lunes, 15 de julio de 2019

LOS HEREDEROS... 7

LOS HEREDEROS                         ... 6
        
   Los hombres de éxito y sus secretos...
......
   Pero no lo dice, no puede. ¿Cómo contarle a sus hermanos que cuando conociera a Oswaldo fue porque una mujer extraña le había llevado a eso, que le dijo que todo eso ocurriría, que se enamorarían y casarían, y que le debería un favor? Favor que parecía nunca terminaría de pagar. Ahora lo sospechaba, porque esa mujer había aparecido dos veces más, exigiendo el pago pero ofreciendo algo más, quedando eternamente en deuda. La segunda vez que había aparecido fue para exigirle aquella fiesta para celebrar el fulano cumpleaños de su marido y de sus hijos. Sus hijos, piensa revolviéndose incómoda en la costosa silla. La recuerda diciéndole: “esto te ayudará a embarazarte, y debes asegurarte de que el niño nazca, o nazcan, el mismo día que él; no lo olvides… ni me falles”. Esa fue la primera vez, y recordarlo también le estremece, ¿quién era esa extraña mujer?
   Meneando la cabeza se vuelve hacia sus hermano, la mirada más centrada, un leve descenso de sus labios indica que está perdiendo la paciencia.
   -No quiero discutir sobre eso, la fiesta se hará y punto.
   -Te vuelves necia y caprichosa. -le gruñe Arturo, tomando otra rebanada de pan. Una que Gabriela mira intencionadamente, algo ceñuda.
   -Lo mismo dijiste cuando comencé a salir con Oswaldo, ¿lo recuerdas? Que perdía mi tiempo como una boba. Y aquí estamos, yo, tú, tú... -señala a Anthony.- ...Mamá, papá, los tíos y primos, todos viviendo de esta mala idea.
   -Oye, yo trabajo.
   -También yo. -se defiende el menor.
   -Mejor no hablemos de eso, ¿okay? -es fría, su sonrisa es dura. Como mujer de Oswaldo Simanca había influido para que el hombre contratara y ayudara a buena parte de su parentela. Fue incómodo hacerlo, pero lo necesitaba. Por una parte para ayudarlos, por otro... para que se las debieran. Tal vez no esos dos, pero si tíos y primos. Esos que dudaron en tenderle la mano en tiempos duros y que ahora debían tragarse el que ella les ayudara.- La fiesta será importante porque será un reconocimiento público a la importancia de Oswaldo en este país... y la presentación de mis niños, sus hijos. Sus herederos. -calla, aunque sabe lo que los otros dos lo piensa, que desea brillar como una reina madre en la sociedad caraqueña. 
   Bien, no le importaba lo que pensara nadie, se dice sonriendo con orgullo, pero esta vacila un poco notando la mirada que intercambian sus hermanos. Ya saben por dónde saldrán y su buen humor, que falta en la casa desde hace días, ahora se coloca más lejos, ya no en la Luna sino en Marte. O Júpiter arriba.
   -No quiero molestarte y que vayas a expulsarme de tu castillo con tu guardia pretoriana, hermanita... -comienza Arturo, untando bastante mantequilla al pan medio mordido.- Pero tu marido ya tiene un hijo. Uno mayor.
   -Víctor no es su hijo de verdad. No es sangre de su sangre. Es un recogido que su primer mujer tuvo la ocurrencia de traer un día. Como no pudo parir hijos propios... -es desdeñosa, casi cruel.
   -Legalmente es su hijo. Reconocido con todos los derechos. -insiste Anthony, sintiéndose de pronto mal por el chico alto, desgarbado, de mirada ausente y melancólica. El muchacho adoptado que nunca fue aceptado por el hombre que debió ser su padre. De quien más esperó una mirada de aprobación y afecto.
   -Oswaldo no lo quiere. -confirma ella, encogiéndose de hombros.- Y él lo sabe. Un día comprenderá cabalmente que nada tiene aquí y... -se encoge de hombros otra vez.- ...Desaparecerá.
   -Pero sigue siendo un heredero. -insiste Arturo.
   -Ya veremos. -termina ella el asunto.
   -¿Dónde está? Tengo días sin verle. -acota Anthony, incómodo cuando Arturo le lanza una mirada sardónica. El otro tenía la manía de fijarse en muchas cosas.
   -No lo sé. En cuanto cumplió los dieciocho, Oswaldo le compró un apartamento aparte. Para que se fuera. -sonríe leve al notar sus gestos de sorpresa.- ¿Qué parte de que no lo quiere no entienden? Víctor fungió como hijo durante años porque Santa Elena así lo dispuso, y Oswaldo no quiso herirla. Pero nunca ha querido a ese muchacho.
   -Eso es algo duro, ¿no? -Anthony se incomoda. Ese hijo adoptivo rechazado era una parte de la historia de su jefe, el marido de su hermana, que siempre le intrigaba. Y molestaba. Era el único punto oscuro de una vida brillante, la nota mala de un sujeto notable, ejemplar y admirable. De manera fraterna amaba al sujeto... excepto por eso.
   -Sus razones tendría, ya lo conoces, mezquino no es. -las palabras de Gabriela lo expresan todo.
   Pero ella misma se pierde un momento en sus pensamientos. No le gusta hablar o pensar en Víctor Simanca porque en serio le resiente y no hay nada que desee más que verle desaparecer para siempre de sus vidas. No sólo porque su presencia incomoda a Oswaldo, quien en verdad le rechaza, sino por ella misma. Detesta al joven silente que siempre bajaba la mirada cuando se encontraban, porque era un recuerdo de ella, de Elena la Santa, la mujer tan buena que un día se apareció con un niño de cuatro o cinco años porque había quedado huérfano en una tragedia. Peor, le había ido a buscar al enterarse de esta. Y había muchos otros recuerdos relacionados con ese muchacho...
   Cómo ese día en la piscina, cuando el mocoso flaco y alto de quince años se arrojó desmañadamente al agua, salpicándola accidentalmente, irritándola. Regañándole, tratándole de idiota que no se fijaba en nada, le gritó muchas otras cosas. Le vio enrojecer, bajar la mirada, los labios temblarle y casi escapar a la carrera. No le gusta recordarlo, pero se sintió bien... Tan sólo para volverse y encontrarse con Amanda, la madre de Oswaldo, esa mujer de rostro ancho, cabellos negros reducidos siempre en un moño tan severo como su mirada.
   -Eres una mujer malvada. -le acusó esta, impactándole por lo directo. Sabía que la suegra la resentía por alguna razón, que nunca disimulaba el ceño fruncido en su presencia, pero esto...
   -Ese muchacho es terrible, no imagina... -intentó defenderse, entre molesta por la acusación como temerosa de una brecha que la pusiera en la mira de la mujer y las tres hermanas de su marido, quienes tampoco la veían con simpatía.
   -Es tan sólo un muchacho cuya vida ha cambiado. Por segunda vez ha perdido a una madre y aquí estás tú haciéndole todo más difícil.
   -Señora Amanda, no me juzgue por un encontronazo que... -en realidad se asustó. Si le iba con ese cuento a Oswaldo...
   -No lo digo tan sólo por esto; este detallito tan sólo confirma la clase de persona que eres, Gabriela. La creída, la que se siente doña y dueña de todo, cuando en verdad no tienes nada. -fue dura, sus ojos llamearon.- Es una vergüenza que buscaras a un hombre cuya mujer estaba tan enferma, que agonizaba, y te le metieras por los ojos. ¡Bandida!
   Si, esa fue la acusación mayor, una que emergió con facilidad y dureza de esos labios porque la mujer le había visto intercambiar palabras con el mocoso. Esa mujer la resentía. Era su enemiga. Así lo sintió. Y aunque los años, y el nacimiento de los gemelos había suavizado el trato, introduciendo cordialidad y civilidad, bien sabía que la otra no había olvidado todo aquello, ni modificado su manera de pensar. De su suegra, y posiblemente de sus cuñadas, no puede esperar ni sal ni agua. Y ese recuerdo todavía le llenaba de vergüenza, de rabia. Había quedado muy mal. ¡Todo por culpa de Víctor, ese niño recogido  de la calle!
   -Imagino que invitaste a Ricardo Amaya y a toda su parentela, ¿no? -bromea Arturo, sabiendo qué temas le molestan.
   -Claro, si no lo invito Oswaldo no aparece. Se escaparían a un juego de basquet o algo así. -gruñe con disgusto. También resentía a ese amigo de su marido. No sólo porque el bajito y fornido sujeto había sido amigo de Santa Elena, sino porque... odiaba que Oswaldo dependiera tanto de su amistad, que le buscara, que deseara estar a su lado y contarle todo, consultándole. Para eso estaba ella, para ser el centro de la vida del hombre al que ama, pero este tenía demasiadas vertientes emocionales, y Ricardo Amaya era uno. Y de los más molestos e irritantes. Menea la cabeza para alejar esos pensamientos.- Lo que quiero de ustedes, como imaginarán, es que no le den por su lado a Oswaldo con lo de la fiesta, nada de “sí, Gabriela es así de necia”. No, quiero que le insinúen que es la mejor idea del mundo desde aquella de dotar con anestesia y antibióticos los hospitales de los campos de batalla.
   -¿Aunque no quiere esa fiesta y teme que el país le sepa asociado con gente del régimen y se raye delante de todos? Bien, si crees que es lo mejor...
   -Lo es, Arturo, créeme. -gruñe ella, mirándole disgustada.- Por Dios, ¿vas a tomar otra rebanada de pan antes del desayuno? ¡Pareces un cerdo! Mírate esa panza de lagartija. ¿Qué pasa con Olivia, ya no te vigila?
   -Oye, me veo genial. -se resiente este, mientras Anthony, quien se ve guapo en medio de su juventud, oculta una sonrisa tras una taza de café.
   -Si, si hubiera parido morochos como yo, pero no lo has hecho, ¿verdad? -es seca, luego alza la voz.- ¿Qué pasa con la leche caliente?
   Y se disgusta más al verles intercambiar una mirada y reír con ese simplismo de hombres.
......
   Aunque técnicamente mucha gente aún se encontraba en proceso de llegarse a su trabajo, quedando atrapados en la enorme cola que era Caracas por las mañanas, cuando de sus casas salían todos, y además llegaban los que venían de las ciudades dormitorio, otros ya estaban en sus mesas de trabajo. O a punto de llegar. Uno de ellos era Leandro Santoro, un treintón cercano a los cuarenta, de rostro algo redondo, como su figura recia que llenaba el costoso traje, aunque luchaba contra la gordura y la flacidez (y más le valía ahora, pensaba a veces, agitado), de cabellos negros ensortijados como el bigote, los brazos y torso, para quienes se lo hubieran visto alguna vez en la sede de las empresas Simanca, CAPTEM, el moderno edificio de cristal oscuro y pulimentado, con sus entradas controladas, grandes estacionamientos cercanos y un lobby abierto en una estructura que recordaba un tanto un centro comercial, pero de los buenos, con una fuente y un extenso jardín interior. Es una estructura soberbia y elegante, de temperatura climatizada ya que al final de la construcción una pequeña cúpula de cristal reforzado permitía la entrada de la luz solar pero no la lluvia; de no funcionar los aires acondicionados aquellos sería un sauna tipo invernadero. Pero funcionaban muy bien.
   En esos momentos el hombre, sobriamente trajeado como correspondía a un empleado de confianza e importancia, el encargado de las transacciones bursátiles del consorcio, recorría el pasillo de la planta baja mirando distraídamente hacia la cafetería donde ya se preparaban las mesas y el personal se afanaba trapeando pisos (en lugar de hacerlo por las noche, ¡qué gente!, piensa), y entrando en uno de los muchos elevadores. No había nadie para controlarlo, ceñudo se dice que tiene que reportarlo. No por chisme o causar problemas, sino porque a Oswaldo no le gustaría saberlo ya que “abarataría” su edificio mimado a ojos de los visitantes.
   Se baja en su piso, leyendo algunos titulares mientras recorre el pasillo alfombrado, bien iluminado, entrando en la recepción de su departamento, encontrándolo vacío, pero el aroma a café le indicaba que al menos su asistente, Margarita Elizondo, ya estaba allí. Y ahora que lo pensaba, no recordaba haber llegado a trabajar un día y no encontrarla ya afanada en algo. Sonriendo piensa en buscarla y saludarla...
   -Son los últimos días, Margarita. Estamos viviendo los últimos días. Por eso todo es pecado y depravación. -se detiene con un pie en el aire al oír la voz pastosa y profunda de una mujer, y apresura el paso a su despacho, no fuera y esta saliera, le viera y le predicara. Era la asistente personal de Oswaldo, una buena mujer que se volvía algo temática con la religión.
   O tal vez era el tema que abordaba, generalmente, el que le molestaba. La depravación y el pecado. Entra en su oficina dejando unas notas que se saca del bolsillo en el escritorio de Margarita. Ella las leería y las cumpliría, tareas que necesitaban ejecutarse ya, sin entrar a molestarle. Todos sabían que gustaba de... Sonríe notando la enorme taza de café humeante sobre su escritorio grande, de cristal cromado y metales oscuros. Se sienta, lo toma con la mano izquierda, lo huele y toma un sorbo. Todos sabían que gustaba de eso, saborear su café, leer algo de prensa y mirar los reportes de la bolsa, muchas de ellas ya funcionando hace rato, como en Europa y Asia. Esa mañana, sin embargo, hay una discrepancia. Un sobre morado, literalmente morado, espera sobre el escritorio.
   Su pulso se acelera, traga en seco y siente que la sangre le hace picar la piel. Mira el sobre y luego hacia la puerta. Margarita debe haberlo visto, sin tocarlo, como tiene órdenes, aunque la curiosidad le matara. Sintiéndose irritado, frustrado, se echa hacia atrás en su cómodo sillón. Sintiendo calor en el cuerpo y un hormigueo traidor en las pelotas. Sabía que era alguna exigencia. Y que debía cumplirla. Saberlo, sentirse impotente para negarse... le afectaba como no debía. Termina su café con pulso incierto, cosa rara en un sujeto de porte tan viril. Le sabe muy amargo, no habiéndolo disfrutado en verdad, pero ya no había tiempo. Abre el sobre con cuidado, debía regresarlo en buen estado.
   Saca una hoja de papel también morada y lee, los labios palideciéndole, los ojos abriéndoseles mucho:
   “Iré a verte. Usa el kit número tres”.
   La nota tiembla más, sintiéndose sofocado, ojos muy abiertos, pasándose la lengua por unos labios de pronto resecos. Deja la nota y se lleva una mano a la frente, frotándosela. El kit número tres... era una tanga hilo dental que se metia entre sus nalgas peludas, presionándole el culo, amarilla clara, una que dejaba adivinar la silueta de su tranca y los pelos...
   Y unas bolas chinas, estas si que bien metidas en su agujero mientras le esperaba.
CONTINÚA ... 8

2 comentarios:

  1. Hola amigo, como estas? Te mande el relato de El Pepazo a tu correo, no sé sí tuviste oportunidad de checarlo.
    espero estés bien,saludos.

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  2. Épale, si, lo recibí, aunque es ahora que lo veo, el internet ha estado fatal por aquí. Me hizo gracia, la verdad es que no creí que volvería a saber de este relato, fue uno de los que más me hacía reír, las cosas que le pasaban a Jacinto, ¿eh?, jajaja. Gracias. Voy a integrarlo y procurar terminarlo.

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