domingo, 3 de noviembre de 2019

SUCIOS... 4

  SUCIOS                         SUCIOS... 3
         
   No hay más lealtad que la del propio culo en peligro...
...

   -Vamos, coño, deja de perder el tiempo; el Ruso no va a esperar toda la vida. Mientras le coqueteabas a tu mamá en la barra, este nos miraba impaciente. -urge el tipo negro, sosteniendo al catire con un brazo cruzado por el pecho, con la otra mano comienza a abrirle la correa y el pantalón.

   -Verga, negro, ¿te volviste loco? No irás a cogértelo tú para estrenarlo, ¿verdad?

   -Claro que no. ¿A un tipo? ¿A este güevón? ¿Y queriéndolo el Ruso? Ya tenemos suerte de que no haya fundido algunas balas y nos haya hecho tragar esa vaina. He oído que hace cosas así. -Marcos oye, y entiende, pero no que esté separándole los faldones del pantalón, revelando un boxer de una blancura increíble (seguramente la pendeja de Stephanie se esmeraba lavándole para que él saliera a putear con otras).

   -¿Entonces...?

   -Deja de hablar y ayúdame, carajo. -gruñe Mateo.

   No entiende nada, pero le ayuda, con el pantalón abierto, mientras Rubén farfulla como borracho por lo bajo un “¿qué pasa, qué hacen, qué quieren?”, si es que “se volvieron maricones”, casi lo obligan a arrodillarse sobre la tapa del inodoro mientras terminan de bajar el ajustado jeans. Por un segundo se quedan perplejos aunque no lo comentan entre ellos. Ya han visto antes a ese carajo en la piscina de la casa de Gabriel, en bañador, pero ahora, en ese contexto, las piernas algo separadas, con el jeans en los muslos, la franela y la chaqueta alzadas, doblado como estaba, se veía...

   Esa espalda blanca termina en dos esferas musculosas, turgentes, que llenan aquel corto bóxer blanco, con el bojote de las bolas destacándose abajo. En los muslos, plenos, destacan aquellos pelitos amarillentos.

   -Joder, este carajo... -se le escapa a Marcos, mordiéndose el labio con rabia por haber iniciado el comentario. No queriendo dar falsas impresiones, ¡coño!

   -¿Verdad? Un carajo con un culo así seguro que termina recibiendo güevo un día u otro. -Mateo parece tan ensimismado y perdido en su desconcierto como él, lo que le alivia un poco.- ¿Quieres ver algo notable de la pastillita rosa?

   -¿Qué...?

   No termina de preguntar cuando ya va a rugir un alarmado, y escandalizado, “¿qué haces?”, porque Mateo alarga una de sus manotas oscuras y recorre lentamente una de las nalgas duritas, se notaba.

   -Deja, maricón, deja de... -farfulla Rubén, molesto, como borracho, mirándoles ceñudo sobre un hombro, desconcertado.- Ahhh... -ese gemido tensa a Marcos.- No, no, deja... -gruñe pero gimotea de una manera rara. Sus muslos y espalda enrojecen y se erizan. Y mientras la mano negra va de aquí para allá, tocándole, acariciándole de manera procaz como si fuera un chica, gozando el manosearle, el hombre joven jadea... Y lo baila un poco contra la negra mano.

   -¡Deja eso! -ruge Marcos, alarmado, casi asfixiado, apartándole la mano a Mateo, quien parpadea como si despertara de un trance.- ¿Qué ocurre?

   -Te lo dije, la pastillita rosa los pone de ánimo. Pronto querrá follar... tendrá muchas, muchas ganas. Aunque el follado será él... -ríe.

   -¿Qué mierda de pastilla es esa?

   -El trabajo de una conocida.

   -¿Es por eso que siempre andas con mujeres y...?

   -Oye, soy bueno convenciéndolas, gustando. No uso esto. Sólo cuando... hace falta. Y no para llevar a nadie a mi cama, o al asiento trasero de mi carro o a un baño de bar.

   -¿Y te ha hecho falta... “convencer” a otros?

   -No preguntes, hermano. -Mateo suspira como dolido.- Mejor terminemos con esto.

   Marcos no entiende nada, todavía está alarmado por las sobadas que viera a su mejor amigo darle a ese detestable carajo. Y más por verle responder, y todavía menear el culo como extrañando las caricias. Joder... no quiere sentir nada, no quiere sentir nada. ¡Eso era sucio!

   -Dios... -gruñe bajito, como si le preguntara a la deidad por qué la hacía aquello.

   Las negras manos de Mateo suben, atrapan los bordes del bóxer y lo bajan en un movimiento, dejándolo por debajo de las bolas exponiendo los glúteos redondos, sonrosados, llenos de una pelusilla clara, y la raja y el culo velludos, el cual se ve cerrado. Un culo al que le acercarán pronto la lisa y amoratada punta de un güevo tieso babeante, que se empujará, le separará esos arrugados pliegues y... Estremeciéndose, Marcos tiene que luchar contra la imagen, entre el asco y la fascinación.

   -¿Qué pasa, Marcos?, ¿ahora te metiste a marico? -le oye protestar, con voz borracha, molesto.

   Y siente rabia, tanta que alza una mano de dedos juntos, y le palmea duro.

   -¡Cállate! -le ordena y golpea la otra.

   -Ohhh... Hummm... -le oye gemir como sorprendido de sentir algo fuerte, y al ver el enrojecer de la piel erizada.- No, no, deja... ¡Ahhh!

   Le oye farfullar y tensarse cuando deja la mano sobre esa nalga, que le quema la palma. Tan dura y firme. Las ganas de cerrar los dedos sobre esa piel, duro, pellizcándole para hacerle gritar...

   -Es la pastillita. Si le acaricias la raja y el culo verás que... -informa Mateo.

   Y con rabia retira la mano. Rojo de cara, ojos coléricos.

   -¡Termina de una vez!

   Fuera de un balbuceante Rubén que gruñe que quiere irse, el silencio es total mientras Mateo saca de su bolsillo el frasquito, lo abre y este tiene un aplicador como para gotas para los ojos. Con una manota apoyada en la espalda alta del catire le obliga a inclinarse más, mostrando más nalgas y culo, y aplica la punta de esa vaina al ojete, alzando el frasco y apretándolo fuerte. Algo debe estar ocurriendo, se dice Marcos, estremeciéndose, porque Rubén arruga la frente, cierra los ojos y aprieta los dientes en una mueca de dolor mientras lanza un gemido de sufrimiento. No quiere pensar en nada, especialmente en lo que hacen, pero se siente disgustado consigo mismo. Y eso casi nunca le pasaba.

   -Hay que dejar que actúe. -le dice Mateo, alzándose, tomando el frasquito y arrojándolo a la basura.

   El otro no pregunta nada, tan sólo asiente y le ayuda a enderezarle y acomodarle las ropas. Rubén, molesto, casi lloriquea reclamándoles, y pasándose una mano por el trasero como si algo le molestara en el culo.
......

   En cuanto salen del baño, esperando que no hayan reparado en ellos, Marcos, sin decir palabra se separa de Mateo y Ruben, rumbo a la barra. Necesita una copa de lo que sea. Chicas y hombres van de aquí para allá, cuadrando los encuentros más tarde. Siempre le causa admiración las caras de felicidad que componen las putas en esos momentos. Pide un trago a la chica tras la barra.

   -¿Ya de vuelta? -la mujer cuarentona se sienta a su lado.

   -Fue uno rápido y sucio. -gruñe tomando el vaso, ella ríe y el sonido casi le alivia. La mira con nuevo interés. Que poco atractiva era comparada con las otras. Y con casi cualquiera que conociera.

   -No te sientas mal nunca por nada que tengas que hacer. Cuando algo se tiene que hacer ya no cuentan los sentimientos ni las convicciones. Es una obligación y hay que aprender a vivir con eso. -agrega ella, mirándole, sorprendiéndole.- ¿Vamos a dar una vuelta? -con un mohín señala el corredor que lleva a los cuartos.- Tal vez te ayude hablar...

   -Que carajo. -gruñe, se termina la copa y la toma de una mano, cruzando el espacio, seguido de miradas curiosas. Si, tal vez la vieja sepa trucos, tenga mañas y la pase bien. Y así olvida toda esa mierda del dinero robado, el Ruso y ahora Rubén. Van a entrar a un cuarto cuando uno de los gorilas del Ruso, el que estaba en el ascensor, se le acerca.

   -El señor Komarov quiere que me acompañe. -dice este, alto, cuadrado, fornido. Peligroso.

   Por un segundo piensa en mandarlo al coño, en provocar una pelea, necesita drenar esa sensación de rabia frustrada; pero ella le aprieta el brazo.

   -Te espero.

   Asiente y botando aire sigue al carajo a unas escaleras en caracol, hermosas; recorren un pasillo superior alfombrado y bien decorado. La música llega atenuada. El gorila llama a una puerta y escuchan algo, abre y...

   -Pasa, amigo mío... -sonríe el Ruso, acostado de lado sobre una amplia cama, rodeado de muchas almohadas.- Quiero que veas esto. -echado en una silla alta, de buena madera y un tapizado que sólo se ve en las buenas funerarias, estaba Rubén, mareado, ojos vidriosos, cara roja.- La desfloración de tu amigo.

CONTINÚA ... 5

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