lunes, 12 de agosto de 2019

EL CONSOLADOR DE PLATA... 16

EL CONSOLADOR DE PLATA                         ... 15
   Tiempos de misterios… y hombres.
......
   Con el corazón bombeándole feo en el pecho, el americano se vuelve, dispuesto a comenzar a repartir puñetazos para salir de allí, contando con tomar a todos por sorpresa ya que si se le venían encima entre varios no tendría oportunidad. Tan sólo encuentra a uno de los sujetos que viera poco antes, sonreído, satisfecho, señalando con una mano no su verga algo caída (mucho uso, evidentemente), sino mostrando al pelirrojo escocés sobre la capota del vehículo donde le follaban.
   -Necesita verga. -informa el egipcio con un tono soberbio, insultante, enrojeciendo aún más al fornido hombre que, de panza sobre la capota, mira al americano, el bulto bajo sus pantalones.
   Y quiere. Quiere sacársela nuevamente, sintiéndola endureciéndole más, y meterla entre esas masculinas nalgas peludas, macheteando aquel agujero que titila anhelante mientras escupe una poca de esperma. Quiere tanto encularlo, que resistirse, sonreír como disculpándose y rechazar la oferta casi le duele; en el cuerpo y el alma. Alza las manos y se aleja con pasos rígidos. Tenía que escapar, si dejaba que Proyas saliera de la barraca del coronel Sheppard...
   Sube al rústico y enfila hacia la entrada del campamento, preguntándose si le dejarán salir. Los vigilantes egipcios ya no están, y estremeciéndose adivina que estos, finalmente, habían sucumbido al deseo de la carne, buscándose a alguno de los extranjeros en su territorio y comenzar a darle mandarriazos con sus toletes morenos cobrizos. Casi se ahoga bajo las imágenes, esos vergones temblando de ganas buscando ansiosamente uno de esos culo que titilaría y pulsaría con fuerza, abriéndose y cerrándose en anticipación, urgidos de ser abiertos, llenados y dilatados al máximo por el calibre de una buena verga masculina, lo que les daría sentido a sus vidas.
   Lanza un gemido angustioso, latiéndole bajo las ropas, cruzando las dunas. Debía llegar al campamento antes que cualquier mensajero del sargento egipcio. Lo alcanza en poco tiempo, frenando casi violentamente, escuchando las risas y los gemidos. Continuaba la orgía. Nada había variado desde su partida; sólo, tal vez, que Andrew Stoner, Hasani Asim y el joven uniformado egipcio ahora si que trabajan vergas. De alguna manera esos hombre frenéticos están enculando a dúo a cada muchacho, dos pollas en cada agujero, con fuerza, rítmicamente, mientras sus boca van de una tranca a la otra y otra frente a sus rostros, con un promedio de cuatro tíos por chico. Perdidos de viciosos.
   Se siente sobrepasado por la situación. Comenzando porque le duele la verga, siente que le pulsa salvajemente (y como siga moviéndose, las ropas aprisionándole y soltándole se correrá sin tocarse dentro del pantalón), no sabe qué hacer. ¿Cómo sacar a Andy y Hasani de esa... situación?
   -¡Houston! -la voz alarmada de Jean Luc le sobresalta. El joven se ve atormentado.- Al fin regresa. ¿Dónde estuvo? ¿Qué está ocurriendo?
   -¿Aún no lo comprende? -casi molesto le replica, mirándole.
   -¿Encontraron algo en esas ruinas? -el chico parpadea, en shock.- ¿Realmente hay algo... mágico? ¡Es absurdo!
   -¿Te parece que todo esto es normal? -exasperado señala el cuadro de hombres follando, gimiendo, estremeciéndose, güevos erectos que ansiosamente van contra culos y bocas golosas.- Es... -casi grita y deja salir el aliento, abatido.- Estamos en un verdadero problema. El sargento Proyas tiene planes para lo que encontramos en el templo, por eso ordenó que se lo enviaran en cuanto apareciera; y si le estorbamos... no sé qué pueda hacer con nosotros.
   -¿Cómo? -el chico parpadea otra vez, las mejillas muy rojas.- Ya me parecía que había algo muy extraño tras todo esto. -traga en seco.- La manera en la cual ese objeto fue tomado por ese hombre, sin tocarlo. -casi ríe, con asombro.- ¿Es posible? -por toda respuesta, Ryan señala nuevamente el cuadro.- Entonces debemos irnos. Pero ya.
   -Estoy de acuerdo, pero...
   -Stoner y Asim... -el joven entiende, mirando el cuadro por sí mismo, ceñudo.- No creo que... pueda sacarles de allí. He intentado llamarles, y nada. Sólo quieren... eso. Sexo.
   -Pero no puedo... -jadea confuso, volviendo la mirada y congelándose. Un rastro de polvo se alza en las dunas. Acercándose.- Joder, tenemos que irnos ya. ¡Ahora!
   El chico jadea sin voz, mirando esas polvaredas también. Son cuatro.
   -¡Tarik! -grita y agarrándose el casco de explorador con una mano echa a correr hacia su tienda.
......
   Aunque le cuesta, mucho, Ryan Huston, al frente del rústico, con Jean Luc a su lado y el joven nubio en el asiento posterior, parte dejando el campamento. Estos dos mirando hacia atrás, cada uno con un rifle en sus manos (fuerza disuasiva). Huyen de la patrulla egipcia. Huyen del objeto maldito, de Proyas con sus planes. Se alejan de Andy y Hasani. Con rabia, el americano cierra los dedos sobre el volante.
   No hablan, casi no paran, ni aún de noche. Se turnan tras el volante en su prisa para volver al Cairo. Sin que les comunicara nada, el hombre sabe que el joven francés entiende el problema: la radio, el telégrafo. Proyas podría haberse comunicado con otros agentes en la capital, incluso hacer que el coronel Sheppard hablara y dijera cualquier cosa y les detuvieran. La idea era salir en cuanto pudieran del país de las antiguas maldiciones.
   Al atardecer del segundo día de la huida aparecen ante sus ojos las majestuosas líneas de las pirámides alzándose contra el desierto, y con un estremecimiento de nuevo reverente temor, Ryan las contempla. El viaje le ha obligado a escuchar que la pareja a su lado había tenido un problema porque, dormido en la tienda de Jean Luc, Tarik despertó con el tolete fuera de sus ropas, duro y siendo chupado por Andy, cuando este regresara del templo. Jean Luc les encontró y se armó la gorda cuando el rubio no quiso creer que el otro, dormido, creía soñar. Algo que al americano no le cuesta creer, por experiencia propia. Toda esa historia de amor y celos le provocó algo de acidez y exasperación, pero también diversión. Joder, y de haberlo sabido habría caído en cuenta que el consolador de plata no afectaba siempre del mismo modo. Ni a todos.
   Llegan a la ciudad y Jean Luc no entiende por qué deben ocultarse de todos. Está bien, Proyas podía haberles denunciado por esto o aquello, pero contaban con poderosos aliados aún dentro de la población local.
   -Es esa gente la que más me preocupa. Involucrarla en todo esto. -el hombre replicó en el pequeño hotel, mirando al joven nubio.- ¿Tienes gente en la que puedas confiar que no hablarían con las autoridades, ni inglesas ni egipcias? -este asiento.- Bien, ocúpate de encontrar...
......
   El corazón le retumba en el pecho mientras espera. Si se equivocaba con este hombre podía estarse metiendo en la boca del lobo. Pero no lo cree. Se le recibió cortésmente como siempre, invitándosele a tomar asiento y probar una bebida caliente (que rechazó), pero nota cierta reserva en los sirvientes del gran hombre.
   -Sahib. -la voz es cortés, educada, pero carentes del ordinario tono amistoso.
   -Asim, el viejo y honorable comerciante. -pronuncia cada palabra con calada intención, llevando sus palmas al rostro, uniéndolas en una leve reverencia. Mirándole fijamente. Notando el enrojecimiento del viejo comerciante del bazar ante la dedicatoria.
   -Regresa precipitadamente de su viaje...
   -No era prudente quedarme en el desierto rodeado de fuerzas adversas. -toma aire e hincha su pecho.- Recuerdo que fue usted quien me habló de ese pueblo guerrero y salteador al cual se castigó enviando sobre ellos un objeto maldito. Me lo contó aquí, en su casa, y creo que quiso advertirme de ello, ¿verdad? Que no fuera al desierto a buscar lo que no se me había perdido, porque sabía lo que ocurriría. -acusa, serio.
   -Amigo mío... -se yergue digno.
   -No, nada de amigo mío, no puede usar ese título después de invitarme a compartir su mesa y luego traicionarme como lo hizo.
   -¡Sahib! -el hombre se siente herido, mortificado, atacado en su honor de una manera dolorosa porque tal vez era verdad.
   -Quiso advertirme, pero no lo hizo; pretendió salvar a su sobrino de lo que sabía que ocurriría... y a él también le traicionó. Sabe lo que le pasó, ¿verdad?
   El hombre jadea, luchando entre mostrarse hostil y afectado.
   -Lo sé.
   -¿Por qué, Asim? ¿Por qué nos traicionó de esta manera? ¿Para qué montar todo este tinglado en lugar de... buscar ustedes mismos lo que necesitaban para sus fines? -el otro duda, bajando la mirada, dolido.- ¡Hable!
CONTINÚA ... 17

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