viernes, 2 de agosto de 2019

EL CONSOLADOR DE PLATA... 15

EL CONSOLADOR DE PLATA                         ... 14
   Los chicos del bazar...
......
   De l0 dura que la tenía le costó sacarla del pantalón, recordando de pronto que aún no se daba una ducha después de las folladas que les diera a Andy y Hasani. Esa idea, y ver ese culo peludo que se estremece en anticipación (la mirada que el militar inglés le lanza sobre un hombro, a su verga, estaba preñada de una sucia y anhelante avidez, tanto que se la hacía temblar de ganas), le impide pensar. Da los pocos pasos que le separan del otro, enfila el glande de su tranca, que al chocar de esa entrada parece provocar una reacción. El anillo de ese culo, los labios hinchados tal vez por el uso del consolador de plata o por el tolete del egipcio, parecen proyectarse como los labios de una boca real buscando un beso. Estos se abren.
   -¡Ahhh! -chilla con todo, el coronel Sheppard cuando la tranca se le mete, centímetro a centímetro; abriéndose para ella, acunándola, sintiéndola recorriéndole las muy sensibles paredes del recto, golpeándole la próstata que, desde el uso del consolador de plata, parecía más crecida, o más sensible. El roce le hace gotear bajo la pantaleta.
   Apretando los dientes, él mismo sabiendo que era una locura, Ryan le atrapa una cadera con una mano, la otra la lleva a la ardiente espada del inglés, empujándole, obligándole a doblarse más, a proyectar más trasero hacia atrás, a abrir más ese culo que machetea con fuerza, adentro y afuera, escuchándose la palmadas de piel contra piel, pero también unos plop, plop, plop de sexo lleno y rebozado de verga y semen. Casi ruge cuando ve la leche saliendo de aquel culo, rodeando y empegostando su barra blanco rojiza surcada de venas, que empuja una y otra vez. Las bolas del hombre van y vienen mientras bombea la tranca entre aquellas piernas masculinas, peludas y enfundadas en medias de seda negra. Lo coge una y otra vez, sacándole medio tolete y clavándose con fuertes embestidas, casi aplastándole las nalgas que bailotean por los azotes. La gran vena hincha esa tranca hacia abajo cuando va y viene.
   El coronel Sheppard es tan sólo un continuo lamento de lujuria, de lloriqueos mientras empuja su culo de adelante atrás, buscando güevo, sosteniendo en su puño el consolador de plata, el cual vibra y parece teñir como una campana lejana. Grita tanto que el sargento se posiciona frente a él.
   -Grita más que las putas en el bazar de El Cairo. —le insulta, tomándose la base de la gruesa verga con una mano y azotándole el rostro al odiado enemigo al que había vencido. No, destruido, porque le había convertido en esclavo del deseo más difamante para un orgulloso hombre como él: un adicto a los güevos.- ¿Quiere eso, coronel, a todos los hombres de Egipto? -se burla, alejando su tranca cuando el otro intenta atraparla con la boca.
   -Si, si, los quiero a todos. -lloriquea entre dientes, sonriendo mientras es enculado, pero frustrado cuando no le dejan mamar. Los paff, paff, paff que Ryan le provocaba eran excitantes.
   -¿Quiere servir en el burdel del bazar, coronel? ¿Ser la reina de las putas? ¿Recibir a marineros y mercantes de la zona? ¿Vivir en cuatro patas entre sedas y esperar por esas vergas para alimentar su ardiente culo, señor? -lo último lo pronuncia Musim Proyas con burla, frotándole la babeante cabeza del tolete de los labios.
   -¡Si, si, lo quiero! -grita desesperado.- Ugggg. -balbucea de placer cuando puede atraparla al fin, y teniendo un tolete en la boca y otro en el culo parece alcanzar la dicha. Su mirada casi se blanquea tipo desmayo mientras comienza un sincronizado saca y mete en sus extremos.
   -¿Te gusta la pantaleta que traje para ti, zorra? -le pregunta Proyas, y Ryan intenta despertar de la fascinación que siente, del placer increíble que era apoyar la cabeza de su güevo de ese culo que titilaba hambriento, obviamente necesitado de verga, empujándolo, abriéndole los labios, consciente de las apretadas y haladas que le daba en todo el trayecto. Tiene que pensar porque... porque Proyas decía algo que le inquietaba.- Son la prendas de una puta. Y hay muchas más en la caja de donde salieron estas. Las pedí en Marrueco, hace un mes, para usted. -y ríe cruel, atrapándole el transpirado cabello al inglés y follándole la boca casi con rabia.- Toma, toma, maricón. Maricón. No es más que un sucio maricón y el mundo entero lo sabrá, coronel. -y ríe aún más malévolo.
   Ryan le mira, y este le corresponde, complacido, ¿feliz por la mamada, por estar controlando, humillando y degradando a la condición de esclavo de sus deseos a su enemigo? ¿O se complacía al mostrarse tan listo? Y aunque sigue embistiendo el culo de aquel tipo, que apretaba sabroso, que se lo quemaba con el calor de unas entrañas que parecían ventosas, un estremecimiento le recorre de pies a cabeza. Premeditación.
   Si el hombre hizo el pedido de aquellas cosas un mes antes, para el coronel, es que sabía que esto ocurriría. Que unos extranjeros llegarían con su avidez de cosas de valor del pasado y sacarían de las arenas aquel artefacto que... nadie debía tocar so peligro de caer bajo su sortilegio. La revelación le deja helado por un segundo, quieto, y es el coronel, quien después de jadear con disgusto de chiquillo, comienza un refregar salvaje del trasero contra su pelvis, buscando su tranca, enculándose él mismo de adelante atrás con movimientos poderosos.
   Santo Dios, ese hombre sabía lo que encontrarían y le había dejado llegar para obtenerlo. Para que él, el idiota americano ignorante del pasado, que desdeñaba la magia y costumbres de otras culturas, sacara a la luz ese objeto. Y el panorama iba agrandándose, ¿era eso todo lo que pretendía el osado egipcio? ¿Dominar al coronel que le daba órdenes en su propia tierra? ¿Eran tan sólo este oficial y sus hombres, esos que oye gemir de gusto mientras son enculados por los hombres de Egipto, sus únicos objetivos?
   -Ahora. -gruñe Proyas, mirando al americano con una sonrisa ladina.
   Jadeando nuevamente con exasperación, el coronel deja de mamarle el tolete, dejándolo brillante de saliva, una que escurre por el tronco y que cae como espeso río desde su punta, seguramente con líquidos pre eyaculares que el inglés deseaba sorber. Pero este se vuelve, mira al americano y le arroja el consolador de plata al rostro.
   -Pero, ¿qué diablos...? -ruge Ryan Huston, moviéndose por reflejos.- ¡NO!
   ¡Tomando el objeto en pleno vuelo! ¡Con la mano!
   Se estremece poderosamente y casi teme que el corazón esté fallándole en el pecho de lo mucho que le duele por el subidón de impresión. Lo toca, lo siente vibrar contra su palma mientras ve y oye reír al desagradable sargento Musim Proyas, quien ahora se le revela como un sujeto sumamente peligroso. Porque ahora sabe lo que pretende. Y todo eso lo piensa mientras, alarmado y casi en automático, le arroja a este el consolador.
   Tomado igualmente por sorpresa, el militar egipcio ladra, dando dos pasos atrás, atrapándolo en el acto, por reflejo, gritando igual que el americano, pero tropezando y cayendo atrás. Cae de espaldas, mirando con ojos de terror el falo de plata en su mano... Aunque no siente mayormente nada como no sea miedo por su propio destino. El convertirse en un puto esclavo de las vergas de otros... Pero no, no desea eso. Quiere culo. Boquea confuso, mirando como el americano pega la carrera hacia la entrada, metiéndose la tranca dentro de las ropas. ¡Escapando!
   Va a levantarse y a seguirle (mierda, el consolador de plata parecía afectar sólo una vez, entiende comprendiendo de pasada que algo más debía ocurrirle a él, para que no le afectara en sentido contrario), abre la boca para gritar que no dejen escapar a ese hombre, pero con una risa estúpida, viciosa y putona, a la par que juguetona, el coronel Sheppard llega a su lado, montándosele a hojarasca sobre las cadera y bajando, aún dentro de la pantaletica que cubre la parte frontal de su cuerpo, aunque hace poco por disimular el muy erecto tolete. Va a gritarle que se aparte o le... cuando ese culo hace contacto con la punta de su verga, estremeciéndole. Cuando el inglés comienza a bajar, metiéndoselo a sí mismo, centímetro a centímetro, esos labios anales abrazándole y apretándole duro, pierde toda voluntad de luchar. Es un recio hombre de una naturaleza sensual y ardiente, con las pelotas llenas de testosteronas, por eso sucumbe fácilmente a la lujuria, y ese culo, cuyos pelos van metiéndose igual que el tolete, era más de lo que podía soportar.
   Debía detener al americano, impedirle dar la voz de alerta. Debía...
   -¡Ahhh...! -ruge entre dientes cuando el otro hombre, arrodillándose en el piso, sobre él, se siente sobre su pelvis, su tranca casi totalmente metida en ese agujero vicioso y caliente, que apretaba y chupaba, que sufría tirones y calambres.
   Sheppard jadea con la espalda erguida, muy tenso, recorrido por tales oleadas de placer al estar empalado sobre el tieso güevo del otro hombre, que parece casi en un trance religioso. Se ve con una túnica clara como única vestimenta, descalzo, recién duchado, riendo como tonto con otros como él, todos entrando en un gran templo de cielo abierto a la noche; sobre un pedestal descansa el reluciente consolador de plata bañado por la luz de la luna, y tras él una figura oscura, una silueta sin contornos definidos, que parece de mujer, que mira y sonríe mientras hombres altos, recios, poderosos y llenos de lujuria caen sobre ellos, alzándoles en peso, reclamándoles para ser tomados, llenados de vergas, cabalgados por dos, tres, cuatro de ellos a un tiempo...
   No sabiendo si le siguen, Ryan Huston camina a paso veloz hacia su jeep, decidido a escapar. Vuelve la mirada, Proyas no ha salido, ¿le habría afectado el consolador? No lo cree; si no funcionó con él...
   -Un momento, sahib. -una brusca voz al frente le detiene.
CONTINÚA ... 16

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