A TINITO LE GOTEA
En
todo tiempo el hombre busca lo que quiere...
......
La
noche era, cómo no, cálida y un tanto húmeda, incómoda para quien
lleva casi mes y medio de viajes un tanto azarosos y fuera de
horarios para cubrir la distancia de Londres a El Cairo, piensa Ryan
Huston dentro de su traje claro de tres piezas, todo formal, fumando
de su pipa mirando por estribor hacia las arenas del desierto a las
riberas del Nilo. No entendía cómo los ingleses podían soportar el
viaje sin transpirar ni sentirse abochornados. A él le sudaba todo.
Muerde la pipa e inhala, pero por fin llegarían al otro día a la
capital, irían al bazar de Asim y este los pondría en la pista
final. Por fin algo de actividad. Le gustaba viajar, conocer personas
y costumbres, ver lugares nuevos, pero ya ha hecho el trayecto, y le
gusta, pero ahora era trabajo. Y tenía casi dos meses sin ver a su
amada lady Eileen Bakersfield, hija de lord Bakersfield; y la
extrañaba mucho, como extraña un hombre a la mujer que ama... y que
besa tan bien. Tiene treinta y cuatro años, es un hombre hecho y
derecho, saludable, vigoroso, voluntarioso. Lleno de ganas, pues.
Quería lo que quería, y parte de ello era Eileen. Y no sólo
románticamente.
Ya
la deseaba en la intimidad, en la cama. Sospechaba que la joven mujer
debía ser toda una fiera en ella. Algo que aún no sabía, claro. No
iba a arriesgarse tanto con la hija del hombre que le contratara para
que le ayudara en el negocio y quien le presentó a la hija. Sabía
que el padre de la joven no había esperado que algo surgiera entre
ella y el aventurero norteamericano, de casi dos metros, cara
cuadrada, seria, cabello amarillento cobrizo, algo abundante arriba,
de ojos grises, manos grandes y un actuar un tanto tosco y
silencioso. Pero pasó. Y si a este le gustaba o molestaba el asunto,
¿quién podía adivinarlo en la cara de un inglés?, pero nada
decía, tan sólo le observaba, ¿probándole?
¿Sería
este nuevo encargo un intento de separarles con tiempo y distancia?
Tal vez. La historia que perseguía era algo nebulosa. Ir tras el
rastro de la ciudad de Sherai, nombre que no era tal sino como la
designaran los pueblos que llegaron después, hablando del pasado más
remoto, antes de las pirámides y la esfinge. Un pueblo que ya era
viejo cuando los dioses inundaron la tierra para exterminarlos, para
acabar con los ritos, conocimientos y conjuros de aquel pueblo.
Porque, aunque en ningún otro dato se ponían de acuerdo, sobre
localización, origen o tiempo de vida de la ciudad, lo que sí se
decía de Sherai es que era una tierra maldita.
Una
maldición, sonríe leve; por Dios, en plenos finales del siglo XIX.
Si de algo había que preocuparse era de los pasos que Italia y
Alemania daban en sus procesos para convertirse en naciones. Pasos
con ribetes un tanto marciales, se dice mientras fuma y rota los
tensos hombros, mirando ese ondulante mar de arena bajo los rayos de
una luna llena e inmensa. Hermosa. Que bonita debería verse Eileen
bajo una luz así...
Una
risita de mujer le distrae y vuelve el rostro. Mira a uno de los
chicos negros, vistiendo un holgado pantalón blanco algo abombado,
descalzo, sin camisa, salir de la bodega tras una chica delgada, de
cabellos negros y piel olivácea, a quien atrapa por la cintura y la
regresa a la bodega. Chicos buscando un lugar para el amor. Y se
irrita, no por moralista, el suyo era el disgusto ante tantas
demostraciones ajenas; el del ebrio que debe dejar de tomar por
razones de salud y luego encuentra obsceno ver a otros bebiendo.
Llevaba bastante rato sin sexo. Cómo americano que aspiraba a la
hija de un noble inglés, se cuidaba a la hora de comer, beber,
pelear y amar de manera entusiasta, en exceso, atando un poco su
naturaleza. Una nueva risa, está de hombres, viene del otro lado de
estribor; volviendo la mirada encuentra a dos de sus tres
acompañantes en el encargo, a su socio y connacional, Andrew “Andy”
Stoner, un vivaracho joven de diecinueve años, pelirrojo, cara
pecosa y ojos verdes y atrevidos, con una botella en una mano,
hablando con Hasani Asim, el joven y guapo egipcio que les acompañaba
en esos menesteres cuando regresaban al país en busca de comprar
alguna pieza o ir a buscarla en el desierto, a una de las tribus o en
algún olvidado punto arqueológico. Lord Bakersfield era un
coleccionista de primera. La risas de estos, algo vehementes,
contrasta con el de dos chicas a quienes acompañan, envueltas en
velos y burkas oscuros, quienes parecen luchar con sus manos
atrevidas aunque era conducidas hacia un punto determinado del barco
de carga. Esos muchachos... oprime los labios censurador. Luego se
relaja. Bien, eran jóvenes y no estaban comprometidos con la hija de
un lord.
-Profesor...
-así siempre le llamaba Hasani.
-¿Un
trago, compañero? La noche está... agradable, ¿no quieres dar una
vuelta con nosotros? -Andy le guiña un ojo, medio mirando a la joven
a su lado, enviando un mar de insinuaciones que le erizan un poco.
-Estoy
cansado.
Estos
siguen su camino y le parece escuchar a Hasani decir que a cierta
edad...
Joder.
Sintiéndose frustrado, acalorado (lleno de testosteronas, había
algo en Egipto que clamaba por acción), se aparta, hacia el final
del bote que se abría a la manera de un gran planchón, con una
baranda que bajaba, donde se transportaba caballos, algunas cabras y
dos camellos. Uno de ellos era cepillado por un joven nubio, alto y
delgado, de piel muy negra y ojos amarillentos, guapo de facciones,
quien transpira por el trabajo, la espalda se le contrae y brilla,
lleva tan solo uno de esos pantalones holgados. Cepilla al animal
pero mira a un joven que le observa con fascinación recostado de la
baranda, y que intenta hablar en egipcio, con un marcado acento
francés. Jean Luc Molines, un rubio delgado de cara angelical, ojos
azules inocentes, labios rojizos, que sonreía bastante. La mirada
del chico, mientras pretende que practica su pronunciación (le
pregunta al otro sobre su vida, su trabajo y sus novias), era de
adoración. A Ryan le inquieta como siempre, como todo hombre
heterosexual sin práctica en el asunto, que tiene que compartir su
mundo con un chico gay. No sentía rechazo por él, el tercer miembro
de la expedición, pero le incomodaba. Era ahijado de lord
Bakersfield.
El
joven negro sonreía al tiempo que contestaba lo que entendía,
estirándose mientras cepilla al animal, exhibiéndose. ¿Burlándose
del evidente interés del chico blanco?, tal vez, piensa el hombre, y
va a retirarse cuando Jean Luc, volviéndose hacia la baranda y
mirando también el desierto, suspira y sonríe, el viento mece sus
rubios bucles, lo llevaba algo largo, recogido en una coleta.
-Todo
es tan... vital en este lugar. -canturrea en francés, voz algo
aniñada.- ¿Vives en El Cairo?
-Mi
tribu está cerca, sahib. -le responde el otro, dejando el viejo
cepillo y acercándosele, colocándosele detrás y señalando con una
mano.- Por allí, el sheik Nasser nos tiene acampando. Pero pronto
partiremos.
-¿Viven
moviéndose de un lugar a otro? -el joven medio vuelve el rostro y le
mira sobre un hombro, rojizo de cara, la luz de la luna alcanzaba
para que Ryan lo notara.- ¿No es algo... incómodo? ¿Buscar siempre
un lugar nuevo?
-Es
así desde que el Altísimo nos puso en esta tierra, sahib. -el joven
explica.- No podríamos vivir de otra manera. Hace un año... -alza
la otra mano, señalando una dirección opuesta, acercándosele más
y pegando la pelvis al culo del chico, quien jadea un poco,
sorprendido. Sin moverse. Costandole dejar de mirar el rostro oscuro
y volver la vista al desierto.- ...Estábamos al este de Khan El
Khalili. Lugar muy visitado por su gente. Les vendimos muchas
artesanía a lindos turistas... como sahib. -le susurra con voz
suave, pegándosele más.
-Tú...
Tú... ¿vendías muchas cosas? -al joven francés parece costarle
responder. Y más cuando este le mira a los ojos de manera intensa.
-Los
chicos lindos como el sahib deseaban desesperadamente lo que les
ofrecía. -le responde.- ¿Quiere ver mi mejor mercancía? -pregunta
con voz preñada de lujuria y Ryan se atraganta, como Jean Luc,
aunque seguro que por razones muy diferentes, lo tiene muy claro
cuando el joven nubio comienza un bailotear de caderas, frotándose
como un perro del chico, quien jadea.
-Si,
quiero verla. -responde este apresuradamente.
CONTINÚA ...2
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