domingo, 31 de marzo de 2019

A LOS PIES DE LOS CACHAS... 3

LOS CACHAS                         ... 2
   Sabía a qué salía...
......

   Finalmente entran en los luminosos y muy aseados vestuarios, con filas y filas de lockers y de largas bancas, extrañamente vacíos para un espacio tan moderno. Pero, claro, era un hotel vacacional, se supone que la gente normal debía estar en las piscinas o en la playa mostrando la buena pinta, el hermoso bronceado y el interés en las nenas en bikinis, no estar en un maldito gym como si no pudiera hacer eso en casa, con la novia esperando boda ya y un trabajo demandante por lo competitivo, se dice mortificado Shawn Dawson cuando es literalmente arrojado dentro de la habitación por aquel carajo más joven pero definitivamente más alto, ancho, musculoso y fuerte. Si hubiera continuado en las piscinas, intentando ligar con alguna chica, tal vez le habría parecido bellamente patético a alguna y esta le habría permitido tocarla, y ahora no estaría...

   -Amigo, no sé a qué juegas con todo esto de simular... -comienza, encarándole, intentando recomponerse, todo él muy rojo de piel, su torso subiendo y bajando al respirar con esfuerzo, de repente muy consciente de lo desnudo que está con aquel calzado y su bañador a media pierna, nada más. Aunque el otro estaba peor, era cierto que llevaba zapatillas deportivas, sin medias (¡sus pies eran enormes!), y una camiseta y unos shorts, pero lo corto, lo ajustado, todo lo que dejaban ver era aún peor. Incluida la escandalosa erección del hombre. Mierda, no podía ni vérsela sin sentir repulsión y ese carajo pretendía, o decía esperar que...

   -No estoy jugando a nada, perra. Vas a tragarte mi verga, de punta a base, y la vas a chupar con ganas. -le indica este, deliberadamente lento, remarcando las palabras como si hablara con alguien un tanto lerdo, al tiempo que alza una de sus manotas y en el blanco puño encierra aquella mole que se veía casi pulsando bajo la elástica tela.- Lo harás como si tu vida dependiera de ello, bebiéndote cada gota de lo que de aquí salga, hasta terminar tragándote cada trallazo de mi esperma caliente y espesa. Produzco bastante, ya lo verás. -le aclara, casi divertido de verle ir abriendo más y más ojos y boca, como si no pudiera terminar de creerse que aquello estaba pasándole. ¡Y estaba pasándole!, pero ya lo entendería.- Y luego... -baja peligrosamente la voz, sonriendo con suficiencia, una mirada zorruna en los fríos ojos azules.- ...Vas a tener una epifanía. Descubrirás que amas chupar pollas, te va gustarte tanto que vas a rogarme por más leche. Pero para dártela tendrás que ofrecerme el culo. Y cuando te la entierre, cuando sientas una verga real en tu agujero y no tus dedos o una vela como seguramente haces ahora...

   -¡No me meto nada por el culo! -cai grita, de furor, enrojeciendo más, temeroso de haber sido escuchado más allá de ese vestuario.- Deja de decir esas vainas, yo no...

   -...Vas a descubrir que no hay nada que te guste más. -continúa diciendo como si ni siquiera le hubiera escuchado.- Sobre mi verga vas a estallar de felicidad. Te correrás una y otra vez sin tocar tu cosita. Vas a maullar, a aullar y sollozarás de felicidad llamándome papi y dándome las gracias por encularte, por llenar tu coño. Porque, para ese entonces, tu culo ya será una concha caliente. Ya lo verás. -remarca cada frase con una confiada sonrisa de muchacho que se sabe buenote, aferrándose el tolete que moja la tela, y que parece llenarlo todo con un fuerte olor almizclado, le parece al impactado publicista que todavía no puede procesar todo aquello.

   Pero, siendo totalmente honesto con el forzudo chico, este estaba plenamente convencido de lo que decía. Sabía, o lo creía, reconocer a un maricón reprimido en cuanto lo miraba. Y en verdad necesitaba de esos desahogos antes de las competencias y después de las prácticas, llevarse al límite cada vez le llenaba de un vigor sexual increíble, ¿entonces por qué no juntarlo todo? Recuerda bien, por ejemplo, cuando recién cumplido los dieciocho años, ya mayor de edad legalmente para tantas cosas, antes de una participación que le daría a conocer el el circuito de adultos, rasurándose, su cuñado, el marido de su hermana, entró dizque a ayudarle, como hacía siempre que se quedaba con ellos en ese apartamento, con mirada concentrada y ojos brillantes. Sin que este hiciera otra cosa ya sabía que era un maricón de closet aunque fuera un tipo alto y grueso, un rudo conductor de gandolas, con barba, bigote, barriga y todo.

   En la familia todos se admiraban de lo bien que se llevaba ese sujeto tosco con el cuñadito que a veces debía pasar tiempo bajo su techo, por presentaciones en circuitos de culturismo, sin molestarle aparentemente tenerle allí. El chico sabía mejor, y no porque le hubiera visto una vez tomar una de sus trusas, usada en una presentación, y tocarla y amasarla como no sabiendo qué hacer con ella. Lo sabía de antes de eso, aún. Y se lo aclaró ese día cuando, en el cuarto de baño, se ofreciera a ayudarle con las axilas.

   -Rasúrame aquí. -le ordenó señalándose el pubis, gloriosamente desnudo, la verga morcillona.

   Sonriendo le vio enrojecer, tragar en seco y, tomando una maquinilla desechable, agacharse a hacerlo, mirándole de manera algo patética. El muy maricón, ¡que ojo el de su hermana! El sujeto fue respirando más y más pesadamente a medida que la joven tranca, blanco rojiza, nervuda, fue llenándose de sangre y ganas, tiesa, dura y victoriosa.

   -Tragátela, puto, sé que quieres. -le dijo, retándole, sonriéndole.

   Y más rojo todavía aquel hombretón de casi cuarenta años la tomó en sus manos, jadeando, como si el aire se le escapara de alivio. Apretándola, amasándola, masturbándola, luego chupándola. Los gruesos labios rodeados de pelos masculinos yendo y viniendo sobre la joven pero gruesa barra blanco rojiza que brillaba de saliva y jugos fue la imagen dominante por largos minutos de autodescubrimiento para ambos. Fue una buena mamada, y los ronroneos de admisión y gozo cuando tragó la esperma le hicieron gracia. Ese día su presentación estuvo genial, se sintió ligero, atractivo, seguro de sí. Admirados por todos. ¡Había funcionado! Y cuando algo lo hacía, el atleta promedio se aferraba a ello, así que siempre repetían la rutina antes de cada competencia. Hasta que quiso más.

   -Desnúdate y muéstrame el culo, zorra barata; agárrate del lavamanos y mírate al espejo mientras te rompo el virgo. -le dijo una mañana, alejándole las manos cuando, sentado en la tapa del inodoro, el cuñado pensó que volvería a lo mismo, a mamarle y ya salivaba en anticipación.

   Le vio dudar, luchar contra ese deseo, defender los rastros de su hombría, pero en cuanto se la metió por el culo, toda, suavecito, lentamente, dejándole aceptarla y acostumbrarse, para luego comenzar un saca y mete de campeonato, sabía que podía hacer lo que quisiera como quisiera con ese gimiente puto de coño goloso. Y pudo dejar salir su propia naturaleza joven y egoísta de bestia sexual de gran apetito. Todavía recuerda con una sonrisa de cruel satisfacción total cuando se la clavó toda por el culo la primera vez al velludo sujeto que chilló de manera agónica, cara contraída reflejada en el espejo, como si algo le doliera pero evidenciándose que lo estaba gozando.

   -Ya no eres un macho tan grande ahora, ¿verdad, princesa? -le rugió, sonriendo entre dientes, mirándole a través del espejo; lo quiso así para que se viera mientras tomaba su culo, enterrándole el tolete y haciéndole suyo. Sus ojos se encontraron y se sintió más poderoso mientras le embestía sin piedad ese agujero caliente y apretado.- Ya no eres tan rudo con mi verga golpeandote la pepa, ¿verdad? -se sintió cruelmente juguetón, dominante, excitado de ver a ese sujeto grande, viril y peludo estremeciéndose bajo su verga, el agujero cada vez más caliente y húmedo, los paff paff de piel contra piel llenando el cuarto de baño caluroso.- ¿Lo sientes?, ¿notas como se tranforma tu culo en una vagina como la de mi hermana, cuñado? Oh, sí, una vagina hambrienta y mojada. -le soltaba aquellas palabras duras, caliente al decirlas, notando que le estremecía escucharle, aferrándose con las dos manos al lavamanos mientras lo enculaba una y otra vez.- Tomas, toma, maricón, tómala toda como la perra que eres...

   Chilló y rió entre dientes atrapándole la cintura algo ancha por las cervezas y barbacoas, pero todavía firme, incrementando sus embestidas. Metérsela y sacársela de lo más profundo le producía un placer increíble, así como las apretadas, frotadas y haladas de esas entrañas sedosas. Algo que ya había experimentado cuando, al estar en lo más caliente de sus entrenamientos, encontrándose sin novia fija, debía recurrir, casi desesperado, a cualquier tipo de desahogo. Fue así como descubrió que podía usar a otros tipos para eso... y controlarlos. Eso le había tomado un poco más entenderlo de su naturaleza, pero lo hizo. Gustaba, su pinta y facha, sus músculos, su tamaño, fuerza y vigor, todo en él gritaba salud, vitalidad, poder y sexo, y otros sujetos parecían no poder escapar de la fascinación que eso producía. Como su cuñado, el peludo maricón que se agitaba de adelante atrás, restregándole el velludo trasero de la rasurada pelvis, ordeñándole con el recto, ojos cerrados, boca abierta, babeando un poco, mientras le cepillaba la próstata con su nervuda tranca. La excitante danza de verga contra culo. Después de aceptarla, de soportar el dolor inicial, el fuego había prendido en el otro. Ya no era el macho que desposara a su hermana, en ese momento era...

   -Tómala, tómala toda, puto. -le rugió, caliente, dominante, nalgeándole feamente haciéndole chillar.- Te creías un regalo de Dios para las mujeres, ¿eh? Bueno, aquí estás ahora, babeando, gimiendo, con el tolete goteándote de lo duro que estás mientras te hago esto, mientras tomo tu culo, mientras lo hago mío y lo recorro con mi verga de hombre, transformándolo en un coño. ¿Te gusta, maricón?, ¿te gusta que te haga esto y esto y esto? -le preguntó atrapandole el cabello y halándole, obligándole a alzar el rostro y abrir los ojos que había cerrado en éxtasis, encontrándose sus miradas nuevamente.

   Y el otro lo reconoció, que lo disfrutaba, que lo gozaba. Ahora, cada tarde al regresar de los ejercicios, después de comer y antes de ducharse lo cogía en el baño, a cuatro patas, obligándole a bajar el rostro contra el piso, sobre sus trusas usadas, dandole duro y rudo. A veces su hermana regresaba antes de hora y el maricón se mordía los labios para no gemir mientras ella le preguntaba cosas, o le saludaba, o le contaba su día desde el otro lado de la puerta. Mientras él le cepillaba sin detenerse la pepa. Para él era alucinante encularlo mientras al otro lado de la puerta, su hermana hablaba.

   -¡Esto es una locura! ¿No puedes entender que no soy gay? -Shawn ruge aún más desesperado, regresándole al presente.

   -¿Puedes entender que lo sé? Sé que no eres gay, eres un maricón de mierda, sólo que aún no lo sabes. -le ruge el sujeto, voz potente, alzando la mano con la cual se sostenía la verga y atrapándole la barbilla, los dedos cerca de la boca, sorprendiéndole por la reacción, la agresión física, empujándole hacia atrás y casi golpeándole de los lockers.- Y no quiero que digas nada más. Tan sólo que caigas de rodillas, que abras esa boquita y te tragues mi verga. Ya me babea de ganas. Una vez que lo hagas lo entenderás todo y yo por fin podré librarme de esta calentura que cargo desde que comencé mi rutina esta mañana. Y apúrate, dentro de dos horas tengo una presentación.

   -NO VOY A...!

   -SILENCIO! -el bramido le calla, mientras el sujeto le atrapa una muñeca, alzándole y doblándole el brazo. Shawn automáticamente hace tres cosas, arruga el rostro, grita y se medio vuelve siguiendo la dirección de la torsión, quedando de rostro contra el frío metal, el brazo doblado a sus espaldas, el sujeto presionándole con su cuerpo.- Ahora vas a obedecer... perra.

   Le baña la nuca con su aliento y, con los ojos muy abiertos, la cara muy roja, la piel de los hombros erizada y la respiración pesada, Shawn se asombra de la situación; se siente abrumado, sobrepasado... y fascinado de una manera oscura aunque puramente racionalista, ¿cómo le hacía eso?, ¿por qué se lo permitía?, ¿cómo pararle siendo tan grande, fuerte, decidido y masculino?

   -Amigo... -jadea casi desmayadamente, sintiendo dolor al estar inmovilizado, pero también recibiendo el calor de ese cuerpo duro, el roce de esa verga pulsante contras su trasero... como si buscara abrirse camino en su vida. La idea le estremece todavía más.

   -Silencio, perra... -el tipo le gruñe bajito, masculino, seguro de sí, casi rozándole una oreja con los labios, restregándole totalmente la verga del culo, arriba y abajo, frotándosele allí.- ¿Lo sientes?, ¿el cómo te estremeces, perra? Esto te gusta.

   -¡No! -jadea asustado por muchas razones. Más cuando un sujeto pasa, les mira con asombro, sonríe y sigue su camino. La tensión abandona su cuerpo, un poco, cuando el otro le suelta el brazo, pero le atrapa con una manota firme y fuerte un hombro, volviéndole, obligándole a mirarle, de cerca, casi arropado con su presencia.- Amigo... -todavía intenta detener aquella locura que no entiende, en verdad no creía, aún en esos momentos, que ese sujeto intentara nada más. No allí. Aunque... La sonrisa del otro, torcida pero bonita (como de muchachote grande y juguetón), le desconcierta. Y se tensa, conteniendo la respiración cuando le acaricia una mejilla con la mano, aquí y allá, erizandole de repulsa pero también de control.

   -Si, quieres... -sus entrepiernas chocan, por eso siente perfectamente lo que hace cuando baja la mano, la mete en su propio shorts corto, tocándose, lo sabe, y esa mano se eleva, dos dedos manchados de líquidos que sabe preyecaculares.- Quieres esto, perra... -y le coloca esos dedos bajo la nariz.- Vamos, aspira mi olor a macho, princesa. Te gustará. Créeme, va a llegar a pensar que no existe nada mejor en todo este mundo. Bueno, tal vez si… saborearlo. Aquí. Ahora.

CONTINÚA ... 4

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