¿Puede
alguien criticar que un tío joven, hermoso y saludable tenga sus
juguetes para pasar sus buenos ratos? ¿Un buen consolador para sus
ratos de ocio en la cama? Tal vez si pueda deplorarse algo de egoísmo
en todo eso, ¿verdad? Ya que un chico así, que comenzaba a vivir,
con todas sus ganas, y la pinta, debería estar compartiendo con
otros que también disfrutaran de esa comunión entre las almas y los
cuerpos. Joder, un chico guapo que gusta de tener cositas en su culo,
sintiéndose en la gloria cuando se lo llenaba y se lo frotaba,
cuando lo sentía estirado, debía aflojárselo a todos cuando
pudiera o se lo pidieran, ¿cierto? Claro, estos eran los viejos
buenos tiempos, de cuando chicos bellos salían de su Iowa natal,
donde eran hijos de conservadores granjeros, a estudiar en la
universidad de California y con sus amigos iban descubriendo cosas
nuevas. Experimentar que le dicen los hombres casados cuando
recuerdan sus años mozos y las refregadas con otros chicos en las
estrechas camas. Es posible que nuestro héroe tan sólo estuviera en
su casas de fraternidad y fuera abordado por uno de esos insistentes
vendedor ambulantes que, como le pasaba a Lorenzo y Pepita (que se
les metían hasta en la bañera), le llegara mostrándole todas esas
cosas nuevas y fascinantes sin aceptar un “no” como respuesta. No
sin probarlo antes. ¿Experimentar un poco para pasar una tarde
aburrida en la residencia?, posiblemente... Pero parece que le gusta
demasiado como para no haber jugado antes. ¿Tal vez en el granero,
en su casa, con alguna vela gruesa?
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