......
Su bramido contenido, las palabras, desconciertan a Brandon, Bull y al joven Sean.
-¿El Camaleón? ¿De qué habla? -frunce el ceño el pelirrojo Brandon. En un tono bajo como el usado por el ex jefe. No quieren que los encañonados motorizados escuchen.
-¡El sujeto que mató a Mitch! -ladra con rabia y angustia. Dios, era él, pero... ¿en verdad? Él había visto al asesino, meses atrás, un rostro que tenía grabado en la mente, algo que no había sido difícil pues el hombre al que sustituyó realmente existía, Theodore Carter, un académico todo respetable. Y él se había fijado en el joven asiático cuando entró. No se parecían en nada. ¿Sería posible que...? Si, él lo había visto. Al final.
Perdido en sus pensamientos no repara en el cruce de miradas entre el pelirrojo y el grueso hombre negro. Sean frunce aún más el ceño, algo difícil en una frente tan tersa.
-Capitán, ese hombre... -comienza Brandon.
-¡Era él, Johnson! Lo supe cuando me miró antes de correr escaleras arriba. Se burlaba de mí, sabía que le buscaba y que le había tenido en la misma habitación, con mis armas a las manos y... -enfatiza molesto. Luego señala al muerto.- Kuan me habló de él, por eso le asesinó. O tal vez estaba aquí para asesinarle desde el principio. No lo sé.
-Eso suena... -comienza Bull, no creyéndolo pero no deseando decirlo, pero es interrumpido por dos asiáticos que bajan agitadamente las escaleras, un hombre bajo, delgado y mayor, y una mujer algo rolliza, cincuentona, que barbuta algo por lo bajo, ambos con las manos alzadas mientras Aimara y el capitán Tormes los encañonan. Este se ve tenso cuando Denton le mira como ansioso.
-Escapó. -le informa.
-¡Joder!
-Debió tenerlo todo planeado desde mucho antes para una rápida retirada. -comenta la mujer.- Encontramos una puerta que daba a unas escaleras externas, la vimos cerrarse y quedar fijada. Cuando intenté forzarla... -se encoge de hombros.
-Hilos. -gruñe el hombre calvo, mirando a Denton con fijeza.- Seguro esta tenía una trampa, como las escaleras. Revisando encontramos a estos dos. -señala a la pareja mayor y el hombre medio asiente con la cabeza, varias veces, intentando parecer inofensivo, la mujer aumenta el tono de sus quejas.- No le conocen. Dicen que es un sobrino de Kuan, llegado de su provincia en Vietnam. Quien estuvo fuera dos días, regresando hoy. Kuan le quería aquí mientras le llegaban noticias de cierto trabajo.
-Seguro fue el intento de matarme. Kuan sabía que estaba tras él.
-¿Qué significa todo esto, Wilson? -ladra Tormes, con autoridad, una que Denton resiente.- ¿Qué haces aquí? ¿Por qué ese sujeto no te disparó a ti, que tenías la guardia baja respecto a él, y si mató al anciano?
-Investigo.
-le cuesta responder, rojo de cara. Hablar de ciertos temas nunca era
fácil, como su urgencia, sus sentimientos. ¿Cómo explicarles
ahora, o antes, que ante el cadáver de Mitch todo había perdido
sentido en su cabeza, que nada le importaba, el trabajo, comer,
bañarse, levantarse de la cama, y que debiera lanzarse a una cacería
solitaria, esperando encontrar al asesino y acabar con él para
sentir algo de paz? Para ver si volvía a sentir algo que no fuera
solamente amargura y tristeza. Había pasado tanto tiempo...- Kuan
tenía contactos dentro del Sindicato, había escuchado del trabajo
que terminó en el secuestro del académico aquel, Hayes. Preguntaba
para mí quién había ordenado aquello, quién mató a... -le cuesta
hablar ahora que todos le miran.
-¿Te contó algo? ¿Y cómo es que ordenó matarte?
-Habló de un asesino, el Camaleón. Un sujeto que adopta caras para hacer su trabajo. Creo que el Sindicato supo lo que hacía y debía probar que no les traicionó, ordenando mi muerte. O tal vez el mismo Camaleón le amenazara al respecto... Tal parece que este sujeto no es un agente del Sindicato sino alguien con su propia agenda.
-¡Wilson, por favor! -ladra el hombre calvo, pero sus ojos se ven cautelosos.
-¿El Camaleón? -la voz del rubio motorista les sorprende, aún apuntados por Bull, les habían olvidado. Este tambien a ellos, aparentemente, ya que mira a la mujer.- Te dije que no podían ser inventos de esa loca. Si está este Camaleón debe existir el Chacal.
-¡Cállate! -ladra esta, roja de cara, molesta con el idiota que la vida le había dado por hermano y socio de trabajo. Eran ladrones y sicarios que trabajaban para un sujeto, Gallup, y a este no le gustaba que nada saliera de su órbita. Contaba con sus propias reglas.
-¿Sabes de esto? ¿Has oído del Camaleón y de un tal Chacal? -Denton se anima, mirándole exigente en medio del desconcertado silencio en medio del bar-restaurant de Kuan, el cual sigue enfriándose en el piso.
-Bésame el culo. -responde este, rojo de cara, molesto por el regaño de la mujer.
-¿El Camaleón, el Chacal...? ¿De qué carajo hablan? ¿De un zoológico? -se intriga Sean Caldwell, mirando del hombre calvo a tío al que recién conoce, el cual oprime los labios con desdén ante su participación. ¡Idiota!, piensa resentido por alguna razón.
-No estarán hablando de aquel Chacal, ¿verdad? El de los años setenta del siglo pasado. El terrorista. -frunce el ceño Aimara.- ¿No es un anciano patético que pide lo liberen encerrado como está en una cárcel francesa?
-¿Hablas de él? -le pregunta Denton al motorista, aunque dudaba de tal coincidencia; este no responde sino que alza la barbilla barbuda y saca pecho.
-Sea como sea ya contarán todo lo que saben. -gruñe Tormes, mirándoles seco, luego al otro militar.- Esta historia del Camaleón...
-¿Una historia? Me gustan las buenas historias. -una nueva voz les distrae. Al cuarto, rodeada de un séquito de uniformados que parecen del tipo SWAT, la elegante y altiva Amanda Craig entra y parece adueñarse de la situación. Todos se cuadran automáticamente. Incluso Denton se encoge un poco cuando la mujer le mira.- ¿Capitán Wilson? No esperaba encontrarle aquí. Aún es capitán, ¿no? No desertó oficialmente, tengo entendido. -es dura cuando se vuelve a mirar al muerto, los motorizados y a la pareja asiática que aún se mantiene con las manos en alto. Frunce el ceño ante la escalera dañada.
-Señora Directora... -comienza este, conteniéndose. La mujer alza una mano, silenciándole.
-Saquen a estos dos de aquí. Y mucho cuidado con ellos. -indica a la pareja de motoristas, sin mirarles.- También a estos dos. -les toca ahora a los asiáticos.- Que vengan lo forenses. -finalmente mira a Denton, sin ocuparse de verificar si es obedecida, que lo es, aunque a sus espaldas quedan tres hombres enormes, uniformados y de lentes oscuros (¡de noche y dentro de una habitación!, por Dios, piensa Sean divertido, sonriendo leve). La mujer se vuelve hacia Neil Tormes, quien con tres o cuatro escuetas frases lo cuenta todo lo ocurrido desde que entraran. Una vez termina de escuchar regresa su atención a Denton.- Así que, capitán, como preguntara el chico de la sonrisa tonta... ¿hay un zoológico cerca? -tras ella Sean casi se atraganta.
-No, señora; Kwan, el hombre asesinado... -comienza.
-Mientras le tenía en custodia... -puntualiza ella.
-Señora... -traga sintiéndose mal, y cuando nota una sonrisa leve en el rostro de Sean, otra vez, le lanza una mirada láser, una que este resiente un poco.- El asesino ya estaba aquí, disfrazado como alguien de su confianza. No le vi como un peligro.
-Tal vez si era de su confianza, no sería la primera vez que el familiar de alguien... -la mujer mira al hombre calvo, quien asiente de manera no convencida. Se oyen dos voces, la de Kuan y la de Denton. Le miran y este extrae de su chaqueta una especie de lapicero algo grueso, que reproduce una conversación grabada. Oyen las palabras de Kuan, las suyas, el interrogatorio.
Se hace un silencio algo maravillado.
-¿Está diciendo que el mismo hombre, el que conocimos hace más de un año, y este...? -Brandon se ve fascinado.
-Y es posible que sea el mismo que cometiera el asesinato esta mañana en Los Ángeles. -interviene Tormes, sorprendiéndoles a todos.
-¿Otro homicidio? -Denton se desconcierta pero emociona. No por la muerte, sino porque mientras más sepan más conocerán del extraño sujeto y más probabilidades de reconocerle de alguna manera tendrán.
-Capitán... -Craig no parece convencida, ni feliz, de contar aquello.
-Directora, el capitán Wilson puede estar apartado pero es de los nuestros, y tiene... interés en el caso. -este, respetuoso pero firme la encara, luego mira al extrañado Denton, consciente de que todos le miran con atención.- Esta mañana fue asesinada una lingüista en la biblioteca de la universidad, por alguien que se hizo pasar por un empleado de su misma fundación. Y secuestró al profesor Jeremiah Hayes.
-¿Qué? -el nombre le marea, trayéndolo todo al presente de golpe, incluida la rabia y el dolor.- ¿Y todavía dudan de un asesino que...?
-¿Un sicario que adopta diferentes personalidades, y caras, para asesinar, engañando aún a individuos que ya le conocen? Si, Wilson, es difícil de imaginar. -gruñe este, volviéndose hacia la mujer.- Hasta ahora...
-Hay que encontrar al profesor, recatarle y...
-Ya apareció, capitán Wilson. -la mujer le interrumpe, ceñuda, como molesta de que el dato se filtrara de aquella manera.- Por eso estoy aquí. Defensa encontró un pasaje pagado a Los Ángeles de cuentas del difunto. Alguien a quien no se ha podido ubicar.
-¿Apareció el profesor? ¿Sano y salvo? ¿Otra vez? -la sorpresa le abruma, también le llena de algo amargo.
-Parece salir siempre bien librado. -gruñe con tono parecido, Brandon.- Tal vez no sea la inocente víctima que pensamos.
-O aún no dice todo lo que sabe, o lo que puede llegar a saber más tarde. ¿O ya terminó sus investigaciones? -pregunta Denton, pensando furiosamente para sí, desconcertando a los otros que parecían no haber considerado tal ángulo.
-No lo sabemos. -tercia, indeciso, Tormes.
-¿Cómo...? ¿No le interrogaron exhaustivamente? Hay que ir a preguntarle cómo se debe, en una sala de la Agencia. Hay que... -se ahoga Denton, sospechando que se le ocultan cosas.- Me voy, debo tomar un avión.
-No, capitán, no irá a ninguna parte hasta que responda muchas preguntas. -le ataja la mujer; cuando este va a replicar, con cara de dolor de muelas, esta mira a los uniformados que llegaron con ella.
-No haga esto, señora. -se tensa, un músculo tiembla en su mejilla.
-No me obligue entonces, capitán. -ella le encara.- Tal vez... esto nos convenga a los dos, ¿no lo ha pensado? ¿Por qué no habla con su ex unidad, la gente que dejó entendiéndoselas cuando salió a buscar su venganza?
......
Una vez terminados sus asuntos en aquel sanitario, sintiéndose aún lleno con el recuerdo de aquella verga dura en su culo (la cual latía intensamente contra sus sensibles paredes), y del semen que sabe le gotea mojándole la tanga y el pantalón, Yabor Stanton sale del local por una puerta posterior que encuentra. No conoce el lugar, nunca ha estado allí, pero se le daban bien esas cosas. No quiere nuevos encuentros con gente. Está más calmado, centrado, por eso tardó unos minutos desalentando al chico, sobre darle su número telefónico y eso, mientras fumaban un cigarrillo en el pasillo que daba hacia el salón. Para eso eran buenos esos guapos tíos, esos encuentros fortuitos, para calmar, saciar. No para hablar. El callejón está algo oscuro, la noche no es cálida y eso le agrada. Cierra los ojos e inspira con fuerza, tiene mucho en qué pensar ahora. En cuanto ella le llame...
-Hey, amigo, bonita noche, ¿verdad? -una voz cantarina, baja y profunda, muy masculina, le hace abrir los ojos. Junto a una camioneta ranchera, vinotinto, recostado y fumando, un hombre joven y alto, en jeans y franela verde, una muy ajustada a su torso y bíceps abultados, acuerpado como la idea que se tendría de un marine en descanso, le mira. Con una leve sonrisa, ¿insinuante?, en el bonito rostro.
Aunque satisfecho, sexualmente, el chico no puede dejar de reconocer que es guapo, va a sonreír cuando recorre con la mirada, sin mover un músculo del rostro, el oscuro lugar. No se veía a nadie más, pero...
-Es grata. Y conveniente, ¿verdad? -responde. El otro le mira y entrecierra los ojos con una sonrisa dura.
-¿Y cómo para qué sería conveniente? ¿Para dar una mamada? -le pregunta, tocándose el bulto entre sus piernas, apretándolo y frotándolo, como destacándolo. U ofreciéndoselo.
-Tal vez. ¿No estamos los hombres como nosotros siempre calientes buscando vergas? -el chico responde de manera abierta, completa, amistosa, con su tono más amariconado. Le incita. Quiere que actúe el reprimido chico para ver hasta dónde llega. Si, tal vez necesita eso también, pero...- Mira, estoy cansado, ¿tal vez en otra oportunidad? -e intenta seguir su camino con paso despreocupado.
-¿Vas a rechazarme, pequeño marica? -le sonríe en respuesta, dándole una calada al cigarrillo y arrojándolo, despegado el culo del metal, viéndose más grande y poderoso, por físico y edad.- ¿No quieres revolcarte sobre la capota de la camioneta con mi verga clavada en tu culo hasta los pelos?
-Hummm, suena genial. Sí es lo que te pide tu naturaleza... -el chico le sonríe, cerrando los ojos, soltando una risita.
-¡Maldito y sucio marica! -ruge el chico con un odio intenso y total, casi como si fuera un escupitajo que arroja al otro.
Ocurre rápidamente, y cualquiera que hubiera pasado por la entrada del callejón habría quedado impresionado. El tío alto acabó con el espacio que le separaba del chico bajito, sonriente y estrafalariamente vestido, y le atrapó con una manota por la camisa, cerrando la otra en un puño grande y fuerte como un martillo, y le golpeó en el rostro, con fuerza, escuchándose un sonido feo y seco. Tanto le dio que el abusador lanzó un leve gemido, con la mano dolida, pero no le soltó, sino que repitió el golpe, dándole ahora en el estómago y soltándole. El más bajito salió disparado hacia atrás... Pero no aterriza en el piso. Cae entre otros dos sujetos muy parecidos al primero, que se mantenían ocultos esperando el momento de salir y darle una lección al sucio maricón. Tipos que ríen divertidos, y le atrapa cada uno por un brazo, lo vuelven y uno de ellos le golpea derribándole aparatosamente contra unos botes de basura, gritándole que allí es donde debe estar una mierda como él.
El testigo habría entendido que eran golpea homosexuales, fuertes jóvenes llenos de odio contra los afeminados por las razones que fueran. Tal vez simple desprecio sumado a las ganas de lastimar a alguien indefenso ante su ataque en jauría. Quizás les excitaba saber de ciertas cosas, tal vez odiaban sentir eso, y debían desquitarse, drenar esa furia en el objeto de esa inquietud.
-¿Quieres saber de mi naturaleza, maricón? ¡Odio a los maricas! -le grita el primero, el que lleva la voz cantante, guapo con su cabello claro cortado al rape, los ojos verdes brillando de ira, sonriendo al verle caído. Oh, Dios, lo que iban a hacerle. Y lo harían por todo lo más sagrado que había en este mundo, como se lo habían hecho a los otros que ya no sentían ganas de salir a pasear y mostrar su suciedad.
Riendo de manera rapaz, uno de ellos, de barba y bigotillo castaños, se inclina para atrapar por un tobillo a Yabor, halarle y dejarle en un buen lugar entre los tres donde pudieran proceder a patearle y pisarle. Ríe aún más al recordar cómo chillaban el último al que se lo hicieron cuando con su bota le aplastaba las bolas. Pero toda risa muere, como notaría el desconcertado observador, cuando esa pierna doblada se extiende y le alcanza de lleno en el bajo vientre, obligándole a lanzar un grito ahogado y terrible, salir disparado hacia atrás y caer de rodillas, aferrándose la panza, lanzando un buche de algo amargo y metálico que creía bilis, pero que todos, incluido él, notan con sorpresa que es sangre.
-¡Maldito hijo de perra! -ruge el tercero de ellos, de cabellos negros y ojos de un azul extraño, viendo al amigo herido, sintiendo que tiene que vengar una terrible afrenta perpetrada contra un hombre bueno.
Se acerca, alejado de las piernas, para patearle a la altura del torso, pero el chico, alzando una mano le atrapa la muñeca, alzándose al utilizárle como apoyo. El halón, los dedos cerrados sobre la piel, parece provocarle mucho dolor por la fricción y grita, pero nada a lo que grita cuando Yabor, de pie, baja la mano, atrapándole casi por el codo, no abarcándolo ya que el otro es más recio, y comienza a golpearle la cara con la propia mano, como en el juego de “no te golpees, no te golpees”. Estaba pegándole con su propia mano. Y no era un juego. Las bofetadas se escuchaban fuerte, y el joven grita y grita, no pudiendo detenerle, su propia mano hiriéndole, en su ir y venir las uñas le arañaron.
-Gritas demasiado, marica. -dice el chico con una voz ida, y con la mano libre, de canto, le golpea en el cuello alzándose en los dedos de los pies.
El hombre abre mucho los ojos bajo el impacto, sintiendo que se ahoga, mientras el dolor le embarga de tal manera que mientras va cayendo de rodillas, sin fuerzas, sintiendo que su bajo vientre arde y se enfría al mismo tiempo, se orina encima.
El primero de los atacantes mira todo eso con asombro, especialmente cuando el chico se vuelve hacia él, alzando la barbilla, los desordenados cabellos pintados cayéndole sobre los ojos. Estos se veían extraños, todo pupilas... como los de un animal.
-Debimos dejarlo para otra noche, guapo. -le sonríe, el labio inferior algo hinchado, nada más, aunque le golpeó con toda su fuerzas (esos huesos casi le habían lastimado la mano).
No tiene tiempo de responder, el chico vas trae el amigo, le atrapa el rostro entre sus manos casi gráciles, y le dobla el cuello en una posición inverosímil, rápida y eficientemente. El chasquido escuchándose de manera aterradora y el joven de cabello negro, abriendo mucho los ojos, todo lazo, cae a un lado, boca abajo, muerto.
-No, no, ¡NO! -grita, erizado de pies a cabeza el primero de ellos. De sorpresa, de rabia, eso no podía ser, a ellos no podía pasarles nada, menos eso. Un marica no podía... El miedo le corroe las entrañas.
El amigo de barba también chilla viendo todo aquello, luchando por tomar aire y enderezarse, la sangre manchándole la barbilla. Como sea, el apuesto y enorme joven no lo piensa, intuye que se encuentra ante un animal especialmente peligroso, así que da media vuelta y corre hacia la camioneta, sin volverse hacia el amigo de rodillas, sin ofrecer ayuda. Con la idea de escapar de aquel extraño callejón. El amigo le mira sin creérselo, llamándole ahogado.
Yabor toma una tapa metálica de un basurero y ladeándose la lanza como un frizbi, el sonido es cortante, ululante, y es mayor cuando impacta contra la baja espalda del otro, con una fuerza notable, que le hace gritar de dolor y caer contra el vehículo, sintiéndose de pronto paralizado de las piernas por el corte de la corriente nerviosa a los miembros inferiores. Algo que sabe pasajero, pero...
El segundo amigo mira todo sin poder creérselo, le ve caer y chillar adolorido, rígido, y cuando alza la mirada hacia el chico, ve que este se le acerca.
-No, no, espera, era un juego, ¡era un juego! -grita frenéticamente lanzándole manotazos para alejarle, intentando pararse, poner distancia.
-¿Lo
disfrutaron aquellos con quienes jugaron? Seguro que si. Bien,
juguemos tú y yo.
-No,
no, espera. Espera, no lo hagas. -ruge ahora, con frustración y
angustia cuando el otro le atrapa el rostro aunque lanza manotazos.
Sus miradas se encuentran, esos ojos son rapaces.- No, no, por favor,
no lo hagas; tengo un hijo... -llora abiertamente. Y todavía lo hace
cuando su rostro es obligado a girar, de manera fácil, rápida, y
siente un ramalazo caliente de luz penetrar su mente. Igual que una
idea absurda: De alguna manera, durante esas horas mientras esperaban
encontrar a un marica al cual golpear con furia, se habían topado
con la Muerte.
Muere y el sujeto contra la camioneta, el culo en el piso, le ve caer de lado. Escuchó el gemido de súplica cortado de cuajo, ve unas lágrimas derramándose cuando el rostro levemente barbudo choca del piso. Y el chico se alza, mirando al muerto.
-Tal
vez sin ti ese niño tenga un chance. -y se vuelve hacia el atacante
inicial. Enfocándole con aquella extraña mirada de animal.
-¡No, no te me acerques! -grita este, erizado de pies a cabeza, los ojos ardiéndole, la boca seca y amarga.- ¡Ayúdenme! ¡Ayúdenme, por favor! ¡Que alguien me ayudeeeee! -grita desesperado, sin rubor, sin sentir vergüenza. Le ve acercarse y grita más.- Por favor, por favor, llamen a la policía. Me matan, ¡me van a matar! -grita con toda la angustia del mundo.- No, no me hagas daño. Lo siento, lo siento, no volveré a hacerlo, te lo juro. Vete ya. Los mataste. Ya los mataste. -llora y se revuelve cuando el chico se inclina frente a él. Quiere patearle pero las piernas apenas le responden. Le lanza puñetazos, eso sí, y dos le alcanzan, en el rostro, pero no le afectan.- ¿Qué quieres?
-Que
mueras.
-No,
no... -el rostro se le crispa en una mueca toda llorosa,
aterrorizado, viéndose nada guapo.- ¿Quién eres tú? -ahora sí
que está aterrado, con un temor que va más allá de la idea de su
muerte. Le tiene un miedo atroz a ese muchacho de carita linda y aire
maricón. Grita cuando su rostro es atrapado por esas manos suaves
que parecen arder. Iba a torcer su cuello como a los otros y...
-Lo siento, no te será fácil como a tus amigos. Pero tú querías divertirte conmigo, ¿no es así? Vamos a divertirnos entonces...
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