martes, 23 de julio de 2019

EL CONSOLADOR DE PLATA... 14

EL CONSOLADOR DE PLATA                         ... 13
   Los chicos del bazar...
......
   -¡HOUSTON! -chilla Jean Luc, pero no le escucha.
   El chico rubio parecía muy mortificado por todo aquello, y lo entiende. Aunque... ¿en serio lo hace? ¿Le molestaría ver tanto relajo en homosexuales, como una ofensa a su condición? ¿Le disgustaba no participar de ese “frenesí”? ¿O realmente pasó algo con el chico nubio que tanto le gusta?
   No tiene tiempo para pensar en ello cuando sube a uno de los rústicos y lo enciende, volviendo la clara mirada al campamento. Tragando en seco. Al joven oficial al que follaban sobre la capota del jeep lo alzan en peso mientras este ríe, rodeado de tres sujetos cuyas vergas gotean y se bambolean, y le depositan sobre otra manta, colocándole prácticamente en fila junto a Andy y Hasani, el primero de los cuales sigue siendo follado a dúo aunque ahora por otros dos tipos. De su agujero, todavía le toca ver, con un estremecimiento de lujuria, como mana gran cantidad de esperma mojando esos nuevos toletes hinchados. Joder, ¡cómo desea sacárselo y meterlo también!
   Apretando los dientes casi con rabia, costándole realmente apartarse de la idea de participar en la orgía, de darle también güevo a esos tres muchachos, parte en el rústico. Jadeando como si se asfixiara. Le cuesta, le cuesta mucho hacerlo, desea volverse. Joder, tiene que regresar y... Nuevamente aprieta los dientes y lanzan un grito de frustración. No, no se dejaría vencer por ninguna magia antigua. Y no sabe si eso tiene algún efecto, pero se siente mejor. O tal vez fuera el ir dejando muy atrás el campamento improvisado no muy lejos de las ruinas de una ciudad que había desaparecido cuando sus hombre entraron el el culto, adoración... y maldición del consolador de plata.
   Con gestos bruscos cambia las velocidades y el vehículo traquetea sobre las arenas. Pensando con más claridad. Sabía lo que aquel hombre, el sargento Musim Proyas pensaba hacer. No resultaba difícil, a decir verdad. Era muy fácil imaginarle alarmado cuando sus hombres le comentaran lo que habían encontrado en el campamento del buscador de reliquias, comprendiendo el elemento mágico al ver los comportamientos aún de sus hombres, todos caídos bajo una especie de sortilegio. Debió deducir qué había ocurrido, mediante qué objeto, y ahora pensaba usarlo. En sus enemigos. En el coronel inglés que manejaba la fuerza armada en su país. Un ser realmente detestable.
   Eso lo entendía, pero no podía dejar que pasara. Había que detener todo aquello. ¿Y si esa... magia resultaba aún más peligrosa de lo imaginado? ¿Y sí sus efectos se esparcían como una enfermedad contagiando a todos, terminando con portadores y transmisores de algo que no tuviera vuelta atrás? Traga en seco. ¿Habría alguna manera de... revertir lo ocurrido a Andy y Hasani? ¿Y él? ¿Esa ganas que sentía de volver a...? Aprieta los dientes con más rabia, cerrando los largos y fuertes dedos sobre el volante, volando prácticamente sobre las dunas. Encontrando el fuerte militar. Cercado, vigilado en la entrada por dos enormes egipcios. No había una guardia inglesas. Ningún inglés u otro representante de sus colonias. Nada de galces, escoceses o... Ningún hombre blanco.
   Se detiene frente a ellos, sujetos grandes, de fieros bigotes, que intercambian una mirada. ¿Cómo se abriría paso si...?
   -Necesito ver al sargento Proyas. -pide casi deferente. Estos sonríen.
   -Adelante, sahib. -dice uno, usando un tono untuosos en el título.
   Era una trampa. Lo sabe. Todo su ser lo gritaba. Pero debía intentar... Entra y el corazón le late con fuerza. Las voces salen de barracas de puertas abiertas, pero no hay nadie en el patio. Nadie de guardia. Ningún inglés. Y mientras baja del vehículo, a través de las puertas abierta escucha los gemidos.
   -¿Te gusta, sahib?, ¿te gusta una buena verga morena enterrada en tu blanco culo? -oye una voz recia, burlona, que gozaba. Como gozara él mismo la noche anterior.
   -Oh, si, si, fóllame, fóllame... -el grito llega en otro idioma, casi desesperado, de gozo sin límites. Tanto que le estremece.
   Nuevamente debe luchar contra el desesperado deseo de quedarse allí, de ir a una de esas barracas donde se oyen dos o tres gruñidos iguales, de, seguramente, otras tanta parejas. Imagina hileras de camastros donde los ingleses son enculados por sus subordinados hasta esa mañana, quienes reirían con poder mientras los ensartaban y estremecían golpeándoles con sus vergas. Le cuesta alejarse. A paso vivo va hacia la barraca principal, tocándole ver sobre la capota de un jeep al recio y enorme pelirrojo escocés, chofer del coronel Sheppard, riendo cuan puta feliz mientras dos hombres se turnan, sonrientes, apartándose a intervalos, para darle por el culo, al tiempo que él se sostiene las piernas con las manos bajo las rodillas, abierto para ellos, boca arriba. Gozando con cada sacada y metida de los dos jóvenes y fornidos egipcios. Estos notan su cercanía y le lanzan una mirada chocante, casi agresiva, pero le dejan continuar.
   -Vamos, Sheppard, baila para mí; gánate esta verga que tanto deseas. -le cuesta reconocer en el festivo y cruel tono jocoso la voz del recio sargento Proyas. Y en cuanto entra en la barraca se queda boquiabierto, impactado. Parpadea con rapidez preguntándose si el sol no le había deslumbrado más de la cuenta.
   El recio hombre está sentadote tras el escritorio del oficial inglés, con las botas montadas sobre el escritorio, mostrando en su cara una gran sonrisa de crueldad, de malicia y odio gozoso, y una impresionante erección casi amoratada saliendo de su bragueta, una que se ve brillante, como si mucha saliva hubiera corrido sobre ella... o la hubiera metido repetidamente en algún pequeño orificio lleno de esperma. Tan complacido está en lo que ve que no repara en el americano, quien con la boca muy abierta no puede apartar los ojos de lo que mira el oficial egipcio.
   El coronel Conrad Sheppard, atildado, necio y creído el día anterior, estaba allí de pie, mirándole la verga al egipcio, todo sonriente, inquieto y anhelante, llevando un atuendo que... El oficial usa unas medias negras de seda, con ligueros, y una pantaleta blanca de fantasía, de furcia de burdeles, así como unos extraños zapatos de tacón alto, en los cuales no parece poder conservar el equilibrio. Se veía excitado, su tranca deformaba la sedosa y escandalosa tela mientras baila mirando el ansiado falo.
   -Vamos, coronel, quiere esta verga, gánesela... -se burla Musim, acariciándose la tranca como mostrándosela, pero también recorriéndole con la vista.
   Mierda, el hombre, realmente había usado el objeto maldito para su beneficio, para controlar y humillar al hombre que le controlaba y humillaba en su propio país. Pero, él sabe un poquito más. Si, el coronel Sheppard estaba controlado, pero si Proyas no tenía cuidado también quedaría bajo el poder de esa cosa. Lo nota por lo mucho que le palpita el tolete a la vista del oficial inglés, cuando este, sonriéndole mórbido, los brazos alzados a los lados de su cuerpo, le da la espalda e inicia un baile de caderas al estilo de las odaliscas orientales, la suave pantaleta metida entre sus nalgas... y la base del consolador de plata destacaba allí. Tal vez era eso lo que hacía que el oficial lanzara esos gemidos, se estremeciera y apretara sus nalgas mientras baila. Con la boca seca el americano mira el juego de seducción entre esos dos; si, uno quería güevo, ser una puta rodeada de ellos, pero el otro deseaba meterselo, dárselo. Lo sabe porque a él mismo le palpita con urgencia. Dios, ¿qué había hecho buscando esa cosa, qué mal había desatado? ¿Qué había hecho el oficial egipcio usándolo en su vendeta?
   Pero no puede pensar más, no cuando el egipcio se pone de pie y va hacia el otro, quien jadea y tensa la espalda, mirándole sobre un hombro, la tranca del egipcio toda tiesa, y empujándole por la espalda le obliga a doblarse contra un mesón, mostrando más de aquel trasero, uno que hace tragar en seco a Ryan. Ver las recias manos velludas del egipcio tomar la pantaleta por el borde superior, halándola, esta rasgándose y mostrando esas nalgas palidas y velludas, con la base del consolador de plata entre ellas, le hace babear. Les hace tragar a los dos. Lo sabe, también Proyas parece mórbidamente fascinado.
   -Sácatelo, puta. -el tono está cargado de odio, de desprecio, pero también de una oscura lujuria.
   Y Ryan se estremece escuchando el gemido de gozo del coronel ante el tono y el trato, también al verle llevar una mano trémula, de adorador, a la base del juguete y comenzar a sacarlo, lo que hace que sus piernas bajo las negras medias de seda se tensen y sus nalgas se contraigan. Lo saca centímetro a centímetro, pero en un momento dado se lo mete de nuevo, alzando el rostro. La risa de Proyas es oscura.
   -Vamos, puta, deja eso. Sácatelo.
   Y le obedece, jadeando al tenerlo afuera, mirándole con adoración, esperando que lo encule. Pero Proyas se vuelve hacia la entrada y Ryan se tensa.
   -Ven, americano, ¿o no quieres un poco de esto? -le pregunta atrapándole las nalgas al otro, halándolas, separándola y mostrando ese agujero que titila y que brilla de leche ya derramada.
   Es una trampa, aquella mierda era una trampa, se dice Ryan, sacándose con esfuerzo la tiesa pieza de carne de su pantalón y caminando ya hacia ese culo anhelante. Y Musim Proyas sonríe de manera diabólica. ¡Ya le tenía!
CONTINÚA ... 15

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