miércoles, 9 de octubre de 2019

SERVICIO A DOMICILIO... 9

...A DOMICILIO                         ... 8
   La trampa atrapa chicos...
......

   Martín no piensa, al menos no con el cerebro, y con manos frenética se saca la verga, que pulsa llena de sangre y ganas. Nada difícil a esa edad. El abogado, el “viejo sucio”, se la mira, luego a él, al rostro, y ronronea de una manera procaz, erótica. La deseaba. Tanto que una gota de líquidos preseminales que se suspende el al aire desde su ojete le hace tenderse hacia adelante, apresurándose a atraparla sacando la lengua, donde cae, saboreándola de manera ávida mientras continúa mirándole a los ojos.

   -Alimenta a la perra. -oye la risita ronca de Vicente, el vecino de barba.

   Está casi ahogado de lujuria, lo sabe, ver a ese hombrezote peludo siendo follado de aquella manera por ese grueso güevo que va y viene, ladeándose un poco, dándole aquí y allá (sobre ese punto que ya conoce, piensa estremeciéndose más), le borra toda idea racional; el tolete le late en el aire, nuevas gotas caen, unas que son tomadas por esa lengua. Tan sólo quiere participar, meterse con la “perra”. Acerca más el cuerpo y gime, cerrando los ojos, sonriendo aunque no sabe que lo hace y echando la cabeza hacia atrás en éxtasis cuando esos labios húmedos y calientes le atrapan la cabecita del güevo, dándole besitos y chupetones salivosos, bajando más y tragando más, cerrando las mejillas y comenzando un vaivén mientras sorbe. Chupa y lame con esa lengua caliente que siempre se ha mostrado tan hábil a la hora de mamar toletes. Casi siente un calambrazo en el miembro al tiempo que la boca va y viene. Le es fácil imaginar a un joven jugando al fútbol con sus amigos, una caimanera una tarde de sol un domingo, todos alegres, sudados, llenos aún de energías, haciendo apuestas insólitas y el futuro viejo mamagüevo perdiéndolas, de rodillas en un garage mamando a todos esos carajos, que riendo le dirían cosas, que con sus trancas le azotarían la cara, una más joven pero igual de hambrienta, metiéndoselas uno a uno en la boca, todos queriendo ser chupados; unos deseando ver que se tragara sus leches, otros queriendo verla chorreando por esa cara...

   Jadea aún más, ojos cerrados, Roberto la tiene toda, ordeñándola con su garganta de una manera ruidosa. Y una boca haciéndote eso en el güevo era la gloria, piensa el muchacho, temblando, atrapándole con una mano tras la nuca aún levemente húmeda con el agua de la piscina. O el sudor. Comienza un saca y mete lento, cogiéndole la boca, algo que les hace gemir a los dos. Y así, con los ojos cerrados, sonriendo, puede “verle” siendo follado por boca y culo; dos machos dándole duro, tan sólo faltándole, tal vez, un espejo para mirarse mientras era atendido...

   -Abre los ojos y aprende. -le indica la autoritaria voz de Vicente; una que le eriza un tanto la piel, porque le gusta, le atrae el tono, le gustaría usarlo con la perra.

   Obedece y siente que la verga le tiembla en la boca del carajo. Imaginar era una cosa poderosa en la mente de los hombres cachondos, pero verle ir de adelante atrás, frenético, buscando enloquecido esos dos güevos era todavía más caliente. Estaba dándole buenas chupadas, pero no puede dejar de preguntarse si las que le da al otro, con el culo, no serían igual o mayor en intensidad. Esa idea le sorprende, pero está tan excitado que no puede rechazar la imagen de un culo abriéndose golosamente para recibir un joven y duro tolete tieso. Si, mientras ronronea y se estremece y babea (se veía a leguas que a Roberto Mancini le gustaba mamar güevo, mucho), se notaba que también deliraba por un tolete llenándole el vicioso agujero. Es perfectamente consciente de su expresión cuando la gorda tranca se le va enterrando, desapareciendo toda, el cómo se tensa y estremece. Él mismo lo hace ante esa cara, esa actitud, el brillo del carajo... Era el goce de estar siendo follado por un hombre. Al abogado le gustaba tanto mamar como tener una clavada en su trasero, rastrillándole hondo, la punta dándole una y otra vez en aquel punto que parecía ir poniéndole cada vez más frenético.

   No puede apartar los ojos de esa baja espalda, de esas nalgas que se abrían, del pubis del otro que iba y venía, empujándole el tolete hasta lo hondo, abriéndolo, llenándolo de pulsante carne dura. Y enrojece al alzar la vista y encontrar a Vicente mirándole, sonriendo.

   -Si, a las perras les encanta esto. Hay hombres para quienes no hay nada más valioso y maravilloso en este mundo que estar en presencia de una verga erecta. Ofrecida para que se goce en ella. Tenerlas en la garganta les encanta, mucho, saborear los licores del hombre... Pero en el fondo todos mueren por esto... -le aclara, atrapando al abogado por la cintura y comenzando un impresionante saca y mete que parece transformar en majarete a Roberto, cuya boca se cierra aún más hambrienta al tiempo que sus ojos parecen ir bizqueándose.

   Y mientras habla, el sujeto le suelta y descubre su torso, mostrando unos pectorales desarrollados de hombre, peludos, con hembras canosas brillando al sol, desabrochándose más el pantalón, que cae, dejándole en bóxer y con la tranca afuera, uno que también medio baja. Sonríe al hacerlo, orgulloso de sí, piensa un fascinado Martín... quien ve cómo las gordas nalgas de Roberto van contra esa pelvis, disparadas hacia atrás, buscando con el hueco del culo, uno que se abre y abraza, esa tranca. El hombre se la mete toda, apretando los dientes, clavándole otra vez los dedos en la cintura, y todavía se refriega de manera circular de ese otro carajo, el cual gime en todo momento, con los ojos casi idos de tanto placer.

   El chico no puede procesar con palabras sus ideas, y aún estas le cuestan.

   -Sí, muchacho, el viejo marica está cabalgando sobre el placer puro. Cuenta con un fino órgano sexual, fuente de gran placer, en su boca, como todos, pero el principal es este, el coño de labios golosos que tiene entre sus nalgas peludas. La pepa que el buen Dios colocó allí para que se gozara en el amor de los hombres le domina. El punto de la dicha. Ven, acércate para que veas... -ordena, invitando.

   Martín traga en seco, quiere que el viejo siga mamándolo, llevaba días soñando con eso aunque fuera incapaz de decírselo aún a sí mismo, pero la curiosidad… Va, su joven tranca temblando al aire, agarrándose un faldón del pantalón para que no caiga, colocándose al lado del otro.

   -¿Qué tienes?, ¿sientes vergüenza de mostrarte como un macho?, ¿acaso eres un maricón, muchacho? -le gruñe el hombre sin detener las embestidas de sus caderas y le obliga a soltar el pantalón, que cae.- Bonito bóxer. Ese si vale la pena.

   -¿Cierto? -jadea, feliz de la vida, Roberto, ahora transpirado, jadeante, apenas sosteniéndose sobre sus manos y rodillas, mirándoles sobre un hombro.

   -Muestra siempre con orgullo lo que tienes. Lo que piensen otros es su problema. O lo que deseen. -le dice el hombre al muchacho, como si fuera un maestro.- Ahora mira.

   Y clava los ojos, no quiere porque es algo... extraño, estando tan cerca del sujeto, pero lo hace. Lo primero en lo que repara es en la gruesa tranca del macho, casi deformada por las hinchadas venas que seguramente estaban rastrillándole las paredes del “coño” al marica, con la cabezota casi saliendo, con la que le golpeaba la pepa; pero era... Joder, ese culo peludo y arrugado se estremecía alrededor de la tranca; mientras esta salía los labios se adherían a la piel como si no deseara dejarla escapar, como si la halara, para luego aceptarla. Y cuando la tranca desaparece, clavándose, refregando, golpeando, esos labios desaparecen con pelos y todo. Roberto se tensa y chilla, la espalda y hombros muy rojos, alzando el rostro y gimiendo. Martín traga en seco, ver como le da y le da, llevándole a la locura, le tiene mal. El tolete le babea sin control. Y Vicente le mira, sonriendo, sacándole la tranca del culo al abogado, ordenándole a este, sin mirarle, los ojos clavados en el chico, quien ahora, rojo de mejillas, le mira al apartar la vista del tolete tieso.

   -Vuélvete. -gruñe.

   Estremeciéndose, Martín ve como Roberto se voltea en la silla, cayendo de espaldas, jadeante, grande, viril, velludo de una manera sexy, bañado ahora en sudor, los cachetes rojos, los ojos oscuros de lujuria. Le ve alzar las piernas, separarlas; el culo, rojizo, los labios hinchados de tantos frotes, temblando visiblemente. El bañador un tanto bajo le cubre las bolas y el tolete, pero se le ven. Está duro y babeante.

   -Mira cómo se le estremece. Para el puto no hay placer comparable a tener un güevo clavado llenándole las entrañas. Para ellos eso es la dicha. -anuncia el tipo, y a Martín la calentura le sube todavía más, viéndole ocupar el espacio frente a esas piernas, Roberto enrojeciendo por el esfuerzo de sostenerse las rodillas con las manos. Esfuerzo que se alivia cuando Vicente le atrapa los tobillos, separándole más las piernas, alzándole un tanto más el agujero, inclinándose y apuntando la cabeza de su tranca hacia este, el cual realmente pulsa como una boquita haciendo muecas, abriéndose expectante. Golosa.

   -Ahhh... -Roberto gime, frente fruncida, cuando el glande roza su capullo, empujando y empujando.

   Martín siente una bola en la garganta cuando ve como la punta desaparece y esos labios tiemblan ávidamente a su alrededor, ¿podría sentirse tan bien como se veía, joder, metérsela a un marica?, no puede evitar preguntarse. El carajo, mirándole, ¿cómo si le adivinara?, le asusta un poco. Este flexiona las rodillas y le clava el tolete hasta los pelos, de golpe, casi cayéndole encima, y Roberto se tensa sobre la silla, gimiendo, mordiéndose los labios para contener lo que de otra manera serían unos gritos de gozo tal que atraerían alarmados a la policía y a los bomberos (y al puto tal vez le gustaría, la idea le estremece todavía más).

   Vicente comienza un saca y mete lento pero firme, ese güevo entra y sale del culo de aquel sujeto sin detenerse, dándole y dándole, el cual se lo traga, lo cubre y sabe el muchacho que lo exprime, lo hala y lo chupa en su ir y venir. Le marea ver como el hombre le clava el tolete venoso hasta los pelos, bailándolo allí como queriendo metérselo más, y luego sale, pelos y esfínteres pegados a él, la cabezota deformando el redondo anillo, casi sacándolo, para regresar con un golpe directo, dándole con las bolas. Una y otra vez, aferrándole fuerte los tobillos, la silla de jardín agitándose, deslizándose. Y mientras lo coge, lo folla a fondo, le llena de verga caliente y dura las entrañas, Roberto tan sólo lo mira con adoración, entrega y cachondez. Podía ser el abogado más hábil del mundo, el más temible y capaz, un carajo con quien no se podía jugar... pero en esos momentos era tan sólo un esclavo del güevo, de ese que abría y dilataba su ano, que pulsaba, que le quemaba todo por dentro, frotando unas paredes rectales que parecían estallar en llamas. Le cuesta respirar, pensar, tan sólo deja caer la cabeza hacia atrás, tragando visiblemente, separa los brazos y lleva las manos a su nuca mientras gimotea largamente y ríe, recorrido por mil oleadas de placer en su patio, bajo ese cálido sol de la tarde, mientras dos hombres lo atienden...

   Hablando de eso... Robándole fuerzas al placer nirvánico donde está, el abogado medio abre unos ojos que había cerrado para dejarse llevar, centrando la mirada en Vicente. Y hay algo allí... Una comunicación secreta, vieja y efectiva.

   Este sonríe, torvo, y vuelve el rostro a un lado. Hacia Martín.

   -¿No quieres cogerlo, muchacho?, ¿clavar tu güevo en este coño sedoso, apretado, mojado y caliente?

   -Yo... yo... -jadea este, con igual esfuerzo para respirar.

   -Vamos. -gruñe el otro, soltándole los tobillos a Roberto, quien se aferra las rodillas con las manos nuevamente, apartándose, dejando el espacio, atrapando al muchacho por un hombro, metiéndole entre aquella piernas abiertas.- Una perra necesita de tu verga. Nunca puedes desatender semejante llamado. Es como negarle agua a un sediento.

   Temblando, no sabiendo si podrá finalmente, el chico se aferra la verga y frota la cabeza de esa raja peluda, de ese culo que se abre y cierra como una boquita con trompa. Y jadea, el contacto es eléctrico, caliente. Sentir las caricias de esos labios sobre su glande... Empuja y duda, duda en todo momento mientras le clava la cabecita. Chillando luego cuando ese anillo se cierra salvajemente y siente las haladas y chupadas.

   -Vamos, coge a la perra.., -oye a Vicente, quien le respira en el cuello, a sus espaldas, muy cerca. La punta de su propio güevo tocándole en la baja espalda, suave, casi etéreo, pero real.

   Provocándole un espasmo en la tranca, algo que Roberto nota, sonriéndole emocionado.

   -Cógeme, hijito. Llénale el culo a tu papi...

CONTINÚA...

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