Listo
para la acción...
......
Todavía
temblando por el clímax alcanzado, tal vez por el tipo de orgasmo
alcanzado, mientras un horrorizado Hasani sigue mirándole, Ryan
tiembla sobre las mantas, gloriosamente desnudo, su cuerpo cubierto
por una fina capa de sudor brillando a la luz de la luna que ahora
penetra por un orificio más grande. ¡Con el tolete aún en la mano!
-¡Fuera!
-ruge, rojo remolacha.
Y
Hasani, con cara que querer sacarse los ojos con un cuchillo romo y
oxidado, aparta el rostro, cierra la tienda y se escucha que se aleja
a la carrera. Dejando caer la cabeza, cerrando también los ojos y
lanzando un mental maldita sea, Ryan se deja embargar por la
vergüenza. Arde de pena y finalmente ríe, entre dientes. ¿Acaso
estaba maldito ya, sin llegar al poblado ese? ¿Cuántas cosas más
podían pasarle en ese viaje? Ríe aunque no lo encuentra divertido,
tratando de recordar cuándo fue la última vez que alguien le
sorprendiera masturbándose. Cree que fue en su propia casa, una
mañana de sábado, cuando escuchando los sonidos en el patio, y con
catorce años, sin miedo morales o espirituales a las pajas, se daba
y su hermano mayor entró a preguntar por la bicicleta,
sorprendiéndole, burlándose y chantajeándole un tiempo.
Su
pecho sube y baja con esfuerzo. A pesar de la mortificación se
siente mejor. Definitivamente liberar la presión en las bolas
ayudaba. Ya mañana se ocuparía del joven egipcio...
Pero
el lío sería más irritante. Al salir, asearse y tomar café, al
otro día, nota que este evita mirarle, también a Jean Luc, quien
parece resplandecer por alguna razón (si, el sexo ayudaba en la
vida). Lo malo era que Andrew Stoner, su joven ayudante, no dejaba de
mirarle, sonriendo socarrón. No le sorprendió mucho que el incómodo
chico egipcio marchara en otro jeeps. Aunque lo malinterpretó, creyó
que se alejaba para no hablar o tener que pensar en lo ocurrido la
noche pasada. Aparentemente lo había hecho para que Andy...
-Hasani
quedó trastornado y asustado por lo que vio anoche, jefe. -comenta
mientras conduce el jeeps (esa tarde tendrían que continuar el viaje
a lomo de camellos), sobresaltando al hombre mayor, que oprime los
labios, enrojece y mira al frente.
-¿Te
contó que...?
-Oh,
vamos, ¿una paja?, es algo natural. Andamos calientes y faltos de
mujeres. -el chico le resta toda importancia. Eso debería aliviarle
un tanto, pero no puede porque no desea hablar sobre ello, ni que el
chico sepa esas cosas de su vida, y le gusta mucho menos la risita
que lanza ahora.- Estaba trastornado.
-Lo
siento, debió ser chocante verme... verme... -joder, qué difícil
era hablar abiertamente con alguien tan joven.
-No,
no fue eso, ya ha sorprendido a otros dándose mano, incluso a mí.
-le aclara mirándole todo pancho, riente.- Parece que lo que le
asombró fue el tamaño.
-¡Andrew!
-el tono es cortante, de advertencia, mientras enrojece todavía más.
El chico ríe.
-No
paraba de hablar de eso. Parecía obsesionado.
-Andrew...
-Se
pregunta cómo puede caminar sin tropezar y...
-¡Silencio,
joder! -trona rojo de cara, molesto. Alterándole todavía más el
que el otro ría de manera divertida, seguramente imaginando nuevos
comentarios que seguramente no le agradarían nada.
El
viaje en camellos fue lento, algo incómodo por momentos, pero
extrañamente gratificante. Era estar en Egipto, seguir el rumbo de
las ancestrales caravanas al ritmo del paso cadencioso. Libre de
contratiempos llegaron a las afuera de Loris al atardecer del segundo
día. Agotados, con los cuerpos agarrotados. Para encontrarse con el
coronel Conrad Sheppard, de la Real Fuerza de Exploradores de su
Majestad, un cuarentón delgado, menudo, de bigote de lagartija,
mirada indolente de quien se sabe superior, con un uniformado de las
fuerzas egipcias a su lado, un sujeto recio de imponente presencia,
de cabello negro, bigote negro, sombra de barba negras, agresivo, de
ojos coléricos, pero que no intimida al inglés, quien parecía
ligeramente complacido de saberle incómodo ante su presencia y
autoridad. Él era el poder colonial en la zona. A Ryan le lleva rato
aclarar que anda en busca de columnas y cerámicas, no de objetos
para saquear. El egipcio, Musim Proyas, desconfía y con voz dura
habla censurador del robo del pasado de su pueblo. El inglés le
aclara que lo perdieron cuando los griegos debieron enseñarles cómo
gobernarse en tiempo de los Ptolomeos. Al americano no le agradan las
palabras, pero tampoco la actitud del otro, así que decide guardar
silencio y afincarse un poco más en el inglés para obtener los
permisos que necesita. Porque, aparentemente, no se podía entrar en
la zona en cuestión sin salvoconducto. Algo sumamente extraño.
-¿Ocurre
algo? -le extraña, no era común que tropas inglesas obstaculizaran
a otros extranjeros, especialmente intereses del imperio, ni que los
nacionales impusieran su parecer sin contar con ese mismo apoyo.
-No
es un lugar... seguro. -gruñe Proyas.
-Supersticiones.
-aclara el inglés, sin alzar la voz, mirando con cierto desprecio al
egipcio.- Le temen demasiado a sus fantasmas. Temen a los objetos
malditos...
CONTINÚA ...7
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