...
Rojo
de cara, farfulla sin emitir sonidos, los labios enrojecidos por el
roce contra la dura verga, la barbilla algo húmeda de saliva y de
jugos del macho.
-Doctor,
yo… -el otro no quiere escucharle, ni puede contenerse, le había
encantado la boca del chico, la manera mórbida y hambrienta de su
lengua, así que le silencia metiéndole la suya, recorriéndole
todo, labios, dientes, encías, encontrando el sabor de su propio
güevo, lo que hizo que este pulsara feo, botando más de esos jugos.
-Vamos,
bebé, enséñamelo… -le susurra, caliente, contra los labios,
poniéndose de piel, la bata abierta, el velludo torso y abdomen
expuesto, la verga mojada de saliva tiesa como una lanza de carne,
alzando al forzudo joven.
Confundido
por todo lo ocurrido (mintiéndose, el culo, ese ardor, aquellas
ganas que sentía, habían tomado el control), el joven comienza a
aflojarse la corbata, mientras el otro le desata la correa y le abre
los botones de la camisa, halándosela y sacándosela del pantalón,
algo que, por alguna razón, le parece muy erótico. Apartada la
corbata, Jacinto comienza a sacarse el saco, mientras el abogado
maldice esa camiseta que cubre, a duras penas, ese poderoso y joven
cuerpo hecho para ser tocado, lamido, adorado. Poseído. Le ayuda a
salir del saco, con dificultad porque casi se le atasca en los
hombros. La camisa parece a punto de estallar en sus bíceps, cuando
la aparta, quedando el enrojecido chico, en camiseta, una muy abierta
por los costados, apenas conteniendo aquel recio corpachón. El
abogado casi se corre de pura emoción. Le quiere ya desnudo, pero no
puede evitar alzar las manos y recorrer esos melones que tiene por
pectorales, aquellas tetillas que levantaban la tela blanca,
acariciándole, provocándole gemidos.
-Dios,
eres… perfecto. –brama el hombre realmente impresionado, él, que
sabe disfrutar del momento pero sólo mira en otros un cuerpo para un
rato, y una vez saciado “chao, amigo”, y a continuar con lo que
llegara. Pero ese joven…
Jacinto,
rojo como un tomate, casi sonriendo tímido como una virgen
debutante, deja que el hombre le saque la camiseta, alzando los
poderosos brazos, exponiendo sus axilas grandes, tan escasamente
velludas que parece depilado. Como el torso dorado, liso y musculoso
que queda a la vista del abogado.
Aunque
lo que más quiere es tomar ya ese joven cuerpo de dios, el hombre
extiende sus manos grandes y recorre los recios hombros, bajando por
los brazos, palpando los duros bíceps, subiendo y atrapando esos
pectorales redondos, duros como piedras, acariciando los pezones con
sus pulgares, moviéndolos como limpia parabrisas sobre las erectas y
sensibles tetillas, cosa que hace gemir al muchacho de una manera que
le eriza. Y si, Jacinto siente que todo su cuerpo es una masa de
lujuriosas y apasionadas sensaciones. Aunque no esperó aquello, tal
vez porque ni el mismo Andrades era amante de ello. El hombre se
inclina y le atrapa uno de los pezones, con aureola y toda, entre sus
labios, cubriéndolo, mojándolo de saliva y aliento, azotándole con
la lengua reptante, y succionando de una manera intensa.
-Ahhh…
-Jacinto echa la cabeza hacia atrás, no entendiendo como aquello,
que no era la primera vez que se lo hacían (claro, chicas), podía
resultar tan eróticamente estimulante. Tal vez era por los calambres
en su culo, que parecían acompasados. Y el gemido se repite cuando
su otro pezón recibe idéntica atención. Casi siente las piernas
débiles.
Apartándose
a duras penas, labios húmedos de su propia saliva, casi sorprendido
de lo rico que era chupar de esos jóvenes pezones masculinos, los
cuales, con un aro, seguramente resultarían aún más sensibles,
Andrades le mira, febril y ansioso.
-Vamos,
enséñame más, chico guapo. Quiero ver lo que ocultas. –le abre
el botón del pantalón, bajando el cierre y dando dos pasos atrás
dispuesto a disfrutar del espectáculo.
-Doctor…
-No,
no seas tímido; con ese cuerpo no debes… -le urge.
Rojo
de vergüenza, sin poder apartar los ojos de la mirada de ese hombre,
como no fuera para lanzar ojeadas inquietas sobre ese güevo que
parecía más tieso y goteante ahora, el joven fortachón sale de sus
zapatos, dudando un último segundo y dejando caer el pantalón. La
vergüenza y excitación que siente ante su propio exhibicionismo, se
ve recompensada por la mirada de absoluta lujuria del otro, quien con
la boca y ojos muy abiertos, recorre su cuerpo una y otra vez, desde
el rostro al cuello, el torso, los brazos, el abdomen, las piernas
recias… la pelvis cubierta por la tanguita, de corte masculino a
pesar de todo, color rosa. Está es mínima, putona, sensual,
deformada por la erección tras ella, una que, aunque
escandalosamente visible, es totalmente cubierta por esa tela que
parece una capa de pintura sobre su piel. Una muy erótica.
-Joder,
tu cuerpo… Y esa mierdita rica que llevas… -le clava los ojos en
la pelvis, y Jacinto traga, de pronto sediento, cuando el tolete del
abogado sufre un temblor y una espesa gota de líquido cae sobre la
alfombra.- Vuélvete… Enséñamelo todo, por favor…
Con
la respiración entrecortada, Jacinto patea y sale del pantalón,
estaba allí, con medias (azules claras), la tanga rosa y nada más,
mostrándose a un carajo que le había dicho que quería enterrarle
aquel tolete grueso y nervudo por el culo. Más rojo de cachetes se
vuelve…
-Oh,
mierda santa, muchacho… -le oye contener el aliento.- Voy a cogerte
tanto, tanto, tanto que voy a preñarte…
La
voz, el tono, las palabras erizan al muchacho, ¡tanto así le
gustaba a ese carajo!, aunque nada le prepara, y gimen cuando ocurre,
a lo que le recorre cuando las manos grandes del sujeto caen sobre
sus hombros, recorriéndole, acariciándole… y la punta de aquel
tolete duro y caliente, le roza y moja la curva de las nalgas.
-Tan
hermoso… -jadea el abogado, voz cargada de lujuria contra su oído,
bañándole con su aliento, cerrando la distancia, quemándole con su
velludo cuerpo.
-Doctor…
-no sabe qué quiere, pide o espera. Tan sólo que respira
pesadamente, su poderoso torso subiendo y bajando con esfuerzo, la
verga latiéndole dentro de la rosa tanga… su culo hecho una sopa
caliente. Pero aún esa palabra pierde sentido cuando esas manos,
metiéndose bajo sus brazos, recorren su torso una, el abdomen la
otra. Las palmas erizando su piel, estimulándole, sus tetillas
imposiblemente duras, los dedos de aquella mano atrapándolas
dulcemente, pellizcando y halando. Halconcitos leves que hacen gemir
al forzudo muchacho, mientras la otra baja, lentamente, recorriéndole
y excitándole, un dedo jugando con su ombligo, demarcando sus bordes
redondos (como un culo, piensa desmayadamente), entrando y empujando,
para finalmente bajar más y más, esos dedos sobre su bajo abdomen,
allí donde generalmente hay vellos, unos que ahora no tiene, no
sabiendo por qué.
-Tan
hermoso… -el hombre repite susurrando, sabiendo lo que provoca en
el joven, pero también el arrebatado de lujuria que le recorre a él.
Sacando la lengua y pegándola de ese cuello liso, los dos se
estremecen por el íntimo y erótico roce, mientras los dedos se
meten, las uñas, dentro de los bordes de la tanga.
-Hummm…
-el muchacho se estremece, y más cuando esa verga dura y pulsante,
horizontalizada, se refriega de sus nalgas, de adelante atrás, como
si le cogiera, percibiendo perfectamente toda la longitud de ese
poderoso miembro.- Ahhh… -grita, mejillas rojas y ojos cerrados
cuando los dedo del hombre pellizcan sobre su pezón izquierdo algo
más fuerte, y recorre la enorme silueta de su verga, sobre la suave
tela de la tanga, la cual parece intensificar la sensación. El
tolete responde latiendo y manando sus jugos.
-Posa
para mí. –pide, con voz entrecortada, como si le costara,
soltándole. Cosa que si le cuesta.
No
sabiendo por qué lo hace, el por qué siente que debe complacerle,
el fornido joven, muy rojo, separa sus piernas, las tersas nalgas
abriéndose un poco, dejando ver la delirante tirita rosa del hilo.
Doblándose, expone más, y sobre un hombro mira a ese carajo, un
tipo casado que estaba haciendo aquello, en la sala del apartamento
que comparte con su mujer.
-Mierda,
mira eso, eres tan… -el abogado no parece encontrar palabras
mientras recorre con la vista la nuca, los anchos hombros, la
estrecha cintura, las recias nalgas, redondas y duras, que se abren,
rodeadas por una tirita de color que se pierde entre ellas, semi
cubriendo, no del todo, un orificio que parece algo hinchado, de
labios abultados (un culo sabroso), y atrapando en el saco rosa, más
abajo, las bolas. El joven le ve llevar una mano a su tolete,
apretándolo como para impedir una corrida ante la sola vista.- Sube
un pie al mueble, por favor.
Sintiéndose
todo caliente, y tonto, Jacinto obedece, equilibrándose sobre un pie
en la alfombra, el otro en el mueble, su recio y joven cuerpo algo
ladeado. Sus nalgas bien abiertas. Se estremece y aguanta la
respiración al oírle aspirar ruidosamente, como sorprendido,
mientras se le acerca. Las manos, abiertas, caen en sus hombros,
acariciándole con adoración.
-Tan
hermoso… -le oye repetir nuevamente, en trance, mientras le
acaricia la espalda, bajando.
Casi
jadea cuando le siente el aliento bañándole la piel, porque
mientras le soba, ese carajo comienza a besarle los hombros, la
columna. Besa y chupa su piel, a veces lengüeteando sobre ella. Y
esas caricias le tienen al borde. Más cuando se vuelve sobre el
hombros y le ve el rostro enrojecido, los ojos cerrados, la verga
goteándole copiosamente al caer sentado, esos labios y manos cayendo
sobre sus nalgas, clavando dedos, intentado clavar dientes (son muy
tersas y no se dejan). El aliento bañándole la raja. Tiene que
afincar los dedos de los pies cuando la tanguita es apartada de su
raja.
-Ahhh…
-se le escapa, labios muy abiertos, ojos llenos de sorpresa, erizado.
¡Ese
hombre ha metido la cara entre sus nalgas!, raspándole con el
rastrojo rasurado de la barba, el aliento bañándole el culo, que
tiembla, ansioso, lleno de ganas.
Aunque
no acostumbra hacer esas vainas (coger si, dejarse mamar igual, eso
no), el abogado no puede detenerse, con los pulgares le aparta un
poco más la tanga y separa los labios del esfínter, aleteando la
punta de su lengua sobre ese capullo tan levemente velludo que casi
parece lampiño. Y le enloquece notar como esa entrada se agita y
titila bajo sus caricias. Era un culo, pero… Cerrando los ojos le
mete la lengua, cálida, babosa, reptante, y ese agujero se abre en
flor, dejándole penetrar, el anillo medio masajeándole, sintiéndose
un olor levemente almizclado, sabiéndole curiosamente dulce. ¡Y
comienza a comerle el culo!, chupando, lengüeteando, salivándole, y
Jacinto se estremece, gime, se revuelve, casi le atrapa el afilado
rostro con las nalgas. Los gritos de agónico placer suben en
intensidad cuando la lengua le coge, literalmente, adentro y afuera
de su culo, una sensación nunca antes experimentada.
-Hummm…
hummm… -es todo lo que puede gemir en un momento dado, sintiendo
que se quema, subiendo y bajando el culo sobre esa boca.- Oh, por
Dios, doctor, cógeme… ¡Cógeme ya! –le grita.
Casi
cree sentir que el tipo ríe, contra su culo, pero este no se
detiene, sigue enrollando la lengua y empujándosela, muy adentro en
su tembloroso agujero, que se abre, los labios del esfínter parecen
masajeársela mientras la siente. Y una lengua en el culo era algo
que, le avergüenza, de haber sabido que se sentía así hace rato
habría querido experimentarlo. El abogado, aferrándole con los
dedos, bucea entre sus nalgas, su rostro sube y baja ahora,
frotándole el sensible anillo con nariz, labios y barbilla. Sopla
suavemente y le maravilla ver ese culo titilar.
-Ahhh…
-es todo lo que parece poder exclamar, o hacer, Jacinto. Si alguien
le estuviera viendo desde el techo, como una cámara oculta puesta
allí por una esposa que desconfía de las niñeras junto a su
apuesto, masculino y recio marido, habrían visto su cabello
cayéndole en la frente y los ojos, su frente fruncida sabroso, sus
mejillas rojas, los labios húmedos levemente abiertos en una
sonrisa, gimiendo; la viva cara del placer y la urgencia. Su culo
necesita más, y mientras sigue azotándole con la lengua, el hombre
le mete un dedo con insoportable lentitud.- Ohhh… -goza cada
centímetro que le penetra, pero… Baja su culo, tomándolo todo.
-Estás
muy caliente, ¿verdad, pequeño? –la voz burlona, ronca y viril le
eriza. Y cruzan una mirada.- Muéstrame cuánto lo quieres. –le
pide, metiéndole un segundo dedo dentro del redondo agujero, cuyos
labios parecen abrazarlos con fuerza, cerrándose de una manera
hambrienta y erótica sobre ellos. El joven culo de un musculoso tipo
que no sólo acepta que lo penetren dedos masculinos, sino que los
abraza de una manera decididamente urgida, quemándolos,
apretándolos.
Y
si esa cámara estuviera allí, se habría visto al joven volver el
rostro al frente, más rojo de vergüenza, lanzando un casi frustrado
gemido. Su cuerpo sólido y musculoso se agita, va y viene; su culo
sube y baja, apretando siempre, sobre esos dedos masculinos que
penetran su entrada hasta hace poco secreta. Y grita, porque sus
entrañas estallan en candela. Los atrapa y suelta con más rapidez,
los labios de su culo bajando cuando sale de los dedos, entrando
cuando los cubre otra vez, bajo la fascinada mirada de Andrades, cuya
verga estaba creando un pozo de líquidos espesos sobre la alfombra.
Y los agita en el interior del joven, tijerea en esas entrañas, los
flexiona y le roza, goteándole más el tolete, que se estremece, al
oírle gemir roncamente, de puro placer, mientras arquea la espalda,
que enrojece también.
Un
tercer dedo se mete, y Jacinto así lanza una risotada, ahora si se
sentía mejor. Y su joven cuerpo brilla de transpiración, dorado,
liso, mientras sube y baja con mayor rapidez sobre esos tres dedos
largos, velludos y gruesos. Jadea, se calienta más y más mientras
se empala. Su culo es una ventosa caliente y húmeda. Cree escuchar
un pop, cuando el otro los saca, soltando la tirita.
-¿Realmente
quieres esto? –pregunta el hombre.
Con
su culo abandonado, Jacinto baja el pie, volviéndose a mirar al
hombre, casi parece una virgen ruborosa; el carajo, de pie y sin
quitarle los ojos de encima sale de la bata. Es delgado pero fuerte,
correoso, velludo. Los ojos del joven bajan a ese tolete tieso,
goteante.
-Si…
Ese
hombre va junto a él, alzando las manos y atrapándole el rostro,
besándole, mientras se dirigen vivienda adentro; cruzan un
alfombrado pasillo, con las paredes cubiertas de retratos familiares.
Se besan cuando el abogado empuja una puerta y entran en un
dormitorio amplio, con toda una pared ocupada por el cabezal labrado
de una cama inmensa, que atornilla con gabinetes a los lados. Al
frente hay equipos de sonido y video. El ambiente está algo frío.
El piso, cubierto por una gruesa alfombra marrón, combina un tanto
con el cubrecama.
Pero
ninguno de esos detalles le importa a la pareja mientras se besan,
lengüeteados y chupados, metiéndose manos por todos lados. El
abogado le arroja de espaldas sobre la cama, cayéndole encima, sus
pieles rozándose, sus torsos, las manos, las lenguas. El tolete del
hombre choca y se frota del que está cubierto por la tanga. La
calentura es tal que ese sujeto va a cogérselo en su cama
matrimonial. La que comparte con su mujer. Y la idea es tan perversa
que no puede contener las ganas. Se pone de piel, quitándole las
medias, Jacinto sonriendo y jadeando, sintiéndolo casi como una
caricia. Luego le obliga a volverse. El joven, mentón en el colchón,
parpadea al sentir las recias manos atrapar las tiritas de su hilo
dental por las caderas, halando del mismo, el hombre disfrutando como
va apartándose y levantándose de entre sus nalgas, enrollándose en
sus muslos. Esta caricia, le parece al forzudo joven, era aún más
intensa que la de las medias.
Temblando
de lujuria, totalmente perdida toda cordura, Andrades le saca la
prenda de los pies, alzándola, mirándola fascinado, tan pequeña,
¿cómo cubría tanto? La lleva a su rostro, olfateándola, y la
verga le tiembla, mojándolo todo. Cierra los ojos, aspirando más,
llenándose los pulmones con aquel olor a sexualidad masculina joven.
-Ábrete
para mí, bebezote. –le ordena, ronco, preguntándose cómo haría
para robarle esa tanga y guardarla como trofeo.
Y
mirándole sobre un hombro, respirando pesadamente, Jacinto separa
sus recias piernas, sus nalgas se abren, y ese culito rojizo titila
salvajemente. Cuando Andrades se acerca, montando una rodilla en el
colchón, entre sus piernas abiertas… ese agujero se abre como una
boquita hambrienta de güevo. De macho.
Ojos
muy abiertos, preguntándose todavía qué coño hace abriéndose así
de culo a otro carajo, él que no es gay (y lo piensa en serio),
sabiendo que su agujero sufre espasmos de anticipación, Jacinto
espera, conteniendo la respiración, cachetes rojos, hombros tensos,
los músculos marcados en su espalda, sus nalgas son masas duras.
Traga en seco, con dificultad, cuando la cabeza de aquel güevo se
roza de su entrada, frotándose, dándole leves caricias y embestidas
sin penetrar.
El
abogado apenas se puede contener ante la visión de ese hermoso y
joven tío, fornido y caliente, esperando a que se la entierre hasta
los pelos en aquel culo casi lampiño, tembloroso, abierto y deseoso.
Esos temblores del esfínter masculino, la visión toda del chico
tenso sobre la cama, aguardándole, le roba la poca cordura, esa que
todavía le advertía que era mala idea, una muy mala idea, cogerse a
ese muchacho en su propio apartamento sobre la cama que comparte con
su mujer, la cual le mira desde una fotografía, sonriente, sobre la
mesita de noche. Pero no puede contenerse, no con aquel dulce manjar
así ofrecido, ¿qué hombre podría dejar pasar semejante
oportunidad? Algo salvaje parece despertar en él, mientras recorre
con la amoratada punta de su verga esa raja, esos labios hinchados y
temblorosos.
-Quiero
cogerte duro, muchacho; lo quiero tanto que me duele. –le dice
ronco, sus miradas encontrándose sobre un hombro, Jacinto temblando
ante su lujuria.- Quiero que seas mi putito, llenarte con mi verga y
convertirte en una nena caliente. –apoya con más fuerza el glande
de esos labios que se abren, casi abrazándole.- Si, estás cachondo,
¿verdad? Un güevo es lo que quieres. Un hombre… -empuja
suavemente, maravillado de cómo su grueso tolete va penetrando en
aquel pequeño agujero redondo, que se las ingenia para dejarle pasar
mientras le aprieta.
-Ahhh…
-Jacinto tiene una expresión que casi podría parecer dolor, frente
fruncida, boca abierta, los gemidos escapando, pero no era nada de
eso. El muchacho estaba sintiéndola, la dura y pulsante verga
caliente enterrándosele, el glande rozándole, las venas latiendo
contra las paredes de su recto, despertando nuevas oleadas de
lujuria, de deseos que parecen ahogarle. Cierra su esfínter, sus
entrañas, deseando sentirla mejor, atraparla. Chuparla para terminar
de enterrársela.- Ahhh… -grita otra vez, roncamente, de ganas,
cuando las manos del hombre caen a los lados de sus hombros,
recostándose de él, metiéndosela toda, poquito a poquito,
abriéndole, llenándole. Su culo tenía al fin lo que tanto quería:
un güevo llenándolo.
La
punta golpea de su próstata, así de fácil, es como si esta se
moviera para buscarle, para facilitarle todo, y sus entrañas
estallan en llamas, apretando y sorbiendo prácticamente, provocando
un doble gemido a los hombres. Jacinto, casi barbeando, dejando salir
jadeos, siente como las paredes de su recto ordeñan ese tolete. El
abogado se ve asombrado, ese culo alrededor de su tranca parecía una
mano, una boca, ¡un ansioso chupón!
-Dios,
qué culo tan vicioso y caliente; tan apretado… -gruñe el hombre,
retirándose lentamente, refregándole, halándole los labios del
esfínter; metiéndosele otra vez, con un golpe seco, dejándose
caer. Tensándole, viéndole arquearse y oyéndole gemir. Lo saca y
mete, alzando su culo peludo, retirándole el grueso tolete nervudo,
amoratado de ganas, del redondo anillo, abriéndoselo,
trabajándoselo, golpeándole con las bolas. El tolete, venoso,
amoratado, sale y entra con ganas, nutriéndose de esas entrañas que
lo reciben y halan, chupándolo.
¿Qué
pensaba aquel chico heterosexual, musculoso y guapo mientras su culo
era cepillado por la nudosa verga de aquel hombre que tenía edad
para ser su padre, uno joven y guapo, pero mayor?, era difícil
saberlo viéndole rojo de cachetes, frente fruncida y boca muy
abierta de donde salen gemidos nada masculinos o de dolor, sus nalgas
subiendo y bajando con rapidez para acercar su ardiente y hambriento
culo a ese tolete. Los paff, paff, paff, de las bolas y pelvis del
otro sobre su persona, completan el cuadro.
-¿Te
gusta, bebezote?, ¿te gusta sentir mi verga arando tu joven culo
caliente? –le pregunta, mórbido, emocionado, ese sujeto casi sobre
un oído, mirándole sonreír extraviadamente.
-Ohhh,
si, si, papi, cógeme así. –escapa de sus labios;
independientemente de cualquier cosa que pensara, su mente había
dejado de funcionar, momentáneamente dominado por el calor, las
ganas, la lujuria desatada de sus entrañas, con la punta de esa
verga caliente y pulsante contra su próstata mientras le refriega
las sensibles paredes del recto en ese indetenible saca y mete,
controlándole, dominándole, reduciéndole al estado de un cuerpo
que desea, no, que necesita ser poseído, tomado. Cogido.- Sigue,
sigue, duro, por favor… - casi lloriquea gritando cuando siente
esos labios tersos, rodeados de una sombra de bigote y barba rozarse
de su orejita roja, le lengua lamiéndole, los dientes atrapándole,
la saliva mojándole cuando la punta rojiza parece querer penetrar
también su canal auditivo. Tan sólo puede tensarse y estremecerse
bajo el cuerpo masculino, demostrando lo fuerte que es a pesar de
estar abierto de culo.- Cógeme, cógeme; lléname el culo de leche.
-lloriquea, alzando y bajando sus nalgas blanco rojizas contras esas
caderas bronceadas y velludas, exprimiéndole con el agujero la
venosa lanza de carne.
Tragando
en seco, perdido de lujuria, nunca antes tan caliente como ahora (ese
culo parecía derretirle la verga de una manera que sencillamente no
le dejaba razonar), el abogado sonríe y gruñe dominante, el macho
poderoso… al tiempo que se siente vagamente inconforme. Hay algo
que le molesta y no sabe… Se la clava toda por ese culo, centímetro
a centímetro su nervuda tranca desaparece dentro del redondo anillo,
quedándose allí, meneando sus caderas de manera circular para
escucharle gemir, totalmente sobre su cuerpo cálido, que sube y baja
por la anhelante respiración. No entiende qué tiene, qué le pasa…
hasta que comprende: desea ese culo, a ese chico, para sí. Quiere
que Jacinto sea suyo, sólo suyo. Y no lo era. No le pertenecía…
todavía.
CONTINÚA ... 10
Tus escenas de sexo son atrapantes.... Me imagino como si fuera una película jejeje
ResponderBorrarGracias, esa es la idea, jajaja
BorrarSí, eso es algo que me atrapó a mí también: poder imaginar cada escena. Por ejemplo, yo imagino la habitación de color blanco y las fotografías familiares, posando Corina, Andrades y sus hijos. Ja, ja, ja
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