lunes, 30 de septiembre de 2019

RUSIA Y PUTIN, NOSTALGIA DE IMPERIO

SI EL NORTE FUERA EL SUR

   El pasado pesa... y a veces atormenta.
   Desde que un grupo de hombres del norte de Europa, los varegos, bajaron de la península y fundaron la mítica Rus en tierras más llanas, con una multitud de poblados alrededor los cuales fueron anexados todos, pueblos y creencias, bajo las manos de Iván III, su hijo Basilio III y su nieto, el tristemente célebre Iván El Terrible (quien realmente terminó de darle forma a la nación, la llamada Todas las Rusias, pero que acabó con su propio linaje al matar en un acceso de rabia a su único hijo apto para heredar y al nieto que aún no le nacía), la historia de esa gente ha sido expandirse y expandirse.
 
   En parte buscando sentirse seguros tras sus fronteras, pero en verdad porque tenían una vocación de imperio que nos les cabía en el cuerpo (como más tarde se vería con el proyecto de las trece colonias en Norteamérica), de querer, porque podían, someter y tributar a otros pueblos y la ambición de llegar del Mar del Norte a los Balcanes, del oeste al Asia. La llegada del comunismo con la Revolución de Octubre, que barrió a los zares (que se lo buscaron; el último era un verdadero inútil, lástima por las hijas que parecían todas muy lindas), tan sólo dio otra cara a la vieja mañan de crecer y crecer. Stalin hizo pactos contranatura con Hitler para anexarse parte de Polonia y los estados Bálticos, terminando en aquella maravillosa, para ellos, marchar sobre la Europa del Este. Por el lado asiático si no pudieron, en cuanto llegaron finalmente a Afganistán todo les estalló en las caras (eso y Chernobyl, ésta literalmente).

   El punto es que fueron un imperio zarista impresionante, fueron la segunda nación más extensa del mundo, y fueron la segunda potencia mundial, uno de los grandes sentados a la mesa donde se decidiría si el mundo continuaba o no, en la llamada era soviética, es decir pleno siglo XX. Pero eso se acabó. Si, se acabó, lo siento. Deben aceptarlo. Así como el tiempo de esplendor de los zares se perdió en manos de un hombre con mucho poder pero poca capacidad para el mando, Nicolás Romanov, la Rusia soviética cae por el estatismo que congeló desde la economía a la tecnología. Nada se hacía si la duma no lo revisaba tres veces y lo pasaba luego a otro comité donde sospechaban que algo se tramaba y lo regresaban; y así no había desarrollo ni cuidado para centrales nucleares que funcionaran, por ejemplo. Tuvieron suerte de que no estallaron más como la que asoló parte de Ucrania.
 
   Y eso de por sí fue triste en su momento, ver bajar la bandera del martillo y la oz, dejar de escuchar sobre la lucha del proletariado, los cantos que inflamaban la imaginación de los jóvenes despertando la llama rebelde en sus almas... Lo que, en buena medida, resultó falso. La Unión Soviética se sostenía sobre sus tanques y cañones, como bien podrían contarlo los alemanes, polacos, húngaros, checos y otros; aunque el soñador nunca quiere escuchar sobre eso, es más bonito vivir en Babilandia.
 
   El aparato del terror llegó a ser tal, que sumado a la crisis económica que ya tenía a los moscovitas racionados con boletas de alimentación, logró que en la misma Plaza Roja la gente saliera a protestar por las matanzas que se intentaban en Lituania y Estonia cuando estos quisieron separarse de la Unión. Cuando esa misma gente salió a parar los tanques del partido comunista que iba a tomar el Parlamento para echar atrás la perestroika, agarrándose de las manos como un escudo humano en contra del sistema, ya se sabía que el segundo imperio ruso estaba caído. Lo que no impide que sientan nostalgia de un pasado cuando eran grande...
   Y lo eran. Iban del Báltico a centro Asia, eran una potencia mundial de tipo nuclear, no se podía jugar con ellos. Sus uniformes, armas y tanques eran el terror de sus enemigos, el discurso les hacía moralmente aceptable aunque no lo practicaron. No, no extraña que un sujeto como Vladimir Putin sienta nostalgia de imperio, el deseo de ser un poderoso emperador. Un zar revivido, el último soviet supremo. Igual le pasó a Benito Mussolini cuando Italia pasaba las feas a principios de los años veinte del siglo pasado. Teniendo al frente una desesperante crisis económica, las angustias, la pobreza extrema de muchos y un mundo que no les tomaba en cuenta, Mussolini miraba hacia el viejo esplendor del imperio romano del pasado, y así se levantó con su movimiento fascista que buscaba restituirlo. Pero eso fue como si lo hubiera intentado el último zar, un desastre. Putin no puede hacer tanto porque la economía sigue siendo una vaina seria y necesitan de financiamiento regular, de las buenas intenciones del Fondo Monetario. Pero eso no le impide jugar al poder tras el trono.


   Se mete en Ucrania para mantener a un sujeto que le sea fiel, amenazando a los ucranianos que salieran a las calles a protestar. Se mete en una guerra en Georgia por dos estados que quieren separarse y mantenerse prorrusos, mientras por otro lado usa todo lo que tiene para aplastar a los chechenos que quieren separarse y montar país aparte (la hipocresía es lo que más molesta y más extraña que no sea evidente). Es el único que todavía defiende Lukashenko, el dictador bielorruso, el último que hay en Europa. Pero lo más grave, para el prestigio de lo que una vez fue la Unión Soviética, todas las Rusias, es que empujado por el deseo de parecer importante, determinante en el mundo, se alía y sostiene regímenes francamente aberrantes que cargan brutalmente contra sus pueblos que quieren sacudírselos, como los viejos reyes dictadores en Siria, repitiendo que no es que los sirios se cansaron de estos reyes, como se cansara la gente en Egipto y Libia de sus “amados líderes vitalicios”, por ejemplo, sino que “Occidente los quiere tumbar”. Como si occidentes no los hubieran tolerado más allá de lo que la vergüenza hubiera aconsejado mientras mandaban petróleo y sometían a los grupos radicales que si les asustaban. ¡Qué no le soportó y cabroneó occidente a mohamar gadafi por temor a los precios petroleros!
 
   Terminando el señor Putin con su postura en Venezuela, donde sostiene a una gente que les sacó plata a lo bruto y todavía necesitan el triple para sostenerse un año más, pero al que tienen que auxiliar por la promesas de entrega de recursos, lo que queda de PDVSA, y porque cree que enfrenta y le para el trope, en influencia, a Estados Unidos. No importa qué intereses defiende, lo que necesita es que parezca que todavía cuenta.
   Por otra parte está el asunto del... ¿nuevo armamento bélico? Como ocurriera hace décadas con lo de Chernobyl, cuando fue en la península báltica que se dieron cuenta de altos niveles de radiación en el aire (que evidenciaba que algo había ocurrido “al este”), otras voces dieron la misma alarma pocos meses atrás ante el silencio de los nuevos hijos del zar. Les estalló una fábrica “secreta” donde todo el mundo sabía que probaban armas durante la era soviética (como el Álamo en Estados Unidos, que los espías daban indicaciones y dirección a los que se perdían por ahí), donde murieron cinco importantes científicos nucleares. Eso dio para todo tipo de comentarios. ¿Una nueva bomba? ¿Otro misil más potente y aterrador? ¿A estas alturas de la vida? Según ellos, enfrentados a la evidencia de que el asunto se supo y no porque lo contaran, tan sólo probaban un nuevo isótopo para combustible de propulsores. Y eso asusta más. ¿Imaginan cohetes de algún programa espacial ruso usando material radiactivo como combustible y que estalle en la atmósfera?

   Vladimir Putin está logrando acabar con esa nostalgia que todavía queda en tantos que miraban en esa dirección en busca de una manera alternativa de ver la vida. Su necesidad patológica de ser alguien le ha aconsejado mal, le ha llevado a juntarse mal, a rayarse... Enlodando el nombre de la antigua patria del proletariado glorioso, como imaginábamos que era, y que terminaría triunfando por el mundo, cuando éramos jóvenes.
 
   Qué tontos somos de muchachos... 

LA EUROPA QUE FUE Y LA QUE ES

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