lunes, 3 de junio de 2019

EL CONSOLADOR DE PLATA ...6

EL CONSOLADOR DE PLATA                          ...5
   Listo para la acción...
......
   Todavía temblando por el clímax alcanzado, tal vez por el tipo de orgasmo alcanzado, mientras un horrorizado Hasani sigue mirándole, Ryan tiembla sobre las mantas, gloriosamente desnudo, su cuerpo cubierto por una fina capa de sudor brillando a la luz de la luna que ahora penetra por un orificio más grande. ¡Con el tolete aún en la mano!
   -¡Fuera! -ruge, rojo remolacha.
   Y Hasani, con cara que querer sacarse los ojos con un cuchillo romo y oxidado, aparta el rostro, cierra la tienda y se escucha que se aleja a la carrera. Dejando caer la cabeza, cerrando también los ojos y lanzando un mental maldita sea, Ryan se deja embargar por la vergüenza. Arde de pena y finalmente ríe, entre dientes. ¿Acaso estaba maldito ya, sin llegar al poblado ese? ¿Cuántas cosas más podían pasarle en ese viaje? Ríe aunque no lo encuentra divertido, tratando de recordar cuándo fue la última vez que alguien le sorprendiera masturbándose. Cree que fue en su propia casa, una mañana de sábado, cuando escuchando los sonidos en el patio, y con catorce años, sin miedo morales o espirituales a las pajas, se daba y su hermano mayor entró a preguntar por la bicicleta, sorprendiéndole, burlándose y chantajeándole un tiempo.
   Su pecho sube y baja con esfuerzo. A pesar de la mortificación se siente mejor. Definitivamente liberar la presión en las bolas ayudaba. Ya mañana se ocuparía del joven egipcio...
   Pero el lío sería más irritante. Al salir, asearse y tomar café, al otro día, nota que este evita mirarle, también a Jean Luc, quien parece resplandecer por alguna razón (si, el sexo ayudaba en la vida). Lo malo era que Andrew Stoner, su joven ayudante, no dejaba de mirarle, sonriendo socarrón. No le sorprendió mucho que el incómodo chico egipcio marchara en otro jeeps. Aunque lo malinterpretó, creyó que se alejaba para no hablar o tener que pensar en lo ocurrido la noche pasada. Aparentemente lo había hecho para que Andy...
   -Hasani quedó trastornado y asustado por lo que vio anoche, jefe. -comenta mientras conduce el jeeps (esa tarde tendrían que continuar el viaje a lomo de camellos), sobresaltando al hombre mayor, que oprime los labios, enrojece y mira al frente.
   -¿Te contó que...?
   -Oh, vamos, ¿una paja?, es algo natural. Andamos calientes y faltos de mujeres. -el chico le resta toda importancia. Eso debería aliviarle un tanto, pero no puede porque no desea hablar sobre ello, ni que el chico sepa esas cosas de su vida, y le gusta mucho menos la risita que lanza ahora.- Estaba trastornado.
   -Lo siento, debió ser chocante verme... verme... -joder, qué difícil era hablar abiertamente con alguien tan joven.
   -No, no fue eso, ya ha sorprendido a otros dándose mano, incluso a mí. -le aclara mirándole todo pancho, riente.- Parece que lo que le asombró fue el tamaño.
   -¡Andrew! -el tono es cortante, de advertencia, mientras enrojece todavía más. El chico ríe.
   -No paraba de hablar de eso. Parecía obsesionado.
   -Andrew...
   -Se pregunta cómo puede caminar sin tropezar y...
   -¡Silencio, joder! -trona rojo de cara, molesto. Alterándole todavía más el que el otro ría de manera divertida, seguramente imaginando nuevos comentarios que seguramente no le agradarían nada.
   El viaje en camellos fue lento, algo incómodo por momentos, pero extrañamente gratificante. Era estar en Egipto, seguir el rumbo de las ancestrales caravanas al ritmo del paso cadencioso. Libre de contratiempos llegaron a las afuera de Loris al atardecer del segundo día. Agotados, con los cuerpos agarrotados. Para encontrarse con el coronel Conrad Sheppard, de la Real Fuerza de Exploradores de su Majestad, un cuarentón delgado, menudo, de bigote de lagartija, mirada indolente de quien se sabe superior, con un uniformado de las fuerzas egipcias a su lado, un sujeto recio de imponente presencia, de cabello negro, bigote negro, sombra de barba negras, agresivo, de ojos coléricos, pero que no intimida al inglés, quien parecía ligeramente complacido de saberle incómodo ante su presencia y autoridad. Él era el poder colonial en la zona. A Ryan le lleva rato aclarar que anda en busca de columnas y cerámicas, no de objetos para saquear. El egipcio, Musim Proyas, desconfía y con voz dura habla censurador del robo del pasado de su pueblo. El inglés le aclara que lo perdieron cuando los griegos debieron enseñarles cómo gobernarse en tiempo de los Ptolomeos. Al americano no le agradan las palabras, pero tampoco la actitud del otro, así que decide guardar silencio y afincarse un poco más en el inglés para obtener los permisos que necesita. Porque, aparentemente, no se podía entrar en la zona en cuestión sin salvoconducto. Algo sumamente extraño.
   -¿Ocurre algo? -le extraña, no era común que tropas inglesas obstaculizaran a otros extranjeros, especialmente intereses del imperio, ni que los nacionales impusieran su parecer sin contar con ese mismo apoyo.
   -No es un lugar... seguro. -gruñe Proyas.
   -Supersticiones. -aclara el inglés, sin alzar la voz, mirando con cierto desprecio al egipcio.- Le temen demasiado a sus fantasmas. Temen a los objetos malditos...
CONTINÚA ...7

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