viernes, 26 de abril de 2019

EL GOBIERNO Y LA TORMENTA PERFECTA

SIN NOVEDAD EN EL FRENTE OCCIDENTAL
   Al destruir el país para controlarlo cavaron su propia tumba...

   Es más que evidente que las viejas recetas de la miseria y el hambre, llamar a lo canallesco del alma humana para poner a unos contra otros, y la amenaza constante de la represión ya no pueden sostener al régimen, porque el hambre que recorre al país está inflamando la olla de presión a niveles peligrosos. Amor con hambre no dura, eso siempre ha sido una verdad. Cuando el dogma no llena las ollas con sopa no hay revolución que aguante. Y al drama de robarse cada centavo, no dejando nada para comprarle ni a chinos ni rusos, que no fían (hablan mucha paja de solidaridad, que nada cuesta, pero nada de barcos llenos de comida), después de haber acabado con la producción nacional, se junta el desastre de infraestructura, así como la llegada de una figura poco carismática pero que encarna otra esperanza y finalmente la rabia popular de quienes ya no aguantan más.

   Ya no son sólo las calles llenas de huecos, puentes cayéndose, servicios públicos enteros detenidos porque los empleados no pueden pagar pasajes ya que las quincen no alcanza para cancelarlos, sino que el desastre de la electricidad acabó con lo que quedaba de paciencia popular, al menos en Caracas donde, a pesar de la brutal represión gubernamental, respondida por esos sectores en muchas zonas, obligó al gobierno a recular. Se intenta una calma chicha para la zona central, intentando salvarla de apagones y racionamientos, pero la procesión va por dentro a pesar de la habladera de paja (y alguien debería decirle a Nicolás Maduro Moros, Diosdado Cabello y a los otros que cada vez que dan declaraciones infelices la gente se molesta más y más), se le suma que al final de todo no se ha podido conjurar efectivamente esa peligrosa rabia en la zona capital.

   Que en medio de este desastre el ministro de Deseducación, Aristóbulo Istúriz, fuera recibido a cacerolazos en un liceo en Caricuao, a donde llegó con sus monerías, con su circo sin pan. Aparentemente a su llegada sonaron las cacerolas y uno de sus escoltas disparó contra un edificio provocando que la gente arrecha bajara a enfrentarles, al grito de rabia de tenemos hambre; provocando que el indigno sujeto tuviera que salir corriendo, asustado y lloroso, temiendo por su vida, no tanto por los vecinos en realidad sino por su propia conciencia, el peor de los jueces (hace poco una demente en la Asamblea Nacional Prostituyente pedía que el “pueblo” juzgara a los traidores, queriendo aplicársela a Juan Guaidó, debió temer que la gente se volviera loca, le juzgara y le colgara junto a sus matones). Y esta es la guinda final. La gente está arrecha, las clases populares están hartas, Caracas sigue encendida.

   Estamos exactamente como en diciembre de 2015, cuando el país, opositores y gente que no cree en la oposición pero está harta del régimen, se encontró en las calles para dar rienda suelta a sus rabias; aunque, por ahora, en estos momentos, no estemos todavía unidos bajo una misma bandera como si se estuvo en el 2015. Bastaría la figura de Juan llamándonos a todos a presentar un frente unido para que el ejército sea multitudinario; como lo hace a pesar de las voces dentro de la oposición que insulta a la otra mitad para que sigan al lado de Maduro (como insultan a adecos y copeyanos para que el pueblo adeco y copeyano abandone a Juan, son unos dementes tan delirantes como los jerarcas del régimen usurpador).

   Bastará que Juan llame a las clases populares a que se manifiesten en apoyo de la gente en el estado Bolívar, donde están destruyendo y robando a Venezuela, matando indios, dejando que la narcoguerrilla colombiana mate a venezolanos, que llame a defender al Zulia, que en Caricuao, El Valle, Antímano se grite y se proteste por lo que se les hace a los zulianos, por aquello de que hoy por ti mañana por mí, para que esto reviente. Deberiamos estar en las calles gritando por la joven violada y asesinada en el estado Bolívar donde se pretende salvar a sus verdugos; la madre de aquí, que intentó matar a su hijo de tres años y matarse ella en un momento de locura gritando que no tenía qué darle de comer, ya debería tenernos a todos en las calles. Hoy por ellos, mañana por nosotros, ¿o es que es muy difícil de entender?

   ¿Quién nos para si eso se logra?, ¿quién nos detiene si actuamos como un todo, si logramos superar lo político para caer en lo humano, entendiendo que o luchamos todos juntos o nos acaban a cada quien por su lado, apartando a los que hacen lo que sea para que esta unidad no se de, con cuentos absurdos que pretenden que creen que si viene una invasión militar extranjera aunque todos, fuera de Venezuela (aparte de los cubanos) han dicho que no lo harán? Si esas dos condiciones se dan, apartar a los que ayudan al régimen y unificamos al país en una lucha no de “yo seré el presidente”, sino para salir de esto, se retomara el camino triunfador que llevábamos en 2015, abortado por los que llamaron a desmovilizar a la gente para que el pelón que nos unió a todos en una meta no fuera presidente, para que no lo fuera el flaco adeco que hablaba golpeado, para que no lo fuera el unicejas de Jorge, todo esperando que gente que no cuenta con nadie, que no llenan ni una calle cuando llaman a una concentración, subieran a fuerza de acabar con los demás.

   El primero que lo entiende, el peligro que corre en este momento en concreto, es el régimen sátrapa montado por La Habana, por lo que viven llenando las redes sociales de lamentos, llamando a maría, a cualquiera que pueda servirles en la campaña para destruir a Juan Guaidó. Pero, esta vez, no pisaremos el peine. Y lo digo por ser amplio, nunca entendí cómo el entregarle el país político al régimen en lugar de derrotarles en cada alcaldía y gobernación como se hizo con el Parlamento, les hacía daño a ellos y nos beneficiaba a nosotros. Pero es que debo de ser muy bruto, porque todavía no lo veo.  

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