lunes, 5 de agosto de 2019

DE LA TIERRA A LA LUNA

SI EL NORTE FUERA EL SUR

   Lo grande y lo pequeño...

   La carrera espacial fue, no caben dudas, el mayor paso y logro tecnológico dado por la raza humana, lo que nos convirtió (en su conjunto, me refiero) en una especia espacial, que podía (y podría si lo deseara) salir más allá de la circunferencia de su mundo (no, la Tierra no es plana), y echar una mirada al vecindario. Quién quitaba y encontrábamos algo notable, ¿verdad?, viejas ruinas, rastros de tecnología en el lado oscuro de la Luna, vida de alguna clase o recursos que valieran la pena el riesgo y el costo; pero, por encima de todo, fue algo que se quiso hacer, que no era fácil, que era riesgoso, que costó muchas vidas, y se hizo. Antes, el otro gran avance había sido la aviación, algo más pesado que el aire que se elevaba (y no cuesta imaginar lo difícil que debió ser asimilarlo para tantos), y luego el estallido del átomo, con todo y lo dramático que fue. Y en medio, la carrera espacial, el envío de sondas y satélites artificiales, la llegada a la Luna.
   Recuerdo (por la película Cielo de Octubre, claro), una frase del ingeniero de la NASA, Homer Hickam, quien contaba que cuando muchacho en su pueblo minero, recibió con un estremecimiento la noticia: los rusos habían puesto en órbita un satélite artificial, el Sputnik. La Tierra contaba con un cuerpo que sobrevolaba su circunferencia, como la Luna, pero fabricado por los hombres. Por los soviéticos en aquel mundo dividido en este y oeste, capitalismo y comunismo. Es fácil imaginar que a la maravilla de unos ante la pequeña mota de luz cruzando el espacio al anochecer se sumara el temor reverentes de otros, que veían  esa estela en su espacio como la marcha triunfal de sus “enemigos” al otro lado del mundo... Desesperando a Norteamérica que se había dejado meter un gol por los soviéticos. Quienes, no lo decían así pero así se sentía y era la intensión, estaban muy por delante tecnológicamente en ese momento. Debió ser impresionante ser un joven curioso y escuchar la noticia, asomarse cada noche al patio y pasar horas y horas esperando que aquella mancha de luz pasara por ahí; pero hay que aclarar que no fue el deseo de investigar, no fue el deseo científico de saber qué había allá afuera lo que lo hizo posible. Como dijera en su momento la historiadora Diana Uribe, no fue el secreto deseo del hombre de elevarse de la tierra, cumplir el sueño de Ícaro y volar hacia el sol lo que movía a los regímenes. Era la propaganda. La carrera espacial fue, como todo durante la Guerra Fría, una lucha de publicidad y política. “Somos mejores”, “no, somos nosotros”, “no, nosotros”. Pero, en ese momento, Moscú podía vanagloriarse, la primera sonda fue de ellos, el citado Sputnik, al primer ser vivo en órbita lo enviaron ellos, la famosa perrita Laika, el primer cosmonauta, el primer hombre en el espacio orbitando la Tierra fue de ellos, Yuri Gagarin, incluso la primera mujer, Valentina Tereshkova. Les habían ganado en todo a los capitalistas.
   Por lo tanto, llegar a la Luna, posar una nave fabricada por hombres, caminar sobre su superficie, si se podía, era un pulso que el capitalismo no estaba considerando perder de ninguna manera. Era ver quién podía pegar antes, y desde el Sputnik, los soviéticos llevaban a los norteamericanos a la zaga, obligándoles a innovar, invertir y arriesgar más. Es por ello que cuando la Guerra Fría termina el espacio pierde interés. Primero porque no aportaba nada concreto para el momento, la vida era imposible en el espacio, no había oro ni petróleo por allá, y para colmo el rancho estaba ardiendo aquí en la Tierra. Durante los sesenta, con la contracultura haciendo estallar la sociedad norteamericana con lo de Vietnam, la pelea por los derechos de las minorías en lo tocante a raza y sexo, las luchas de los trabajadores y las sombras todavía presente de macartismo muchos creían que esos lanzamientos eran aburridos y que esa plata debía quedarse aquí. Tal y como muchos sostienen hoy en día. Tan sólo el plan de llevar hombres a la Luna lograba despertar interés real, coincidiendo con que el mismo sistema lo necesitaba para distraer al país de tantos problemas en lo que llegó a llamarse “el frente interno”, que comenzara como un frente anti guerra y se volvió antisistema, especialmente cuando los reformadores comenzaron a ser asesinados, John y Bobby Kennedy, Martin Luther King, Malcolm X.
   Como el pulso político continuaba se persistió, soviéticos y norteamericanos continuaron con la carrera, la Luna era la meta; pero un cambio de régimen en la Unión Soviética y la muerte del principal científico espacial los retrasó y Estados Unidos sacó la delantera (también pesó mucho en el campo soviético lo del estatismo, que sistemas políticos así tienden a montar alrededor de sus culturas: la gente debe pensar lo que se le dice que es útil, lo demás debe considerarse en un comité y ya les avisaremos), así los gringos lograron armar una nave que no estallara, que lograra salir de la gravedad terrestre a pesar del tamaño, se acercara a la Luna, la circunvalara y un módulo pudiera despegar, alunizar y salir nuevamente. Y mayor logro tecnológico que ese sólo puede verse en películas, pero la ciencia ficción es todavía eso, por muy bien basada que esté; aquello fue real. Y con el Apolo 11, su módulo lunar y las caminatas de Neil Armstrong, primero, y Edwin “Buzz” Aldrin después, ese 20 de julio de 1969, también llegaron los cuentos. Mientras montaban su punto de llegada, dejaban la huella en la superficie, la bandera y todo eso, los norteamericanos también colocaron una placa con los nombres de dos cosmonautas rusos, ambos muertos en accidentes mientras se preparaban para la misma operación, siendo uno de ellos el ya citado Gagarin, el primer hombre en órbita. Aparentemente en la NASA consideraron que ellos merecían también estar allí, así fuera en nombres. Personalmente me pareció un gran detalle, como aquel de antes de que comenzara la Segunda Guerra Mundial, cuando un avión con dos pilotos alemanes se estrelló en un punto galés y la población les dio un funeral de héroes de guerra.
   Fueron aquellos días intensos, también un poco mezquinos. Cuando el Apolo 11 aún se acercaba a la Luna, la Unión Soviética lanzó un módulo no tripulado, que pretendían alunizara, tomara muestras y las llevara a la Tierra antes de que llegaran los gringos, pero esta se estrelló contra nuestro satélite natural. Una maniobra desesperada de aquellos que habían llevado la delantera durante mucho tiempo y veían que el enemigo les dejaba atrás. Sobre eso el régimen soviético nada dijo, como no le mostraron a la Europa del este las transmisiones del alunizaje (necedad, querer tapar el sol con un dedo). Y, sin embargo, esa muestra de pequeñez me parece que se queda corta si el cuento de otro detalle es cierto. La única imagen que hay de Neil Armstrong en la Luna es su reflejo de este en el casco de Buzz Aldrin, cuando él mismo la tomó. Casi un autorretrato. Supuestamente no hay fotos suyas porque Aldrin, molesto por no haber sido el primero en pisar la Luna, no le tomó ninguna fotografía. Si es cierto, aunque un gran hombre, Buzz Aldrin se comportó de manera bastante ruin. Pero hay que ponerse en su lugar, tal vez le fue muy duro ser el segundo. Tal vez, a lo largo de su vida, aquello le pesara, haberse mostrado tan pequeño. Porque si él no estaba contento, ¿pueden imaginar qué sintió Michael Collins, el tercer astronauta, que ni dejó el Apolo 11 ni caminó en la Luna después de hacer semejante viaje?
   Cuando era un muchacho, contaba siete u ocho años, mi señor padre, mientras arreglaba un motor, me contó que cuando él mismo era un adolescente, trabajando en el patio de la casa de los abuelos, escuchó el extra radial con una gran fanfarria: ¡El hombre había llegado a la Luna! Que él dejó de hacer lo que hacía, todo erizado, y miró hacia el cielo azul de esta tierra tropical, intentando hacerse a la idea. Esa imagen siempre quedó conmigo. Por eso amé nombres como Layka, ignorando su agonía solitaria, Gagarin, Valentina, Sputnikz. Cómo muchacho en esa época creía en el ejército del proletariado, en la grandeza de los desfiles soviéticos, en el gobierno de los pueblos. No sabía de los gulags, ni de la receta fascista del libro 1984, lo que no impidió, a la larga que el régimen cayera socavado por su propia inoperabilidad. Pero la carrera espacial, la llegada a la Luna, siempre fue un hecho icónico para tantos y tantos de nosotros. Convertirse en astronauta y embarcarse hacia “la última frontera”, como decían en “Viaje a la Estrellas”, cuando comenzaba cada domingo por la tarde. Ese era el gran sueño.

   Y si debemos terminar comentando alguna otra pequeñez, está el asunto: ¿Se llegó a la Luna o no? Me parece que en esto hay mucho del complejo del bodeguero: si no tengo tal queso en mi negocio es porque no existe. La realidad queda reducida a lo que podemos hacer nosotros. Si no podemos, ni vemos cómo, es porque no existe, no es real, no ocurrió. Es como con el Holocausto, si tengo apenas veinte dedos es imposible que existan cifras como seis millones de muertos. Ese sería un modo de pensar, la incapacidad para imaginar realidades más allá de la propia imaginación (y los propios límites); sin embargo el otro es más molesto, ese complejo de inferioridad de tantos que suponen que los gringos son superhombres (seguro que Nietzsche se daría en la frente si escuchara esto), muy por encima del resto, capaces de escribir y reescribir la Historia Universal y en este caso de haber engañado como a tontos a los soviéticos en ese momento, a los europeos que vigilaban el curso del Apolo 11, y que engañan aún hoy en día a los chinos, ya que en esos países no hay científicos o técnicos capaces de desmontar tal engaño. “Porque los gringos son demasiado inteligentes”. Siempre me molesta esto, cuando se plantea de esta forma en esta parte del mundo, ¿en verdad alguien cree que en toda latinoamérica no hay gente capaz y preparada, científicos, historiadores, físicos varios y astrónomos, tan sólo gente que escucha y repite? Creer que sólo somos monte, culebra e indiecitos a quienes todos engañan es insultante, primero porque no es cierto, hay gente muy preparada en estas latitudes que realiza sus propias investigaciones (la Academia de Ciencias ya cumplió cien años aquí), y segundo, no es cierto que los norteamericanos son superhombres (repito, maldito complejo de inferioridad), estos pueden ser tan imbéciles como cualquiera, sólo que cuando se trazan metas se ponen a trabajar en ello por difíciles o costosas que sean. Y allí sí puede que resida la diferencia entre culturas.
   ¿Volveremos a la Luna? ¿Llegaremos a Marte? Seguramente cuando seamos tantos que se nos haga difícil mantener a toda la población en el planeta tendremos que partir buscando más espacio, entonces veremos. Como sea, no estaría de más que continuaran esas investigaciones espaciales. Los que investigan, claro, los que un día pueden salir y reclamar todo mientras al resto tal vez sólo nos quede quejarnos. 

EL SIGLO XX, UN SIGLO DE CONFLICTOS

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