Se
emborrachaban y buscaban pleitos...
El
chico, nerd de anteojos, delgado de pecho y tímido como caracola,
rueda los ojos cuando los dos jóvenes atletas con los que comparte
cuarto en la residencia se ponen con esas. Las mismas cada vez que se
embriagan. “¿Quieres esto, verdad, chico gay?”, rugía uno
señalándose y mostrándose, exhibiéndose soberbio mientras el
socio asentía con aire de perdonavidas; “quieres tocarnos,
pellizcar nuestras tetillas, meter tus dedos en nuestras bocas y
traseros, ¿no es así, chico gay?”. “Seguro que quiere violarnos
con una vela o algo así”, agrega el otro, “o con algún largo y
grueso juguetito escondido bajo su cama. Abusar de nosotros hasta
tenernos gritando como tus perras. Es eso lo que pretendes, ¿verdad?
Quieres hacernos la maldad”, le acusa. Joder, se dice el chico que
ni por un segundo había pensado en ello, lo mejor era no volver a
darle caña a esos dos. O tal vez si... ¿y si se los hacía al menos
una vez?, ¿tan sólo por ver? Si, ya le habían metido la idea en la
cabeza.
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