo, arrodillado sobre una cama, siendo abrazado por un hombre recio y velludo a tus espaldas, temblarías de lujuria. Creo que mientras un sujeto así lame tu cuello y con manos grandes acaricia y pellizca tus tetas, llamándote hermosa putica, su tranca metida lateralizada entre tus nalgas, caliente como el infierno... tu culo se mojaría, temblarías y se abriría, por su cuenta, pidiendo lo que necesita: Un hombre de verdad.
Conjura con maldad. El chico, jadeando con esa tranca dándole suavecito en media cara, va a quejarse, a negar, y es cuando el otro le atrapa nuevamente el cabello y le mete la tranca en la boca, entrando con facilidad, tensándole y ahogándole cuando se la empuja por la garganta y le retiene allí, disfrutando de esos labios en su pubis, dentro de la bragueta, del resuello quemándole. Sonríe mientras el hombre joven lucha, apretando la verga, chupándola desesperado buscando aire.
Un teléfono le distrae. Aunque le cuesta entender qué es ese sonido cuando está gozando tanto. Afloja el agarre y Albert la deja salir, tosiendo, muy rojo y ojos bañados de lágrimas. El hombre mira el número y una mueca de disgusto se dibuja en sus rudas pero atractivas facciones.
-¿Profesor Hayes? Si que tiene bolas para...
-Oh, vamos, Lestrade... -le oye suspirar.- Siento molestarle a esta horas pero tengo algo muy importante que comunicarle. -la voz se oye excitada.- Estoy fuera de su propiedad; joder, que lejos queda esto. ¿Puedo entrar?
El hombre medita y sonríe viendo al rubio bajo su escritorio, llevando la pantalla del móvil a su pecho.
-¿Le dejamos entrar y vemos qué quieres mientras me la chupas bajo esa mesa sin que se dé cuenta?
CONTINÚA...
NOTA:
Sigo con el problema de los comentarios. Que aunque son poquitos, son
divertidos. Pero, algo sonrojado, respondo a uno en especial
aparecido en la última entrada de El Pepazo... No, lo que tengo es
imaginación, ¿eh? Jajajaja...
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