Las
exigencias de la vida son reales, claras y hastas lógicas para
cualquiera que se tomara la molestia de pensar un poquito más allá
del cuadrito. Si se contaba en el gym con un campeón, un ganador,
alguien capaz de hacerte brillar, y le encantaba el sexo después de
cada práctica aunque lo negara, hay que dárselo, pues. Se lo ha
ganado. Claro, no vas a saltarle encima, se comienza jugando.
Pretendiendo que no se sabe qué se quiere, o si vas a ceder
finalmente, o a repetirse. Aunque sabes que, en verdad, te diviertes
accediendo a lo evidente. Esperando ya por la excitante vista que
provoca el estimulante olor a suspensorios transpirados, tan sólo
superado por el revitalizador aroma de un pubis mojado. Tan simple,
tan cierto. Así que a darle a tu entrenador, ese hacedor de
estrellas, el tratamiento que no se atreve a pedir pero que desea.
Los resultados, a la larga, bien que valen la pena.
Ese
Cliff Jensen es un diablo. Seguro a lo largo de su vida hizo probar a
más de uno más de lo que habría imaginado.
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