jueves, 29 de agosto de 2019

TRECE… 7

TRECE                         … 6
   Preparado para el trabajo...
......

   Nada de eso importa ahora. Necesita eso, el contacto, la rudeza de ese carajo joven que embiste su culo sin conocerle, sin tratarle previamente, sin decirle un hola o invitarle un café. Fue con él a ese baño oscuro, solitario a pesar de la gran cantidad de chicos afuera y le estaba follando de pie, embistiéndole duro, flexionando un tanto las rodillas para bajar la gorda verga a su altura y poder metérsela, una y otra vez, sacándosela y clavándosela toda, con bofetadas de pelvis contra nalgas, casi alzándole en peso y arrojándole contra el lavamanos. Y toda esa fuerza le encanta, como las manos que le acarician el torso y le pellizcan las tetillas. Sexo rico y caliente, sucio y rápido en un baño. Anónimo. Sin culpas. Sin esperar nada más. Como nada esperaba de la vida a sus pocos años.

   -Tu culo necesitaba esto, ¿verdad?; ser penetrado, tomado, cogido así, así... -le ruge el chico contra una oreja, poniéndose juguetón y mordiéndole el lóbulo, incrementando el ritmo de las embestidas y haciéndole gemir.

   -Si, si, tómame como la puta barata que soy. -jadea, mitad deseo, mitad confesión, pero como sea, las palabras parecen ir a la verga del tío, quien le embiste con mayor fuerza todavía.

   No quería entrar en charlas, en explicaciones, pero en su vida extraña necesitaba a veces eso, un escape a todo lo que hacía. Lo contrario a sus... habilidades. Necesitaba ser tomado por un chico grande y fuerte que pensara que podía dominarlo, que brindara la ilusión de debilidad. No le gustaba masturbarse soñando con lo que puede ser, usar una vela o un consolador en su culo, por eso sale en busca de tíos que pensaran que su figurita extravagante era la del mariquito al que podía usarse. Le gustaba que su culo emocionara, que su agujero ávido los enloqueciera mientras apretaba, halaba y chupaba como sabía que ese chico sentía en esos momentos, tanto que le suelta las tetillas y, afincando los pies, se agarra también al lavamanos, como buscando un punto de apoyo para sostenerse.

   -¿Te gusta, te gusta, bebé? -le oye jadear, voz oscura, ronca, bañándole con su aliento, y se medio vuelve, frente fruncida, ojos brillantes de dicha, empujando decididamente su culo de adelante atrás, metiéndosela toda, apretándola allí, gozando de cada latido del instrumento, refregándose de esa pelvis.

   -Sí, sí, me encanta, me tienes todo mojado y caliente...

   El sujeto ríe y gruñe algo que suena a insulto, pero que a Yabor le excita, tanto que sonríe y se mira al espejo, sus ojos desviándose un tanto hacia la izquierda, sonriendo aún más. Siente como el chico retira su verga, pulsante, refregándole las sensibles paredes del recto, haciéndole muy consciente de ella, casi hasta el glande, uno que su esfínter depilado atrapa y no deja salir, provocándole un estallido de risas al otro, el cual vuelve a clavarle centímetro a centímetro esa dura mole pulsante, llenándole completamente las entrañas, meciendo sus caderas, haciéndole caer hacia adelante.

   -Oh, si, si, fóllame, papi; fóllame duro...

   Sin dejar de embestirle, sin soltar del todo el lavamanos, el chico afloja una de sus manos y atrapa el claro y muy suave cabello algo transpirado en aquella nuca caliente, reteniéndole con control, ilusión que encanta al muchacho, quien sonríe y mira en el espejo. Gimiendo de una manera escandalosa, entregada, totalmente putona. A quien le escuchara se le pondría dura solamente con eso. Esa gorda barra se abría camino entre sus nalgas de una manera que le fascinaba, golpeándole la próstata. Mojándole con sus jugos, frotándole el recto. En un momento dado se sincronizan, culo contra güevo, en un vaivén increíble para quien mirara desde cualquier punto lateral. Cualquiera se excitaría observando al lindo mariconcito rubio, todo extravagante, con el pantalón en sus muslos, siendo cogido una y otra vez por un tipo más alto, que prácticamente le arroja sobre el lavamanos con la fuerza de sus embestidas, clavándole un tolete nada despreciable en sus dimensiones por el agujero, uno que debía experimentar un placer increíble por la manera que el chico se tensaba, agarraba al lavamanos y alzaba su rostro sonriente.

   El tolete va y viene, metiéndose entre esa raja que termina en el borde del pantalón.

   -¿Puedes sentirlo? -el sujeto le gruñe arropándole con el cuerpo caliente, su pecho subiendo y bajando con fuerza sobre esa espalda, quemándole con su calor, el corazón enloquecido. Yabor medio vuelve el rostro, pícaro.

   -¿Cómo arde tu esperma en tus pelotas? Si, la siento. Ya vas a llenarme el culo con ella... y la quiero. Cada gota caliente. -dice, con un tono que eriza al otro.

   Pero que son palabras no dirigidas a él, sino a uno de los privados cerrados. Desde que entraron alguien les observaba desde allí. Mirando muy interesado lo que ocurre... Algo que Yabor sabe.
......

   El negocio parecía el típico restaurante asiático, siendo imposible para la mayoría de los occidentales saber si era vietnamita, coreano o chino, aunque sus diferencias realmente existían. Era tan sólo la vieja comodidad de no preocuparse por nadie que no fueran ellos, algo que rayada en la descortesía. Como pensaban los asiáticos. La entrada con su puerta de madera clara y brillante, la cortinilla de crinejas, que se apartaban provocando un caracoleo, las mesitas pequeñas con cuatro sillas, los mantelitos de cuadro, la barra en la pared más alejada, tras la cual se ocultaban de un lado la cocina y el depósito, los baños del otro lado. Una estrecha puerta daba paso a una escaleras empinadas. Lo único no típico eran los dos gorilas que cuidaban la entrada, de rostros orientales, que miraron al hombre con desconfianza pero no lo detuvieron.

   A este, que ya conoce el local aunque lo recorre todo fugaz pero exhaustivamente, le parece que Charlie Kuan exageraba el mal gusto. Era un lugar un tanto sórdido, más bien cliché. Pero, claro, era tan sólo una fachada para el extorsionador ese. El lugar está prácticamente vacío, una pareja de asiáticos toman un licor claro en una mesita. Tras la barra una bonita joven de ojos rasgados y cabello negro mira a un chico alto, también de rasgos orientales, quien se esfuerza por parecer avergonzado, cabeza algo gacha, mientras Kuan parece reclamarle algo, en su idioma. Uno que el occidental desconoce, aunque reconocer una que otra palabra e infiere que el hombre debió estar allí esa mañana y era hasta ahora que se presentaba.

   A la chica le gustaba él, a él le atraía ella, pero fingía pesar ante el jefe, ignorándola. Kuan se veía desacostumbradamente agitado. Y aún más cuando sus miradas se encuentran, casi parece al borde del desmayo. El hombre, alejándose de los cincuenta, delgado, alto y enjuto dentro de la toga, de cabello cano a los lados del cráneo, parpadea tras los gruesos cristales de sus lentes, labios separados. Parecía... un buen sujeto, casi amable. El otro le sabía una mierda. Le ve recomponerse, sonreír tensamente, volviendo los ojos al más joven, quien ya se ha apartado para recibir una cerveza de la muchacha tras la barra. Indiferentes ambos al agitado ánimo del jefe.

   -Wilson-sam. -sonrie el sujeto cuando el otro se le acerca, vigilando las cuatro esquinas del lugar.

   -¿Sorprendido de verme, Kuan? Es difícil encontrar gente que haga bien su trabajo. -replica duro, a su lado, cruzando los brazos sobre el pecho, imponiendo su altura, su peso, su aire de eficiente peligrosidad.

   -No entiendo a qué... -sonríe el asiático, lanzando miradas desesperadas a la barra, donde se le ignora. ¡Malditos muchachos!

   -Hablo de tu intento de asesinarme. Y no lo niegues, viejo sucio, u olvidaré que necesito torturarte por información y te aplasto la cabeza aquí mismo. -le silencia alzando una mano.- Ten en cuenta que es posible que sobrevivas a la tortura, pero créeme, no al golpe de tu cabeza contra ese muro. -la conversación es dura, pero el tono bajo. Nota que en la mesita, los que beben, están alertas.

   -Wilson-sam... -comienza Kuan, pero gime y alza las manos alarmados cuando el otro da dos fieros pasos en su dirección, bajando las suyas, cerrándolas en puños.- No, no, esperar... -jadea alarmado, aunque respirando más aliviado. Por fin la gente en la mesa, y los de la barra, han notado que algo ocurre. ¿Y dónde estaban los gorilas de la puerta?

   -Quiero saber quién te ordenó que me mataras. -le encara, notando todos los cambios, preguntándose también por qué no aparecían los dos hombres de la entrada, quienes estaban en su cálculo inicial de ataque.

   -No quería...

   -Pero lo hiciste. -es duro. El otro sonríe.

   -Negocios. -responde al fin, displicente. Denton entiende, Kuan cree que ha posicionado a su gente, en la barra y la mesa. El hombre cuenta con vencer.

   Denton va a decir algo más cuando las crinejas de la entrada dejan escuchar su música. Suspira, eso le daría más seguridad al asiático, quien efectivamente sonríe de manera más pronunciada, pareciendo un tanto cadavérico. Una imagen animada de la muerte feliz, debía parecérsele. Pero su mueca se congela, así como algo se cierra en las entrañas del occidental. Quienes entran, un hombre y una mujer, son blancos rojizos, cabelleras largas, desordenadas, amarillentas, visten ropas de cuero. El aire es de motoristas. No es la gente de Kuan. Se encargaron de ellos, eso piensa Denton. También el asiático, quien parece aterrado. Eso podría servirle.

   -¿Ahora tratas con gente de Gallup? -pregunta en tono alto, para que todos escuchen.

   -No, yo...

   -Nunca trataríamos con una mierda traidora como esa. -replica el hombre recién llegado, sonriendo con desenfado sentándose a una mesa, junto a la mujer, una fémina de rostro duro pero bonito, muy parecida a él.- Hay gente que quiere hablar con papá Kuan, amigo. Así que nos lo llevaremos.

   -No soy tu amigo. -le replica el hombre ardiendo de odio, mirándole. Las manos lejos de su chaqueta, como las tiene la pareja en la mesa, o los asiáticos bebiendo. Todos reconociéndose como guerreros en un campo de batalla reducido, donde la recompensa es Kuan.

   -No quería asesinarle, pero me lo ordenaron. -este ladra, mirando con gestos de rata acorralada en todas direcciones, especialmente a su gente.

   -Silencio, Kuan. -ladra el rubio en la mesa, sin mirarle.

   -Habla. -insiste Denton.- ¿Tiene esto algo que ver con lo que te pedí que investigaras hace ocho meses y por lo cual te pagué una pequeña fortuna que no dio ningún resultado, maldito ladrón? -demanda, mirando hacia la mesa.- ¿Estaba el Sindicato tras el ataque a cierto profesor de historia, secuestrado hace más de un año?

   Kuan tiembla violentamente. Exhala miedo como una marasma casi perceptible. El Sindicato... si hablaba... Pero mira a la pareja en la mesa. Eran agentes de Gallup, uno de los brazos armados y violentos del grupo criminal, y habían ido por él. Y sabía muy bien el por qué.

   -Si, el Sindicato estuvo tras el secuestro. -jadea Kuan, notando cómo todos se tensan en la habitación, aún su chica tras la barra.- Querían algo de ese hombre, pero... pero... -suda copiosamente. Tanto que, extrañado, Denton desvía por un segundo la mirada del resto de la sala.

   -¿Te ordenaron ellos matarme? -intenta enfocar el asunto. Todos sabían en la comunidad de inteligencia que estaba rastreando al Sindicato, y que le había atacado en su búsqueda. La gente de Gallup en ese lugar era un claro indicativo de que andaba bien encaminado. Ellos estaban tras todo el asunto. El secuestro y el asesinato cobarde de Mitchell Anderson. Uno de ellos lo había ordenado y...

   En el segundo que se descuida, los dos asiáticos se ponen de pie en la mesa, cada uno con un arma automática en las manos, esgrimidas bajo la mesa. Uno apunta hacia Denton, el otro hacia la mesa, y disparan. El ex marine, maldiciendo su descuido, atrapa al asiático por los delgados hombros y le empuja hacia abajo, derribándole, golpeándole contra el piso, cayéndole encima y dejándole sin aire, al tiempo que saca su propia arma de la chaqueta. Desde la mesa donde aún continúan sentados, el hombre les mira, sonriendo divertido, mientras la mujer, tan solo alzando sus manos, dispara con sendas armas, derribando a los pistoleros asiáticos. El grito de la chica en la barra es un error de su parte. Esta, que ya sacaba una escopeta de debajo de la barra, encara el arma del hombre rubio, que la abate. Sin moverse. El joven alto a su lado grita, brazos abiertos y manos alzadas, cayendo hacia atrás, de culo.

   Denton sabe que le tocará enfrentar a los otros, y está en franca desventaja.

   -El Sindicato ordenó el secuestro, fueron contratados para ello, pero no estuvieron tras el golpe final. A su socio no le mataron ellos, Wilson-sam; nadie sabe exactamente quién fue. Se trataba de un sujeto que se infiltró con su propia agenda. Sólo encontré un nombre, le dicen el Camaleón, el hombre de las mil caras. Dicen que es uno de los asesinos más peligrosos del mundo. -chilla Kuan histérico, ahogado por el peso del ex marine.- Sáqueme de aquí vivo y le contaré todo, los delataré a todos. -ruge mirando hacia un lado, hacia la mesa donde ya la pareja de motorizados se pone de pie, dos armas en las manos ella, una en la de él.

   Rápido como un mal pensamiento, clavándole una rodilla al asiático en el abdomen, Denton se vuelve, agachado aún, armas en mano, la que ya tenía, y la que luego buscó bajo su chaqueta. Y si los otros son certeros, él también. El cruce de disparos obliga a girar y evadir. El que la pareja de motoristas se eche hacia atrás, y el hombre vuelva la mesa donde él y ella se medio cubren, más para desaparecer de vista que protegiéndose de disparos, es imitado por Denton, quien arrodillado intenta inútilmente ocultarse. Joder, piensa...

   -¡Quieto todo el mundo! -ruge una voz potente, desde la entrada.
 
   Y al ex marine la quijada se le cae al piso. No reconoce al hombre joven que habla, un moreno de piel blanca cobriza y ojos verdosos, que sonríe a pesar del momento, vestido de velcro negro, con un auricular en la oreja derecha y un micrófono cerca de su boca de labios distendidos en una medio sonrisa, mientras apunta con las dos manos hacia el hombre rubio. Pero si reconoce a la mujer a su lado, la bella Aimara Texeira, quien encañona a la motorizada.

   Como si hiciera falta algo más para indicarle a Denton que no alucina, de detrás de la barra, provocando el chillido del joven hombre asiático aún de culo en el piso, aparecen otros tres hombres, rodeándola. Uno de ellos es un cuarentón calvo, de cuerpo musculoso y aire de mando, un oficial. A su lado está Terence Bull, quien le lanza una fugaz mirada de reconocimiento. Del otro lado, del suyo, aparece el pelirrojo Brandon Johnson, quien le guiña un ojo. Todos apuntan a la pareja tras la mesa, la cual intercambia una mirada y dejan sus armas sobre esta, con serenidad. Eran profesionales.

   -Pero ¿qué diablos...? -comienza Denton, mirando aún con una rodilla en el piso a Brandon a su lado, que le tiende una mano, una que no toma mientras se pone de pie.- ¿Qué hacen aquí?

   -Parece que salvándote el culo, papá. -responde, insolente (y siente un estremecimiento muy particular, recordando a alguien más), el joven moreno, al cual mira con frío desdén, tanto que le hace tambalear por un segundo la sonrisa.

   -No pedí ayuda.

   -Pero Caldwell tiene razón, la necesitabas, Capitán. -interviene el tipo calvo, mirándole con recriminaciones.- ¿Todo bien?

   -Todo bien, Tormes. -le replica. Conoce al sujeto, uno de los capaces en Operaciones Negras. Agachándose y tomando al viejo asiático por el kimono florido, alzándole, este todavía con las manos temblorosas y alzadas como indicándole a cualquiera que hiciera falta que no va a crear problemas.- Este tipo es mío.

   -No, Capitán. -le mira Tormes.- Todos en esta habitación tienen que acompañarnos y declarar. Y eso te incluye.

   -Tormes...

   -Es necesario, no sabes lo que ha ocurrido. Esto es más grande que tu rabieta de hace un año. -ladra este, impaciente, y se miran agresivamente, sabiendo que un día tendrán que enfrentarse. El joven moreno, Sean Caldwell, sonríe divertido. Aimara, Terence y Brandon intercambian miradas nerviosas, divididos en sus afectos y lealtades.

   -Kuan tiene mucho que contar. -agrega cediendo, mirando al sujeto calvo.

   -Si habla... -interviene el motorista, sonriendo, manos alzadas. Amenazante.

   -Hablará. -le silencia Tormes, a él y a Denton.

   Kuan abre los labios, luego estos tiemblan violentamente. El sonido de un corcho saliendo de una botella congela a todos, porque todos en ese cuarto lo conocen y reconocen por lo que es. Del cuello de asiático mana un pequeño río de sangre, el cual emerge también de sus labios. La mirada que le arroja a Denton es de sorpresa y casi de reclamo: ¿No ibas a protegerme?

   Les lleva un segundo mirar hacia la barra, hacia el joven asiático alto, el cual sonríe leve, le guiña un ojo a Denton y salta escaleras arriba, cruzando y desapareciendo antes de que este, Sean o Aimara le disparen.

   Denton no ve caer al viejo, erizado, trastornado, temiendo que si se vuelve verá nuevamente el cuerpo de Mitch. Completamente convencido de que se encuentra ante un viejo fantasma, cubre el espacio en dos saltos, rumbo a las escaleras.

   -¡No! -ladra Terence, alzando una mano.
 
   El hombre no le escucha, ya pisa el primer escalón cuando un cuerpo proyectado como torpedo le impacta con fuerza en un costado. Todo ocurre rápidamente, pero al hombre le dio tiempo de sentirlo, había desplazado algo con su bota. Y mientras cae de lado, golpeándose contra el piso, con aquel cuerpo que le aplasta y deja sin aire, escucha la pequeña explosión que cubre de polvo y cascajos el cuarto.

   La fuerza de élite se había medio cubierto, flexionando rodillas y alzando brazos, igual que los motorizados, los cuales se agitaron, sin mirarse, intentando un golpe de mano pero quedándose finalmente quietos, olvidando todo intento de lucha o escape cuando Brandon y Aimara prácticamente se les van encima, apuntándoles.

   -¡Maldito idiota! -le ruge Sean a Denton, al rostro, aún sobre él, realmente molesto.

   -Había un cable, ¿no lo viste? -interviene Terence, acercándose, mientras Aimara y Tormes suben a toda prisa pero con precauciones, las escaleras donde dos escalones han desaparecido, así como un pedazo de pared. Había sido una explosión controlada. Destinada a matar únicamente al que le siguiera.

   -Quítate, coño. -ruge Denton, muy rojo de cara, de espaldas, atrapando los hombros del joven y arrojándole sin ceremonias a un lado, rabioso, mirado hacia las escaleras.- Era él, carajo. ¡Era él!

   -¿Quién...? -jadea Brandon.- ¿De quién hablas?

   -Del asesino de Mitchell... El Camaleón.

CONTINÚA … 8

2 comentarios:

  1. Ya esperaba este capitulo con ansias... Me encanta esta historia...

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    1. Oye, gracias, es una idea que tuve viendo una comiquita japonesa, jejeje

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