lunes, 13 de mayo de 2019

EL CONSOLADOR DE PLATA

A TINITO LE GOTEA

   En todo tiempo el hombre busca lo que quiere...
......

   La noche era, cómo no, cálida y un tanto húmeda, incómoda para quien lleva casi mes y medio de viajes un tanto azarosos y fuera de horarios para cubrir la distancia de Londres a El Cairo, piensa Ryan Huston dentro de su traje claro de tres piezas, todo formal, fumando de su pipa mirando por estribor hacia las arenas del desierto a las riberas del Nilo. No entendía cómo los ingleses podían soportar el viaje sin transpirar ni sentirse abochornados. A él le sudaba todo. Muerde la pipa e inhala, pero por fin llegarían al otro día a la capital, irían al bazar de Asim y este los pondría en la pista final. Por fin algo de actividad. Le gustaba viajar, conocer personas y costumbres, ver lugares nuevos, pero ya ha hecho el trayecto, y le gusta, pero ahora era trabajo. Y tenía casi dos meses sin ver a su amada lady Eileen Bakersfield, hija de lord Bakersfield; y la extrañaba mucho, como extraña un hombre a la mujer que ama... y que besa tan bien. Tiene treinta y cuatro años, es un hombre hecho y derecho, saludable, vigoroso, voluntarioso. Lleno de ganas, pues. Quería lo que quería, y parte de ello era Eileen. Y no sólo románticamente.

   Ya la deseaba en la intimidad, en la cama. Sospechaba que la joven mujer debía ser toda una fiera en ella. Algo que aún no sabía, claro. No iba a arriesgarse tanto con la hija del hombre que le contratara para que le ayudara en el negocio y quien le presentó a la hija. Sabía que el padre de la joven no había esperado que algo surgiera entre ella y el aventurero norteamericano, de casi dos metros, cara cuadrada, seria, cabello amarillento cobrizo, algo abundante arriba, de ojos grises, manos grandes y un actuar un tanto tosco y silencioso. Pero pasó. Y si a este le gustaba o molestaba el asunto, ¿quién podía adivinarlo en la cara de un inglés?, pero nada decía, tan sólo le observaba, ¿probándole?

   ¿Sería este nuevo encargo un intento de separarles con tiempo y distancia? Tal vez. La historia que perseguía era algo nebulosa. Ir tras el rastro de la ciudad de Sherai, nombre que no era tal sino como la designaran los pueblos que llegaron después, hablando del pasado más remoto, antes de las pirámides y la esfinge. Un pueblo que ya era viejo cuando los dioses inundaron la tierra para exterminarlos, para acabar con los ritos, conocimientos y conjuros de aquel pueblo. Porque, aunque en ningún otro dato se ponían de acuerdo, sobre localización, origen o tiempo de vida de la ciudad, lo que sí se decía de Sherai es que era una tierra maldita.

   Una maldición, sonríe leve; por Dios, en plenos finales del siglo XIX. Si de algo había que preocuparse era de los pasos que Italia y Alemania daban en sus procesos para convertirse en naciones. Pasos con ribetes un tanto marciales, se dice mientras fuma y rota los tensos hombros, mirando ese ondulante mar de arena bajo los rayos de una luna llena e inmensa. Hermosa. Que bonita debería verse Eileen bajo una luz así...

   Una risita de mujer le distrae y vuelve el rostro. Mira a uno de los chicos negros, vistiendo un holgado pantalón blanco algo abombado, descalzo, sin camisa, salir de la bodega tras una chica delgada, de cabellos negros y piel olivácea, a quien atrapa por la cintura y la regresa a la bodega. Chicos buscando un lugar para el amor. Y se irrita, no por moralista, el suyo era el disgusto ante tantas demostraciones ajenas; el del ebrio que debe dejar de tomar por razones de salud y luego encuentra obsceno ver a otros bebiendo. Llevaba bastante rato sin sexo. Cómo americano que aspiraba a la hija de un noble inglés, se cuidaba a la hora de comer, beber, pelear y amar de manera entusiasta, en exceso, atando un poco su naturaleza. Una nueva risa, está de hombres, viene del otro lado de estribor; volviendo la mirada encuentra a dos de sus tres acompañantes en el encargo, a su socio y connacional, Andrew “Andy” Stoner, un vivaracho joven de diecinueve años, pelirrojo, cara pecosa y ojos verdes y atrevidos, con una botella en una mano, hablando con Hasani Asim, el joven y guapo egipcio que les acompañaba en esos menesteres cuando regresaban al país en busca de comprar alguna pieza o ir a buscarla en el desierto, a una de las tribus o en algún olvidado punto arqueológico. Lord Bakersfield era un coleccionista de primera. La risas de estos, algo vehementes, contrasta con el de dos chicas a quienes acompañan, envueltas en velos y burkas oscuros, quienes parecen luchar con sus manos atrevidas aunque era conducidas hacia un punto determinado del barco de carga. Esos muchachos... oprime los labios censurador. Luego se relaja. Bien, eran jóvenes y no estaban comprometidos con la hija de un lord.

   -Profesor... -así siempre le llamaba Hasani.

   -¿Un trago, compañero? La noche está... agradable, ¿no quieres dar una vuelta con nosotros? -Andy le guiña un ojo, medio mirando a la joven a su lado, enviando un mar de insinuaciones que le erizan un poco.

   -Estoy cansado.

   Estos siguen su camino y le parece escuchar a Hasani decir que a cierta edad...

   Joder. Sintiéndose frustrado, acalorado (lleno de testosteronas, había algo en Egipto que clamaba por acción), se aparta, hacia el final del bote que se abría a la manera de un gran planchón, con una baranda que bajaba, donde se transportaba caballos, algunas cabras y dos camellos. Uno de ellos era cepillado por un joven nubio, alto y delgado, de piel muy negra y ojos amarillentos, guapo de facciones, quien transpira por el trabajo, la espalda se le contrae y brilla, lleva tan solo uno de esos pantalones holgados. Cepilla al animal pero mira a un joven que le observa con fascinación recostado de la baranda, y que intenta hablar en egipcio, con un marcado acento francés. Jean Luc Molines, un rubio delgado de cara angelical, ojos azules inocentes, labios rojizos, que sonreía bastante. La mirada del chico, mientras pretende que practica su pronunciación (le pregunta al otro sobre su vida, su trabajo y sus novias), era de adoración. A Ryan le inquieta como siempre, como todo hombre heterosexual sin práctica en el asunto, que tiene que compartir su mundo con un chico gay. No sentía rechazo por él, el tercer miembro de la expedición, pero le incomodaba. Era ahijado de lord Bakersfield.

   El joven negro sonreía al tiempo que contestaba lo que entendía, estirándose mientras cepilla al animal, exhibiéndose. ¿Burlándose del evidente interés del chico blanco?, tal vez, piensa el hombre, y va a retirarse cuando Jean Luc, volviéndose hacia la baranda y mirando también el desierto, suspira y sonríe, el viento mece sus rubios bucles, lo llevaba algo largo, recogido en una coleta.

   -Todo es tan... vital en este lugar. -canturrea en francés, voz algo aniñada.- ¿Vives en El Cairo?

   -Mi tribu está cerca, sahib. -le responde el otro, dejando el viejo cepillo y acercándosele, colocándosele detrás y señalando con una mano.- Por allí, el sheik Nasser nos tiene acampando. Pero pronto partiremos.

   -¿Viven moviéndose de un lugar a otro? -el joven medio vuelve el rostro y le mira sobre un hombro, rojizo de cara, la luz de la luna alcanzaba para que Ryan lo notara.- ¿No es algo... incómodo? ¿Buscar siempre un lugar nuevo?

   -Es así desde que el Altísimo nos puso en esta tierra, sahib. -el joven explica.- No podríamos vivir de otra manera. Hace un año... -alza la otra mano, señalando una dirección opuesta, acercándosele más y pegando la pelvis al culo del chico, quien jadea un poco, sorprendido. Sin moverse. Costandole dejar de mirar el rostro oscuro y volver la vista al desierto.- ...Estábamos al este de Khan El Khalili. Lugar muy visitado por su gente. Les vendimos muchas artesanía a lindos turistas... como sahib. -le susurra con voz suave, pegándosele más.

   -Tú... Tú... ¿vendías muchas cosas? -al joven francés parece costarle responder. Y más cuando este le mira a los ojos de manera intensa.

   -Los chicos lindos como el sahib deseaban desesperadamente lo que les ofrecía. -le responde.- ¿Quiere ver mi mejor mercancía? -pregunta con voz preñada de lujuria y Ryan se atraganta, como Jean Luc, aunque seguro que por razones muy diferentes, lo tiene muy claro cuando el joven nubio comienza un bailotear de caderas, frotándose como un perro del chico, quien jadea.

   -Si, quiero verla. -responde este apresuradamente.

CONTINÚA ...2

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