Ah,
las cosas de los chicos...
Bebito,
como le dicen familiares y amigos, siempre que puede baja a solas a
alguna playa apartada, donde es poco probable que alguien le
reconozca, y con su carita más mórbida recorre la arena usando sus
tangas más diminutas y putonas, sonriéndole a los tíos grandes y
maduros que le seguían con ojos sorprendidos por el ofrecimiento
notado en esa joven mirada, levemente escandalizados y algo...
¿excitados? ¿Tal vez halagados por el buceo del guapo chiquillo que
salía del agua como una visión caliente y lujuriosa, que sobre una
toalla se embadurnaba de aceites, mirándolos mientras recorría sus
jóvenes y turgente nalgas? ¿Era difícil entender que, por un
segundo, cada uno imaginara a otro tío llegando, montándosele sobre
esa toalla y tomando delante de todos lo que ofrecía tan
descaradamente, para luego pensar por qué no yo? Bien, no era ir muy
desacertados, porque los que quedaban al alcance del oído escuchaban
al chico susurrar, con voz bajita, ronca y sucia, que podía hacer
cosas que avergonzarían a las esposas...
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