SUEÑOS DE FUGAS
Si,
todavía escucho la radio...
Creo que fuera de la entrada para un extra del canal de televisión VENEVISIÓN (toda dramática, augurando cosas trascendentales o terribles), o la marcha casi medio militante de RCTV, una de las tonada más reconocidas en este país es la entrada de NOTI-RUMBOS, el noticiero de RADIO RUMBOS, la AM, el cual siempre ha sido el noticiero “impreso en la radio”. Uno muy completo y ameno en sus tres emisiones. Antes y ahora. Hace poco la escuchaba, momentos antes de salir para el trabajo, a las siete y algo de la mañana (especialmente cuando no puedo sintonizar RCR), y hablaban de una mujer que intentó suicidarse arrojándose creo que de un balcón y le cayó encima a un ciclista que pasaba, quedando viva ella, aunque aporreada, y más aporreado él. Mientras lo contaban esos dos apenas podían contener la risa. Como yo. A veces pasa eso con alguna nota. Siempre recuerdo aquella noticia de un perro con mal de rabia que mordió a ocho personas en una casa y mi hermano comentara ¿cómo hizo, se escondía detrás de una puerta, calladito, y los atacaba por sorpresa? ¿Nadie pudo darle una patada?
Setenta años de vida cumplió la emisora este año, al aire, algo nada fácil en estos tiempos de fascismo que exige que toda información debe ser “comedida y equilibrada”. Es decir la que venga del poder, aprobada previamente, y que no contradiga nada de lo que sostengan como verdades. Si una poblada sostiene a gritos y protestando que en el Hospital Vargas, de Caracas, la gente se muere por falta de todo, pero un funcionario gubernamental dice que son rumores desestabilizadores, ambas versiones deben salir y nadie debe ir a averiguar, para que quien escuche o vea desde lejos nunca sepa cuál es la realidad. Es a lo que se llama, perversamente quienes lo exigen y quienes se someten, “equilibrio informativo”. Lamentable es decir que a ese patrón vicioso y aberrante se han sometido muchos creyendo que aportan “algo, aunque sea poco”, o que deben aprender a moverse para no sufrir las iras de un fascismo criminal. Pero tal actitud, la prensa tibia, complaciente, es sencillamente un signo de la enfermedad que el país padece. Hace décadas, durante la era nazi, cuando esta comenzaba en Alemania y sus abusos y desmanes apenas se insinuaban, sorprendiendo a la gente decente que valientemente decía lo que pensaba y actuaba en concordancia, un poeta escribió que vivía un tiempo maldito donde hablar de la tibieza de los rayos del sol, del trinar de los pájaros y de la altura de los árboles era una canallada porque se estaba silenciando todo lo que ocurría.
En Radio Rumbos han sabido mantenerse fieles “a su mejor amigo”, el pueblo. A la información, a señalar los problemas, especialmente los sociales; hablando de crímenes, de denuncias de la población, haciendo llamados para auxiliar a este o aquel porque este país se muere por falta de alimentos y medicinas desde hace casi una década (Uruguay dejó de vendernos leche y carne en el 2007 por falta de pagos), tan sólo agravado por la ruina al desaparecer cada centavo de las arcas nacionales, producto de doce años de una bonanza petrolera como no se había visto otra antes, por precios altos. No queda nada.
Cuando
les escucho hablar de la necesidad de ayudar a este o aquel, sin
mentar directamente la crisis humanitaria pero dejándola dibujada
(como esa vez de un extra sobre los problemas del estado Zulia y a
reglón seguido colocaron la eterna gaita de protesta, Maracaibo
Marginada), recuerdo aquel personaje de la novela La Casa de los
Espíritus, que aunque apoyando el golpe de los militares, no cerraba
su ventana de noche cuando los hambrientos aparecían escarbando en
los basureros. Radio Rumbos, Rumbos como emisora ha sabido mantenerse
fiel a esa larga tradición de hablar como gente libre. A veces se le
siente la angustia, la rabia, cuando tienen que comentar lo que dijo
tal o cual funcionario, al relatar una historia de dolor. De las que
hoy hay demasiadas. No han sido pocos los ataques que han recibido,
las sanciones, incluso persecuciones. Pero en medio de la suciedad
siguen caminando a paso firme, sin desviarse. No todos pueden decir
lo mismo. No todos podrán presentar esas cuentas.
Personalmente
creí que tenían más años al aire, no sólo setenta. ¡Apenas
setenta! Una emisora chicuela, pues. Lo pensaba porque ya de niño la
escuchaba... y eso no fue precisamente ayer. Es algo incómodo, pero
debo confesar que... escuchaba las radionovelas. Esos programas eran
un éxito increíble, y no, no hablo de la historia del doctor
Albertico Limonta, “El Derecho de Nacer”, tampoco así. Pero con
ellos conocí historias revolucionaria e históricas como “Pimpinela
Escarlata”; con “Cumbres Borrascosas” ese gran amor entre
Heathcliff y Catalina, el hombre que no podía abandonar una casa
esperando siempre ver el espíritu de su amada; historias de venganza
y violencia, como La Cruz del Diablo. Los sábados no me perdía La
Vida de las Canciones, audio relatos de tramas a veces tonta que
hacían coincidir con lo que cantaba tal o cual intérprete en
especial. Pero lo que en verdad me gustaba, de lo que era un fan
entregado, un adicto necesitado siempre de más, como hoy lo soy de
Supernatural, era de las aventuras de Martín Valiente, el defensor
de los pobres y desamparados, al lado de su amigo Frijolito.
Inmortalizados ambos en las increíbles voces de Arquímedes Rivero y
Alexis Escamez, respectivamente. No importaba lo que estuviera
haciendo cuando se acercaba la una de la tarde y la emisión
meridiana del noticiero iba terminando, corría para estar cerca de
la radio, allá, en casa de mi abuela donde pasé mucho tiempo. Cada
vez que mamá salía embarazada, y en vacaciones, me la pasaba en esa
casa de campo saltando y corriendo con hermanos y primos.
Allí le escuché pelear contra criminales, demonios, nativos en selvas, todo tipo de gente malvada. Recuerdo aún sonriendo una trama sobre unos invasores del espacio, Los Hombres de Hielo y las Mujeres de Nieve; pero hubo una que fue aún más especial, donde al principio seguían a un extraño anciano y luego le ayudaban cuando entienden que este tiene que reunir unas monedas antiguas sobre las que pesaba una terrible maldición, todo el que tocara una de ellas moriría de manera terrible. Eran treinta. Las Treinta Monedas de Judas. Y así tantas y tantas aventuras. No sé cómo hacían, pero se las ingeniaban siempre para que después de veintitantos minutos, cuando el episodio estaba por terminar, quedara justo en lo mejor, con aquello de: “Y ahora, ¿qué pasará? ¿Cómo lograrán sobrevivir nuestros amigos a...?”, y uno mordiéndose la uña del pulgar de los puros nervios porque tocaba esperar.
¿Lo mejor al pensar en Radio Rumbos, sin embargo para mí?, algo que ignoré hasta mucho, mucho después. Papá y yo compartimos emociones a través de esa emisora; por cuestiones totalmente diferentes. Una tarde mientras jugábamos dominó, y bebíamos como cosacos, nos lo contó. Fue a través de ella, siendo él un muchacho trabajando en el campo que pertenecía a mi abuelo, polcando un sembradío de caraotas (un trabajo infame e ingrato, sobre todo cuando te lo pagan a dos lochas), donde escuchó aquella noticia que lo cambiaba todo, que le impresionó incluso a él, un joven que no terminó el bachillerato, al que no le interesaban los estudios en esa Venezuela rural: El hombre había llegado, y pisado, la Luna. Ya lo comenté por ahí. Nos dijo que sintió un escalofrío y dejando de trabajar miró hacia el cielo, tratando de hacerse una idea.
Radio Rumbos estuvo para él, está aún para mí. Y eso se aprecia, se agradece. En serio. Aunque... se sufre, porque es una emisora de frecuencia ampliada y es de lo más complicado escucharla en una radio normal. Y por Internet, en estos tiempos de socialismo, es más fácil ver que del cielo llueva café que contar con el servicio.
Por
cierto, si algo criticaría sería un punto que siempre sostengo con
estas emisoras que informan: Nadie cubre los fines de semana.
¿Costaría tanto al menos una emisión meridiana o vespertina?
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