lunes, 19 de agosto de 2019

LOS HEREDEROS... 8

LOS HEREDEROS                         ... 7
         

   Los hombres de éxito y sus secretos...
......

   Traga en seco. Dios, ¡cómo odia todo eso! Su vida tan planificada, tan seria, tan bien ejecutada estaba ahora sujeta a esas notas, a esos llamados. Esas exigencias. Lo que más odia es que el sujeto que lo hace le sabe en su poder. Por todo lo que conoce sobre su persona, pero, y especialmente, porque descubrió sus más secretos deseos. Algo mareado, de pie, inseguro, toca la nota. Se confió. Contó demasiado. Cierra los ojos, con una llamarada en el pecho, el cual sube y baja con esfuerzo, de rabia y temor... Pero también de excitación. Una que es oscura, sucia, culpable. No era homosexual, o no lo era, ya no está seguro, aunque la idea le repugne, pero había hecho cosas que...

   Durante toda una vida de construirse a sí mismo, de estudiar, prepararse, capacitarse, de ejercitarse para sentirse y verse bien, para seducir mujeres por sexo, para tener amigos, para influir en otros buscando oportunidades de negocios, amistades o relaciones pasajeras, todo había sido exitosamente ejecutado. Lo que todos podían ver, al ganador... ocultando para sí, bajo siete velos, que le encantaba el sexo. Más específicamente la pornografía. Comprándola y atesorándola, a veces de manera compulsiva, guardando mucha de ella se extraviaba en su necesidad. Coleccionando. Viéndose sobrepasado a veces por el deseo de obtener revistas, películas, teléfonos de líneas calientes con zorras, ubicando salsa de chat con mujeres aburridas, anotando encuentros en tal o cual sitio donde acudían las féminas que sabían a qué iban, teniéndolo todo a mano, sin disfrutarlo nuevamente. Contaba con cientos de revistas y películas a lo largo de los años que no había vuelto a mirar, ojear. Disfrutar. Mujeres a las que nunca llamó. Le gustaba saber que estaban allí, al alcance de su mano bajo su techo primero. En aquel depósito en aquel motel después, cuando se casara y llegara la descendencia.

   Cultivando paralelamente a su vida de profesional casado y exitoso, otra donde comparte una que otra aventura, un dato sexual con otros sujetos, para saber qué atesoraban estos (escucharles hablar de sexo también era parte de la compulsión), pero especialmente con mujeres divorciadas, solteras a los casi cuarenta, viudas; vidas donde creía poder meterse y llenar por algunas horas. Así conoció a ese tipo, quien parecía tan amante del porno como él, pero a la vez se veía tan... desenvuelto, tan guapo, tan atractivo que sonreía a cualquiera (literalmente a cualquiera) y lograba lo que quería, Marcelo Alcantara. Por un lado sintió algo de celos, una sensación casi fastidiosa ya que a su edad estaba más en paz con su vida (no era un niño que envidiara la fama del amigo guapo), pero también le alegraron esos encuentros en aquella tasca que antes viviera llena de gente, especialmente viernes y sábados, de profesionales de ambos sexos buscando encuentros que no significaran nada más allá de una buena revolcada. Algo que su mujer no sabía. Donde dos sujetos, disfrutando unas copas, podían hablar, reír y comparar los gustos de ciertas tías y sus fetiches.

   Fue grato tratarle, escucharle los cuentos, saber de las cosas que atesoraba; lo contaba todo con tal lujo de detalles que cada descripción parecía viajarle al entrepiernas, sintiéndose caliente. Una noche, riendo, contándole Marcelo de unas pantaletas con un consolador interno en la parte delantera que obligó a una chica a usar, replicó:

   -Esa vaina tiene que ser mentira. -gruñó riendo, el trago en la mano, sentado a la barra, con el tipo a su lado. El tolete duro bajo su caro traje.

   -Te juro que es verdad. La tenía puesta, lo tenía metido en la cuchara... -y alzó un dedo como un gancho.- Por la torsión, cuando caminaba o se sentaba, le presionaba hacia arriba, frotándole el clítoris. En todo momento. Habíamos ido a cenar y estaba mal, se estremecía, gemía, transpiraba, los ojos le brillaban. -rió contando.- Creo que tuvo sus buenos orgasmos allí mismo, y cómo quería que la llevara a mi apartamento y la follara... -rieron, él todo ronco.

   -Cabrón, me la tienes dura. -le soltó, enrojeciendo, sintiéndose acalorado cuando el otro entrecerró los ojos.- No digo que... No es que...

   -Seguramente te ves bien en calzoncillos y erecto, amigo, no te enrolles. -fue la fácil respuesta, una que le extrañó y fascinó por alguna razón.

   Así se conocieron, al menos oficialmente, porque el carajo estaba más cerca de lo que había imaginado esa vez en aquella barra de aquella tasca, pero eso no lo descubriría sino hasta mucho después.

   Ahora...

   No puede dejar de mirar el papel, la mano le tiembla. Sabe que no puede desobedecer, la nota le indicaba que se aparecería en algún momento de la mañana y más le valía estar preparado. Lo peor era que... no sabe si quería desobedecer. Y no estar claro ya en esos puntos, le enferma. Traga en seco y alza los hombros. Va a su puerta y la asegura, regresando a su escritorio, desabrochándose la correa del pantalón, abriendo este, que medio cae hasta que separa las piernas, mientras saca de su llavero, donde carga tantas llaves como seguramente guarda San Pedro las puertas del Cielo, toma una pequeña, de tres que tiene, y abre la gaveta inferior de su escritorio. Temblando de anticipación y frustración. Allí hay varios objetos curiosos, todos cubiertos con plástico, también frascos de lubricantes, afrodisíacos y cajitas cerradas.

   Traga otra vez, saliendo del pantalón y el bóxer azul claro, corto y sexy (joder, se veía bien en esos, le gustaban a su mujer... y a una que otra fuera de casa), el tolete le cuelga medio morcillón, muy enrojecido. Abre una de las cajas y saca la prenda interior exigida. Es breve, pequeña, putona. Respira pesadamente cuando mete sus pies, sin quitarse los zapatos, subiéndola por las piernas. La prendita se enrolla, es suave, casi de seda. Le cuesta porque tiene que estirarse bastante sobre su piel. Cuando ya la tiene bajo las bolas, respira más pesadamente, por la boca abierta, algo rojo de cachetes. La sube. La tira posterior se hunde entre sus nalgas generosas, peludas, y contiene un carraspeo que sabe no es molestia, no totalmente, cuando esta se estira, entierra y presiona contra su raja, sobre su culo. No necesita mirarse (aunque lo ha hecho en sus momentos de debilidad), ahora saber que está apenas cubre su agujero arrugado, de lo poco que es.

   Y si atrás es un problema, adelante cuesta aún más abarcarse las bolas y el tolete. Deja el asunto así y saca de una bolsa unas bolas chinas, un juego de cinco muy rojas y relucientes pelotas que parecen mamones grandes, unidas entre sí por una tirita del mismo color, alcanzando un largo de treinta centímetros, que termina en una pequeña base plana como para que, por accidente, no se vayan culo arriba. Las mira en su mano, con el traje y la corbata, bien peinado, la viril sombra de barba prestándole un atractivo especial. Saca un bote de lubricante y deja caer unas gotas en cada bola, restregándolas, untándolas, sintiéndolas muy extrañas contra su palma. Se deleita en ellas, lo sabe, porque, como objetos sexuales le fascinan a su lado de amante de la pornografía. Era la trampa en la que había caído guiado por ese sujeto del coño'e su madre. Gruñe bajito, ronco, sabiendo que ha perdido mucho tiempo en eso, baja la prenda y aplicándose unas gotas en los dedos de la mano ya medio lubricada por refregar las bolas, la lleva a su peluda raja, contra su culo que parece muy chico y cerrado, untándolo. Tiembla mitad rabia por hacer aquello, jugar con su culo, mitad de oscura lujuria que no puede controlar, cuando se medio mete un dedo lubricando; se mete otro y los empuja, tensando los muslos, igual los hombros. Mirando sobre un hombro nota su propia mano aplicando el líquido (obedeciendo, sometiéndose), metiéndose dedos. Joder, y pensar que hubo un tiempo cuando, si una chica quería tocarle allí en medio del sexo, enloquecía de disgusto, ahora...

   Todavía traga saliva, sintiéndose dividido entre la rabia y... Maldita sea, si, esa oscura fascinación, la misma que le había llevado a todo ese problema. Mirando aún sobre el hombro alza el pie derecho y coloca el caro zapato sobre su costoso sillón, separando las piernas y las velludas nalgas, exponiendo su culo brillante de lubricante, llevando la roja y reluciente primera bola a su raja. La pequeña uña inicial, tipo tirita pero más rígida, hace contacto con su capullo. Que se agita. Penetra y comienza a empujar la primera bola, enrojeciendo, culpable por hacer aquello; sintiéndose mancillado, poco hombre, pero empujando y empujando. Las bola roja va entrando, separándole los peludos labios del culo, casi cruzando ya, este cubriéndole cuando ya ha metido media esfera, empujando con un brillante dedo. Esta entra y casi gruñe, apretando los dientes, notándola, primero contra su entrada, obligándole a abrirse, ahora la siente dentro, extraña pero conocida. Empuja otra... y otra, sin detenerse, los labios apretados en concentración, la frente fruncida, la pequeña base ocupando su lugar en la entrada. Baja la pierna respirando pesadamente, tomando los bordes de la pequeña tanga que el hombre que le controla quiere que use, y la sube otra vez. La tirita presionando contra la base de esa vaina... la parte delantera incapaz de contener su muy erecto güevo. Dios, la sensación de la tela era... Este le babea un poco mojando la prenda. Excitado sexualmente.

   Como sea se cierra el pantalón y dando un paso siente la bolas chinas agitarse en su interior. Cuando cae en su sillón la sensación es más intensa. Las entrañas le pulsan. Y sabe que será una mañana o un día infernal hasta que él llegue. Esas vainas le tendrían duro el resto del tiempo. Y no podría pensar en otra cosa.
......

   El desayuno en la casona Simanca no comienza oficialmente hasta que un atildado Oswaldo baja y se reúne con su esposa, a la que besa nuevamente, y sus cuñados, repartiendo apretones de manos y saludos. También un ocasional: “Te ves gordito, Arturo”, que hace que el otro frunza el ceño, pero no le impide comer un pedazo de pan tostado con salsa de ajo que tenía en la mano. Respondido por un: “¡Gordísimo!”, de Gabriela. Desayunan en armonía, ella informa a una pregunta de Anthony, que los gemelos duermen aún y no tuvo corazón para despertarles. Arturo comenta que está ansioso por la llegada de la fiesta, que toda Caracas iba a adorar a los gemelos. Anthony, algo envarado, sigue el juego alegando que así tiene que ser ya que son adorables. Oswaldo calla, su rostro no demuestra nada, aunque mira a Gabriela, quien le corresponde con su sonrisa más feliz e inocente. Una que no se traga ni por un segundo.

   El asunto termina bien, se dice semi exasperado el hombre cuando puede tomarse su último café y le pide a su asistente más joven, su cuñado Anthony, que le siga a su despacho, que quiere comentarle algo de trabajo. Quedando en la mesa Gabriela y Arturo, el cual sigue saboreando un espeso y dulce chocolate caliente.

   -Es curioso como confía Oswaldo en Anthony. -comenta ella, mirando a su hermano mayor.

   -¿Qué?, ¿vas a celar a tu marido de tu propio hermano como haces con Ricardo Amaya y con el recuerdo de Elena? Tranquilízate, mujer. -el otro es directo y brutal, como suele serlo cuando están a solas, nota ella, oprimiendo los labios.

   -Lo que digo es que es curiosos que se fíe más de él que de ti, su amigo de años; el amigo de sus días de estudiante y ruina.

   -Tal vez que le recuerde todo eso le disgusta. No era bonita la ruina y la precariedad, por mucho que los idiotas hablen de la felicidad de la pobreza. -agrega este, sirviéndose otra lonja de jamón, soportando su mirada.- Joder, deja de juzgarme, en tu mesa siempre ponen cosas buenas. Y tal vez el que seas mi hermana y que fuera yo quien te lo presentó sea lo que me distancia de Oswaldo, ¿lo has pensado? Es un carajo algo rencoroso.

   -Eres tan divertido, con razón Oliva siempre parece feliz. -ella rueda los ojos.- Y no inventes excusas, ¡deja de comer tanto!

   -¿Temes que te arruine? -se burla.

   -Hermano, no eres ningún príncipe azul, eres un marido deficiente, y la suerte que tuviste al casarte con Olivia puede no durarte toda la vida. Siempre que hablamos de ti, en familia, cuando no estás, la mayoría considera que terminarás abandonado y solo, viviendo frente a la nueva casa de Olivia, dentro de un pipote esperando algo de caridad.

   -Vaya, si que me han dedicado tiempo, ¿eh? Es lindo. -el tono es sardónico mientras la mira fijamente.- ¿Qué te preocupa realmente en la amistad de tu marido y tu hermano?

   -Que Anthony le es demasiado fiel. Nunca quiere...

   -¿...Contarte lo que Oswaldo le dice en confianza? ¡Qué horror!

   -Tú lo haces. -es burlona.

   -No soy tan joven, entiendo que la lealtad tiene que estar con la familia. Y en este caso nos conviene. Lo sé, Gaby, puedo admitirlo ahora que nuestro hermanito no está para juzgarme, ni a ti; sé del negoción que hicimos cuando engatusaste y enamoraste a Oswaldo con todo y su fortuna; nos sacamos la lotería con eso. Y sería muy bueno que eso continuara así, que lo tengas comiendo de tus manos. -ella le mira dura, tomando aire.

   -Es bueno que lo tengas claro. -toma de su café.- Siento que algo está pasando con Ricardo Amaya, y necesito saber qué es. -agrega, silenciado un recuerdo, el de esa extraña mujer que...

   -Por último, querida, un consejo de gratis: Aleja en cuanto puedas a tu marido de ese amigo, el periodista Amaya. No te conviene que estén cerca. -recuerda que le dijo, sonriendo de manera desagradable. Provocándole un escalofrío.

   Ricardo, el atractivo y carismático amigo... bisexual.
......

   Entrando en el despacho que Oswaldo ocupa en la mansión, se llega a una cómoda y agradable estancia amplia, bien iluminada, con ventanales que dan a la piscina y la parte posterior de la propiedad, siendo bañada por mucha luz, con altos estantes con hermosas encuadernaciones en cuero de libros costosos, que impregnaban el lugar de un aroma fuerte, masculino. El hombre pasa después de su joven cuñado y cierra la puerta.

   -La verdad es que la idea de la fiesta ya no me parece tan mala, eres uno de los empresarios más prósperos del país, aún en estos tiempos y... -el joven recita, algo forzadamente, como forzada parece su sonrisa de positivismo. Oswaldo suspira de manera elocuente.

   -¿Para eso los llamó Gabriela, para que la ayudaran a convencerme de lo genial que será esto? Olvídalo, si tengo que fingir ante ella que entiendo no voy a gastar energías con ustedes. -no es cortante, tan sólo sincero y el joven sonríe, viéndose más como un chico que intenta parecer alguien grande.

   -Está empeñada. No entiendo por qué.

   -Imagino que en realidad quiere presentar en sociedad a los gemelos. -frunce el ceño mientras se dirige a su escritorio grande, de caoba, montando el culo y mirándole.- ¿Noticias? -el otro no necesita más indicaciones. Sabe exactamente qué es lo que más inquieta, preocupa y teme su cuñado, jefe y amigo.

   -Las vainas van bien adelantadas. El trabajo de Ricardo es bien conocido dentro de ciertos círculos y hay una red en la ciudad de Panamá que confía en su criterio y visión. Le han invitado a formar parte de su staff. El trabajo es algo casi seguro. -informa con cierto retintín, como si no deseara dar malas noticias.

   El rostro de Oswaldo se ensombrece mientras oprime los labios. Esas eran muy buenas noticias para Ricardo, por un lado, el reconocimiento de otros, aún fuera del país, a su capacidad, también por la facilidad que le brindaba a la hora de buscar el cómo ganarse la vida lejos de su tierra. Pero...

   ¡Estaba pensando en dejarle!

   -Hijo de perra. -no puede contenerse.

   -Le conoces, no le gusta el cerco informativo que el régimen... -comienza el joven, dudando en continuar, callando finalmente cuando el otro alza una ceja.

   -¿Te refieres también a mí, cuando le digo a la presidenta de la cadena que “no me parece” que investiguen tal o cual dato? Lo sé. Es tan necio. -lo dice ceñudo. Convencido de que su mejor amigo a veces se buscaba problemas mayores a su pequeña estatura, y que, como un casi hermano, debía hacérselo notar. O protegerle. Como ahora.- ¿Se irá? -es lo que le interesa, y aguanta la respiración.

   -Eso creo. Tan sólo esperaba el visto bueno de los panameños y este ya se dio.

   Joder, gruñe para sí, bajando la mirada, más ceñudo. Esperaba que la obligaciones familiares, sus hijas, le retuvieran. Ese hombre amaba, no, adoraba a sus nenas. También esperaba que la parte afectiva jugara su papel, como los amigos (se sentía abandonado), pero parecía que nada de eso era suficiente. Por un segundo pensó en sabotearle, en llamar a los panameños con algún cuento, dejarles ver que la idea no era buena. Pero desistió a los dos segundos. Nunca calumniaría al enano, sería demasiado ruin (le dolería hacerlo), y si este se enteraba ni se imagina qué podría hacer (el verdadero miedo en su naturaleza vehemente de sujeto acostumbrado a salirse con la suya, por el bien de todos, la mayoría de las veces).

   -Bien... continúa monitoreando la cuestión. -resume con los hombros rígidos.

   -Si Ricardo se entera...

   -¿Qué lo vigilo? No lo hará a menos que se lo diga; que no pienso hacerlo ni en un millón de años. O que lo hagas tú...

   -Claro.

   -¿Y lo otro? -ese tema también le tensa.

   -Es cierto, Maryorie Benavides regresó al país. Anoche.

   -Y sin avisarme. -susurra más para sí. Su socia secreta.

   Re-joder.

   -También es cierto que se habla en la junta del banco sobre tu interés en la hacienda Santa Clara. -agrega, tragando en seco cuando Oswaldo le clava una mirada dura, aunque no dirigida a él.- Y creo que van a bloquearte...
......

   Aunque aquella zona de Caracas era fea, alejada de las rutas de fácil acceso, ¡sin un jodida estación del Metro cerca!, y el apartamento en el cuarto piso al que se llegaba soltando el bofe por las escaleras, era pequeño más bien tirando a un closet grande, y que últimamente comenzaban a juntársele las fallas operativas (de dos bombillas en la sala una se quemaba a cada rato por un circuito, ¡y eso sólo entrando en el piso!), Ricardo Amaya, que odia el lugar con toda las fuerzas de su corazón, lanza un profundo suspiro de alivio y casi de felicidad cuando cruza la puerta de entrada, ceñudo aún, seguido del aún más ceñudo amigo que le acompañara a acampar a la orilla de un río mirandino, evocando viejos recuerdos de cuando era muchacho, o recreando una escena de la vieja película de los vaqueros maricones, como soltara su mejor amigo, Oswaldo Simanca, cuando le comentara sobre la escapada.

   -¿Ibas a cerrarme la puerta en las narices? -ladra Sergio Ledezma tras él, cargando con una cava de anime a la cual parecía faltarle un pedazo en la base, como si un animal la hubiera mordido (y Ricardo no quiere pensar que comparte techo con una criatura tal), dejándola caer.

   -Cuidado, coño, ya está bien jodida. -se ve obligado a replicar, enervado por toda la situación.

   Si, el viaje había sido un desastre. Una cagada lo describiría mejor. Pensaba pasar tres días perdidos en la nada con el apuesto hombre, dejándose tocar, mimar (teniendo sexo del duro, rico y sucio, esa era la verdad), en un lugar que le traía buenos recuerdos de su niñez. Y todo se había jodido rápidamente. Nada más llegaron comenzaron las llamadas del trabajo, de sus dos ex (las exesposas, la ex concubina rara vez le llamaba, como no fuera con dos copas de más para recordarle todo el tiempo de su vida que perdió con él), de sus hijas y de su mejor amigo quien parecía estar pasando por una crisis existencial. Algo totalmente absurdo, le gritó Sergio cuando se lo comentara.

   -Ese tipo tiene real, poder, empresas, es guapo y tiene una bella mujer, ¿qué coño puede estar mal en su vida?

   Si, había mucho de cierto en todo aquello, pero él conocía a Oswaldo un poco mejor e imaginaba muy bien qué le ocurría (y, sin embargo, él mismo se equivocaba, no del todo, pero sí en parte). Como fuera, las llamadas, cada una quitándole tiempo, cada una urgiéndole a regresar a Caracas, había causado la gran discusión en el improvisado campamento a la orilla del río, donde unos carajos que pasaban, pescando camarones, les miraron, seguramente conjeturando con buen tino que era un par de maricas peleándose por líos de cama. Lo que, en esencia, era cierto.

   -Si mis hijas me llaman, respondo y acudo. -le replicó cuando el otro insistió en que no tomara las llamadas, desconectara el móvil o no partieran antes de tiempo.

   -¿Y yo? ¿No cuento para nada? -fue la dolida y furiosa respuesta en forma de pregunta, y eso le conmocionó.

   Joder, ¿cuándo entró en una relación sentimental sin saberlo?, se preguntó el periodista. Lo más grave era que toda aquella salida había sido planeada para comunicarle algo muy serio y ni siquiera habían llegado a esa parte antes de que todo se volvieran acusaciones y recriminaciones, recordándole tanto sus divorcios...

   -Esa porquería de cava no sirve, mojó la camioneta. Ahora todo apesta a camarones de río. -replica el otro, regresándole al presente.

   -Si, pero es mi porquería, no tuya. -se le vuelan los tapones, suspirando mentalmente al verle tensarse, enojado. Y dolido. ¿Por qué coño tenía que fijarse en tantas vainas? Qué feliz debían ser los puramente cretinos que iba por ahí sin notar los sentimientos de otros. Especialmente los heridos- Mira, lamento que todo se haya frustrado; en verdad quería pasar este tiempo contigo... -intenta hacer las paces.

   -De querer hacerlo en verdad habrías dejado el maldito teléfono como te dije. ¡Tu gente siempre te llama! -su intento de paz vuelta hecho pedazos.

   -¡Y por eso no podía dejarlo! -abre mucho los ojos y separa los brazos del cuerpo.- ¿No entiendes que soy padre? Tengo tres hijas de tres relaciones diferentes, cualquier cosa que les ocurra es de mi incumbencia. Todo lo que pueda temer del futuro, de la suerte o el azar es mi tortura personal, imaginar las mil cosas que pueden salir mal en este mundo; pero no voy a sumar a mis manías el estar incomunicado, incapaz de responder a un llamado. ¿Y si algo le ocurre a una de ellas y ni me entero? -demanda saber, casi mordiéndose la lengua al imaginar semejante escenario.

   -¿Por tres días? -el apuesto hombre cruza los brazos sobre el recio torso, mostrando sus músculos trabajados, algo que Ricardo, generalmente, admiraba y adoraba.

   -Entras a la ducha, resbalas y puedes morir en un tris. -gruñe, más molesto por seguir uniendo la idea de sus nenas a la muerte.- Ellas son importantes para mí.

   -Y tus ex, y tu trabajo, y tu amigo el millonario llorón. -suelta con rabia, sintiéndose mal por no poder explicar que no le gusta estar de último en una lista de prioridades. Si es que aparecía en dicha lista, cosa que ya duda.

   -Son mi gente. -aclara frunciendo el ceño.

   -¿Y yo no soy nada? -pregunta nuevamente, casi mordiéndose la lengua. Notando el shock del otro, nuevamente la sorpresa. La incomodidad al llevarse una mano a la nuca, rascándose el cuero cabelludo.

   -No sé qué quieres que te diga, Sergio. ¿Recuerdas cómo comenzó todo? Un encuentro fortuito, clandestino y apresurado en una ducha, algo físico. Anónimo. Algo que no significaría nada porque: “Me gustan estos encuentros, de tarde en tarde, aunque tengo una vida aparte, exitosa. Y una bella mujer que será mi esposa. Esto es sólo sexo”. -le recuerda. Notando como el otro aprieta las mandíbulas.

   -No estoy buscando...

   -Me reclamas como si te estuviera engañando, o desatendiendo. No somos novios, Sergio, y esta no es una relación sentimental. Tú tienes tu vida, esa con la que has soñado, la del empresario joven, un triunfador casado con la heredera menor del rey de las pinturas para paredes.

   -¿No significo nada más? -pregunta aunque no quería hacerlo; preguntándose qué era todo ese ácido en sus entrañas, ese dolor en el pecho.

   -¿Debería? -conmocionado, Ricardo alza las cejas, descubriendo que sí, que el tipo con quien comenzó esas salidas de tarde en tarde si significaba algo más. Pero no tanto como para cambiar su vida. Algo que, no obstante, no piensa mencionar.

   -Llevamos semanas... -se atraganta. Contraviniendo sus encuentros y experiencia pasadas habían salido más de una vez y ahora no sabe cómo afrontar eso. No le gustaba analizarse, estudiarse como gay o bisexual. No se sentía cómodo en ese terreno. A veces necesitaba atrapar un cuerpo sólido de hombre, besarle mientras se refriegan, sintiendo su tolete pegar de otro, duros, urgidos de atenciones por un rato. Y luego seguir. Un buen rato y continuar... Hasta un nuevo encuentro con otro carajo. Eso le había funcionado hasta la llegada del hombrecito bajo, de rostro alargado, cargado de hombros, espalda, piernas y trasero (un bonito y respingón trasero que alzaba la tela de sus pantalones), su rostro cubiertos de un rastrojo perenne de negros pelos, como sus brazos, torso y piernas (un osito, siempre pensaba en esa palabra cuando se descuidaba). Un tipo bajito y velludo, guapo, de naturaleza temperamental y volátil, sincero, honesto, duro. No soporta notar esa exasperación por su comportamiento, uno que él mismo no puede controlar. Quiere decirle que es sexo, sólo eso, pero que sigan, que por favor no paren, que no le deje cuando otra persona llame. Que le considere.- Ricardo...

   -Joder, quería que todo fuera perfecto en esta escapada a pescar. -gruñe Ricardo por toda respuesta, más ceñudo: Si, todo aquello parecía un cliché de la película de los vaqueros maricones. Claro que no pensaba decírselo a Oswaldo.

   -No vivían llamándome a mí. -le recuerda, seco, uno frente al otro, él con los brazos cruzados, Ricardo con las manos en las caderas, sacando pecho, hombros erguidos.

   -Lo sé, y lo siento por eso, pero la verdad, Sergio, es que deseaba que todo fuera perfecto porque... -toma aire y alza el rostro aún más, desafiante.- Me voy del país. A Panamá. A trabajar. Y esto, sea lo que sea que tenemos que no es una relación pero parece que tampoco es algo casual de “cuando nos pican los genitales”, no va a funcionar a distancia. -lanza la bomba.

CONTINÚA ... 9

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