...A DOMICILIO ... 4
Piernas
velludas... el camino de la perdición.
……
-¿Qué?
-enrojece, alucinado, ¿acaso ese viejo pretendía...?
-Eso,
quiero sacártelo, aquí y ahora, y chupártelo hasta los pelos
mientras mis vecinos, esos dos matrimonios están afuera, ¿no te
gustaría? ¿Una boca sobre tu güevo rico, sabiendo que están allí?
-pregunta sonriendo suciamente, tomando la bolsa y metiendo algunas
cosas en la nevera, siempre mirándole.- Oh, vamos, quieres, mira
cómo te crece dentro del pantalón... -ríe.
-Señor
Mancini... -comienza mientras el otro le mira con intención al
tiempo que guarda todo, medio inclinado, mostrándole una espalda
ancha, depilada, un trasero firme y grande bajo la elástica tela del
bañador (y quiere dejar de mirar, carajo, pero no puede; Dios, la de
cosas que ese viejo marica haría con ese culo...), rectifica.-
Roberto, no podemos...
-Claro
que si. Siempre hay tiempo para mamar güevo, muchacho. Esa es una de
esas realidades de la vida. Para quienes gustan que se los chupen, y
sabes que una buena boca cerrada sobre tu barra, una lengua
lamiéndola, unos labios apretándola, es rico, pero ni te imaginas
qué tanto para quien ama chuparlas.
-Por
favor, no... -quiere que no siga hablando porque ya se le está
poniendo duro, como bulto, mostrándose contra la áspera tela. Y el
otro lo nota, con esa sonrisa socarrona, cerrando la nevera y
dirigiéndose hacia él, más alto y acuerpado, más adulto y hasta
aparentemente más viril... con el tolete endureciéndole bajo la
suave tela del bañador mojado que se amolda de una manera obscena a
su miembro. Una visión de la que aparta la mirada, todo rojo de
cara.
Pero
ya no hay nada que pueda decir o hacer. Sonriéndole, guiñándole un
ojo (¡que viejo tan sucio, carajo!), este cae de rodillas, brillante
todavía de agua, y con mano firme le toca el güevo sobre la tela,
apretando. Y coño, si, se sentía del carajo. Ahora se lo atrapa
sobre la tela, cerrando los dedos, agitándolo, sobándolo, y se le
pone imposiblemente duro. Quiere tanto eso, una buena mamada de
güevo, ver esos labios cubrírselo, ir y venir sobre él,
dejándoselo brillante de saliva de hombre, de uno que era un puto
hambriento de vergas.- Ahhh... -la sola idea le hace gemir con
lujuria de muchacho calentorro.
Roberto
no espera más, tal vez habría querido jugar, oler esa polla sobre
las ropas, rastrillarla con sus dientes sin sacarla aún, chuparla un
rato mojando el pantalón, pero era cierto lo que le dijo al chico,
llevaba mucho rato soñando con esa joven tranca. Le abre el
pantalón, no la bragueta, sino el cinturón y los botones, algo que
siempre lo tensaba. Mentalmente gruñó ante el feo bóxer a media
pierna y finalmente mete la mano, sonriendo cachondo, tocándola,
caliente, dura y pulsante como siempre la tenían los muchachos a esa
edad. Y aprieta, viéndole tensarle, oyéndole gemir. Cosa que se
entiende, ¿había algo mejor que la mano de otra persona tocándote
así, ahí?, sí, claro, una buena chupada...
Se
lo saca, y sonriendo más, ojos brillantes como quien encuentra un
ansiado tesoro, Roberto ronronea y sacando la lengua recorre la
barra, casi de entre las bolas, subiendo siguiendo la gran vena,
lentamente, pegándola toda, experimentando los temblores, durezas y
calorones que soltaba la pieza. Y Martín jadea, ardiendo de lujuria.
Había algo en ver a ese sujeto a sus pies, bajo la sombra de su
tranca, una que lame y a la cual desea chupar que le pone maluco.
Quiere verlo tragándosela como si pensara que no había nada mejor
en el mundo; desea verle las mejillas infladas con su esperma. Ansía
verle la cara manchada, la leche formando reguerones sobre su barba y
bigotes con hebras canas. Pero también lanza una ojeada sobre un
hombro, mirando por la ventanilla de la puerta a las otras cuatro
personas hablando y riendo afuera. Tan cerca...
-Ahhh...
-se le escapa y lo olvida todo cuando esa boca finalmente se abre,
bañándole con el aliento por un segundo antes de cubrirle casi dos
tercios del tolete, atrapándole con sus labios, mejillas y lengua,
dejándola allí, en esa cuevita rica, húmeda y caliente, tan
viciosa, y succiona con lengua y mejillas, dando caladas como si
avivara la brasa de un tabaco, este hecho de carne dura de muchacho.
Martín
cierra los ojos y tiembla cuando esos labios cubren más y más de su
tolete, el aliento quemándole como si fuera fuego, hasta que esa
nariz se mete entre sus pelos púbicos, resollándole allí,
aspirando con deleite lo que para el hombre parecen los increíbles
aromas de la masculinidad joven.
Sonriendo
y ronroneando aunque tiene la boca llena de güevo, el abogado le
mira con ojos medio blaqueados mientras va y viene sobre la joven
pieza, halando y succionando, dejándola brillante de saliva, los
“uggg” escapando de su boca, esta escapándose un poco por las
comisuras de los labios mientras ladea el rostro para rodearlo y
lamerlo con la lengua desde diferente puntos. No tanto porque aquello
en verdad fuera increíble para quien recibiera la mamada, que lo es,
sino porque andaba hambriento. Quiere eso y sabe que una manera de
conseguir más de todos esos jugos que salen del ojete es
incrementando los estímulos de aquella manera. Dios, le gustaba
tanto mamar güevos era por eso, por esas gotas que impregnaban su
lengua, que casi le intoxicaban, que tragaba con evidentes
movimientos de garganta y que parecían estallar en su estómago. Una
vez un amigo médico, a quien de daba frecuentes mamadas en su
consultorio, le había dicho que al estómago no llegaba nada frío
ni caliente. Nunca le ha creído. Sentía que su estómago estallaba
en calor cada vez que tomaba de esos jugos, especialmente cuando
saboreaba el semen. Y, como siempre hace, mientras chupa le atrapa la
cintura al joven con sus manotas, bajándole un poco el pantalón y
el feo bóxer, dejándole al descubierto media raja de culo.
Y
si, le incomoda eso, joder; piensa el chico como siempre, pero más
allá de eso, olvidado de esas pequeñeces por la calentura que
tiene, mirándole chuparlo, sus ojos atrapados, diciéndole tantas y
tantas cosas sin palabras pero que tal vez el hombre mayor entiende.
Los “vamos, maricón, chupámela toda y deja de jugar, atragántate
con mi verga”.
Roberto
parece reactivar sus chupadas, no sólo le cubre todo el tolete y
sigue empujando con sus labios hacia adelante, como deseando más,
sino que con lengua y mejillas produce una cámara de succión
increíble, una que le provoca escalofríos y casi desmayos al
muchacho, quien tiene que aferrarse del mesón cuando siente
debilidad en las rodillas. Y las chupadas eran escandalosas, húmedas,
obscenas.
-Pero,
¿qué coño...? -brama sacado de repente de esa nube de lujuria que
disfrutaba, para asustarse de una manera total (casi se le encoge el
güevo). Algo le atrapó el borde del pantalón bajándolo más, algo
(unas manos grandes y fuertes, frías de una piscina) se cerraron
sobre sus nalgas separándolas, y una lengua viciosa se metió entre
ellas, desde abajo, recorriéndole la raja lentamente, dándole
brochadas en su ir y venir, especialmente sobre su peludo culo.
¡Alguien estaba lamiéndole el culo mientras el maricón ese le
chupaba la verga!
Desconcertado
se vuelve y encuentra al tipo de la barba, el sujeto que estaba
también en la piscina, ¡con su mujer!, una de las tipas buenotas
era la suya, y allí estaba, de rodillas, la cara entre sus firmes
nalgas, quemándole con el aliento, lamiéndole el chiquito con una
lengua tiesa que se lo azotaba.
-No,
no... yo... -aterrado de verse así descubierto, y más asaltado,
Martín intenta escapar del agarre de esos dos sujetos madurones,
cuyas manos le retienen más, mientras Roberto ríe, soltando su
tranca mojada de saliva.
-Calma,
así es más rico, ya verás. -le dice y vuelve a tragarle la verga,
buscándola con su boca cuando el chico la aleja, tan sólo para
separar un tanto más las nalgas, casi sentándose en la cara entre
ellas, y sentir aún más esa caliente, húmeda y flexible lengua
contra su culo.
-No,
yo no... -gimotea dividido entre la excitación del momento y el
repudio, el desear que esas bocas efectivamente lo chupen así
(mierda, si, era rico), pero también el horror a ser pillados por
los otros, afuera; que lo supieran en esas cochinadas con hombres.
-Calma,
chico, mi mujer tiene el oído fino y la lengua brava. -el sujeto de
barba, sonriéndole al separar un poco la boca de su trasero, parece
leerle la mente. Y vuelve a enterrar la cara entre sus nalgas, con un
gemido de deleite también, los ojos dejando ver cuánto le gustaba.
Se notaba que le encantaba lamer culos... en el buen sentido de la
palabra.
Aquello
era una fantasía surrealista, una pesadilla extraña, piensa el
delgado joven mientras dos hombres lo chupan, lo sorben, le meten
lenguas. La saliva corriendo espesa de su tronco hacia sus bolas,
otra sale de su agujero, de su culo lamido y azotado por esa lengua,
que igualmente va a sus bolas. Bolas que Roberto atrapa con un puño
y las hala.
-Ahhh...
-es todo lo que puede decir y hacer. Aunque la naturaleza toma el
control. Nota que separa las piernas facilitando la llegada de
aquella boca a su culo, de esos pelos que raspan su joven y sensible
piel, esa lengua enrolladita sobre sí que estaba, realmente,
separándole los pliegues del culo y penetrándole, la sentía,
quemándole, mientras Roberto vuelve a atraparle la tranca y se la
succiona con la garganta de una manera que casi le hace trastabillar,
sabiendo que no aguantará mucho.
Se
tensa y echa la cabeza hacia atrás mientras Roberto se retira un
poco de su tranca, atrapándosela con la mano, cerrando el puño,
masturbándole y chupando de su punta.
-No...
no, señor, eso no... -pero tiene que gemir cuando el otro retira su
lengua y apoya algo más en la entrada de su culo, un dedo, que lo
penetra lentamente, facilito por toda esa saliva, que se flexiona
cada centímetro de su recorrido.- Ahhh, ahhh, no, eso no. Hummm...
-gimotea luchando contra lo que siente, cerrando instintivamente su
agujero cuando el dedo comienzan un enérgico vaivén, flexionado,
provocándole mini derrames cerebrales.- Ohhh... -vuelve a chillar,
parpadeando y volviendo la mirada, ese dedo entra y sale de su culo
halando hacia abajo, al tiempo que la lengua regresa al orificio que
queda abierto más arriba.
Tiene
que pararle, tiene que detenerle antes de que...
-¡Hummm!
-casi se muerde los labios, de rabia consigo mismo cuando se
estremece y molesta; esa vaina es incómoda, carajo, casi dolorosa,
pero los dos dedos que recorren ahora sus entrañas estaban allí.-
No, por favor... sáquelos... Sáqueme los dedos del culo, por
favor... -lloriquea incapaz de defender sus plazas, no mientras
aquella mamada a su tranca le debilitaba.- Oh, Dios... -gimotea
cuando esos dedos van y vienen, dándole el algún punto que...
Pero
es esa boca mamándole el tolete lo que más le controla. Se siente
al borde, todo tenso. Grita contenido, jadeando, sintiendo que las
bolas le arden, que el semen se eleva como lava en volcán, que ya
viene. Y por eso aprieta salvajemente el culo sobre esos dos dedos
blancos rojizos, velludos, de pelos apelmazados de saliva, que van y
vienen, que se meten hasta el puño y tijerean dentro.- ¡OH, DIOS,
SI! -flota en una nube de satisfacción, tan intensa que casi le
cuesta respirar.
-¿Te
gusta sentir mis dedos en tu culo? -oye a lo lejos, y sonriendo,
mareado, se condena.
-¡SI,
SI, SI!
CONTINÚA ... 6
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