Tiempos
de misterios… y hombres.
......
Con
el corazón bombeándole feo en el pecho, el americano se vuelve,
dispuesto a comenzar a repartir puñetazos para salir de allí,
contando con tomar a todos por sorpresa ya que si se le venían
encima entre varios no tendría oportunidad. Tan sólo encuentra a
uno de los sujetos que viera poco antes, sonreído, satisfecho,
señalando con una mano no su verga algo caída (mucho uso,
evidentemente), sino mostrando al pelirrojo escocés sobre la capota
del vehículo donde le follaban.
-Necesita
verga. -informa el egipcio con un tono soberbio, insultante,
enrojeciendo aún más al fornido hombre que, de panza sobre la
capota, mira al americano, el bulto bajo sus pantalones.
Y
quiere. Quiere sacársela nuevamente, sintiéndola endureciéndole
más, y meterla entre esas masculinas nalgas peludas, macheteando
aquel agujero que titila anhelante mientras escupe una poca de
esperma. Quiere tanto encularlo, que resistirse, sonreír como
disculpándose y rechazar la oferta casi le duele; en el cuerpo y el
alma. Alza las manos y se aleja con pasos rígidos. Tenía que
escapar, si dejaba que Proyas saliera de la barraca del coronel
Sheppard...
Sube
al rústico y enfila hacia la entrada del campamento, preguntándose
si le dejarán salir. Los vigilantes egipcios ya no están, y
estremeciéndose adivina que estos, finalmente, habían sucumbido al
deseo de la carne, buscándose a alguno de los extranjeros en su
territorio y comenzar a darle mandarriazos con sus toletes morenos
cobrizos. Casi se ahoga bajo las imágenes, esos vergones temblando
de ganas buscando ansiosamente uno de esos culo que titilaría y
pulsaría con fuerza, abriéndose y cerrándose en anticipación,
urgidos de ser abiertos, llenados y dilatados al máximo por el
calibre de una buena verga masculina, lo que les daría sentido a sus
vidas.
Lanza
un gemido angustioso, latiéndole bajo las ropas, cruzando las dunas.
Debía llegar al campamento antes que cualquier mensajero del
sargento egipcio. Lo alcanza en poco tiempo, frenando casi
violentamente, escuchando las risas y los gemidos. Continuaba la
orgía. Nada había variado desde su partida; sólo, tal vez, que
Andrew Stoner, Hasani Asim y el joven uniformado egipcio ahora si que
trabajan vergas. De alguna manera esos hombre frenéticos están
enculando a dúo a cada muchacho, dos pollas en cada agujero, con
fuerza, rítmicamente, mientras sus boca van de una tranca a la otra
y otra frente a sus rostros, con un promedio de cuatro tíos por
chico. Perdidos de viciosos.
Se
siente sobrepasado por la situación. Comenzando porque le duele la
verga, siente que le pulsa salvajemente (y como siga moviéndose, las
ropas aprisionándole y soltándole se correrá sin tocarse dentro
del pantalón), no sabe qué hacer. ¿Cómo sacar a Andy y Hasani de
esa... situación?
-¡Houston!
-la voz alarmada de Jean Luc le sobresalta. El joven se ve
atormentado.- Al fin regresa. ¿Dónde estuvo? ¿Qué está
ocurriendo?
-¿Aún
no lo comprende? -casi molesto le replica, mirándole.
-¿Encontraron
algo en esas ruinas? -el chico parpadea, en shock.- ¿Realmente hay
algo... mágico? ¡Es absurdo!
-¿Te
parece que todo esto es normal? -exasperado señala el cuadro de
hombres follando, gimiendo, estremeciéndose, güevos erectos que
ansiosamente van contra culos y bocas golosas.- Es... -casi grita y
deja salir el aliento, abatido.- Estamos en un verdadero problema. El
sargento Proyas tiene planes para lo que encontramos en el templo,
por eso ordenó que se lo enviaran en cuanto apareciera; y si le
estorbamos... no sé qué pueda hacer con nosotros.
-¿Cómo?
-el chico parpadea otra vez, las mejillas muy rojas.- Ya me parecía
que había algo muy extraño tras todo esto. -traga en seco.- La
manera en la cual ese objeto fue tomado por ese hombre, sin tocarlo.
-casi ríe, con asombro.- ¿Es posible? -por toda respuesta, Ryan
señala nuevamente el cuadro.- Entonces debemos irnos. Pero ya.
-Estoy
de acuerdo, pero...
-Stoner
y Asim... -el joven entiende, mirando el cuadro por sí mismo,
ceñudo.- No creo que... pueda sacarles de allí. He intentado
llamarles, y nada. Sólo quieren... eso. Sexo.
-Pero
no puedo... -jadea confuso, volviendo la mirada y congelándose. Un
rastro de polvo se alza en las dunas. Acercándose.- Joder, tenemos
que irnos ya. ¡Ahora!
El
chico jadea sin voz, mirando esas polvaredas también. Son cuatro.
-¡Tarik!
-grita y agarrándose el casco de explorador con una mano echa a
correr hacia su tienda.
......
Aunque
le cuesta, mucho, Ryan Huston, al frente del rústico, con Jean Luc a
su lado y el joven nubio en el asiento posterior, parte dejando el
campamento. Estos dos mirando hacia atrás, cada uno con un rifle en
sus manos (fuerza disuasiva). Huyen de la patrulla egipcia. Huyen del
objeto maldito, de Proyas con sus planes. Se alejan de Andy y Hasani.
Con rabia, el americano cierra los dedos sobre el volante.
No
hablan, casi no paran, ni aún de noche. Se turnan tras el volante en
su prisa para volver al Cairo. Sin que les comunicara nada, el hombre
sabe que el joven francés entiende el problema: la radio, el
telégrafo. Proyas podría haberse comunicado con otros agentes en la
capital, incluso hacer que el coronel Sheppard hablara y dijera
cualquier cosa y les detuvieran. La idea era salir en cuanto pudieran
del país de las antiguas maldiciones.
Al
atardecer del segundo día de la huida aparecen ante sus ojos las
majestuosas líneas de las pirámides alzándose contra el desierto,
y con un estremecimiento de nuevo reverente temor, Ryan las
contempla. El viaje le ha obligado a escuchar que la pareja a su lado
había tenido un problema porque, dormido en la tienda de Jean Luc,
Tarik despertó con el tolete fuera de sus ropas, duro y siendo
chupado por Andy, cuando este regresara del templo. Jean Luc les
encontró y se armó la gorda cuando el rubio no quiso creer que el
otro, dormido, creía soñar. Algo que al americano no le cuesta
creer, por experiencia propia. Toda esa historia de amor y celos le
provocó algo de acidez y exasperación, pero también diversión.
Joder, y de haberlo sabido habría caído en cuenta que el consolador
de plata no afectaba siempre del mismo modo. Ni a todos.
Llegan
a la ciudad y Jean Luc no entiende por qué deben ocultarse de todos.
Está bien, Proyas podía haberles denunciado por esto o aquello,
pero contaban con poderosos aliados aún dentro de la población
local.
-Es
esa gente la que más me preocupa. Involucrarla en todo esto. -el
hombre replicó en el pequeño hotel, mirando al joven nubio.-
¿Tienes gente en la que puedas confiar que no hablarían con las
autoridades, ni inglesas ni egipcias? -este asiento.- Bien, ocúpate de encontrar...
......
El
corazón le retumba en el pecho mientras espera. Si se equivocaba con
este hombre podía estarse metiendo en la boca del lobo. Pero no lo
cree. Se le recibió cortésmente como siempre, invitándosele a
tomar asiento y probar una bebida caliente (que rechazó), pero nota
cierta reserva en los sirvientes del gran hombre.
-Sahib.
-la voz es cortés, educada, pero carentes del ordinario tono
amistoso.
-Asim,
el viejo y honorable comerciante. -pronuncia cada palabra con calada
intención, llevando sus palmas al rostro, uniéndolas en una leve
reverencia. Mirándole fijamente. Notando el enrojecimiento del viejo
comerciante del bazar ante la dedicatoria.
-Regresa
precipitadamente de su viaje...
-No
era prudente quedarme en el desierto rodeado de fuerzas adversas.
-toma aire e hincha su pecho.- Recuerdo que fue usted quien me habló
de ese pueblo guerrero y salteador al cual se castigó enviando sobre
ellos un objeto maldito. Me lo contó aquí, en su casa, y creo que
quiso advertirme de ello, ¿verdad? Que no fuera al desierto a buscar
lo que no se me había perdido, porque sabía lo que ocurriría.
-acusa, serio.
-Amigo
mío... -se yergue digno.
-No,
nada de amigo mío, no puede usar ese título después de invitarme a
compartir su mesa y luego traicionarme como lo hizo.
-¡Sahib!
-el hombre se siente herido, mortificado, atacado en su honor de una
manera dolorosa porque tal vez era verdad.
-Quiso
advertirme, pero no lo hizo; pretendió salvar a su sobrino de lo que
sabía que ocurriría... y a él también le traicionó. Sabe lo que
le pasó, ¿verdad?
El
hombre jadea, luchando entre mostrarse hostil y afectado.
-Lo
sé.
-¿Por
qué, Asim? ¿Por qué nos traicionó de esta manera? ¿Para qué
montar todo este tinglado en lugar de... buscar ustedes mismos lo que
necesitaban para sus fines? -el otro duda, bajando la mirada,
dolido.- ¡Hable!
CONTINÚA ... 17
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