EL CONSOLADOR DE PLATA ...2
En
todo tiempo el hombre busca lo que quiere...
......
Desde
donde está, le es posible ver de perfil como el chico moreno agita
la tranca contra esas nalgas, oye los golpes, es testigo de la boca
muy abierta de Jean Luc, quien medio ladea el rostro hacia el otro
(quedando de frente a él), mostrando que se muere de anticipación
aunque aquella pieza parezca demasiado grande para cualquiera
(seguramente ya las había domado antes, piensa estremeciéndose ante
la mueca del rubio de cara angelical pero expresión cachonda). El
chico moreno se aquieta, se aferra la base de la tranca con la mano y
va empujando hacia adelante, con la mirada perdida en la unión de su
negra mole de carne y el blanco rojizo orificio que seguramente va
abriendo, penetrando y llenando con las nervuda paredes de esta. Y
Jean Luc frunce la frente, abriendo más la boca, rígido mientras va
siendo penetrado por el joven macho nubio.
-Ahhh...
-su chillido es largo, maricón y de gozo total cuando el otro va
reduciendo la distancia entre los cuerpos.
Ryan,
garganta seca, medio morcillón bajo su traje aunque no quiere ni
siquiera considerarlo, imagina cada centímetro cúbico de aquella
pieza negra desapareciendo entre los labios de aquel culo goloso. El
chillido de Jean Luc se repite cuando la pelvis del semental de la
zona le golpea y aplasta el redondo trasero, como deseando metérsele
todavía más. Y él, que una vez conoció a una furcia, en Marsella,
que se dejó encular, recordando lo apretado, sedoso y caliente que
era alrededor de su barra, a la cual halaba y daba chupadas, no puede
menos que imaginar lo que siente el joven moreno, no sorprendiéndole
que también cierre los ojos, abriendo la boca, alzando el rostro
mientras la magia de aquel culo le trabajaba la tranca.
Pero
la retira, unos ocho o diez centímetros, y vuelve a clavárselos,
suavemente todavía, pero con más fuerza, y Jean Luc chilla y tensa
los hombros bajo la camisa y el saco, alzados por él mismo a media
espalda. La tranca negra sale, Ryan no lo ve directamente, y la
verdad es que tampoco quiere pensar en ello, pero imagina que cuando
el cilíndrico tolete sale del redondo agujero, halándole los
pliegues y pelos, las refregadas que debía experimentar el rubio
eran grandes, como las apretadas que el joven francés le daba cuando
volvía a clavársela, toda, los crespos pelos negros apoyados en la
tersa piel blanca de vellitos dorados. Y sale nuevamente, más,
volviendo a clavarse, más rápido, más fuerte. Jean Luc chillando
más, medio doblando un poco las rodillas como debilitando de
repente.
-Ahhh...
ahhhh... -escapan de los rojos labios del chico mientras el joven a
sus espaldas lo culea con fuerza ahora, sacándole aquella mole casi
hasta e glande, el cual se insinúa en la entrada, metiéndosele
después, todo, refregándole por dentro con sus venas hinchadas y
calientes, dándole con la punta en su ir y venir sobre la próstata.
La pelvis va y viene azotando las tersas nalgas, el tolete entra y
sale del agujero con todo, sacándole y metiéndole los labios del
culo y los dorados pelos, las bolas golpean las del chico, con
rapidez, con ganas, ladeándose un tanto, dándole a derecha e
izquierda, clavandole los negros dedos en la estrecha cintura, con
dominio y control.
-Oh,
sahib, que culo… Que culo, sahib... -chilla el joven negro,
bañándose de sudor, brillante su torso y espaldas mientras sigue
cogiéndole con fuerza, dándole duros, los paff, paff, paff, de piel
contra piel escuchándose durante largos minutos.
Jean
Luc gimotea, babeando un poco, su pene nada chico por cierto, duro,
salta entre sus piernas goteando copiosamente mientras su culo,
evidentemente su real organo sexual, era estimulado, trabajado.
Penetrado y llenado de joven y agresiva virilidad, una que (Ryan
traga imaginandolo aunque no quiere) debía estarle mojando todo por
dentro en anticipación a lo que llegaría.
-De
rodillas... -gruñe el joven nubio algo dominante ahora, montandole
una mano entre los omóplatos, empujándole, derribándole sobre
manos y rodillas en el heno, con el pantalón en las rodillas y...
Mierda, desde donde está quedan de frente. Aunque no puede ver la
parte más arriba del ombligo del chico negro por unas tablas medio
rotas, si tiene una visión completa del rostro de Jean Luc, a quien
la coleta parece aflojársele un poco y el rubio cabello cae sobre
parte de su rostro. Mira el cuerpo detrás, uno que extiende un
brazo, con una mano aún entre los omoplatos del chico, obligándole
a bajar más el torso que el trasero, donde desaparece la negra
tranca que hasta un segundo antes miraba. Y cuando desaparece, con un
golpe de piel contra piel, Jean Luc sonrió de manera feliz, mórbida,
lanzando un gemido de gozo, casi blanqueando los ojos mientras el
joven macho le cabalgaba con ganas.
Las
morenas manos van a su cintura y sigue cogiéndolo, duro, con golpes
ruidosos que le estremecen y casi derriban sobre el heno, que le
hacen casi castañear los dientes mientras ríe. Y el pequeño cerdo
todavía alza el culo, lo agita. Se nota que sale al encuentro de la
verga que lo penetra, seguramente atrapándola y dándole duros
tirones a ese chico que tanto lo gozaba. Algo que dejaba notar por
sus gemidos tras el rubio galo.
Joder,
esos chillidos iban a escucharse frente a las pirámides, se agita,
nervioso de que alguien se acercara y le encontrara mirando, pero
tambien que les encontraran. La ley religiosa del país era dura para
con cierto tipo de hombres y prácticas, aunque los grandes señores
solían disfrutar de los encantos de los muchachos. Debía irse
porque...
-Oh,
mi Dios... mi Dios... -lloriquea Jean Luc, alzando una mano,
tocándose mientras es follado, pero una suave nalgada le hace gemir
y desistir (y seguramente cerrar el culo por la sorpresa alrededor de
aquella verga).
-No,
sahib, sin tocarse, déjeme que le enseñe como hacemos con nuestras
hembras... -le dice el joven, confiado, atrapándole en un puño el
rubio cabello largo, cabalgándole con renovados bríos.- ¿Le gusta
así, sahib, sentirla llenándole todo, palpitando en su interior?
-Ahhh...
-chilla por toda respuesta.
Santo
Dios, el hombre mayor jadea, acalorado, transpirado, y con pasos
vacilantes se aleja un poco.
-¿La
quieres, sahib?, ¿quieres mi semilla llenando tu sexo, goteando
entre tus piernas? -oye y casi trastabillando se aleja por estribor a
paso renovado, rumbo al camarote, ese cuarto pequeño, maloliente a
sudor, asfixiante y caluroso.
Debía
alejarse de todo eso. De lo visto, de sus sentimientos encontrados.
Del asco... y la extraña fascinación. Ya le había pasado, en
Marsella, cuando visitó aquel burdel donde un enano bien dotado
trabajaba a unas mujeres enormes. Eso había sido grotesco, pero
interesante. Esto... se le asemejaba.
Entra
en la pieza despojándose del saco y el chaleco, aflojando la corbata
y va hacia la estrecha cama individual y se deja caer, sintiendo el
sudor en la espalda, respirando afanosamente. La litera que ocupan
Hasani y Andy estaba vacía. El camastro donde dormía Jean Luc,
curiosamente algo alejado de ellos (el trío le sabía raro, o lo
intuía, y le mantenía apartado de su entorno, el eterno miedo a la
sexualidad), estaba desocupado, lógicamente. Era difícil imaginar
que ese regresara por ahora. Y no quiere ni imaginar a qué olería
cuando lo hiciera. Aunque si Andy y Hasani habían tenido suerte con
aquellas mujeres, también apestarían. Aunque sería una peste más
normal. Así lo racionaliza.
Le
cuesta respirar, por el calor y toda su agitación interna. Tanto
tiempo sin una mujer... Y quiere pensar en su prometida, la honorable
lady Eileen Bakersfield, pero le cuesta. Mira por la abierta
claraboya por donde no entra ni una rafaga de aire, aunque si el
sonido del chapoteo del Nilo... Ya quiere dejar los botes y barcos.
Estar en tierra firme y alejarse lo más posible de tantas personas
complicadas.
Dormita
y no nota cuando los otros regresan, por suerte. Despierta cuando oye
las voces y siente que atracaron. Por fin. A los otros les cuesta
abrir los ojos. Jean Luc parece todavía atrapado en una feliz
ensoñación. Los otros parecen ebrios todavía, y medio
trastornados. Y no quieren dejar la litera. El sol, brillante ya a
esas horas, le lastima los ojos e imagina el malestar que debe causar
a los otros. Dos viejos jeeps esperan por ellos, y mientras los
pasajeros descienden, incluidos camellos, cabras y caballos (Jean Luc
lanza miradas un tanto anhelantes esperando ver a alguien que no
está, desilusionando), Ryan Huston tan sólo quiere partir y llegar
al bazar, El Cairo levantándose casi antes sus ojos. Desea
desayunar, un buen café negro. Y una ducha si se podía.
Nota
el mohín de Hasani al tener que viajar con Jean Luc en uno de los
jeeps, quien con su cachucha de explorador, cara muy roja ya, no
parece notarlo. Parten y el aire, aunque caliente, le hace sentir
mejor. A su lado, Andy Stoner guarda silencio mientras conduce, pero
conociéndole sabe que eso no durará mucho...
-Ese
Jean Luc es un cerdo. Anoche estaban dándole duro por el culo, y se
veía que lo gozaba el marica ese; lo sabe, ¿no? -cuestiona con una
sonrisa lobuna en su atractivo rostro, mirándole con descaro.
¡Mierda!
CONTINÚA ...4
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