Tiempos
de misterios… y hombres.
......
-Lo
siento, mi amigo, pero debí hacerlo. -admite al fin, levantando el
rostro en un reflejo de orgullo y dignidad, gesto que lucha contra su
propia conciencia. El martirio del hombre decente al enfrentar su
villanía.- Debió hacerse así porque... -toma aire.- El relato de
aquel pueblo guerrero y violento, y sus vecinos, era cierto. Una
tribu invocó a la diosa Utahar para que les ayudara, y ella les
trajo, de aquel pueblo maldito, el artefacto para socorrerles.
-sonríe amargado.- Pero era una diosa horrible; acabó con los
guerreros bandidos, sí, pero también con el pueblo que la invocó.
Quienes pactan con Utahar se arriesgan a ello. Por eso... -duda,
el americano oprime los labios, los claros ojos refulgen de ira.
-Decidieron
que sería mejor si eran los estúpidos extranjeros quienes la...
molestaban. -da un paso al frente, cerrando las manos en dos grandes
puños, lo cual no intimida especialmente al otro.- ¿Era su idea,
Asim? ¿Destruirme?
-No,
sahib, aunque le cueste creerle. Tan sólo queríamos... evitar la
ira de Utahar. -admite con avergonzada humildad.
-¿Sabe
que ha fracasado, anciano tonto? -casi le escupe al rostro.- A esos
dos pueblos les destruyó el mismo acto. El objeto maldito funcionó
en unos y otros. No sé que planeaban, pero pronto comprenderán el
error que cometieron. -le asegura, el otro alza una ceja, incrédulo.
-Siempre
tan soberbios, creen entender mejor que nosotros nuestras costumbres,
leyendas y cosmogonía. La diosa nos ayudará a… -calla
bruscamente.
-Dígalo,
Asim el indigno. -le aplica sal en la herida del orgullo.- Imagino
que todo esto fue idea de un hombre culto, conocedor de tantas
costumbres, en contacto con tantas tribus del desierto, buscar el
objeto maldito que pondría a los ingleses en sus manos. Fue su idea
para atraparles, ¿verdad? Quiere controlarles.
-Quiero…
Queremos que salgan de Egipto. Este país no le pertenece a los
ingleses. Soñaron un África del Cairo al Cabo, pero ya estamos
cansado. -la confesión le sorprende tanto que parpadea.
-¿Independencia?
Pues, eligieron mal sus armas, no tiene por qué creerme, pero ya lo
descubrirán.
-¿Piensa
salir de Egipto? No le detendré, ni nadie de mi casa.
-Inmediatamente.
Y no tema, Asim, mientras se prepara la destrucción de sus enemigos
y las de sus aliados, el cruel sargento Proyas, no les estorbaré.
¿Quién me creería el que los egipcios han echado manos de una
antigua maldición para atacar a sus enemigos? Suena a locura,
¿verdad? -sonríe con dureza.- Pero... necesito saber, ¿qué será
de mi asistente Andrew Stoner, y de su sobrino, Hasani?
-Les
buscaré, haré que les traigan y me ocuparé de ellos. -promete de
manera paternal.
Y
el americano siente un estremecimiento de horror, visualizando al
hombre maduro pero vigoroso sentado sobre sus almohadones, con los
chicos cabalgando sobre su verga, una y otra vez, ellos y él
sometidos a la maldición. Siente como el tolete quiere ponérsele
duro, también él estaba semi atrapado. ¡Dios, no lo permitas!
Da
media vuelta, digno, ofendido, grosero, y se marcha, dejando al otro
hombre abrumado. Un siervo se le acerca.
-Sahib,
debería avisar al sargento...
-No,
déjenles partir. Él entiende, nada puede hacer para impedir lo que
ocurrirá, Alá mediante. -le silencia, bajando la voz al final,
preguntándose si el Altísimo no les cobraría el recurrir a las
fuerzas paganas del Egipto antiguo. ¿Podría tener algo de razón en
lo que dijo el americano? No, claro que no, ¿qué iban a saber ellos
del poder del país de los faraones? El hombre temía al tiempo, y el
tiempo a las pirámides...
......
Dos
días les lleva salir de sus escondrijos a Ryan Huston y Jean Luc
Molines. Debieron cambiar de motel cuando patrullas egipcias buscaban
de puerta en puerta, haciendo preguntas. El americano intuye que Asim
el viejo pudo haber decidido dejarles ir, Musim Proyas no. Embarcan
una noche, rumbo a Al-Fustat, y se siente mal. Derrotado. Para un
hombre como él, aquella sensación era insoportable. Debió
quedarse, luchar, quitarles aquel artefacto, rescatar a Andy, pero...
Conocía
sus limitaciones. Debía regresar a Londres, hablar con lord
Bakersfield, intentar alertar sobre lo que ocurría; pero sabía que
bastaría que el coronel Sheppard se mostrara y dijera que todo
aquello no eran más que una sarta de tonterías para que se le
encasillara como a un mentiroso, un alarmista o un débil mental.
Suspira cansinamente a babor del pesado navío que le aleja de El
Cairo, recordando otra noche cuando... Unas risitas llaman su
atención. Como aquella vez.
-¡Tarik!
-brama.
Jean
Luc y el joven nubio, bien vestido, se congelan por un segundo.
-Sahib.
-sonríe todo dientes muy blancos el joven.
-Le
invité a conocer París, mientras se calman las cosas. -sonríe Jean
Luc, cachetes rojos a pesar de la penumbra de la noche, sus ojos
brillantes por el reflejo de la luna, o tal vez de la emoción. Ryan
no encuentra palabras. Vaya con la pareja.
-Bien,
seguro que lo disfrutará bastante. -agrega, cortándose por lo
extraño que soñaba aquello en otro sentido. Luego se tensa al
verles intercambiar una mirada y una sonrisa.
-Vamos
a tomar algo de vino en mi camarote, Ryan, ¿no quiere unírsenos?
-invita Jean Luc, alzando una delgada y muy blanca mano.- No habla
ninguna maldición por mi boca, ¿eh?
-Eh...
no, estoy cansado. Lo ocurrido todos estos días...
-Entiendo.
Les
ve alejarse. Era mejor así, se dice el hombre, recorrido por mil
estremecimientos. Se recuesta del barandal y se pregunta qué puede
hacer para resolver o al menos encarar todos esos problemas. ¿Acaso
podría? Se siente... frustrado. Amargado.
......
Joder,
qué cama tan suave, piensa mientras cae de espaldas sobre el
colchón, la cabeza aplastando las dos almohadas (¿cómo consiguió
una tan mullida?, se pregunta de paso), sonriendo leve, alzando los
brazos y cruzando las manos bajo su nuca, sus bíceps abultando, sus
axilas llenas de pelos amarillentos, como su torso, uno que es
recorrido por manos y labios que dan besitos y chupetones. Ryan
cierra los ojos y sonríe, completamente desnudo entre los dos
jóvenes hombres, desnudos también, mientras estos atrapan entre los
dientes sus tetillas, y uno lame, chupando fuerte, y el otro
mordisquea, con manos de tíos diferentes atrapando su verga tan
erecta, tan pulsante y caliente, masturbándola a dúo.
Si,
se lo había pensado mejor y decidió aceptar la copa de vino... y la
compañía.
-Siempre
quieres, ¿eh? -oye la risa y el reclamo de Tarik, quien deja su
pectoral derecho, mientras Jean Luc, que ha dejado el izquierdo, le
baña el abdomen y los pelos púbicos con el aliento mientras acerca
el rostro a la barra, sostenida por la negra mano del otro, y
comienza a darle besitos y chupetones en la punta con sus labios
color rosa.
-Ahhh...
-se tensa, tiene que hacerlo, cuando lo siente, el aliento, la
lengua, los besos y sorbidas, los labios de Jean Luc cerrándose
alrededor del rojo glande, apretando, bajando y succionando más, al
tiempo que el otro le masturba.
Los
tres comparten el momento, y el americano no quiere pensar en nada,
no en maldiciones, homosexualidad o su prometida, tan sólo quiere
sentir esas dos bocas que cubren su glande por pedazos, que dan
besitos y lengüetazos, lamidas y chupadas mientras le acarician los
velludos muslos.
No
quiere pensar en nada como no sea lo bien que se siente el peso de
Jean Luc sobre sus caderas mientras sube y baja, entre gemidos, su
dorado y joven cuerpo, sus nalgas abriéndose y cerrándose mientras
atrapa con el ardiente, apretado y sedoso culo su verga, halándola,
masajeándola en un vaivén escandaloso y enérgico, mientras Tarik,
entre sus piernas, le lame y lenguetea las bolas y pedazos del tolete
cuando el rubio francés sube, alzándose sobre sus rodillas en la
cama, a ambos lados de su cuerpo. Va y viene, estremeciéndose,
gimiendo, notándose que un güevo enterrado en su apretado culo era
todo lo que necesitaba para ser feliz. Casi como hechizado a su
manera, piensa Ryan mirándole.
Como
gemiría más tarde Tarik, cuando, de panza en la cama, las flojas
almohadas bajo su pelvis, reciba por primera vez un blanco rojizo
tolete por su muy negro y apretado agujero (blanco o de cualquier
otro color), algo sobre lo que dudó mucho, pero que vencida la
resistencia inicial, el dolor, ahora le tenía jadeando, su torso en
el regazo de Jean Luc, quien le sonríe, acuna y acaricia mientras le
besa bebiéndose sus gemidos. Ryan, apretando los dientes, clavándole
los dedos en las oscuras caderas, le machetea ese prieto culo una y
otra vez, gozando la increíble sensación. Aprendiendo cada uno de
ellos un poquito más sobre el sexo.
La
barcaza continúa alejándose de la tierra de las pirámides, la luz
de la luna bañando de plata las arenas del desierto y las aguas del
Nilo, alejándose de los objetos malditos que guardaban su antigua y
peligrosa magia... Por ahora.
......
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