Lalo
todavía discutía con su amigo Kuki sobre si es o no gay dar masajes
(no lo cree porque un machito como él, muy bien pude hacerlo aunque
todos le miren con burlona desconfianza, sin que signifique nada),
cuando se vuelve y casi sufre un infarto. Claro, no esperaba que el
primer cliente fuera ese tío tan masculino, ni que al acercársele
el calor de ese cuerpo le llegara de tal manera, alterándolo,
asustándole pero también emocionándole. Las palmas de las manos le
picaban por tocarlo como si fuera necesario, como si aquello era lo
que debía y tenía que ser. Claro, se agitó un poquito porque,
bueno, no era gay, ¿cierto?, pero se le pasó en cuanto le tocó,
temblando por algún nuevo sentimiento, aspirando ese olor extraño
que luego, cuando entre emocionado y algo desmayado le contara a la
novia de Kuki, esta le aclararía que era el aroma de los verdaderos
machos, el chico tendría su epifanía. Como fuera perdió el control
y se montó sobre la situación, decidido a ablandarle. A partir de
ahí cada cliente recibiría una atención muy especial, algo que le
tendría tan realizado y contento que Kuki también probaría a dar
una sobada para ver. Con el resultado de todos esperado. Ahora daban
atenciones juntos… ¡y vaya par de putos!
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