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Se oye tan crudo y sucio que le golpea en la cabeza, pero también en la verga, así que toca y toca y hunde la punta de un dedo, pensando en mierda, en suciedad, en... Este lucha contra la titilante membrana, que le eriza, y penetra. Dios, era tan lisito, tan suave... tan caliente. Con la boca abierta. No sabe que la tiene así, mira su dedo desaparecer, primero clavándole la uña, la primera falange, y ese agujero cerrándose violentamente sobre él. Mirándole sobre un hombro, sonriendo libidinoso y caliente, Roberto lo maneja apretando y aflojando su entrada, dándole haladas a ese dedo joven que penetra más y más, moviéndose por iniciativa propia, rozándole las paredes del recto.
-Oh, mierda, sí. Es tan rico un dedo en el culo, ¿verdad? -le pregunta.
El chico, rojo de cachetes, le mira pero no responde. Le cuesta apartar los ojos de esas nalgas blanco rojizas, mostrando la línea del bronceado allí donde el bañador estaba apartado (se veía que el hijo de puta se daba la buena vida llevando sol cuando quería), y mete todo el dedo, hasta el puño, sintiéndolo apretado y halado, como si ese carajo lo quisiera más y más adentro. Seguro era así con los güevos, los quería enterraditos, bien metidos, latiéndole contra esas paredes que le tensan cuando se las roza... Imaginando fácilmente sacándose el tolete, allí mismo, llamarle viejo marica, esto es lo que quieres, y subírsele, enchufársele como si fuera una perra y cogerlo. Duro, sin miramientos, con nada de “ya va, ya va, despacio, me duele”, como hacía a veces Laurita. Seguro que el viejo marica rugiría de gusto mientras más y más güevazos le diera por ese culo.
Casi jadea, sacándole y metiéndole el dedo, rápido, flexionándolo, notando como se tensa y gruñe.
-Méteme dos dedos, hijito. Juega con el culo de papi...
Martín jadea, el corazón palpitándole locamente en el pecho, asustado de lo que hace, rechazándolo a cierto nivel... pero muy caliente por toda aquella sucia escena sexual. Tener al maduro y apuesto carajo en cuatro patas sobre esa silla, mojado del agua de la piscina, peludo, con el bañador...
Lo baja, un poco, tan sólo por debajo de las bolas, y ver esas mejillas peludas más claras le estremece; esa raja, ese agujero rodeado de negros pelos donde tiene metido su dedo. Lo saca, enfila dos, uno sobre el otro y los mete, venciendo una muy leve resistencia inicial al nivel del anillo. Penetrándolo, sintiéndolos apretados. Pero más excitante es lo que ve y escucha. Roberto se explaya, se tensa, arquea la cintura y alza el rostro y el culo... una posición fantástica para ser follado. Lo sabe. Algo en él le indica que el hombre se prepara inconscientemente para eso. Que su cuerpo responde a los dos dedos que lo penetran, que van y vienen dentro de sus entrañas, perforando el agujero más sagrado y defendible que debía tener un hombre, como a Martín siempre le acostumbraron a pensar.
Pero no puede contenerse, lo coge con dos dedos, adentro y afuera.
-¿Te gusta esto, maricón? -se siente malo y le pregunta con una mueca torcida. Maravillándole que el otro menea ese trasero de un lado a otro, pero ahora también de adelante atrás, buscando sus dedos.
-Me encanta, hijito... es como cuando una verga se te clava. Sientes el estremecimiento de anticipación cuando la cabecita te roza la entrada, besandote los labios del culo, y se abre camino. Nada como sentir a un hombre abriéndose paso en ti con su virilidad dura de ganas por tu culo, metiéndose, rozándote por dentro, latiéndote, quemándote, dándote en la pepa... -le sonríe mórbido.- Sabes de la próstata, ¿verdad?
-Don... -jadea, sintiendo que el tolete le pulsa bajo las ropas, duro, mojándole la piel.
-Dios, me encanta mamar güevos, son tan ricos; me gusta beber todos esos líquidos, ese néctar de hombres... -sigue diciendo, mirándolo, apretando de manera intensa el culo sobre esos dedos que van y vienen.- Pero sentirlos llenándote el culo es... es... Sabes que para eso estás, para recibir güevos, para ordeñarlos con tu agujero. Y eso te pone tan caliente...
-¡Don! -grazna.
-Ábrelos, tijerea con ellos. ¡AHHH! -el chico obedece automáticamente y sonríe mientras ronronea cerrando los ojos.- Dame nalgadas, bebé. Dame duro. Papi ha sido malo; castiga a papi...
Martín ya no piensa, todo zumbas en sus oídos, la calentura es intensa. Le nalguea una, dos, tres veces, con palmadas no tan suaves, y cada impacto hace gruñir a Roberto entre dientes, nuevas marcas apareciendo en sus glúteos que van de adelante atrás, cada impacto obligándole a cerrar el culo sobre esos dedos. Y al chico no se le quita de la cabeza la pregunta, ¿cómo se sentirían esos apretones si le estuviera embistiendo con su tranca mientras le azota?
La escena es increíble en ese soleado y caluroso mediodía, en ese patio, con la brillante superficie del agua de una piscina junto a la cual hay dos sillas largas, y en una de ellas un carajo cuarentón, guapo y peludo, en cuatro patas, gruñe y aprieta los dientes mientras sisea de gusto al recibir nalgadas al tiempo que el chico que se las da, le mete dos dedos por el culo, uno que el sujeto mece de adelante atrás de manera ansiosa. En un momento dado, sintiendo que se quema literalmente, que babea sin límites por su verga pero también en su culo aunque no pudiera explicarse, Roberto baja los hombros y el rostro, como si ya no pudiera contenerse ni soportarse más a sí mismo.
-Cógeme, bebé; clávame tu güevo por el culo ya.
El joven queda paralizado, con los ojos muy abiertos. ¿Metérsela por el culo? ¿Sacar su güevo y darle a otro hombre por el culo? La idea le trastorna. Y asusta.
-No, yo...
-Oh, vamos, lo tengo caliente. -exige pidiendo, con frente fruncida, el hombre, meneando ese culote ahora vacío, los labios de este estremeciéndose.
Y Martín quiere, en verdad que sí, pero...
-Joder, Mancini, ¿otra vez pidiéndole a un chico que haga el trabajo de un hombre? -una burlona voz masculina les sorprende y Martín casi pega un salto atrás, como pillado haciendo algo malo con las pantaletas de su madre o algo así.
-Idiota. -gruñe riendo este, algo frustrado.
El hombre y el chico ven asomados a la alta verja al vecino barbudo que días antes... A Martín le arde la cara al recordarlo. Y se estremece, temiendo y deseando ver algo insólito, cuando le ve abrir una puerta entre las propiedades y entrar, mirando primero hacia atrás, como asegurándose de que en su patio no hay moros en la costa. Va hacia ellos, vistiendo una franela suave de ejercicios, algo transpirada en pecho y espalda, sin mangas, y un holgado pantalón igual... donde abulta una escandalosa erección. Una que se bambolea y alza la tela como si nada la contuviera. Una que estaba así, evidentemente, a la vista de un culo. Uno urgido de la dura y caliente masculinidad de otro carajo. Una como aquella, que pulsaba contra la tela... y de la cual el inexperto joven no puede apartar la mirada. No hasta que este le habla, mirándole, sonriendo, ¿por pillarle viéndole la tranca? El chico enrojece todavía más.
-Mira cómo le late ese culo... Está hambriento de güevos. Dice que le gusta más mamar, y es cierto, especialmente a carajitos como tú, pero el culo de un maricón tiene su propio ritmo... -agrega, sonriendo, mirando a Roberto.
-Idiota. -le repite este, aún en cuatro patas sobre la silla, el trasero alzado, el rostro casi apoyado en los brazos sobre la silla. El otro, Martín se fija bien, se agarra el tolete bajo las ropas, apretándolo, agitándolo, y aquel culo se estremece en respuesta de manera abierta, evidente, ansiosa. Sorprendiéndole.
-Es una maldad no darle a un marica de culo hambriento lo que pide cuando lo necesita, chico. -agrega con voz ronca, baja, colocándose tras esa silla.
Y Martín teme que el corazón se le paralice en el pecho cuando ve al sujeto, tan pancho, medio bajar su pantalón, no lleva ropa interior, subirse los faldones de la franela y mostrar un güevo tieso, pulsante, surcado de venas. Uno que ya ha visto. Y que lo dirige a esa raja. Dios, ¿iba a cogerlo ante sus ojos? ¡Un carajo iba a meterle el güevo por el peludo culo a otro tipo! Siente que se ahoga, fascinado y aterrado. El sujeto, Vicente, cree recordar que se llama, sin verle, lanza un escupitajo en esa raja; la espesa saliva baja un poco, y con la punta de su verga la riega mientras se unta la cabecita roja, algo agrietada, como a veces la muestran los tíos después de los cuarenta. Y esa punta se presiona, se presiona y Roberto alza el rostro, tensa la espalda y las nalgas.
-Ahhh... -deja escapar un ahogado gemido cuando se le mete, con sus propios pelos y la saliva. Martín traga, temblando, teniéndola imposiblemente dura bajo sus ropas. Ese güevo va enterrándose en aquel culo, que traga cada pedazo de la gruesa barra llena de venas hinchadas de sangre caliente, que debía estar refregándole por dentro.- Por Dios... -lloriquea el viejo marica, frente fruncida como si le doliera, con una gran sonrisa, mirándole a él, notándosele que si, que le gustaba.- Hummm... -aprieta los dientes mientras sisea, sonriendo mórbidamente cuando esa vaina se le mete totalmente y el vecino le pega la pelvis de las nalgas, los pelos púbicos a la baja espalda, teniéndole clavado hasta el fondo.
Pero si Roberto lo goza, Martín no puede dejar de notar la sonrisa estática del otro, su boca abierta, la expresión de placer también. Seguramente ese culo estaba brindándoselo, dándole esas apretadas y haladas parecidas a las que un coño de chica podía dar.
-Ahhh... -repite Roberto cuando el carajo comienza un lento saca y mete, un tercio de aquel güevo venoso saliendo de su culo, halándole los pelos y labios del ano, metiéndoselos otra vez. Pero va ganando en intensidad, con una sonrisa de triunfo, de dominio y control, el carajo aumenta su velocidad, sacándole más del tolete y dándole con fuerza cuando se lo regresa. Adentro y afuera, palmoteándole esas nalgas peludas mientras grita de gozo, ojos desenfocados, labios brillantes de saliva.- Oh, si, si, dámela, dámela toda. ¡Clávamela toda por el culo! -ruge.
-Silencio, perra. -le dice el otro, riendo, pero dándole más y más fuerte, ese tolete entrando y saliendo de lado, de derecha a izquierda, de arriba abajo, dándole con las bolas.- Vamos, chico, sácatela y calla a la puta. Ni te imaginas cuánto le gusta tener una bien clavada en el culo y otra en su boca. Para él eso es la gloria. Vamos, sácatela. Vamos a darle duro. -le ordena.
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