viernes, 26 de abril de 2019

SERVICIO A DOMICILIO... 3

...A DOMICILIO                         ... 2
   El paquete era atractivo...
……

   Traga en seco y evita mirarle, aunque el otro parece tan pancho, de pie, sonreído... relamiéndose todavía, recogiendo con la lengua algo que tal vez escapó de sus labios. Haciéndolo con evidente gula, como si el sabor del semen fuera la cosa más increíble para él. El chico casi siente nauseas, y lo que más desea es ponerse de pie, cubrirse y salir pitando de esa casa hermosa, dejar de mirar a ese tío recio que tiene la edad para ser su papá (pero no lo es, y la prueba es que sus labios estuvieron rodeándote el güevo y chupando como un chivito hambriento de él, le replica una molesta voz en la cabeza).

   -Me... Me tengo que ir. -jadea roto, esperando una respuesta. Un gesto. Algo. Lo que sea, tal vez un “toma esto por tus servicios”. La idea le enferma literalmente. Dios, era tan extraño sentirse así, tan frío después de tanta calentura... Con malestar le mira de reojo, ir con paso sereno a servirse un vaso de whisky, uno que olía fuerte y que, tal vez, en esos momentos le ayudaría a superar el momento. Le ve servirse el trago, la recia espalda, ancha y musculosa contrayéndose bajo la camisa. Un carajote grande y viril... que gustaba de mamar güevos, la idea casi le hace reír. Le ve beber, deleitándose. Mierda, parecía disfrutar ahora de la combinación del licor y la esperma. ¡Pero qué sucio!

   -¿Quieres uno? -le ofrece, mirándole, y él niega.

   Eso parece prestarle fuerzas para pararse, todo rojo al estar tan desnudo, vistiéndose desmañadamente bajo la mirada del sujeto que sigue con su trago. Le cuesta subirse el boxer y el pantalón, las manos parecen no querer obedecerle. No habla, no le mira, va hacia la puerta, dudando mucho. Pero que mucho. Joder, hizo todo eso por... Pero no podía pedirle plata, ¿verdad? Ni recordarle su oferta. No podía... ¿Y si resultaba que ese carajo trabajaba en un tribunal, o con la policía? Y si...

   -Espera. -le oye cuando ya estaba prácticamente frente a la puerta, acercándosele.- Gracias por traer las compras. -le sonríe, observándole y obligándole a sostenerle la mirada, una que es algo burlona. Mostrando en los dedos un fajo de billetes que por un segundo le hacen olvidar todo el horrible instante y salivar la boca. Esa mano baja y le medio rodea, metiéndolos en uno de los bolsillos posteriores del pantalón, allí donde los dedos entran lentamente, tardándose su rato en dejarlos, unos dedos calientes que le erizan de sorpresa y repulsa.

   -Gracias. -croa y sale casi a la carrera.

   Una vez bajo el sol, a Martín le sorprende notar que todavía es de día, que hace calor, que el sol de la tarde todavía ilumina. Se sentía frío, le parecía que llevaba horas dentro de esa casa. Se aleja aunque le escucha decir algo como gracias por tus oficios. Las palabras le hacen enrojecer salvajemente. Y desde ese momento vive el infierno de la indecisión, alegrandose al contar el dinero recibido (mierda, y era bastante, gritaba feliz la parte codiciosa de su naturaleza), pero a nivel físico... Llegando a la casa pequeña en La Pastora, vieja aunque bien conservada, con muebles casi tan viejos como ella, algo más ajetreados, toma una larga ducha, refregándose con fuerza, queriendo alejar de su mente toda la horrible experiencia. Así lo pensaba en ese instante. Más tarde entraría en su mente lo extraño que era sentirse tan mal después de haber estado tan caliente, gozando tanto aquella mamada a su güevo, de esos labios rodeados de barba y bigote cubriéndolo, ordeñándolo, apretándolo como una mano, esa lengua... Casi vomita una vez. El resto del día lo pasa entre molesto y satisfecho (por el dinero), sin querer pensar en ello. Sale con sus amigos y se mantiene en un segundo plano, silente. Abstraído, inquieto al notar sobre sí la mirada del negro Matías. ¿Sabría algo? ¿Lo sospechaba? Bien, casi le había dicho que iba a dejarse tocar por plata, ¿no?

   En su cama, esa noche, sufre de remordimientos egoístas, unos donde culpa a ese sucio sujeto que lo tocó, a él que era tan inocente como una virgen quinceañera en cultos evangélicos. Sus sueños están plagados de imágenes, sin embargo; de su güevo viéndose increíblemente largo y grueso, muy duro, siendo recorrido por una lengua rojiza, brillante de saliva, que le unta de babas el tolete en su cara posterior, subiendo y bajando como dándole brochazos, arrancándole gemidos y estremecimientos. Lengua que sale de unos labios rodeados de pelos. Despertar duro, babeante por aquellos sueños no le ayudó en ese momento... ni en los días siguientes. Por suerte el fin de semana le dio alivio, cada hora pasada alejaba el recuerdo, las ganas de no pensar más en ello ayudaba también. Así como la firme promesa de nunca más dejarse tocar por ese hombre... ni ningún otro si a eso íbamos, carajo. Esas cochinadas realmente no eran para carajos como él, aunque una boca mamándole... Si al menos hubiera logrado que Laurita abriera las piernas para él; la muy chula le había ayudado a gastar los reales, pero ni una tocadita había querido darle. Lo estaba trabajando para que le pidiera ser su novio. ¡Ah, qué tipa!

   -Güevón, te van a cobrar toda esa vaina y vas a terminar debiéndole al supermercado. -la voz de Matías le llega y regresa a la realidad en la sección de frutas y verduras del establecimiento, donde distraídamente había tomado un cambur, lo había pelado y le había dado un buen mordisco, encontrándolo suave y delicioso (seguramente uno traído de la zona del Zulia, aunque decían que ya no llegaban). Estar planeando otra salida con Laurita, al cine, gastando lo que quedaba de la plata aquella, que tal vez le ganara una manoseada a la chica, le tenía distraído.

   -Largo, perro. -es la respuesta deliberada, pomposa y retadora. Nadie se metía con él, ¿okay?

   -¿Qué?, ¿vas a seguir remoloneando? No has atendido tu caja en toda la mañana... en toda la semana. ¿Ya no necesitas plata? -hay cierta socarronería en la pregunta del joven negro. Y por un segundo Martín se incomoda, mirándole deliberadamente sereno.

   -Ve a joder al coño de tu madre, ¿si? -es la fea réplica, pero carente de agresividad, parecía más bien algo común entre ellos.

   Matías se aleja, algo molesto, pero dejándole solo. Alza el cambur y está por darle una buena mordida cuando una risa ronca, baja y grave se deja escuchar. Un tono que resuma diversión pero también... ¿travesura, picardía? La cuestión es que reconoce la voz. Una que... Palidece y mira al sujeto allí, con otra bandejita de compras. Viste otro traje caro y bueno, lleva una corbata roja que era una preciosura, piensa él, que no usa esas prendas. Se veía... todo un machote triunfador (y una que otra mujer le daba su buena mirada cuando por allí pasaba), pero él sabía que tan sólo era un maricón, un sucio traga leche, un mamagüevo que...

   -Verte así me recuerda cuando era chico y soñaba con mamarle los güevos a los amigos de mis hermanos y practicaba con un cambur, atragantandome con él, lamiendo y chupando hasta que se ponía baboso y soltaba un juguito que... -y rueda los ojos como disfrutando la analogía.

   Allí, en el pasillo del supermercado, y no en un tono bajito de marica que propone suciedades en un baño. Como sea, el joven enrojece feo, se atraganta, asustado, el corazón palpitándole dolorosamente en el pecho, viendo al carajo de quien pensaba mantenerse bien lejos, escuchándole decir aquello... e imaginándoselo. Oh, sí, puede imaginar a un chico maricon haciendo todo aquello, chupándose un cambur largo y grueso soñando con güevos. Y eso le llena de un calor traidor, culpable. Quiere alejarse, pero...

   -Vaya chico que fue, ¿qué edad tenía cuando...? -no, no puede seguir, el tema era demasiado para él, a pesar de su osadía de juventud.

   -¿Cuándo comencé a jugar con los cambures y soñar con dar mamadas? Hummm, creo que tenía unos diez u once años, fue cuando entendí que me excitaba ver a los chicos sin camisas. ¿Cuándo di mi primera mamada? -sonríe y se le acerca, grandote y fuerte, más alto.- Tenía catorce años... y se la chupé a un amigo de mi papá. Costó, pero... en cuanto le toque la verga se le puso dura. El pobre quería aunque estaba asustado. Y ese güevo sabía... -nuevamente rueda los ojos con lascivia, erizándole de pies a cabeza.

   -Don, coño... -intenta una risa que intenta decirle “contrólese, carajo”, pero le sale floja. Y aparta el cambur, ahora no puede comerlo. Él lo nota, los ojos brillándole de maldad.

   -¿No quieres otra buena mamada de güevo, mijo?, ¿no quieres que tu papi te lo cubra y te saque la leche del cerebro en una corrida de las buenas como ya experimentaste? -sin dejar de mirarle, tiende el rostro hacia adelante, lo baja un poco y atrapa un pedazo de aquel cambure, cerrando los labios sobre la suave textura del mismo, subiendo chupando, ruidoso, finalmente mordiendo un pedazo y despegándolo, mordiéndolo lentamente.

   A Martín se le puso de piedra, aunque estaba aterrado de todo aquello. De que mirara alguien y supiera que trataban un asunto de... maricones.

   -Don... -grazna, apretando la base del carbur por puro reflejo, él mismo fascinado viendo salir más del fruto, mientras el sujeto ríe con la boca llena. Tragando. Olía a cambure pero también a... sexo. Dios, está tan caliente, mucho; en esos momentos, con el güevo enrollado en el boxer, presionándose contra el jeans a pesar de ser holgado, no puede pensar sino en...

   Joder, se estremece más, el tipo parece notar su erección, baja esos ojos marrones claros que brillan más, complacidos pero urgidos. Y alzando nuevamente la vista se relame, tal cual, el labio inferior mientras traga en seco. Y cada pequeño gesto lo siente directamente sobre su tolete que quiere emerger y que alguien, cualquiera, lo toque y lo lama.

   -¿Nuncas has fantaseado con que alguien te lo chupe en un cine, en lo oscuro, tú sentado y él de rodillas, con otras personas alrededor, que no lo notan pero donde cualquiera pudiera terminar mirando? ¿O tras unas escaleras, en el patio de una casa donde dan una fiesta y te apartas un momento para que te lo traguen, caliente pero temblando de emoción temiendo ser pillado? -pregunta y habla lentamente, sonriendo convencido.- Créeme, es algo divino. Todas esas ganas, ese miedo...

   -¿Qué?, ¿quiere chupármelo en este pasillo? -reta con una risita que le sale tensa, lo sabe.

   -Ojalá pudiera, créeme eso también. Ya te dije que me encanta mamar güevos, desde los catorce... -agrega con claridad, expresando su verdad, sin vergüenza o artificios, mirándole a los ojos, alzando una mano que emerge de la manga del costoso saco y la hermosa camisa, rozándole con el dorso de los dedos la visible tranca (una con la que tendrá que hacer algo para esconderla, pensaba el chico, caliente), provocándole un jadeo y un asustado estremecimiento mientras mira alrededor, nadie fijándose en ellos. Aún. No decidido a alejarle o alejarse. Esos dedos van y vienen, presionando, sobando sabroso.- Y el tuyo sabe increíblemente rico. Tu leche fue todo un manjar. Uno con el que he estado soñando desde ese momento, con hambre...

   -Don, cállese... -grazna sin fuerzas, rojo de cara.

   -Quiero mamártelo, mijo, pegar mi boca y chuparte la vida; quiero sacar ese hermosos güevo y darle una mamada de campeonato. -le responde con crudeza.- ¿No quieres eso también?, ¿alimentar a un viejo mamagüevo con tu hermosa pieza? -le reta, sonriendo. Sabiéndole atrapado.

   -Yo... Yo... -no puede pensar, tan sólo quiere, lo sabe porque echa las caderas hacia adelante, para que el otro afinque el roce de sus dedos, unos que se separan, abarcándole el tronco dibujado contra la áspera tela, recorriéndolo de aquella manera.

   -Eso de ahí es un almacén para inventario, ¿no? -pregunta mirando una puerta, volviendo luego la vista a él y sonriendo al verle estremecerse al captar la idea.

   -Don, no podemos...

   -Quiero pelártelo y chupártelo aquí, ahora. Sacarte la leche, ¿no quieres? -propone y reta. Y el chico, con diecisiete años, todo caliente, no puede pensar como no sea con el tolete, uno que era recorrido por esos dedos firmes sobre la tela.

   -Va... Vamos. -croa. Pasando del rojo al blanco, decidido. Apartándose, mirando con temor, notando que nadie parece fijarse en ellos y se apresura a entrar por esa puerta.

   El hombre sonríe, mira también en todas direcciones (claro, no era cosa tampoco de dejarse atrapar dándole una mamada a un muchacho; tal vez a la policía y a la comunidad no les pareciera correcto), y le sigue. Entra en un cuarto grande, que más bien parece un pasillo por todo el espacio ocupado por cajas de un lado y otro. Pasillo que al final se divide en dos senderos, a derecha e izquierda, seguro para permitirles la movilidad a la hora de buscar algo. El chico le espera, rojo otra vez, respiración anhelante. Él, como hombre que es, toma el control.

   -Vamos. -le indica con decisión, montándole una manota en un hombro, sintiéndole temblar, seguro que de miedo y ganas, bajo la suave franela negra. Le guía pasillo adentro y toman a la derecha, sendero que también se dobla al final, como regresándose. Allí, en el codo formado por esa esquina, le detiene y le mira. El chico parece un cervatillo asustado, luchando contra lo que siente, repulsa de todo aquello, mucho de miedo (de ser pillado y tachado de marica), y el deseo sexual. El güevo estaba tieso y el güevo mandaba en esos momentos.

   Era inútil decirle nada, Roberto Mancini lo sabe. Mirándole, sonriendo, cae de rodillas, apoyando el pantalón en el embaldosado piso, y luego baja la vista a esa cinturita estrecha, a esa pelvis. Era hora de actuar, se dice con verdadero apetito depredador. Jadeando, dejándose llevar por sus deseos primitivos por un momento, frota el rostro de ese entrepiernas, duro, como si se embaunara de algo, con los labios abiertos, recorriendo con ellos esa silueta, olisqueando con ganas, embriagándose con los aromas del duro machito. Alza la vista, nublada de lujuria, una que grita quiero güevo, tu güevo, notando que el chico se estremece, y con los muy blancos y parejos dientes, le rastrilla la barra, suavemente, llegando a la punta, que cubre con los labios y besa sobre la tela, lengüeteado, mojando el jeans, y rastrilla nuevamente con los dientes. El chico gime, ¡esa vaina era tan caliente! Las manos del hombre le atenazan sobre el borde del pantalón, sobre la franela. Y apretaba tan duro, tan... No lo sabe, pero era de manera posesiva.

   -¡Ahhh...! -se le escapa cuando esa boca cubre la cabeza de su barra sobre las ropas y ahora si que chupa, mientras mete las manos debajo de su franela y le recorre la cálida y joven piel. Son manos grandes, fuertes, de hombre, que recorren su flaco abdomen y su espalda. Un hombre estaba tocándole... otra vez. Y odiaba que se sintiera tan erotico, tan bien.

   Las manos se retiran, el tipo le abre la correa y el pantalón, dejándolo caer, sin contentarse con sacarle la barra por la bragueta, eso le mortifica un poco, aunque también...

   -¿Otra mierda fea? -el tipo se toma el tiempo para cuestionarle, disgustado al verle el largo y ancho boxer que más parece pantalón de pijama, uno deformado por una joven y completa erección.

   Pero el chico no tiene tiempo de responder, ni cabeza (mierda, estaba encerrado en la pieza de almacenaje, en el supermercado, ¡con un tipo que le tenía los pantalones en el piso!), no tiene capacidad ni cabeza para ellos, menos cuando, tomando los ruedos del boxer sobre sus piernas, el tipo tira de ellos, la liga de la prenda presionando sabroso sobre su güevo tieso, el cual emerge con un salto retador, victorioso.

   -Dios, es tan hermoso... -el carajo gruñe, erizándole, tal vez por eso no cuestiona el que le baje toda la prenda.

   ¿O sería la mano sobre sus bolas, sobándolas, apretándolas y halándolas amorosamente?, ¿o el aliento que llega a su barra, o la vista de ese masculino rostro ladearse, bajo él, y sacando la lengua recorriéndolo de punta a base, quemándole, dejándolo manchado de saliva?

   -Joder, sabe tan rico, mijito... -le susurra con cachondez y voluptuosidad, los labios muy cerca del nabo del glande, bañándolo de aliento, estremeciéndole de pies a cabeza.

   Esos labios un tanto secos, pero llenitos, se separan más y caen lentamente sobre la lisa y rojiza cabeza, y el contacto es eléctrico para ambos, cerrándose sobre ellos, besando con amor y entrega (la adoración de un mamagüevo hacia una buena pieza), cerrándose finalmente sobre el ojete, chupando. Martín tiembla, no tiene cabeza para pensar en nada como no sea que quiere aquello. Y esos labios se separan otra vez, rodeando su glande, cubriéndolo, los labios presionándolo, la lengua saliendo al encuentro de su piel, aleteándole aquí y allá, para ir tragándolo centímetro a centímetro. El carajo ahueca las mejilla y garganta y va cubriéndolo, tragándolo, pegándole las mejillas, la lengua adhiriéndose en la cara posterior, sobre la gran vena, y la mierda esa era sencillamente enloquecedora. Un chico de diesisiete años apenas podía racionalizar toda aquella estimulación sexual, menos su propia conducta.

   La boca sigue cubriendo, siente como los labios caen en la base de su verga, como la nariz del tipo, resoplando fuerte, bañandole de ardiente aliento, se hunde en su pubis, la punta de la nariz chocando y aplastándose contra su piel, al tiempo que lo aprieta con labios, mejillas y lengua, una que se agita de adelante atrás, un poco, frotándose contra su ardiente barra, al tiempo que le hala las bolas. A Martin la vista casi se le desenfoca, ¿cómo podía tragar así, ordeñándoselo de esa manera? ¡Esa garganta era una maravilla! Y observarle ladear el rostro, como para que vea lo que pasa cuando sus labios van retirándose, dejándole la barra brillante de saliva, le pone más caliente.

   Sin detenerse, el cajo comienza un vaivén de campeonato sobre su güevo, adentro y afuera, pegándole chupadas intensas, apretándosela cuando se retira, atrapándola y apretándola con mejillas y lengua dando leves vaivenes, casi masturbándole, mientras succiona y traga ruidosamente. Esa boca estaba caliente y húmeda como una vagina. Aunque chupaba de una manera...

   El hombre se pierde en las gloriosas sensaciones que le provocaba siempre el mamar güevo, de sentirlo contra su lengua, de notarlo pulsante y soltando jugos sobre ella, calentándole también. Y mientras va y viene, gruñendo, algo de saliva escapando de las comisuras de sus labios, haciendo brillar los pelos de la barba, piensa en tantas y tantas trancas que ya ha mamado. Una interminable hilera de güevos que una vez fueron trabajadas por él. Y recordarlo parece ponerle más cachondo y traga de arriba abajo con más ganas. Y mientras lo mama de aquella manera, soltándole las bolas, hace que el chico salga del pantalón y el boxer, dejándole desnudo de las caderas hacia abajo, luchando con algo de resistencia, una muy entendible, un macho podía dejarse mamar, pero estar tan desnudo... Además, si alguien entrara su postura sería aún más comprometida.

   Y si, Martín quiere resistirse, pero esa boca le sorbía las fuerzas así como le chupaba el güevo. No se sentía bien tan desnudo, y cuando este le toma una piernas por la rodilla, alzándosela, quiere luchar un poco, pero con un gemido termina cayendo contra la pared, su tranca otra vez atrapada en aquella garganta, el tipo respirándole en los pelos, comenzando un rotar la boca de un lado a otro; y casi sin darse cuenta termina con una pierna montada sobre un hombro del tío, las manotas de este, calientes y fuertes, recorriéndole los muslos, arriba y abajo, muy arriba, cerca de sus bolas y los pliegues que llevan a su culo. Ese tipo lo tocaba demasiado, le gritaba una vocecita en la cabeza, pero no podía concentrarse en ella, no mientras su tolete era chupado de aquella manera.

   -¡Ahhh! -se le escapa, sin embargo, erizado completamente, cuando un pulgar se frota de su raja interglútea, pasando, arriba y abajo, sobre su culo peludo.

   Eso ya era demasiado, debía...!

   -¡Mierda! -se congela cuando escucha aquella voz molesta, una vez que la puerta del depósito se abriera.

   -Y que lo digas. -gruñe otra, esta una voz de mujer.

   ¡Carajo!

CONTINÚA ... 4

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