lunes, 10 de junio de 2019

SERVICIO A DOMICILIO... 5

...A DOMICILIO                         ... 4
   
   Piernas velludas... el camino de la perdición.
……
   -¿Qué? -enrojece, alucinado, ¿acaso ese viejo pretendía...?
   -Eso, quiero sacártelo, aquí y ahora, y chupártelo hasta los pelos mientras mis vecinos, esos dos matrimonios están afuera, ¿no te gustaría? ¿Una boca sobre tu güevo rico, sabiendo que están allí? -pregunta sonriendo suciamente, tomando la bolsa y metiendo algunas cosas en la nevera, siempre mirándole.- Oh, vamos, quieres, mira cómo te crece dentro del pantalón... -ríe.
   -Señor Mancini... -comienza mientras el otro le mira con intención al tiempo que guarda todo, medio inclinado, mostrándole una espalda ancha, depilada, un trasero firme y grande bajo la elástica tela del bañador (y quiere dejar de mirar, carajo, pero no puede; Dios, la de cosas que ese viejo marica haría con ese culo...), rectifica.- Roberto, no podemos...
   -Claro que si. Siempre hay tiempo para mamar güevo, muchacho. Esa es una de esas realidades de la vida. Para quienes gustan que se los chupen, y sabes que una buena boca cerrada sobre tu barra, una lengua lamiéndola, unos labios apretándola, es rico, pero ni te imaginas qué tanto para quien ama chuparlas.
   -Por favor, no... -quiere que no siga hablando porque ya se le está poniendo duro, como bulto, mostrándose contra la áspera tela. Y el otro lo nota, con esa sonrisa socarrona, cerrando la nevera y dirigiéndose hacia él, más alto y acuerpado, más adulto y hasta aparentemente más viril... con el tolete endureciéndole bajo la suave tela del bañador mojado que se amolda de una manera obscena a su miembro. Una visión de la que aparta la mirada, todo rojo de cara.
   Pero ya no hay nada que pueda decir o hacer. Sonriéndole, guiñándole un ojo (¡que viejo tan sucio, carajo!), este cae de rodillas, brillante todavía de agua, y con mano firme le toca el güevo sobre la tela, apretando. Y coño, si, se sentía del carajo. Ahora se lo atrapa sobre la tela, cerrando los dedos, agitándolo, sobándolo, y se le pone imposiblemente duro. Quiere tanto eso, una buena mamada de güevo, ver esos labios cubrírselo, ir y venir sobre él, dejándoselo brillante de saliva de hombre, de uno que era un puto hambriento de vergas.- Ahhh... -la sola idea le hace gemir con lujuria de muchacho calentorro.
   Roberto no espera más, tal vez habría querido jugar, oler esa polla sobre las ropas, rastrillarla con sus dientes sin sacarla aún, chuparla un rato mojando el pantalón, pero era cierto lo que le dijo al chico, llevaba mucho rato soñando con esa joven tranca. Le abre el pantalón, no la bragueta, sino el cinturón y los botones, algo que siempre lo tensaba. Mentalmente gruñó ante el feo bóxer a media pierna y finalmente mete la mano, sonriendo cachondo, tocándola, caliente, dura y pulsante como siempre la tenían los muchachos a esa edad. Y aprieta, viéndole tensarle, oyéndole gemir. Cosa que se entiende, ¿había algo mejor que la mano de otra persona tocándote así, ahí?, sí, claro, una buena chupada...
   Se lo saca, y sonriendo más, ojos brillantes como quien encuentra un ansiado tesoro, Roberto ronronea y sacando la lengua recorre la barra, casi de entre las bolas, subiendo siguiendo la gran vena, lentamente, pegándola toda, experimentando los temblores, durezas y calorones que soltaba la pieza. Y Martín jadea, ardiendo de lujuria. Había algo en ver a ese sujeto a sus pies, bajo la sombra de su tranca, una que lame y a la cual desea chupar que le pone maluco. Quiere verlo tragándosela como si pensara que no había nada mejor en el mundo; desea verle las mejillas infladas con su esperma. Ansía verle la cara manchada, la leche formando reguerones sobre su barba y bigotes con hebras canas. Pero también lanza una ojeada sobre un hombro, mirando por la ventanilla de la puerta a las otras cuatro personas hablando y riendo afuera. Tan cerca...
   -Ahhh... -se le escapa y lo olvida todo cuando esa boca finalmente se abre, bañándole con el aliento por un segundo antes de cubrirle casi dos tercios del tolete, atrapándole con sus labios, mejillas y lengua, dejándola allí, en esa cuevita rica, húmeda y caliente, tan viciosa, y succiona con lengua y mejillas, dando caladas como si avivara la brasa de un tabaco, este hecho de carne dura de muchacho.
   Martín cierra los ojos y tiembla cuando esos labios cubren más y más de su tolete, el aliento quemándole como si fuera fuego, hasta que esa nariz se mete entre sus pelos púbicos, resollándole allí, aspirando con deleite lo que para el hombre parecen los increíbles aromas de la masculinidad joven.
   Sonriendo y ronroneando aunque tiene la boca llena de güevo, el abogado le mira con ojos medio blaqueados mientras va y viene sobre la joven pieza, halando y succionando, dejándola brillante de saliva, los “uggg” escapando de su boca, esta escapándose un poco por las comisuras de los labios mientras ladea el rostro para rodearlo y lamerlo con la lengua desde diferente puntos. No tanto porque aquello en verdad fuera increíble para quien recibiera la mamada, que lo es, sino porque andaba hambriento. Quiere eso y sabe que una manera de conseguir más de todos esos jugos que salen del ojete es incrementando los estímulos de aquella manera. Dios, le gustaba tanto mamar güevos era por eso, por esas gotas que impregnaban su lengua, que casi le intoxicaban, que tragaba con evidentes movimientos de garganta y que parecían estallar en su estómago. Una vez un amigo médico, a quien de daba frecuentes mamadas en su consultorio, le había dicho que al estómago no llegaba nada frío ni caliente. Nunca le ha creído. Sentía que su estómago estallaba en calor cada vez que tomaba de esos jugos, especialmente cuando saboreaba el semen. Y, como siempre hace, mientras chupa le atrapa la cintura al joven con sus manotas, bajándole un poco el pantalón y el feo bóxer, dejándole al descubierto media raja de culo.
   Y si, le incomoda eso, joder; piensa el chico como siempre, pero más allá de eso, olvidado de esas pequeñeces por la calentura que tiene, mirándole chuparlo, sus ojos atrapados, diciéndole tantas y tantas cosas sin palabras pero que tal vez el hombre mayor entiende. Los “vamos, maricón, chupámela toda y deja de jugar, atragántate con mi verga”.
   Roberto parece reactivar sus chupadas, no sólo le cubre todo el tolete y sigue empujando con sus labios hacia adelante, como deseando más, sino que con lengua y mejillas produce una cámara de succión increíble, una que le provoca escalofríos y casi desmayos al muchacho, quien tiene que aferrarse del mesón cuando siente debilidad en las rodillas. Y las chupadas eran escandalosas, húmedas, obscenas.
   -Pero, ¿qué coño...? -brama sacado de repente de esa nube de lujuria que disfrutaba, para asustarse de una manera total (casi se le encoge el güevo). Algo le atrapó el borde del pantalón bajándolo más, algo (unas manos grandes y fuertes, frías de una piscina) se cerraron sobre sus nalgas separándolas, y una lengua viciosa se metió entre ellas, desde abajo, recorriéndole la raja lentamente, dándole brochadas en su ir y venir, especialmente sobre su peludo culo. ¡Alguien estaba lamiéndole el culo mientras el maricón ese le chupaba la verga!
   Desconcertado se vuelve y encuentra al tipo de la barba, el sujeto que estaba también en la piscina, ¡con su mujer!, una de las tipas buenotas era la suya, y allí estaba, de rodillas, la cara entre sus firmes nalgas, quemándole con el aliento, lamiéndole el chiquito con una lengua tiesa que se lo azotaba.
   -No, no... yo... -aterrado de verse así descubierto, y más asaltado, Martín intenta escapar del agarre de esos dos sujetos madurones, cuyas manos le retienen más, mientras Roberto ríe, soltando su tranca mojada de saliva.
   -Calma, así es más rico, ya verás. -le dice y vuelve a tragarle la verga, buscándola con su boca cuando el chico la aleja, tan sólo para separar un tanto más las nalgas, casi sentándose en la cara entre ellas, y sentir aún más esa caliente, húmeda y flexible lengua contra su culo.
   -No, yo no... -gimotea dividido entre la excitación del momento y el repudio, el desear que esas bocas efectivamente lo chupen así (mierda, si, era rico), pero también el horror a ser pillados por los otros, afuera; que lo supieran en esas cochinadas con hombres.
   -Calma, chico, mi mujer tiene el oído fino y la lengua brava. -el sujeto de barba, sonriéndole al separar un poco la boca de su trasero, parece leerle la mente. Y vuelve a enterrar la cara entre sus nalgas, con un gemido de deleite también, los ojos dejando ver cuánto le gustaba. Se notaba que le encantaba lamer culos... en el buen sentido de la palabra.
   Aquello era una fantasía surrealista, una pesadilla extraña, piensa el delgado joven mientras dos hombres lo chupan, lo sorben, le meten lenguas. La saliva corriendo espesa de su tronco hacia sus bolas, otra sale de su agujero, de su culo lamido y azotado por esa lengua, que igualmente va a sus bolas. Bolas que Roberto atrapa con un puño y las hala.
   -Ahhh... -es todo lo que puede decir y hacer. Aunque la naturaleza toma el control. Nota que separa las piernas facilitando la llegada de aquella boca a su culo, de esos pelos que raspan su joven y sensible piel, esa lengua enrolladita sobre sí que estaba, realmente, separándole los pliegues del culo y penetrándole, la sentía, quemándole, mientras Roberto vuelve a atraparle la tranca y se la succiona con la garganta de una manera que casi le hace trastabillar, sabiendo que no aguantará mucho.
   Se tensa y echa la cabeza hacia atrás mientras Roberto se retira un poco de su tranca, atrapándosela con la mano, cerrando el puño, masturbándole y chupando de su punta.
   -No... no, señor, eso no... -pero tiene que gemir cuando el otro retira su lengua y apoya algo más en la entrada de su culo, un dedo, que lo penetra lentamente, facilito por toda esa saliva, que se flexiona cada centímetro de su recorrido.- Ahhh, ahhh, no, eso no. Hummm... -gimotea luchando contra lo que siente, cerrando instintivamente su agujero cuando el dedo comienzan un enérgico vaivén, flexionado, provocándole mini derrames cerebrales.- Ohhh... -vuelve a chillar, parpadeando y volviendo la mirada, ese dedo entra y sale de su culo halando hacia abajo, al tiempo que la lengua regresa al orificio que queda abierto más arriba.
   Tiene que pararle, tiene que detenerle antes de que...
   -¡Hummm! -casi se muerde los labios, de rabia consigo mismo cuando se estremece y molesta; esa vaina es incómoda, carajo, casi dolorosa, pero los dos dedos que recorren ahora sus entrañas estaban allí.- No, por favor... sáquelos... Sáqueme los dedos del culo, por favor... -lloriquea incapaz de defender sus plazas, no mientras aquella mamada a su tranca le debilitaba.- Oh, Dios... -gimotea cuando esos dedos van y vienen, dándole el algún punto que...
   Pero es esa boca mamándole el tolete lo que más le controla. Se siente al borde, todo tenso. Grita contenido, jadeando, sintiendo que las bolas le arden, que el semen se eleva como lava en volcán, que ya viene. Y por eso aprieta salvajemente el culo sobre esos dos dedos blancos rojizos, velludos, de pelos apelmazados de saliva, que van y vienen, que se meten hasta el puño y tijerean dentro.- ¡OH, DIOS, SI! -flota en una nube de satisfacción, tan intensa que casi le cuesta respirar.
   -¿Te gusta sentir mis dedos en tu culo? -oye a lo lejos, y sonriendo, mareado, se condena.
   -¡SI, SI, SI!
CONTINÚA ... 6

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