jueves, 23 de mayo de 2019

EL CONSOLADOR DE PLATA ...3

EL CONSOLADOR DE PLATA                         ...2

   En todo tiempo el hombre busca lo que quiere...
......

   Desde donde está, le es posible ver de perfil como el chico moreno agita la tranca contra esas nalgas, oye los golpes, es testigo de la boca muy abierta de Jean Luc, quien medio ladea el rostro hacia el otro (quedando de frente a él), mostrando que se muere de anticipación aunque aquella pieza parezca demasiado grande para cualquiera (seguramente ya las había domado antes, piensa estremeciéndose ante la mueca del rubio de cara angelical pero expresión cachonda). El chico moreno se aquieta, se aferra la base de la tranca con la mano y va empujando hacia adelante, con la mirada perdida en la unión de su negra mole de carne y el blanco rojizo orificio que seguramente va abriendo, penetrando y llenando con las nervuda paredes de esta. Y Jean Luc frunce la frente, abriendo más la boca, rígido mientras va siendo penetrado por el joven macho nubio.

   -Ahhh... -su chillido es largo, maricón y de gozo total cuando el otro va reduciendo la distancia entre los cuerpos.

   Ryan, garganta seca, medio morcillón bajo su traje aunque no quiere ni siquiera considerarlo, imagina cada centímetro cúbico de aquella pieza negra desapareciendo entre los labios de aquel culo goloso. El chillido de Jean Luc se repite cuando la pelvis del semental de la zona le golpea y aplasta el redondo trasero, como deseando metérsele todavía más. Y él, que una vez conoció a una furcia, en Marsella, que se dejó encular, recordando lo apretado, sedoso y caliente que era alrededor de su barra, a la cual halaba y daba chupadas, no puede menos que imaginar lo que siente el joven moreno, no sorprendiéndole que también cierre los ojos, abriendo la boca, alzando el rostro mientras la magia de aquel culo le trabajaba la tranca.

   Pero la retira, unos ocho o diez centímetros, y vuelve a clavárselos, suavemente todavía, pero con más fuerza, y Jean Luc chilla y tensa los hombros bajo la camisa y el saco, alzados por él mismo a media espalda. La tranca negra sale, Ryan no lo ve directamente, y la verdad es que tampoco quiere pensar en ello, pero imagina que cuando el cilíndrico tolete sale del redondo agujero, halándole los pliegues y pelos, las refregadas que debía experimentar el rubio eran grandes, como las apretadas que el joven francés le daba cuando volvía a clavársela, toda, los crespos pelos negros apoyados en la tersa piel blanca de vellitos dorados. Y sale nuevamente, más, volviendo a clavarse, más rápido, más fuerte. Jean Luc chillando más, medio doblando un poco las rodillas como debilitando de repente.

   -Ahhh... ahhhh... -escapan de los rojos labios del chico mientras el joven a sus espaldas lo culea con fuerza ahora, sacándole aquella mole casi hasta e glande, el cual se insinúa en la entrada, metiéndosele después, todo, refregándole por dentro con sus venas hinchadas y calientes, dándole con la punta en su ir y venir sobre la próstata. La pelvis va y viene azotando las tersas nalgas, el tolete entra y sale del agujero con todo, sacándole y metiéndole los labios del culo y los dorados pelos, las bolas golpean las del chico, con rapidez, con ganas, ladeándose un tanto, dándole a derecha e izquierda, clavandole los negros dedos en la estrecha cintura, con dominio y control.

   -Oh, sahib, que culo… Que culo, sahib... -chilla el joven negro, bañándose de sudor, brillante su torso y espaldas mientras sigue cogiéndole con fuerza, dándole duros, los paff, paff, paff, de piel contra piel escuchándose durante largos minutos.

   Jean Luc gimotea, babeando un poco, su pene nada chico por cierto, duro, salta entre sus piernas goteando copiosamente mientras su culo, evidentemente su real organo sexual, era estimulado, trabajado. Penetrado y llenado de joven y agresiva virilidad, una que (Ryan traga imaginandolo aunque no quiere) debía estarle mojando todo por dentro en anticipación a lo que llegaría.

   -De rodillas... -gruñe el joven nubio algo dominante ahora, montandole una mano entre los omóplatos, empujándole, derribándole sobre manos y rodillas en el heno, con el pantalón en las rodillas y... Mierda, desde donde está quedan de frente. Aunque no puede ver la parte más arriba del ombligo del chico negro por unas tablas medio rotas, si tiene una visión completa del rostro de Jean Luc, a quien la coleta parece aflojársele un poco y el rubio cabello cae sobre parte de su rostro. Mira el cuerpo detrás, uno que extiende un brazo, con una mano aún entre los omoplatos del chico, obligándole a bajar más el torso que el trasero, donde desaparece la negra tranca que hasta un segundo antes miraba. Y cuando desaparece, con un golpe de piel contra piel, Jean Luc sonrió de manera feliz, mórbida, lanzando un gemido de gozo, casi blanqueando los ojos mientras el joven macho le cabalgaba con ganas.

   Las morenas manos van a su cintura y sigue cogiéndolo, duro, con golpes ruidosos que le estremecen y casi derriban sobre el heno, que le hacen casi castañear los dientes mientras ríe. Y el pequeño cerdo todavía alza el culo, lo agita. Se nota que sale al encuentro de la verga que lo penetra, seguramente atrapándola y dándole duros tirones a ese chico que tanto lo gozaba. Algo que dejaba notar por sus gemidos tras el rubio galo.

   Joder, esos chillidos iban a escucharse frente a las pirámides, se agita, nervioso de que alguien se acercara y le encontrara mirando, pero tambien que les encontraran. La ley religiosa del país era dura para con cierto tipo de hombres y prácticas, aunque los grandes señores solían disfrutar de los encantos de los muchachos. Debía irse porque...

   -Oh, mi Dios... mi Dios... -lloriquea Jean Luc, alzando una mano, tocándose mientras es follado, pero una suave nalgada le hace gemir y desistir (y seguramente cerrar el culo por la sorpresa alrededor de aquella verga).

   -No, sahib, sin tocarse, déjeme que le enseñe como hacemos con nuestras hembras... -le dice el joven, confiado, atrapándole en un puño el rubio cabello largo, cabalgándole con renovados bríos.- ¿Le gusta así, sahib, sentirla llenándole todo, palpitando en su interior?

   -Ahhh... -chilla por toda respuesta.

   Santo Dios, el hombre mayor jadea, acalorado, transpirado, y con pasos vacilantes se aleja un poco.

   -¿La quieres, sahib?, ¿quieres mi semilla llenando tu sexo, goteando entre tus piernas? -oye y casi trastabillando se aleja por estribor a paso renovado, rumbo al camarote, ese cuarto pequeño, maloliente a sudor, asfixiante y caluroso.

   Debía alejarse de todo eso. De lo visto, de sus sentimientos encontrados. Del asco... y la extraña fascinación. Ya le había pasado, en Marsella, cuando visitó aquel burdel donde un enano bien dotado trabajaba a unas mujeres enormes. Eso había sido grotesco, pero interesante. Esto... se le asemejaba.

   Entra en la pieza despojándose del saco y el chaleco, aflojando la corbata y va hacia la estrecha cama individual y se deja caer, sintiendo el sudor en la espalda, respirando afanosamente. La litera que ocupan Hasani y Andy estaba vacía. El camastro donde dormía Jean Luc, curiosamente algo alejado de ellos (el trío le sabía raro, o lo intuía, y le mantenía apartado de su entorno, el eterno miedo a la sexualidad), estaba desocupado, lógicamente. Era difícil imaginar que ese regresara por ahora. Y no quiere ni imaginar a qué olería cuando lo hiciera. Aunque si Andy y Hasani habían tenido suerte con aquellas mujeres, también apestarían. Aunque sería una peste más normal. Así lo racionaliza.

   Le cuesta respirar, por el calor y toda su agitación interna. Tanto tiempo sin una mujer... Y quiere pensar en su prometida, la honorable lady Eileen Bakersfield, pero le cuesta. Mira por la abierta claraboya por donde no entra ni una rafaga de aire, aunque si el sonido del chapoteo del Nilo... Ya quiere dejar los botes y barcos. Estar en tierra firme y alejarse lo más posible de tantas personas complicadas.

   Dormita y no nota cuando los otros regresan, por suerte. Despierta cuando oye las voces y siente que atracaron. Por fin. A los otros les cuesta abrir los ojos. Jean Luc parece todavía atrapado en una feliz ensoñación. Los otros parecen ebrios todavía, y medio trastornados. Y no quieren dejar la litera. El sol, brillante ya a esas horas, le lastima los ojos e imagina el malestar que debe causar a los otros. Dos viejos jeeps esperan por ellos, y mientras los pasajeros descienden, incluidos camellos, cabras y caballos (Jean Luc lanza miradas un tanto anhelantes esperando ver a alguien que no está, desilusionando), Ryan Huston tan sólo quiere partir y llegar al bazar, El Cairo levantándose casi antes sus ojos. Desea desayunar, un buen café negro. Y una ducha si se podía.

   Nota el mohín de Hasani al tener que viajar con Jean Luc en uno de los jeeps, quien con su cachucha de explorador, cara muy roja ya, no parece notarlo. Parten y el aire, aunque caliente, le hace sentir mejor. A su lado, Andy Stoner guarda silencio mientras conduce, pero conociéndole sabe que eso no durará mucho...

   -Ese Jean Luc es un cerdo. Anoche estaban dándole duro por el culo, y se veía que lo gozaba el marica ese; lo sabe, ¿no? -cuestiona con una sonrisa lobuna en su atractivo rostro, mirándole con descaro.

   ¡Mierda!

CONTINÚA ...4

No hay comentarios.:

Publicar un comentario