Sabía
a qué salía...
......
Finalmente
entran en los luminosos y muy aseados vestuarios, con filas y filas
de lockers y de largas bancas, extrañamente vacíos para un espacio
tan moderno. Pero, claro, era un hotel vacacional, se supone que la
gente normal debía estar en las piscinas o en la playa mostrando la
buena pinta, el hermoso bronceado y el interés en las nenas en
bikinis, no estar en un maldito gym como si no pudiera hacer eso en
casa, con la novia esperando boda ya y un trabajo demandante por lo
competitivo, se dice mortificado Shawn Dawson cuando es literalmente
arrojado dentro de la habitación por aquel carajo más joven pero
definitivamente más alto, ancho, musculoso y fuerte. Si hubiera
continuado en las piscinas, intentando ligar con alguna chica, tal
vez le habría parecido bellamente patético a alguna y esta le
habría permitido tocarla, y ahora no estaría...
-Amigo,
no sé a qué juegas con todo esto de simular... -comienza,
encarándole, intentando recomponerse, todo él muy rojo de piel, su
torso subiendo y bajando al respirar con esfuerzo, de repente muy
consciente de lo desnudo que está con aquel calzado y su bañador a
media pierna, nada más. Aunque el otro estaba peor, era cierto que
llevaba zapatillas deportivas, sin medias (¡sus pies eran enormes!),
y una camiseta y unos shorts, pero lo corto, lo ajustado, todo lo que
dejaban ver era aún peor. Incluida la escandalosa erección del
hombre. Mierda, no podía ni vérsela sin sentir repulsión y ese
carajo pretendía, o decía esperar que...
-No
estoy jugando a nada, perra. Vas a tragarte mi verga, de punta a
base, y la vas a chupar con ganas. -le indica este, deliberadamente
lento, remarcando las palabras como si hablara con alguien un tanto
lerdo, al tiempo que alza una de sus manotas y en el blanco puño
encierra aquella mole que se veía casi pulsando bajo la elástica
tela.- Lo harás como si tu vida dependiera de ello, bebiéndote cada
gota de lo que de aquí salga, hasta terminar tragándote cada
trallazo de mi esperma caliente y espesa. Produzco bastante, ya lo
verás. -le aclara, casi divertido de verle ir abriendo más y más
ojos y boca, como si no pudiera terminar de creerse que aquello
estaba pasándole. ¡Y estaba pasándole!, pero ya lo entendería.- Y
luego... -baja peligrosamente la voz, sonriendo con suficiencia, una
mirada zorruna en los fríos ojos azules.- ...Vas a tener una
epifanía. Descubrirás que amas chupar pollas, te va gustarte tanto
que vas a rogarme por más leche. Pero para dártela tendrás que
ofrecerme el culo. Y cuando te la entierre, cuando sientas una verga
real en tu agujero y no tus dedos o una vela como seguramente haces
ahora...
-¡No
me meto nada por el culo! -cai grita, de furor, enrojeciendo más,
temeroso de haber sido escuchado más allá de ese vestuario.- Deja
de decir esas vainas, yo no...
-...Vas
a descubrir que no hay nada que te guste más. -continúa diciendo
como si ni siquiera le hubiera escuchado.- Sobre mi verga vas a
estallar de felicidad. Te correrás una y otra vez sin tocar tu
cosita. Vas a maullar, a aullar y sollozarás de felicidad llamándome
papi y dándome las gracias por encularte, por llenar tu coño.
Porque, para ese entonces, tu culo ya será una concha caliente. Ya
lo verás. -remarca cada frase con una confiada sonrisa de muchacho
que se sabe buenote, aferrándose el tolete que moja la tela, y que
parece llenarlo todo con un fuerte olor almizclado, le parece al
impactado publicista que todavía no puede procesar todo aquello.
Pero,
siendo totalmente honesto con el forzudo chico, este estaba
plenamente convencido de lo que decía. Sabía, o lo creía,
reconocer a un maricón reprimido en cuanto lo miraba. Y en verdad
necesitaba de esos desahogos antes de las competencias y después de
las prácticas, llevarse al límite cada vez le llenaba de un vigor
sexual increíble, ¿entonces por qué no juntarlo todo? Recuerda
bien, por ejemplo, cuando recién cumplido los dieciocho años, ya
mayor de edad legalmente para tantas cosas, antes de una
participación que le daría a conocer el el circuito de adultos,
rasurándose, su cuñado, el marido de su hermana, entró dizque a
ayudarle, como hacía siempre que se quedaba con ellos en ese
apartamento, con mirada concentrada y ojos brillantes. Sin que este
hiciera otra cosa ya sabía que era un maricón de closet aunque
fuera un tipo alto y grueso, un rudo conductor de gandolas, con
barba, bigote, barriga y todo.
En
la familia todos se admiraban de lo bien que se llevaba ese sujeto
tosco con el cuñadito que a veces debía pasar tiempo bajo su techo,
por presentaciones en circuitos de culturismo, sin molestarle
aparentemente tenerle allí. El chico sabía mejor, y no porque le
hubiera visto una vez tomar una de sus trusas, usada en una
presentación, y tocarla y amasarla como no sabiendo qué hacer con
ella. Lo sabía de antes de eso, aún. Y se lo aclaró ese día
cuando, en el cuarto de baño, se ofreciera a ayudarle con las
axilas.
-Rasúrame
aquí. -le ordenó señalándose el pubis, gloriosamente desnudo, la
verga morcillona.
Sonriendo
le vio enrojecer, tragar en seco y, tomando una maquinilla
desechable, agacharse a hacerlo, mirándole de manera algo patética.
El muy maricón, ¡que ojo el de su hermana! El sujeto fue respirando
más y más pesadamente a medida que la joven tranca, blanco rojiza,
nervuda, fue llenándose de sangre y ganas, tiesa, dura y victoriosa.
-Tragátela,
puto, sé que quieres. -le dijo, retándole, sonriéndole.
Y
más rojo todavía aquel hombretón de casi cuarenta años la tomó
en sus manos, jadeando, como si el aire se le escapara de alivio.
Apretándola, amasándola, masturbándola, luego chupándola. Los
gruesos labios rodeados de pelos masculinos yendo y viniendo sobre la
joven pero gruesa barra blanco rojiza que brillaba de saliva y jugos
fue la imagen dominante por largos minutos de autodescubrimiento para
ambos. Fue una buena mamada, y los ronroneos de admisión y gozo
cuando tragó la esperma le hicieron gracia. Ese día su presentación
estuvo genial, se sintió ligero, atractivo, seguro de sí. Admirados
por todos. ¡Había funcionado! Y cuando algo lo hacía, el atleta
promedio se aferraba a ello, así que siempre repetían la rutina
antes de cada competencia. Hasta que quiso más.
-Desnúdate
y muéstrame el culo, zorra barata; agárrate del lavamanos y mírate
al espejo mientras te rompo el virgo. -le dijo una mañana,
alejándole las manos cuando, sentado en la tapa del inodoro, el
cuñado pensó que volvería a lo mismo, a mamarle y ya salivaba en
anticipación.
Le
vio dudar, luchar contra ese deseo, defender los rastros de su
hombría, pero en cuanto se la metió por el culo, toda, suavecito,
lentamente, dejándole aceptarla y acostumbrarse, para luego comenzar
un saca y mete de campeonato, sabía que podía hacer lo que quisiera
como quisiera con ese gimiente puto de coño goloso. Y pudo dejar
salir su propia naturaleza joven y egoísta de bestia sexual de gran
apetito. Todavía recuerda con una sonrisa de cruel satisfacción
total cuando se la clavó toda por el culo la primera vez al velludo
sujeto que chilló de manera agónica, cara contraída reflejada en
el espejo, como si algo le doliera pero evidenciándose que lo estaba
gozando.
-Ya
no eres un macho tan grande ahora, ¿verdad, princesa? -le rugió,
sonriendo entre dientes, mirándole a través del espejo; lo quiso
así para que se viera mientras tomaba su culo, enterrándole el
tolete y haciéndole suyo. Sus ojos se encontraron y se sintió más
poderoso mientras le embestía sin piedad ese agujero caliente y
apretado.- Ya no eres tan rudo con mi verga golpeandote la pepa,
¿verdad? -se sintió cruelmente juguetón, dominante, excitado de
ver a ese sujeto grande, viril y peludo estremeciéndose bajo su
verga, el agujero cada vez más caliente y húmedo, los paff paff de
piel contra piel llenando el cuarto de baño caluroso.- ¿Lo
sientes?, ¿notas como se tranforma tu culo en una vagina como la de
mi hermana, cuñado? Oh, sí, una vagina hambrienta y mojada. -le
soltaba aquellas palabras duras, caliente al decirlas, notando que le
estremecía escucharle, aferrándose con las dos manos al lavamanos
mientras lo enculaba una y otra vez.- Tomas, toma, maricón, tómala
toda como la perra que eres...
Chilló
y rió entre dientes atrapándole la cintura algo ancha por las
cervezas y barbacoas, pero todavía firme, incrementando sus
embestidas. Metérsela y sacársela de lo más profundo le producía
un placer increíble, así como las apretadas, frotadas y haladas de
esas entrañas sedosas. Algo que ya había experimentado cuando, al
estar en lo más caliente de sus entrenamientos, encontrándose sin
novia fija, debía recurrir, casi desesperado, a cualquier tipo de
desahogo. Fue así como descubrió que podía usar a otros tipos para
eso... y controlarlos. Eso le había tomado un poco más entenderlo
de su naturaleza, pero lo hizo. Gustaba, su pinta y facha, sus
músculos, su tamaño, fuerza y vigor, todo en él gritaba salud,
vitalidad, poder y sexo, y otros sujetos parecían no poder escapar
de la fascinación que eso producía. Como su cuñado, el peludo
maricón que se agitaba de adelante atrás, restregándole el velludo
trasero de la rasurada pelvis, ordeñándole con el recto, ojos
cerrados, boca abierta, babeando un poco, mientras le cepillaba la
próstata con su nervuda tranca. La excitante danza de verga contra
culo. Después de aceptarla, de soportar el dolor inicial, el fuego
había prendido en el otro. Ya no era el macho que desposara a su
hermana, en ese momento era...
-Tómala,
tómala toda, puto. -le rugió, caliente, dominante, nalgeándole
feamente haciéndole chillar.- Te creías un regalo de Dios para las
mujeres, ¿eh? Bueno, aquí estás ahora, babeando, gimiendo, con el
tolete goteándote de lo duro que estás mientras te hago esto,
mientras tomo tu culo, mientras lo hago mío y lo recorro con mi
verga de hombre, transformándolo en un coño. ¿Te gusta, maricón?,
¿te gusta que te haga esto y esto y esto? -le preguntó atrapandole
el cabello y halándole, obligándole a alzar el rostro y abrir los
ojos que había cerrado en éxtasis, encontrándose sus miradas
nuevamente.
Y
el otro lo reconoció, que lo disfrutaba, que lo gozaba. Ahora, cada
tarde al regresar de los ejercicios, después de comer y antes de
ducharse lo cogía en el baño, a cuatro patas, obligándole a bajar
el rostro contra el piso, sobre sus trusas usadas, dandole duro y
rudo. A veces su hermana regresaba antes de hora y el maricón se
mordía los labios para no gemir mientras ella le preguntaba cosas, o
le saludaba, o le contaba su día desde el otro lado de la puerta.
Mientras él le cepillaba sin detenerse la pepa. Para él era
alucinante encularlo mientras al otro lado de la puerta, su hermana
hablaba.
-¡Esto
es una locura! ¿No puedes entender que no soy gay? -Shawn ruge aún
más desesperado, regresándole al presente.
-¿Puedes
entender que lo sé? Sé que no eres gay, eres un maricón de mierda,
sólo que aún no lo sabes. -le ruge el sujeto, voz potente, alzando
la mano con la cual se sostenía la verga y atrapándole la barbilla,
los dedos cerca de la boca, sorprendiéndole por la reacción, la
agresión física, empujándole hacia atrás y casi golpeándole de
los lockers.- Y no quiero que digas nada más. Tan sólo que caigas
de rodillas, que abras esa boquita y te tragues mi verga. Ya me babea
de ganas. Una vez que lo hagas lo entenderás todo y yo por fin podré
librarme de esta calentura que cargo desde que comencé mi rutina
esta mañana. Y apúrate, dentro de dos horas tengo una presentación.
-NO
VOY A...!
-SILENCIO!
-el bramido le calla, mientras el sujeto le atrapa una muñeca,
alzándole y doblándole el brazo. Shawn automáticamente hace tres
cosas, arruga el rostro, grita y se medio vuelve siguiendo la
dirección de la torsión, quedando de rostro contra el frío metal,
el brazo doblado a sus espaldas, el sujeto presionándole con su
cuerpo.- Ahora vas a obedecer... perra.
Le
baña la nuca con su aliento y, con los ojos muy abiertos, la cara
muy roja, la piel de los hombros erizada y la respiración pesada,
Shawn se asombra de la situación; se siente abrumado, sobrepasado...
y fascinado de una manera oscura aunque puramente racionalista, ¿cómo
le hacía eso?, ¿por qué se lo permitía?, ¿cómo pararle siendo
tan grande, fuerte, decidido y masculino?
-Amigo...
-jadea casi desmayadamente, sintiendo dolor al estar inmovilizado,
pero también recibiendo el calor de ese cuerpo duro, el roce de esa
verga pulsante contras su trasero... como si buscara abrirse camino
en su vida. La idea le estremece todavía más.
-Silencio,
perra... -el tipo le gruñe bajito, masculino, seguro de sí, casi
rozándole una oreja con los labios, restregándole totalmente la
verga del culo, arriba y abajo, frotándosele allí.- ¿Lo sientes?,
¿el cómo te estremeces, perra? Esto te gusta.
-¡No!
-jadea asustado por muchas razones. Más cuando un sujeto pasa, les
mira con asombro, sonríe y sigue su camino. La tensión abandona su
cuerpo, un poco, cuando el otro le suelta el brazo, pero le atrapa
con una manota firme y fuerte un hombro, volviéndole, obligándole a
mirarle, de cerca, casi arropado con su presencia.- Amigo... -todavía
intenta detener aquella locura que no entiende, en verdad no creía,
aún en esos momentos, que ese sujeto intentara nada más. No allí.
Aunque... La sonrisa del otro, torcida pero bonita (como de
muchachote grande y juguetón), le desconcierta. Y se tensa,
conteniendo la respiración cuando le acaricia una mejilla con la
mano, aquí y allá, erizandole de repulsa pero también de control.
-Si,
quieres... -sus entrepiernas chocan, por eso siente perfectamente lo
que hace cuando baja la mano, la mete en su propio shorts corto,
tocándose, lo sabe, y esa mano se eleva, dos dedos manchados de
líquidos que sabe preyecaculares.- Quieres esto, perra... -y le
coloca esos dedos bajo la nariz.- Vamos, aspira mi olor a macho,
princesa. Te gustará. Créeme, va a llegar a pensar que no existe
nada mejor en todo este mundo. Bueno, tal vez si… saborearlo. Aquí.
Ahora.
CONTINÚA ... 4
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