Sabiendo
leer entre líneas...
Cuando
el hijo del jefe en la constructora le dijo que debía demostrar qué
tanto quería el trabajo, con una sonrisita arrogante y un aire de
perdonavidas, el hombre entendió lo que quería... aunque tal vez ni
el chico lo sospechara. Por ello le montó una manota en el hombro,
le hizo oler bragueta aunque gemía que no y terminó silenciándole
con la verga en la garganta. Cuando terminó con él, cuarenta
minutos después (casi toda la hora del almuerzo), este sonreía como
un gatito feliz con la carita llena de leche, y de su culo expuesto
por el suspensorio chorreaba una poca más. Ahora el joven sabía
todo lo que podría darle si se quedaba... Y vaya que se quedaría, se
dijo, suspirando, al ver al papá del muchacho. Se notaba que el
hombre también necesitaba del tratamiento. Era el problema, ¡tantas
perras necesitadas de machos en esa área de trabajo!
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