jueves, 22 de agosto de 2019

EL CONSOLADOR DE PLATA... 17

EL CONSOLADOR DE PLATA                          ... 16
   Tiempos de misterios… y hombres.
......
   -Lo siento, mi amigo, pero debí hacerlo. -admite al fin, levantando el rostro en un reflejo de orgullo y dignidad, gesto que lucha contra su propia conciencia. El martirio del hombre decente al enfrentar su villanía.- Debió hacerse así porque... -toma aire.- El relato de aquel pueblo guerrero y violento, y sus vecinos, era cierto. Una tribu invocó a la diosa Utahar para que les ayudara, y ella les trajo, de aquel pueblo maldito, el artefacto para socorrerles. -sonríe amargado.- Pero era una diosa horrible; acabó con los guerreros bandidos, sí, pero también con el pueblo que la invocó. Quienes pactan con Utahar se arriesgan a ello. Por eso... -duda, el americano oprime los labios, los claros ojos refulgen de ira.
   -Decidieron que sería mejor si eran los estúpidos extranjeros quienes la... molestaban. -da un paso al frente, cerrando las manos en dos grandes puños, lo cual no intimida especialmente al otro.- ¿Era su idea, Asim? ¿Destruirme?
   -No, sahib, aunque le cueste creerle. Tan sólo queríamos... evitar la ira de Utahar. -admite con avergonzada humildad.
   -¿Sabe que ha fracasado, anciano tonto? -casi le escupe al rostro.- A esos dos pueblos les destruyó el mismo acto. El objeto maldito funcionó en unos y otros. No sé que planeaban, pero pronto comprenderán el error que cometieron. -le asegura, el otro alza una ceja, incrédulo.
   -Siempre tan soberbios, creen entender mejor que nosotros nuestras costumbres, leyendas y cosmogonía. La diosa nos ayudará a… -calla bruscamente.
   -Dígalo, Asim el indigno. -le aplica sal en la herida del orgullo.- Imagino que todo esto fue idea de un hombre culto, conocedor de tantas costumbres, en contacto con tantas tribus del desierto, buscar el objeto maldito que pondría a los ingleses en sus manos. Fue su idea para atraparles, ¿verdad? Quiere controlarles.
   -Quiero… Queremos que salgan de Egipto. Este país no le pertenece a los ingleses. Soñaron un África del Cairo al Cabo, pero ya estamos cansado. -la confesión le sorprende tanto que parpadea.
   -¿Independencia? Pues, eligieron mal sus armas, no tiene por qué creerme, pero ya lo descubrirán.
   -¿Piensa salir de Egipto? No le detendré, ni nadie de mi casa.
   -Inmediatamente. Y no tema, Asim, mientras se prepara la destrucción de sus enemigos y las de sus aliados, el cruel sargento Proyas, no les estorbaré. ¿Quién me creería el que los egipcios han echado manos de una antigua maldición para atacar a sus enemigos? Suena a locura, ¿verdad? -sonríe con dureza.- Pero... necesito saber, ¿qué será de mi asistente Andrew Stoner, y de su sobrino, Hasani?
   -Les buscaré, haré que les traigan y me ocuparé de ellos. -promete de manera paternal.
   Y el americano siente un estremecimiento de horror, visualizando al hombre maduro pero vigoroso sentado sobre sus almohadones, con los chicos cabalgando sobre su verga, una y otra vez, ellos y él sometidos a la maldición. Siente como el tolete quiere ponérsele duro, también él estaba semi atrapado. ¡Dios, no lo permitas!
   Da media vuelta, digno, ofendido, grosero, y se marcha, dejando al otro hombre abrumado. Un siervo se le acerca.
   -Sahib, debería avisar al sargento...
   -No, déjenles partir. Él entiende, nada puede hacer para impedir lo que ocurrirá, Alá mediante. -le silencia, bajando la voz al final, preguntándose si el Altísimo no les cobraría el recurrir a las fuerzas paganas del Egipto antiguo. ¿Podría tener algo de razón en lo que dijo el americano? No, claro que no, ¿qué iban a saber ellos del poder del país de los faraones? El hombre temía al tiempo, y el tiempo a las pirámides...
......
   Dos días les lleva salir de sus escondrijos a Ryan Huston y Jean Luc Molines. Debieron cambiar de motel cuando patrullas egipcias buscaban de puerta en puerta, haciendo preguntas. El americano intuye que Asim el viejo pudo haber decidido dejarles ir, Musim Proyas no. Embarcan una noche, rumbo a Al-Fustat, y se siente mal. Derrotado. Para un hombre como él, aquella sensación era insoportable. Debió quedarse, luchar, quitarles aquel artefacto, rescatar a Andy, pero...
   Conocía sus limitaciones. Debía regresar a Londres, hablar con lord Bakersfield, intentar alertar sobre lo que ocurría; pero sabía que bastaría que el coronel Sheppard se mostrara y dijera que todo aquello no eran más que una sarta de tonterías para que se le encasillara como a un mentiroso, un alarmista o un débil mental. Suspira cansinamente a babor del pesado navío que le aleja de El Cairo, recordando otra noche cuando... Unas risitas llaman su atención. Como aquella vez.
   -¡Tarik! -brama.
   Jean Luc y el joven nubio, bien vestido, se congelan por un segundo.
   -Sahib. -sonríe todo dientes muy blancos el joven.
   -Le invité a conocer París, mientras se calman las cosas. -sonríe Jean Luc, cachetes rojos a pesar de la penumbra de la noche, sus ojos brillantes por el reflejo de la luna, o tal vez de la emoción. Ryan no encuentra palabras. Vaya con la pareja.
   -Bien, seguro que lo disfrutará bastante. -agrega, cortándose por lo extraño que soñaba aquello en otro sentido. Luego se tensa al verles intercambiar una mirada y una sonrisa.
   -Vamos a tomar algo de vino en mi camarote, Ryan, ¿no quiere unírsenos? -invita Jean Luc, alzando una delgada y muy blanca mano.- No habla ninguna maldición por mi boca, ¿eh?
   -Eh... no, estoy cansado. Lo ocurrido todos estos días...
   -Entiendo.
   Les ve alejarse. Era mejor así, se dice el hombre, recorrido por mil estremecimientos. Se recuesta del barandal y se pregunta qué puede hacer para resolver o al menos encarar todos esos problemas. ¿Acaso podría? Se siente... frustrado. Amargado.
......
   Joder, qué cama tan suave, piensa mientras cae de espaldas sobre el colchón, la cabeza aplastando las dos almohadas (¿cómo consiguió una tan mullida?, se pregunta de paso), sonriendo leve, alzando los brazos y cruzando las manos bajo su nuca, sus bíceps abultando, sus axilas llenas de pelos amarillentos, como su torso, uno que es recorrido por manos y labios que dan besitos y chupetones. Ryan cierra los ojos y sonríe, completamente desnudo entre los dos jóvenes hombres, desnudos también, mientras estos atrapan entre los dientes sus tetillas, y uno lame, chupando fuerte, y el otro mordisquea, con manos de tíos diferentes atrapando su verga tan erecta, tan pulsante y caliente, masturbándola a dúo.
   Si, se lo había pensado mejor y decidió aceptar la copa de vino... y la compañía.
   -Siempre quieres, ¿eh? -oye la risa y el reclamo de Tarik, quien deja su pectoral derecho, mientras Jean Luc, que ha dejado el izquierdo, le baña el abdomen y los pelos púbicos con el aliento mientras acerca el rostro a la barra, sostenida por la negra mano del otro, y comienza a darle besitos y chupetones en la punta con sus labios color rosa.
   -Ahhh... -se tensa, tiene que hacerlo, cuando lo siente, el aliento, la lengua, los besos y sorbidas, los labios de Jean Luc cerrándose alrededor del rojo glande, apretando, bajando y succionando más, al tiempo que el otro le masturba.
   Los tres comparten el momento, y el americano no quiere pensar en nada, no en maldiciones, homosexualidad o su prometida, tan sólo quiere sentir esas dos bocas que cubren su glande por pedazos, que dan besitos y lengüetazos, lamidas y chupadas mientras le acarician los velludos muslos.
   No quiere pensar en nada como no sea lo bien que se siente el peso de Jean Luc sobre sus caderas mientras sube y baja, entre gemidos, su dorado y joven cuerpo, sus nalgas abriéndose y cerrándose mientras atrapa con el ardiente, apretado y sedoso culo su verga, halándola, masajeándola en un vaivén escandaloso y enérgico, mientras Tarik, entre sus piernas, le lame y lenguetea las bolas y pedazos del tolete cuando el rubio francés sube, alzándose sobre sus rodillas en la cama, a ambos lados de su cuerpo. Va y viene, estremeciéndose, gimiendo, notándose que un güevo enterrado en su apretado culo era todo lo que necesitaba para ser feliz. Casi como hechizado a su manera, piensa Ryan mirándole.
   Como gemiría más tarde Tarik, cuando, de panza en la cama, las flojas almohadas bajo su pelvis, reciba por primera vez un blanco rojizo tolete por su muy negro y apretado agujero (blanco o de cualquier otro color), algo sobre lo que dudó mucho, pero que vencida la resistencia inicial, el dolor, ahora le tenía jadeando, su torso en el regazo de Jean Luc, quien le sonríe, acuna y acaricia mientras le besa bebiéndose sus gemidos. Ryan, apretando los dientes, clavándole los dedos en las oscuras caderas, le machetea ese prieto culo una y otra vez, gozando la increíble sensación. Aprendiendo cada uno de ellos un poquito más sobre el sexo.
   La barcaza continúa alejándose de la tierra de las pirámides, la luz de la luna bañando de plata las arenas del desierto y las aguas del Nilo, alejándose de los objetos malditos que guardaban su antigua y peligrosa magia... Por ahora.
......

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