miércoles, 26 de junio de 2019

A LOS PIES DE LOS CACHAS... 7

LOS CACHAS                                ... 6
   Prometen la gloria...
...
   -¡Moran! -jadea Aaron.
   -¡Te digo que lo vi! -se altera Lester, pero su tono es casi de diversión.- Bueno, lo escuché. ¡Chillando que quería verga!
   -Cuando todos lo sepan... -interviene nuevamente Andrew.
   -No te metas, esto no es asunto de terceros. -defiende Aaron.
   -¿No crees que su novia debería saber algo así? -insiste Andrew.
   -¡No! Y no es asunto tuyo. -Aaron casi trina.
   -Oye, no; en eso tiene razón Tapping. Si Dawson es un maricón de armario, eso es algo que su dama debe saber. Antes de la boda. O de una visita. Imagínate que llegue de encontrarse con un tío, con la boca sabiéndole a semen.
   Temblándole las manos, con el corazón en los pies, Shawn Dawson, de manera ruidosa, introduce la tarjeta en la cerradura, abriendo. Y llega el silencio. Entra y encuentra a los otros tres, en bermudas y franelas, sentados en la salita, todos con los ojos vueltos a la puerta, mirándole.
   -¡Hasta que apareces! -Andrew comienza con hostilidad. Aaron, rojo de cara, se ve incómodo. Lester, con un trago en la mano, parece indiferente aunque burlón.
   -Joder, amigo, ¡apestas a esperma! -agrega sonriendo de manera cruel, bebiendo de su trago.
   -Deja de joder, Morán. -le corta Shawn, con voz temblorosa pero decidida. No iba a dejarse apabullar. Lo mejor era comenzar con dureza de una vez.
   -¿Qué?, ¿te altera que sepamos...? -Andrew parece molestarse más.
   -Métete en tus vainas y a mi déjame en paz, ¿okay? Todos ustedes. -va alzando la voz.- No sé que crean saber, no sé qué mierda pasó, pero ahora no quiero escucharles, ni tienen el derecho a meterse. -informa tajante y se aleja hacia su cuarto.
   -Pero... Pero ¿qué se cree este marica? -oye a Andrew.
   -Deja de joder, amigo. -le silencia, finalmente, Lester, divertido.
   En su cuarto, frío, ordenado, cómodo, Shawn se estremece de miedo, por la tensión. Sabe que eso no se quedará así, que su aventura en ese baño se sabría, que alguien hablara (Tapping), y estaría arruinado. Pero lo que más le afecta es no entender nada. No entenderse... ¿Por qué dejó que pasaran todas esas vainas?
   De pronto parece alcanzarle la enormidad de lo pasado, de lo que hizo sometiéndose sexualmente a ese hombre joven y fuerte; todo lo que este no sólo tomó de él sino lo que él le entregó. Lo que rogó porque le hiciera, como bien señalara el idiota de Morán. La cara le arde, siente que se ahoga, que el oxígeno no llega a sus pulmones, cayendo de culo sobre la cómoda cama... algo que le lastima dado lo sensible que tenía ahora el agujero. Claro, le dolía porque un hombre lo había llenado con su virilidad. Ahora lo sentía, la molestia que era la marca de su culpa; pero mientras se lo hacían... Los ojos se le llenan de llanto. Y ya no es por miedo o vergüenza al qué dirán, a lo que tendría que afrontar y enfrentar si alguno de los otros hablara. Se siente trastornado por sí mismo. Mal por él. Nunca había hecho algo como aquello, comportarse de aquella manera, se dice cayendo de espaldas sobre la cama. Ya no podía decir que era... un hombre. Un macho como todos los demás.
   Aprieta los dientes y con los puños cerrados se presiona los ojos. Claro que lo era. Lo que pasó fue... fue una locura momentánea. Algo que nunca debió pasar pero que no tenía que definir su vida. Ni antes ni después. Era un hombre, le gustaban las mujeres, nunca le atrajo el sexo gay, lo ocurrido no significaba nada. Se lo repite una y otra vez, dejando caer los brazos, respirando agitadamente, manteniendo los ojos cerrados.
   Oye risitas, los: “Cógelo, cógelo, preña a ese maricón. Cógelo más duro”. Y las embestidas que alguien le daba a otra persona, una verga blanco rojiza enorme, parecida a un antebrazo, que entraba y salía de un culo flojo, goloso, que lo aceptaba. Los golpes se escuchaban cada vez más sonoros...
   Jadea y medio levanta la cabeza del colchón, alarmado, confundido. Se había quedado dormido sobre su cama, medio tendido, con los pies aún en el piso. Alguien llamaba a la puerta. Uno de ellos. De los socios de trabajo con quienes había hecho ese viaje para divertirse y conocer chicas, se recuerda con aprensión y amargura.
   -¿Shawn? -oye del otro lado y lanzando un gemido se pone de pie.
   -Si. -va y abre, encontrándose con el rostro de querubín preocupado de Aaron Wells, quien viste otra franela y una pantaloneta vistosa como para ir a la piscina. Por chicas. Se ve bien, enrojecido por el sol, seguramente tendría suerte. Si no aparecían los culturistas. Pero, por ahora, este le mira con incomodidad mientras carga con una bandeja. 
   -Llevas rato encerrado. Te perdiste el almuerzo y pedí algo para ti. -dice el rubio. Y lo amable del gesto le hace arder la cara, le encoge el corazón y le avergüenza.
   -Gracias, yo... me dormí. No fue que me escondiera. -se siente obligado a aclarar.
   -Entiendo. -le tiende la bandeja y se miran a los ojos.
   -No, no creo, Aaron. Ni yo mismo lo entiendo, ¿cómo podrías tú? -suena desesperado, algo molesto, cosa de la que se arrepiente al notar el respingo del rubio.- Lo siento... no soy yo en estos momentos. -la frase le parece funcionar a tantos niveles que ríe con amargura. Incomodando más al socio.- ¿Cómo están los otros?
   -Trastornados. Andrew anda furioso, lo siente como si le hubieras hecho algo, traicionado o algo así. -frunce el ceño.- Debes conversar con él. Convencerle de que... tu vida es tuya. Anda hablando de llamar a gente dentro de la compañía.
   -Lo imagino. En la promoción que viene, competimos él y yo. No haría daño a su causa ser honesto con todos, ¿eh? -suelta con amargura.- ¿Y Morán?
   -Parece más divertido que otra cosa. Pero le conoces, esa sangre latina le hace mujeriego por un lado y terriblemente machista por el otro. Creo que te considera...
   -¿Un puto? ¿Un marica? -las palabras le sorprenden por lo duras que le suenan, aunque él mismo las ha empleado antes. Aunque no para dañar, sino como simples comentarios divertidos sobre tipos que no eran como él.- ¿Y tú? -le ve encogerse de hombros.
   -Es tu vida. Creo. -luego le mira con ojos brillantes.- Pero la verdad es que tenías razón antes; no lo entiendo. Sé... o siempre creí que eras heterosexual. Me parecía que sí, habría jurado sobre una montaña de Biblias eso, pero ahora...
   Shawn se ha estado cuestionando eso desde que saliera de aquel baño, abrumado bajo el peso de lo ocurrido. Y siente rabia.
   -¿La verdad?, no lo sé, tampoco. No sé qué me pasó. -va ganando velocidad mientras habla y le mira de manera abierta, franca y molesta.- Tan sólo enloquecí ante ese chico. Si, me acorraló, me acosó, pero luego... -los labios le tiemblan y desvía la mirada.- ...Me gustó.
   -¡Shawn! -la sorpresa es evidente y eso parece destapar al otro.
   -Me excitó, ¿okay? Que me arrastrara de una mano me erizó, que me dijera todos esos insultos me calentó. Que me tomara me hizo desearlo. Que me expusiera en ese baño... -casi grita, pero deja salir el aire.- ...Me provocaba más calenturas.
   -Eso no tiene ningún sentido, amigo. -Aaron tiene la frente muy fruncida, los ojos son retadores y algo acusadores.
   -¿Crees que no lo sé? Me trataba como a basura y me encantaba. Lamí sus axilas, por Dios, bañadas de sudor y me encantó. -decirlo en voz alta le sorprende.- Aaron... -traga casi suplicante, como queriendo escuchar una explicación dada por otro.- ...Mientra me la tenía metida por el culo, porque me la metió, tomó mi virginidad y la rompió en mil pedazos, me la ponía más dura. Me embestía y eso me calentaba más y más, mi verga soltaba jugos a mares y me corrí. ¡Sin tocarme! Me hizo sentir como una verdadera puta sucia al hacerme chillar y gemir pidiendo más de su verga mientras me cabalgaba, pero así fue.
   -Amigo, estás mal. -el chico ahora le mira casi disgustado, muy desconcertado.
   -¡Lo sé! -chilla angustiado.- Y sé que tengo que irme de aquí. Salir de este maldito lugar de sol y gente hermosa ligera de ropas. Debo volver a mi vida. A una ciudad gris donde lleve una vida gris y monótona. A volver a ser quien soy.
   -Me parece que debes hacerlo. ¿Y los otros?
   -Tampoco sé qué hacer con eso. ¿Espero que regresen y no digan nada? ¿Qué más puedo hacer? -se desinfla imaginando a Martha llorando, esperándole en el aeropuerto con una comitiva de amigos, conocidos, compañeros de trabajo y su propia familia, con los Hare Krishna de agregados; todos aguardando para una vergonzosa intervención, para saber por qué le había dado el culo a un desconocido.
   -Por mí no te preocupes. No diré nada. Y hablaré con los otros.
   -Gracias. -balbucea realmente embargado de gratitud. Y pensar que nunca tuvo una opinión muy favorecedora para con el rubio sin personalidad.
......
   Se queda encerrado. Cena lo que pide al cuarto. La noche es larga y mala. Porque se recrimina en cada instante de insomnio. Recibe una llamada de Martha pero, por Dios, que no puede tomarla. ¿Y si alguien ya le contó? ¿Cómo tratarla, si lo ignoraba, después de lo ocurrido? Bien temprano, duchado, recoge sus cosas, siendo evitado por dos de los otros tres ocupante de la suite. Una vez en su cuarto revisa todo, la idea de regresar a Nueva York, a su vida de trabajo a la casa, le brinda una especie de paz, de consuelo. ¿Cree que sorteará el temporal, que nadie dirá nada, que no será confrontado? No es tan ingenuo, pero lo espera contra toda lógica.
   Llaman a su puerta.
   -¿Si?
   -Servicio a la habitación. -responde una voz de mujer. Intrigándole.
   -No he pedido nada. -responde abriendo la puerta y encontrando a una de las mucama. La cual sostiene una caja más larga que ancha, propia para cargar puros.
   -Le envían esto. -le tiende.
   Ceñudo toma la caja, le entrega propia, que ella espera con un gesto evidente, y cierra la puerta. Una vez a solas la revisa, busca y busca y no encuentra nada. Ni nota ni identificación. La abre y si hay una hoja encima, escrita a puño, una que aparta. Y gime. El corazón le retumba con fuerza. Con mano temblorosa toma lo que hay, arrojando la caja a la cama. Se trata de una pequeña prenda interior de material elástico, tipo bikini de fisicoculturistas en exhibición. Azul eléctrico. Una prenda muy chica. E imagina al enorme y musculoso sujeto joven que las usa, llenándolas, y se estremece de pies a cabeza. Tragando en seco mira la nota:
   Para ti, perra. Disfrútalo. Lo usé en las competencias de ayer. Sudé en él. Mis bolas y verga estaban empapadas, así como mi culo. Disfruta de mis aromas. Pero no te corras. Ya no puedes hacerlo si no te lo permito. Gané, y como en parte de lo debo, dejaré que vengas a lamerme el cuerpo al gym, ahora. Baja. Hazlo bien y podrás mamar mi verga, hazlo mejor y tal vez te dé un poco más por el coño. Seguro que lo deseas. Aspen”.
   Lee y lee, parpadeando. ¿Acaso había caído en una dimensión paralela y extraña? No lo sabe, lo cierto es que en una mano sostiene la nota, esas palabras intensas, y en la otra la pequeña trusa tipo bikini, por la tirita de una de las caderas, notando el triángulo que cubriría los genitales de aquel joven y agresivo macho. Aspen. Su Aspen. La idea le envuelve en calor, mareándole, haciéndole sentirse tonto, idiota, pero también caliente.
   Deja la nota junto a la caja y toma el bikini azul con las dos manos, la bolsa de los gemitas frente a su cara cuando lo alza. Aquello era una locura, debía seguir con sus planes e irse. Poner distancia, alejarse de ese carajito musculoso y grande y ponerse a salvo. Todo lo razona mientras cierra los ojos y pega la telita de su rostro, sobre su nariz y boca, aspirando ruidosamente. Lo que es un error. El olor almizclado a sudor y bolas le golpea fuertemente el cerebro, el cual parece reblandecérsele mientras el pulso se le dispara, el corazón late loco y toda su piel se eriza y arde. Aspira y aspira totalmente enloquecido, llenando sus fosas nasales con aquel aroma embriagador. Recuerda ese sudor, esas axilas y con un chillido muerde la telita, bañándola de saliva, una que sorbe. Y lo siente, su sabor.
   Cae sobre la cama, primero sentado, luego cae de espaldas, con aquel bikini sobre el rostro, oliendo, mordiendo, chupando, mientras se acaricia todo, el torso, la barriga plana, la tranca sobre el pantalón, uno que tiene que abrir, sacándosela con movimientos frenéticos y dándose puño. En cuanto se aprieta y comienza a masajearse, el olor parece intensificarse sobre su rostro, trastornándole totalmente. Gime, dice su nombre una y otra vez, se abre la camisa y se recorre el cuerpo con la tela húmeda. Cuando la aferra con la mano y con ella se masturba, sintiéndola sobre su tranca, sabe que no durará nada. Está a punto, a punto de...
......
   Si estaba rojo cuando abandonó su dormitorio, sin el equipaje, vistiendo un simple pantalón de drill marrón, una camisa manga corta y unos mocasines deportivos sin medias, recibiendo las miradas burlonas, censuradora u hostiles de los conocidos en la suite, fue poco al color que tomó cuando bajó al gym del hotel, entrando y siendo recibido por un conjunto de miradas, igual de socarronas y burlonas. Aunque estas, al menos, eran de desconocidos, esos tipos que asistían a sus entrenamientos con fervor maniático estuvieran donde estuvieran, no eran conocidos reales (empero cree reconocer uno que otro rostro del día anterior), aunque sí más mortificante porque eran muchos más.
   Manos en los bolsillos, sintiéndose torpe, busca por el salón principal, reparando en los sujetos que el día anterior le vieran prácticamente mamando al otro en aquel pasillo. Sujetos como él, como Aspen, acuerpados, forrados de músculos, vistiendo apretados atuendos de látex, transpirados ya a esas horas. No puede evitar que su pulso lata un poco más de prisa. Y si debía ser honesto consigo mismo, no eran nervios o vergüenza. Ver todas esas musculaturas parecía estarle afectando. Traga en seco cuando aparece el muchacho. Porque eso es a pesar del tamañote y la altura, del rostro algo cuadrado de lo formado que está. Viene de otra sala con un paso pomposo de brazos algo separados, vistiendo nuevamente un ajustado shorts de licra que es tan largo como un boxer de los cortos, rojo intenso, y una camiseta muy abierta que dejaba sus poderosos pectorales afuera. Respiraba con tranquilidad aunque su piel brillaba de sudor, como ciertas hebras doradas en su cabello.
   Verle le deja sin aliento, y el pulso se le dispara más cuando este clava la mirada en él, elevando un tanto el mentón en un saludo. Antes de volverse a los otros tres tipos grandes y comentar algo. Estos volviendo las cabezas y viéndole, riendo por lo bajo. Shawn siente que toda su cara arde. ¿Qué les estaría contando? ¿Cómo lo desfloró? ¿Lo mucho que le rogó por ello? ¿El cuánto chilló con su verga clavada hasta la base? Comienza a respirar más agitadamente, envuelto en un calor terrible, con mucha vergüenza, casi con ganas de escapar de aquellas miradas burlonas y crueles, pero también excitado.
   Aspen, mirándole nuevamente, hace un imperceptible seña, indicándole que se acerque. Y duda por un segundo, algo que el otro nota arqueando una ceja, oprimiendo sus labios. Es más de lo que puede soportar. Con paso inseguro, manos en los bolsillos del pantalón, hombros algo encogidos se acerca al grupo de cuatro jóvenes sementales, de los cuales tres le miran con superioridad irónica, brazos cruzados sobre sus torsos, todos esos músculos y venas resaltando. El cuarto, Aspen, esperándole con las manos en las caderas.
   -Hey... -saluda cohibido, ganándose nuevas miradas de burla.
   -Te tomaste tu tiempo en llegar. -responde secamente Aspen.- ¿Mucho tiempo manoseándote oliendo la trusa que usé ayer en la competencia? Eres un marica lamentable.
   -¡Aspen! -grazna, rojo remolacha, mientras los otros ríen.
   -Oh, vamos, sabía que lo harías. Espero que haya recordado lo que te dije: nada de correrte. Si te portas bien... -agrega, pero ahora mira a los otros.- No se crean, tiene talento natural. -luego vuelve a Shawn.- ...Dejaré que te corras como nunca en tu vida con mi verga en tu culo.
   Shawn no puede ni responder, los otros se ven divertidos pero también algo cortados.
   -Amigo, ¿no eres muy gráfico? -pregunta el joven hombre negro que les viera el día anterior
   -Le gusta que le trate como a una puta. -se encoge de hombros Aspen, luego sonriéndole.- ¿No es así? Seguro que ya la tienes medio dura en los pantalones, ¿verdad? -le reta, y Shawn tan sólo puede balbucear más, más rojo todavía, todos mirándole y notando, efectivamente, un abultamiento en sus ropas.
   -Joder, es cierto. -rie otro de ellos, descruzando los brazos y señalándolo.
   -Es una puta. Sabe que es una puta. Le gusta que le trate como a una puta. -agrega Aspen, lenta y deliberadamente, mirándole.- Le gusta que todos sepan que es una puta. Y por obtener lo que desea rogará, suplicará, hará lo que sea... ¿verdad? Porque a eso has venido, ¿no? Con la esperanza de tocarme, lamerme, chuparme la verga, el culo sí quiero, deseas por encima de todo que te penetre.
   -Aspen... -grazna muerto de mortificación.
   -¿Vas a ponerte estrecho? -se burla, con una medio sonrisa en su joven, hermoso y ancho rostro de culturista. Flexionando un brazo, llevando la mano a su nuca, muestra aquella axila brillante de transpiración.- Vamos, puta, desátate.
CONTINÚA ... 8

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