Hay
que conocerse...
...
En cuanto el último bocado del desayuno fue devorado, ya que no comido como Dios manda, tres jóvenes cuasi adolescentes se levantan de la mesa donde sus padres parecen mantener una tensa escena de concordia familiar, cada uno alegando que tiene prisa por llegar al trabajo o al instituto. Margot se ofrece a llevar a Maya, pero esta se irá con Kevin, el hermano intermedio, seguramente con la esperanza de ver a Rafael, el amigo latino y guapo de este camino a la escuela.
El profesor Gregory Jones (Gregg para los amigos), les despide con sonrisas afables. Es un hombre maduro, agradable, guapo, inteligente y buen padre, los chicos le aman, pero esa mañana quieren escapar de la tensión de este y su madre. Sarah se ve dura, decidida a hablar de algo y los chicos lo entienden.
Este, después de recibir besos en su frente, dados con amor, aún de Kevin, lamenta perderlos de vista.
-Parecían llevar prisa esta mañana, ¿no? -intenta romper el profundo silencio que se hace cuando la prole sale.
-Es por nosotros. -informa ella, poniéndose de pie mientras comienza a recoger las cosas de la mesa.- No, deja, yo me ocupo, tú prepárate anímicamente para tu día. -le corta cuando él intenta ayudarla. Es una mujer alta, elegante, atractiva en su traje de blusa y falda gris, muy propicia para una subgerente bancaria.
-¡Sarah! -gimotea sintiéndose miserable. Ella se vuelve desde el fregadero, donde coloca todo en el lavavajillas.
-¡Gregg! -le corresponde igual.- Cariño, debes afrontar esto. Sufres de un inconveniente que se está transformando en un problema para los dos.
-Tan sólo porque ya no tenemos tanto sexo como antes... -se defiende.
-Llevamos casi ocho meses sin hacerlo. Y no es sólo que parece que no te apetece, a veces pienso que... no te funciona el equipo. -le aclara, con delicadeza, logrando que alce la cabeza como tocado por un cable eléctrico.
-Oye, estoy muy bien. Funciono como debo.
-Pues no conmigo. -es seca. Eso le aplasta, cosa que la ablanda.- Cariño, ve a ver al médico, sólo te pido eso. Este urólogo también es sexólogo, y dicen que es muy bueno.
-Bien, si el sexo es tan importante para ti... -intenta una puya. Ella toma asiento a su lado, le toma una mano y se la aprieta.
-Antes también lo era para ti. Tienes tu cita a las cuatro de la tarde, le avisé a Sally para que te haga tiempo en tu agenda. No, no le dije que ibas con un sexólogo, así que cálmate. Nadie va a hablar de tus problemas en la universidad. Lo siento, lo siento, no quise decirlo así...
......
El hombre casi extraña el quedarse en la facultad de Literatura y enfrentar a un montón de chicos que ni bolas le paran en las aulas de clases, hiriéndole, decepcionándole y hasta enfureciéndole (era una suerte que no le hubiera dado por la bebida), en lugar de ir a hablar con un extraño sobre sus problemas. Unos que adivinaba muy complejos. Sí, llevaba tiempo sin acostarse, bíblicamente, con Sarah. Llevaba aún más tiempo sin ganas de sexo con ella, y si embargo... Conduce tan lentamente, perdido en sus pensamientos, que un auto le toca corneta, impaciente, y casi se pierde la entrada al edificio de la clínica.
Esperar en la antesala de un urólogo es desesperante, pero si además es sexólogo era todavía peor. Cada persona que entraba, o que ya estaba, o se asomaba por cualquier motivo, le miraba, y le parecía que sonreía., seguramente preguntándose qué le estaría fallando ya a ese don de suéter gris, corbata, pantalón marrón, zapatos lustrosos y lentes de montura fina con aire de maestro. Por ello no levanta la vista mientras llena un extenso cuestionario sobre su vida, inquietudes de salud y hasta las sexuales. Mintiendo en muchos datos, como se espera que mienta cualquiera.
-Adelante, señor Jones, el doctor Thompson le espera. -le informa el no sabe si es médico residente, enfermero o asistente del galeno, un agradable joven de cabellos muy negros y piel cobriza que delataba un ascendente latino, con una leve sonrisa en los labios. Quince minutos antes se había llevado el cuestionario a la oficina. Obviamente comprendía bien los nervios e incomodidad en todo sujeto maduro que aparecía por allí.
Tomando aire cruza la estancia y entra en un despacho amplio, con un mesa de cristal y metal cromado, dos sillas de este lado, con títulos y diplomas en sus paredes, una blanca cortina dividiendo la pieza en dos y un rubio de ojos azules, joven aún (seguramente no llegaba a los treinta años), que se levanta del otro lado, usando una larga bata blanca sobre un mono verde de pabellón, que delataba unos hombros, brazos, torso y pectorales pronunciados como si fuera un culturista que en sus ratos libres ejercía la medicina. Su sonrisa es deslumbrante. Un guapo tipo que sabía que lo era y lo usaba como tarjeta de presentación. Algunos de sus alumnos eran así... y los odiaba un poquito en secreto.
-Buenas tardes, señor Jones... ¿o debo llamarle profesor? -pregunta el otro con una voz profunda, reverberante, mientras le tiende la mano.
Sintiéndose extrañamente abrumado por el hombre más joven, más acuerpado y... ¿masculino?, Gregg responde sintiéndose un tanto inadecuado, especialmente por su “problema sexual”, tendiendo su mano, la cual es apretada con fuerza y sequedad.
-Señor Jones estará bien, o Gregg. -aclara, sintiéndose levemente nervioso.
-Perfecto, perfecto. -el otro le sonríe, esos ojos azules brillando aún más, de simpatía.- Imagino perfectamente tu incomodidad, Gregg... -le tutea rápidamente, indicándole que tome asiento, cosa que hace.
-¿En serio? -era difícil creer que aquel semental sufriera algún percance o incomodidad de índole sexual.
Este, en lugar de sentarse al otro lado, cruza el espacio y cae sobre la mesa, algo peligroso porque se veía sólido y pesado para un cristal, todo músculos, los muslos aplastándose contra la verde tela, exhalando calor y un aroma... agradable, le parece al otro que enrojece.
-Ya lo creo, Gregg. -le sonríe mirándole fijamente.- Leí el cuestionario, pero vamos, cuéntame con tus palabras qué tienes.
-Yo... Yo...
-Leí que eres casado, con una hermosa mujer, imagino, con tres hijos. Dos nenas y un chico. Eso quiere decir que todo marcha bien en la cama. O marchaba. ¿Qué ocurre?, ¿falta de apetito o de fuerzas para poner a trabajar el aparato? ¿El aparato no quiere responder? -lo plantea claramente, avergonzándole.
-Eso, apetito, la falta de... -enrojece más.
-¿Es todo? ¿Seguro? -la pregunta del otro le altera, haciéndole alzar una mirada que no sabía había bajado.- A cierta edad, y con ello no insinuo que seas viejo... -le sonríe como aligerando el comentario, como si fuera una vieja broma.- ...Hay todo tipo de replanteados sobre la vida, el deseo... el sexo mismo.
-Yo... no entiendo... -el hombre se vuelve rojo tomate, sus ojos muy abiertos tras los finos cristales de los lentes.- No estoy... -y jadea, sorprendido, conteniendo el aliento cuando ese muchachote grande y guapo le coloca un dedo sobre los labios.
-Vamos, vamos, no te angusties, necesito saberlo todo para poder ayudarte. Y por ahora tu lenguaje corporal dice más que tu boca. -sonríe de manera abierta, seguro de sí, como si no notara su confusión, su palidez tras el dedo; uno que baja lentamente, casi rozándole de arriba abajo, la punta de este halándole un tanto el labio inferior al retirarse.- Necesito hacerte una revisión mientras continuamos hablando. Entiende, necesito saber qué... te falla.
Tragando en seco, pensando que ha cometido el peor error de su vida, Gregg considera el marcharse, el salir de allí, sintiéndose acalorado de puros nervios, el corazón latiéndole con fuerza en el pecho. El otro le mira, haciéndole consciente de ello, de que le mira, adivinándole el pensamiento.
-Ya estás aquí, no corras como nena. -es algo burlón, despegando el culo de la mesa, alto y fuerte, mirándole con determinación y algo de control.- Pasemos a la mesa de examen. -cruza la cortina blanca impoluta, mostrando una mesa médica color marrón clara, con aditamentos como si realizara, por alguna razón, exámenes obstétricos, con los cabestrillos y todo. Desde allí se vuelve, sonríe y le mira, mientras se despoja de la bata blanca, exhibiendo un cuerpo sólidamente construido en horas de gimnasio, se dice el otro, que sigue sentado, mirándole como indeciso, queriendo salir de allí pero no pudiendo porque el otro no le deja.- Uso la bata para recibir a los pacientes, luego me la quito, me ajusta un poco. -sonríe, teniéndole clavado a su mirada.- Ven, Gregg, muéstrame qué tienes y te diré qué te hace falta...
NOTA:
El cuento se me ocurrió al ver un video de este actor Dirk Caber,
cuando recibe en su casa al amigo de su hijo. Fue increíble, voy a
ver si lo subo al blog.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario