La hora del almuerzo estaba sobrevalorada...
Nadie sabía de dónde salieron, pero los carajos notaron que por las tardes, en varios salones del taller (que parecía tener como mil, uno para cada quien), aparecían curiosos juguetitos fálicos, largos y gruesos, rugosos y cabezones. Junto a pequeñas piezas putonas que no podrían llamarse exactamente suspensorios, igualmente muchas correas de cuero. Y vaselina, mucha vaselina. Todo perteneciente a algún maricón degenerado, se decían riendo, tocándolos con ociosidad y curiosidad. Mucha curiosidad, como suele pasarle a todo hombre con sangre en las venas y una mente calenturienta. Y tarde a tarde visitaban esos salones, arqueandose sobre los mesones, enterrándoselos, metiendo y metiendo mientras chillaban ya sin cuidarse del volumen del tono. Ya no se preguntan de dónde salieron, para qué, o por qué seguían usándolos. Se pasaban las tardes, luego de las horas de trabajo, en esas, notando con ojos nublados las rojas y parpadeantes lucecitas de las cámaras. Alguien les miraba, notaba lo que hacían, pero eso, lejos de preocuparles tan sólo les emociona.
Nadie sabía de dónde salieron, pero los carajos notaron que por las tardes, en varios salones del taller (que parecía tener como mil, uno para cada quien), aparecían curiosos juguetitos fálicos, largos y gruesos, rugosos y cabezones. Junto a pequeñas piezas putonas que no podrían llamarse exactamente suspensorios, igualmente muchas correas de cuero. Y vaselina, mucha vaselina. Todo perteneciente a algún maricón degenerado, se decían riendo, tocándolos con ociosidad y curiosidad. Mucha curiosidad, como suele pasarle a todo hombre con sangre en las venas y una mente calenturienta. Y tarde a tarde visitaban esos salones, arqueandose sobre los mesones, enterrándoselos, metiendo y metiendo mientras chillaban ya sin cuidarse del volumen del tono. Ya no se preguntan de dónde salieron, para qué, o por qué seguían usándolos. Se pasaban las tardes, luego de las horas de trabajo, en esas, notando con ojos nublados las rojas y parpadeantes lucecitas de las cámaras. Alguien les miraba, notaba lo que hacían, pero eso, lejos de preocuparles tan sólo les emociona.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario