Los
chicos merecen divertirse...
...
-Vamos,
nena, es hora de hacer bebés. Y créeme, te va a encantar. -le
atrapa por la nuca y le hala, dejándole de frente al lavamanos, y al
espejo, colocándose detrás, halándole las caderas para que le
sobresalieran nalgas y culo, separándole las piernas, casi temblando
de ansiedad, metiendo su tiesa y larga barra gorda entre las púberes
nalgas paraditas, rojizas, lampiñas (¡se afeitaba, que bolas!, su
mujer a veces ni se tomaba la molestia, pensaba una y otra vez), y la
coloca, entre los glúteos, sobre la raja, horizontalizada, y el roce
de pieles le hace gemir de alivio, tanto como al chico de calenturas.
Atrapa con sus manotas velludas esos glúteos redonditos y los junta,
apretándolos contra su verga y casi teme correrse allí mismo de
pura lujuria y gusto. Sabe que no debe, pero la agita de adelante
atrás y ya, casi, ya casi estalla en leche...
-Voy
a follarte, bebé, no aguanto más. -le dice ronco, gruñendo,
meciendo esa pesada pieza de carne dura, caliente y palpitante de
adelante atrás, apresándosela con las nalgas del chico, quien gime
y se estremece.
-Pero...
Pero no le conozco. -gimotea Tinito, intentando controlarse porque
era un chico de su casa, bien criado, decente. No de los que se iba
con cualquier desconocido aunque le tocara así, lo excitara hasta
enloquecerle, que le tuviera la verga dura contra las ropas aún y el
culito todo goteante como ese grifo.
-Claro
que si, soy Greg. -le susurra con cálido aliento casi en la nuca,
acercándosele, aspirando su olor a jabón y shampoo, pero también a
joven.
Retira
su verga hacia atrás, deslizándola por entre esas nalgas redondas,
ambos sintiéndolo. La tiene tan dura que no necesita tocársela para
posicionarla; lo hace contra esa entrada rojiza y lampiña que se
agita con espasmos reales, abriéndose como una boquita pequeña,
modosita y casta, aunque sospecha que lo que el muchacho tiene allí
es una concha en toda la regla. Y una muy ávida de vergas.
La
roja cabezota de ese güevo venoso se posa en la entrada, que se abre
literalmente, los labios casi parecen extenderse para darle un besito
apretado, algo que lo hace jadear (joder, nunca imaginó que el culo
de un chico fuera así), y a Tinito le tiñe de rojo cuello, hombros
y nalgas. Empuja y va metiéndosela, lentamente, sin detenerse, para
saborearlo. Tiene que vencer cierta resistencia, se lo está
apretando y le gusta, pero la bate; el glande, el gran nabo,
desaparece entre esos labios anales al tiempo que el chico arquea la
espalda y lanza un leve gemido. Estaba tan caliente y sedosito,
piensa el marido de la conserje, y va clavándosela centímetro a
centímetro aunque la venosa pieza hinchada parezca demasiado gruesa
para ese anillito. La mete toda y apoya su peludo pubis en esas
lampiñas nalgas, sintiendo que esas entrañas atrapan, aprietan,
repelen y chupan su verga, todo a un tiempo, tirando de ella,
amasándola.
-Tómala
toda, putita bonita. -le gruñe retiranándole unos cinco a seis
centímetros de güevo caliente, y vuelve a clavárselos, ahora con
todas sus fuerzas, agitando las tersas nalgas, arrojando al chico
hacia adelante, obligándole a afincar más sus descalzos pies sobre
la gruesa alfombra y las manos sobre el lavamanos, al tiempo que alza
el rostro y gime largamente de una manera inequívocamente sensual y
sexual, mientras su culo es una verdadera olla de sopa caliente.
Saltándosele
los tapones, clavándole los dedos en las caderas, el hombre lo coge
con ánimos, el tolete va y viene, adentro y afuera, adentro y afuera
con ganas, cepillándole la pepa, los paff, paff, paff de piel contra
piel lo llenan todo. Sacándola a la mitad y regresando con golpes
duro y rudos, el joven hombre ama cómo aprieta el otro en esos
momentos, él cómo retenía su tranca cuando salía, las masajeadas
que le daba, así como los griticos sensuales y maricones que salían
de su boca, que lo excitaban más y más.
Sus
recias piernas cubiertas aún por el pantalón de la braga de
trabajo, medio flexionadas para que la verga quede a nivel de ese
culito rico, se agitan de adelante atrás, como las caderas, mientras
la gruesa barra blanco rojiza, surcada de venas, con una enorme en su
cara inferior, entra y sale de aquella pared firme de nalgas
masculinas, penetrando como un taladro dentro del pequeño orificio
pelado, cuyos pliegues entraban y salían acompañando al tolete que
va y viene, que entra y sale, que se agita de arriba abajo, de
derecha a izquierda, que se clava todo, las bolas pegando de la piel
joven. Los paff, paff se repiten como los toma, toma. Se la mete
toda, hasta los pelos y sigue empujando, más y más, apretando los
dientes y los dedos clavados en la suave piel del chico, quien chilla
y chilla babeando un poco, casi riendo, apoyado en las puntas de los
dedos de sus pies, casi alzado por la lujuria de aquel macho que
amaba penetrar su culito de jovencito mariconcito.
Y,
aunque de verdad verdad el chico quiso ser decente en lo referente a
todo ese asunto (Dios, ¡un hombre casado!), Tinito no puede evitar
chillar y batuquearse de adelante atrás, tanto por las embestidas
como por su lujuria, por el placer que experimentaba; sentir la gorda
polla recorriéndole y dilatándole las sensibles paredes del recto,
la punta golpeándole una y otra vez la próstata, el calor del
macho, su agarre firme, todo eso le tenía delirando.
-Oh,
Dios, oh, Dios... -gimotea y se estremece cuando ese hombre ríe
cachondo, casi cruel, soltándole una cadera y atrapándole el
abundante y sedoso cabello fino, halándole un poco, obligándolo a
abrir los ojos y a ver su propio reflejo en el espejo, con él
detrás, sonriéndole.
-¿Te
gusta, pequeña puta?, ¿te gusta que joda tu coño apretado y
vicioso amante de vergas?
-Oh,
si, si, cógeme, por favor, ¡cógeme duro! -se le escapan los
chillidos, muy rojo de mejillas, ojos idos, batiendo su culo de
adelante atrás, saliendo al encuentro del macho, sin detenerse, sin
contenerse, dejando escapar toda su joven y saludable naturaleza
sensual.
-Eres
una buena zorrita, respondes como debe hacerlo toda buena hembra
cuando la polla de su hombre la folla. ¿Sabes que más nos gusta?
-se la saca del culo, lentamente como para que la apriete e intente
retenerla, como efectivamente hace, obligándole a volverse y
encararle, casi sosteniendole por los hombros pues parece que las
piernas de Tinito no pueden sostenerle, y están cara a cara, rojos,
jadeantes. Le sonriente.- Nos gusta escucharlas. -le informa, y el
chico enrojece más.- Sal de esa mierda.
Con
ansiedad febril, el muchacho casi se arranca la camiseta rosa y la
pantaloneta, sonriendo cuando el tipo le atrapa la cintura con esas
manotas velludas, le alza en peso y le sienta en el lavamanos. Casi
cae pero termina acomodándose, como él, entre sus piernas, la verga
pulsante, goteando sus jugos, queriendo enterrarse. Y a Tinito todo
le da vueltas de calenturas. Dios, cómo la quiere recorriendo sus
entrañas, dándole todo ese placer. La postura no es cómoda, pero
iba a follarle mirándole a la cara y eso siempre emocionaba. El tipo
le atrapa bajo las rodillas con las manos, le hace deslizarse otro
poco, exponiéndole el culo, las bolitas rosadas y depiladas, y una
tranca corta, tal vez de unos ocho centímetros. Dura, delgada.
Rojiza y babeante.
Sin
mirarla mucho, sonriéndole al rostro, vuelve y se la clava de golpe,
hasta lo hondo, disfrutando de verle tensarse, de escucharle gemir (y
si, joder, la llave era molesta goteando, qué escándalo), cerrar
los ojos y abrir mucho la boca. Se la mete hasta los pelos, con las
bolitas apoyándose en su bajo vientre. Y comienza un rudo saca y
mete. Adentro y afuera con dientes apretados en una mueca predadora,
casi derribándole del lavamanos donde el chico, como puede, se
sostiene con las manos.
-Cógeme,
cógeme, papi, clávame tu verga tan larga y tan gruesa. -escapan los
chillidos eroticos de boca del joven, sabiendo lo que el hombre
quiere escuchar.- Oh, si, si, es tan dura, tan caliente. Dame, papi,
dame verga, fóllame hasta preñarme. -lloriquea
Y Greg jadea con mirada salvaje, cada palabra era como música en sus
oídos, como los pugidos, los jadeos de real cachondeo del muchacho
mientras lo penetra con todo, abriendole a lo más que alcanza ese
agujero ávido. Es cuando, como suele ocurrir, pasa. Hace rato
escucha algo, pero atrapado entre las haladas y apretadas a su verga
que daban aquellas ardientes y sedosas entrañas, los gemidos de
súplica pidiendo más y más, rogándole ahora que lo encule (el
chico sabía lo que tenía que decir), aquel sonido molesto (no, no
el goteo del grifo), penetra finalmente en su mente.
¡Mierda,
era su mujer, Greta! El tono del movil, Noche de Halloween era
inconfundible.
CONTINÚA … 5
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