Al
destruir el país para controlarlo cavaron su propia tumba...
Es
más que evidente que las viejas recetas de la miseria y el hambre,
llamar a lo canallesco del alma humana para poner a unos contra
otros, y la amenaza constante de la represión ya no pueden sostener
al régimen, porque el hambre que recorre al país está inflamando
la olla de presión a niveles peligrosos. Amor con hambre no dura,
eso siempre ha sido una verdad. Cuando el dogma no llena las ollas
con sopa no hay revolución que aguante. Y al drama de robarse cada
centavo, no dejando nada para comprarle ni a chinos ni rusos, que no
fían (hablan mucha paja de solidaridad, que nada cuesta, pero nada
de barcos llenos de comida), después de haber acabado con la
producción nacional, se junta el desastre de infraestructura, así
como la llegada de una figura poco carismática pero que encarna otra
esperanza y finalmente la rabia popular de quienes ya no aguantan
más.
Ya
no son sólo las calles llenas de huecos, puentes cayéndose,
servicios públicos enteros detenidos porque los empleados no pueden
pagar pasajes ya que las quincen no alcanza para cancelarlos, sino
que el desastre de la electricidad acabó con lo que quedaba de
paciencia popular, al menos en Caracas donde, a pesar de la brutal
represión gubernamental, respondida por esos sectores en muchas
zonas, obligó al gobierno a recular. Se intenta una calma chicha
para la zona central, intentando salvarla de apagones y
racionamientos, pero la procesión va por dentro a pesar de la
habladera de paja (y alguien debería decirle a Nicolás Maduro
Moros, Diosdado Cabello y a los otros que cada vez que dan
declaraciones infelices la gente se molesta más y más), se le suma
que al final de todo no se ha podido conjurar efectivamente esa
peligrosa rabia en la zona capital.
Que
en medio de este desastre el ministro de Deseducación, Aristóbulo
Istúriz, fuera recibido a cacerolazos en un liceo en Caricuao, a
donde llegó con sus monerías, con su circo sin pan. Aparentemente a
su llegada sonaron las cacerolas y uno de sus escoltas disparó
contra un edificio provocando que la gente arrecha bajara a
enfrentarles, al grito de rabia de tenemos hambre; provocando que el
indigno sujeto tuviera que salir corriendo, asustado y lloroso,
temiendo por su vida, no tanto por los vecinos en realidad sino por
su propia conciencia, el peor de los jueces (hace poco una demente en
la Asamblea Nacional Prostituyente pedía que el “pueblo” juzgara
a los traidores, queriendo aplicársela a Juan Guaidó, debió temer
que la gente se volviera loca, le juzgara y le colgara junto a sus
matones). Y esta es la guinda final. La gente está arrecha, las
clases populares están hartas, Caracas sigue encendida.
Estamos
exactamente como en diciembre de 2015, cuando el país, opositores y
gente que no cree en la oposición pero está harta del régimen, se
encontró en las calles para dar rienda suelta a sus rabias; aunque,
por ahora, en estos momentos, no estemos todavía unidos bajo una
misma bandera como si se estuvo en el 2015. Bastaría la figura de
Juan llamándonos a todos a presentar un frente unido para que el
ejército sea multitudinario; como lo hace a pesar de las voces
dentro de la oposición que insulta a la otra mitad para que sigan al
lado de Maduro (como insultan a adecos y copeyanos para que el pueblo
adeco y copeyano abandone a Juan, son unos dementes tan delirantes
como los jerarcas del régimen usurpador).
Bastará
que Juan llame a las clases populares a que se manifiesten en apoyo
de la gente en el estado Bolívar, donde están destruyendo y robando
a Venezuela, matando indios, dejando que la narcoguerrilla colombiana
mate a venezolanos, que llame a defender al Zulia, que en Caricuao,
El Valle, Antímano se grite y se proteste por lo que se les hace a
los zulianos, por aquello de que hoy por ti mañana por mí, para que
esto reviente. Deberiamos estar en las calles gritando por la joven
violada y asesinada en el estado Bolívar donde se pretende salvar a
sus verdugos; la madre de aquí, que intentó matar a su hijo de tres
años y matarse ella en un momento de locura gritando que no tenía
qué darle de comer, ya debería tenernos a todos en las calles. Hoy
por ellos, mañana por nosotros, ¿o es que es muy difícil de
entender?
¿Quién
nos para si eso se logra?, ¿quién nos detiene si actuamos como un
todo, si logramos superar lo político para caer en lo humano,
entendiendo que o luchamos todos juntos o nos acaban a cada quien por
su lado, apartando a los que hacen lo que sea para que esta unidad no
se de, con cuentos absurdos que pretenden que creen que si viene una
invasión militar extranjera aunque todos, fuera de Venezuela (aparte
de los cubanos) han dicho que no lo harán? Si esas dos condiciones
se dan, apartar a los que ayudan al régimen y unificamos al país en
una lucha no de “yo seré el presidente”, sino para salir de
esto, se retomara el camino triunfador que llevábamos en 2015,
abortado por los que llamaron a desmovilizar a la gente para que el
pelón que nos unió a todos en una meta no fuera presidente, para
que no lo fuera el flaco adeco que hablaba golpeado, para que no lo
fuera el unicejas de Jorge, todo esperando que gente que no cuenta
con nadie, que no llenan ni una calle cuando llaman a una
concentración, subieran a fuerza de acabar con los demás.
El
primero que lo entiende, el peligro que corre en este momento en
concreto, es el régimen sátrapa montado por La Habana, por lo que
viven llenando las redes sociales de lamentos, llamando a maría, a
cualquiera que pueda servirles en la campaña para destruir a Juan
Guaidó. Pero, esta vez, no pisaremos el peine. Y lo digo por ser
amplio, nunca entendí cómo el entregarle el país político al
régimen en lugar de derrotarles en cada alcaldía y gobernación
como se hizo con el Parlamento, les hacía daño a ellos y nos
beneficiaba a nosotros. Pero es que debo de ser muy bruto, porque
todavía no lo veo.
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