Prometen
la gloria...
...
-¡Moran!
-jadea Aaron.
-¡Te
digo que lo vi! -se altera Lester, pero su tono es casi de
diversión.- Bueno, lo escuché. ¡Chillando que quería verga!
-Cuando
todos lo sepan... -interviene nuevamente Andrew.
-No
te metas, esto no es asunto de terceros. -defiende Aaron.
-¿No
crees que su novia debería saber algo así? -insiste Andrew.
-¡No!
Y no es asunto tuyo. -Aaron casi trina.
-Oye,
no; en eso tiene razón Tapping. Si Dawson es un maricón de armario,
eso es algo que su dama debe saber. Antes de la boda. O de una
visita. Imagínate que llegue de encontrarse con un tío, con la boca
sabiéndole a semen.
Temblándole
las manos, con el corazón en los pies, Shawn Dawson, de manera
ruidosa, introduce la tarjeta en la cerradura, abriendo. Y llega el
silencio. Entra y encuentra a los otros tres, en bermudas y franelas,
sentados en la salita, todos con los ojos vueltos a la puerta,
mirándole.
-¡Hasta
que apareces! -Andrew comienza con hostilidad. Aaron, rojo de cara,
se ve incómodo. Lester, con un trago en la mano, parece indiferente
aunque burlón.
-Joder,
amigo, ¡apestas a esperma! -agrega sonriendo de manera cruel,
bebiendo de su trago.
-Deja
de joder, Morán. -le corta Shawn, con voz temblorosa pero decidida.
No iba a dejarse apabullar. Lo mejor era comenzar con dureza de una
vez.
-¿Qué?,
¿te altera que sepamos...? -Andrew parece molestarse más.
-Métete
en tus vainas y a mi déjame en paz, ¿okay? Todos ustedes. -va
alzando la voz.- No sé que crean saber, no sé qué mierda pasó,
pero ahora no quiero escucharles, ni tienen el derecho a meterse.
-informa tajante y se aleja hacia su cuarto.
-Pero...
Pero ¿qué se cree este marica? -oye a Andrew.
-Deja
de joder, amigo. -le silencia, finalmente, Lester, divertido.
En
su cuarto, frío, ordenado, cómodo, Shawn se estremece de miedo, por
la tensión. Sabe que eso no se quedará así, que su aventura en ese
baño se sabría, que alguien hablara (Tapping), y estaría
arruinado. Pero lo que más le afecta es no entender nada. No
entenderse... ¿Por qué dejó que pasaran todas esas vainas?
De
pronto parece alcanzarle la enormidad de lo pasado, de lo que hizo
sometiéndose sexualmente a ese hombre joven y fuerte; todo lo que
este no sólo tomó de él sino lo que él le entregó. Lo que rogó
porque le hiciera, como bien señalara el idiota de Morán. La cara
le arde, siente que se ahoga, que el oxígeno no llega a sus
pulmones, cayendo de culo sobre la cómoda cama... algo que le
lastima dado lo sensible que tenía ahora el agujero. Claro, le dolía
porque un hombre lo había llenado con su virilidad. Ahora lo sentía,
la molestia que era la marca de su culpa; pero mientras se lo
hacían... Los ojos se le llenan de llanto. Y ya no es por miedo o
vergüenza al qué dirán, a lo que tendría que afrontar y enfrentar
si alguno de los otros hablara. Se siente trastornado por sí mismo.
Mal por él. Nunca había hecho algo como aquello, comportarse de
aquella manera, se dice cayendo de espaldas sobre la cama. Ya no
podía decir que era... un hombre. Un macho como todos los demás.
Aprieta
los dientes y con los puños cerrados se presiona los ojos. Claro que
lo era. Lo que pasó fue... fue una locura momentánea. Algo que
nunca debió pasar pero que no tenía que definir su vida. Ni antes
ni después. Era un hombre, le gustaban las mujeres, nunca le atrajo
el sexo gay, lo ocurrido no significaba nada. Se lo repite una y otra
vez, dejando caer los brazos, respirando agitadamente, manteniendo
los ojos cerrados.
Oye
risitas, los: “Cógelo, cógelo, preña a ese maricón. Cógelo más
duro”. Y las embestidas que alguien le daba a otra persona, una
verga blanco rojiza enorme, parecida a un antebrazo, que entraba y
salía de un culo flojo, goloso, que lo aceptaba. Los golpes se
escuchaban cada vez más sonoros...
Jadea
y medio levanta la cabeza del colchón, alarmado, confundido. Se
había quedado dormido sobre su cama, medio tendido, con los pies aún
en el piso. Alguien llamaba a la puerta. Uno de ellos. De los socios
de trabajo con quienes había hecho ese viaje para divertirse y
conocer chicas, se recuerda con aprensión y amargura.
-¿Shawn?
-oye del otro lado y lanzando un gemido se pone de pie.
-Si.
-va y abre, encontrándose con el rostro de querubín preocupado de
Aaron Wells, quien viste otra franela y una pantaloneta vistosa como
para ir a la piscina. Por chicas. Se ve bien, enrojecido por el sol,
seguramente tendría suerte. Si no aparecían los culturistas. Pero,
por ahora, este le mira con incomodidad mientras carga con una
bandeja.
-Llevas
rato encerrado. Te perdiste el almuerzo y pedí algo para ti. -dice
el rubio. Y lo amable del gesto le hace arder la cara, le encoge el
corazón y le avergüenza.
-Gracias,
yo... me dormí. No fue que me escondiera. -se siente obligado a
aclarar.
-Entiendo.
-le tiende la bandeja y se miran a los ojos.
-No,
no creo, Aaron. Ni yo mismo lo entiendo, ¿cómo podrías tú? -suena
desesperado, algo molesto, cosa de la que se arrepiente al notar el
respingo del rubio.- Lo siento... no soy yo en estos momentos. -la
frase le parece funcionar a tantos niveles que ríe con amargura.
Incomodando más al socio.- ¿Cómo están los otros?
-Trastornados.
Andrew anda furioso, lo siente como si le hubieras hecho algo,
traicionado o algo así. -frunce el ceño.- Debes conversar con él.
Convencerle de que... tu vida es tuya. Anda hablando de llamar a
gente dentro de la compañía.
-Lo
imagino. En la promoción que viene, competimos él y yo. No haría
daño a su causa ser honesto con todos, ¿eh? -suelta con amargura.-
¿Y Morán?
-Parece
más divertido que otra cosa. Pero le conoces, esa sangre latina le
hace mujeriego por un lado y terriblemente machista por el otro. Creo
que te considera...
-¿Un
puto? ¿Un marica? -las palabras le sorprenden por lo duras que le
suenan, aunque él mismo las ha empleado antes. Aunque no para dañar,
sino como simples comentarios divertidos sobre tipos que no eran como
él.- ¿Y tú? -le ve encogerse de hombros.
-Es
tu vida. Creo. -luego le mira con ojos brillantes.- Pero la verdad es
que tenías razón antes; no lo entiendo. Sé... o siempre creí que
eras heterosexual. Me parecía que sí, habría jurado sobre una
montaña de Biblias eso, pero ahora...
Shawn
se ha estado cuestionando eso desde que saliera de aquel baño,
abrumado bajo el peso de lo ocurrido. Y siente rabia.
-¿La
verdad?, no lo sé, tampoco. No sé qué me pasó. -va ganando
velocidad mientras habla y le mira de manera abierta, franca y
molesta.- Tan sólo enloquecí ante ese chico. Si, me acorraló, me
acosó, pero luego... -los labios le tiemblan y desvía la mirada.-
...Me gustó.
-¡Shawn!
-la sorpresa es evidente y eso parece destapar al otro.
-Me
excitó, ¿okay? Que me arrastrara de una mano me erizó, que me
dijera todos esos insultos me calentó. Que me tomara me hizo
desearlo. Que me expusiera en ese baño... -casi grita, pero deja
salir el aire.- ...Me provocaba más calenturas.
-Eso
no tiene ningún sentido, amigo. -Aaron tiene la frente muy fruncida,
los ojos son retadores y algo acusadores.
-¿Crees
que no lo sé? Me trataba como a basura y me encantaba. Lamí sus
axilas, por Dios, bañadas de sudor y me encantó. -decirlo en voz
alta le sorprende.- Aaron... -traga casi suplicante, como queriendo
escuchar una explicación dada por otro.- ...Mientra me la tenía
metida por el culo, porque me la metió, tomó mi virginidad y la
rompió en mil pedazos, me la ponía más dura. Me embestía y eso me
calentaba más y más, mi verga soltaba jugos a mares y me corrí.
¡Sin tocarme! Me hizo sentir como una verdadera puta sucia al
hacerme chillar y gemir pidiendo más de su verga mientras me
cabalgaba, pero así fue.
-Amigo,
estás mal. -el chico ahora le mira casi disgustado, muy
desconcertado.
-¡Lo
sé! -chilla angustiado.- Y sé que tengo que irme de aquí. Salir de
este maldito lugar de sol y gente hermosa ligera de ropas. Debo
volver a mi vida. A una ciudad gris donde lleve una vida gris y
monótona. A volver a ser quien soy.
-Me
parece que debes hacerlo. ¿Y los otros?
-Tampoco
sé qué hacer con eso. ¿Espero que regresen y no digan nada? ¿Qué
más puedo hacer? -se desinfla imaginando a Martha llorando,
esperándole en el aeropuerto con una comitiva de amigos, conocidos,
compañeros de trabajo y su propia familia, con los Hare Krishna de
agregados; todos aguardando para una vergonzosa intervención, para
saber por qué le había dado el culo a un desconocido.
-Por
mí no te preocupes. No diré nada. Y hablaré con los otros.
-Gracias.
-balbucea realmente embargado de gratitud. Y pensar que nunca tuvo
una opinión muy favorecedora para con el rubio sin personalidad.
......
Se
queda encerrado. Cena lo que pide al cuarto. La noche es larga y
mala. Porque se recrimina en cada instante de insomnio. Recibe una
llamada de Martha pero, por Dios, que no puede tomarla. ¿Y si
alguien ya le contó? ¿Cómo tratarla, si lo ignoraba, después de
lo ocurrido? Bien temprano, duchado, recoge sus cosas, siendo evitado
por dos de los otros tres ocupante de la suite. Una vez en su cuarto
revisa todo, la idea de regresar a Nueva York, a su vida de trabajo a
la casa, le brinda una especie de paz, de consuelo. ¿Cree que
sorteará el temporal, que nadie dirá nada, que no será
confrontado? No es tan ingenuo, pero lo espera contra toda lógica.
Llaman
a su puerta.
-¿Si?
-Servicio
a la habitación. -responde una voz de mujer. Intrigándole.
-No
he pedido nada. -responde abriendo la puerta y encontrando a una de
las mucama. La cual sostiene una caja más larga que ancha, propia
para cargar puros.
-Le
envían esto. -le tiende.
Ceñudo
toma la caja, le entrega propia, que ella espera con un gesto
evidente, y cierra la puerta. Una vez a solas la revisa, busca y
busca y no encuentra nada. Ni nota ni identificación. La abre y si
hay una hoja encima, escrita a puño, una que aparta. Y gime. El
corazón le retumba con fuerza. Con mano temblorosa toma lo que hay,
arrojando la caja a la cama. Se trata de una pequeña prenda interior
de material elástico, tipo bikini de fisicoculturistas en
exhibición. Azul eléctrico. Una prenda muy chica. E imagina al
enorme y musculoso sujeto joven que las usa, llenándolas, y se
estremece de pies a cabeza. Tragando en seco mira la nota:
“Para
ti, perra. Disfrútalo. Lo usé en las competencias de ayer. Sudé en
él. Mis bolas y verga estaban empapadas, así como mi culo. Disfruta
de mis aromas. Pero no te corras. Ya no puedes hacerlo si no te lo
permito. Gané, y como en parte de lo debo, dejaré que vengas a
lamerme el cuerpo al gym, ahora. Baja. Hazlo bien y podrás mamar mi
verga, hazlo mejor y tal vez te dé un poco más por el coño. Seguro
que lo deseas. Aspen”.
Lee
y lee, parpadeando. ¿Acaso había caído en una dimensión paralela
y extraña? No lo sabe, lo cierto es que en una mano sostiene la
nota, esas palabras intensas, y en la otra la pequeña trusa tipo
bikini, por la tirita de una de las caderas, notando el triángulo
que cubriría los genitales de aquel joven y agresivo macho. Aspen.
Su Aspen. La idea le envuelve en calor, mareándole, haciéndole
sentirse tonto, idiota, pero también caliente.
Deja
la nota junto a la caja y toma el bikini azul con las dos manos, la
bolsa de los gemitas frente a su cara cuando lo alza. Aquello era una
locura, debía seguir con sus planes e irse. Poner distancia,
alejarse de ese carajito musculoso y grande y ponerse a salvo. Todo
lo razona mientras cierra los ojos y pega la telita de su rostro,
sobre su nariz y boca, aspirando ruidosamente. Lo que es un error. El
olor almizclado a sudor y bolas le golpea fuertemente el cerebro, el
cual parece reblandecérsele mientras el pulso se le dispara, el
corazón late loco y toda su piel se eriza y arde. Aspira y aspira
totalmente enloquecido, llenando sus fosas nasales con aquel aroma
embriagador. Recuerda ese sudor, esas axilas y con un chillido muerde
la telita, bañándola de saliva, una que sorbe. Y lo siente, su
sabor.
Cae
sobre la cama, primero sentado, luego cae de espaldas, con aquel
bikini sobre el rostro, oliendo, mordiendo, chupando, mientras se
acaricia todo, el torso, la barriga plana, la tranca sobre el
pantalón, uno que tiene que abrir, sacándosela con movimientos
frenéticos y dándose puño. En cuanto se aprieta y comienza a
masajearse, el olor parece intensificarse sobre su rostro,
trastornándole totalmente. Gime, dice su nombre una y otra vez, se
abre la camisa y se recorre el cuerpo con la tela húmeda. Cuando la
aferra con la mano y con ella se masturba, sintiéndola sobre su
tranca, sabe que no durará nada. Está a punto, a punto de...
......
Si
estaba rojo cuando abandonó su dormitorio, sin el equipaje,
vistiendo un simple pantalón de drill marrón, una camisa manga
corta y unos mocasines deportivos sin medias, recibiendo las miradas
burlonas, censuradora u hostiles de los conocidos en la suite, fue
poco al color que tomó cuando bajó al gym del hotel, entrando y
siendo recibido por un conjunto de miradas, igual de socarronas y
burlonas. Aunque estas, al menos, eran de desconocidos, esos tipos
que asistían a sus entrenamientos con fervor maniático estuvieran
donde estuvieran, no eran conocidos reales (empero cree reconocer uno
que otro rostro del día anterior), aunque sí más mortificante
porque eran muchos más.
Manos
en los bolsillos, sintiéndose torpe, busca por el salón principal,
reparando en los sujetos que el día anterior le vieran prácticamente
mamando al otro en aquel pasillo. Sujetos como él, como Aspen,
acuerpados, forrados de músculos, vistiendo apretados atuendos de
látex, transpirados ya a esas horas. No puede evitar que su pulso
lata un poco más de prisa. Y si debía ser honesto consigo mismo, no
eran nervios o vergüenza. Ver todas esas musculaturas parecía
estarle afectando. Traga en seco cuando aparece el muchacho. Porque
eso es a pesar del tamañote y la altura, del rostro algo cuadrado de
lo formado que está. Viene de otra sala con un paso pomposo de
brazos algo separados, vistiendo nuevamente un ajustado shorts de
licra que es tan largo como un boxer de los cortos, rojo intenso, y
una camiseta muy abierta que dejaba sus poderosos pectorales afuera.
Respiraba con tranquilidad aunque su piel brillaba de sudor, como
ciertas hebras doradas en su cabello.
Verle
le deja sin aliento, y el pulso se le dispara más cuando este clava
la mirada en él, elevando un tanto el mentón en un saludo. Antes de
volverse a los otros tres tipos grandes y comentar algo. Estos
volviendo las cabezas y viéndole, riendo por lo bajo. Shawn siente
que toda su cara arde. ¿Qué les estaría contando? ¿Cómo lo
desfloró? ¿Lo mucho que le rogó por ello? ¿El cuánto chilló con
su verga clavada hasta la base? Comienza a respirar más
agitadamente, envuelto en un calor terrible, con mucha vergüenza,
casi con ganas de escapar de aquellas miradas burlonas y crueles,
pero también excitado.
Aspen,
mirándole nuevamente, hace un imperceptible seña, indicándole que
se acerque. Y duda por un segundo, algo que el otro nota arqueando
una ceja, oprimiendo sus labios. Es más de lo que puede soportar.
Con paso inseguro, manos en los bolsillos del pantalón, hombros algo
encogidos se acerca al grupo de cuatro jóvenes sementales, de los
cuales tres le miran con superioridad irónica, brazos cruzados sobre
sus torsos, todos esos músculos y venas resaltando. El cuarto,
Aspen, esperándole con las manos en las caderas.
-Hey...
-saluda cohibido, ganándose nuevas miradas de burla.
-Te
tomaste tu tiempo en llegar. -responde secamente Aspen.- ¿Mucho
tiempo manoseándote oliendo la trusa que usé ayer en la
competencia? Eres un marica lamentable.
-¡Aspen!
-grazna, rojo remolacha, mientras los otros ríen.
-Oh,
vamos, sabía que lo harías. Espero que haya recordado lo que te
dije: nada de correrte. Si te portas bien... -agrega, pero ahora mira
a los otros.- No se crean, tiene talento natural. -luego vuelve a
Shawn.- ...Dejaré que te corras como nunca en tu vida con mi verga
en tu culo.
Shawn
no puede ni responder, los otros se ven divertidos pero también algo
cortados.
-Amigo,
¿no eres muy gráfico? -pregunta el joven hombre negro que les viera
el día anterior
-Le
gusta que le trate como a una puta. -se encoge de hombros Aspen,
luego sonriéndole.- ¿No es así? Seguro que ya la tienes medio dura
en los pantalones, ¿verdad? -le reta, y Shawn tan sólo puede
balbucear más, más rojo todavía, todos mirándole y notando,
efectivamente, un abultamiento en sus ropas.
-Joder,
es cierto. -rie otro de ellos, descruzando los brazos y señalándolo.
-Es
una puta. Sabe que es una puta. Le gusta que le trate como a una
puta. -agrega Aspen, lenta y deliberadamente, mirándole.- Le gusta
que todos sepan que es una puta. Y por obtener lo que desea rogará,
suplicará, hará lo que sea... ¿verdad? Porque a eso has venido,
¿no? Con la esperanza de tocarme, lamerme, chuparme la verga, el
culo sí quiero, deseas por encima de todo que te penetre.
-Aspen...
-grazna muerto de mortificación.
-¿Vas
a ponerte estrecho? -se burla, con una medio sonrisa en su joven,
hermoso y ancho rostro de culturista. Flexionando un brazo, llevando
la mano a su nuca, muestra aquella axila brillante de transpiración.-
Vamos, puta, desátate.
CONTINÚA ... 8
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